viernes, 31 de diciembre de 2010

LA CAIDA DE LOS FALSOS DIOSES

La misión de la Santísima Virgen es combatir y vencer al Dragón. A este Dragón que ha seducido a la humanidad con la soberbia, Ella lo vencerá con la humildad. Y así, mientras él se ha formado su ejército con los más grandes, Ella se lo ha formado con los más pequeños. Se ha formado su ejército, no con los más fuertes, sino con los más débiles; no con los más ricos, sino con los más pobres; no con los más grandes, sino con los pequeños.

¿Y por qué? Para combatir y vencer al Dragón. ¿Y dónde lo vence? La victoria del Dragón consiste en haber alejado a la humanidad de Dios y en el haber construído los ídolos que todos adoran en el puesto de Dios. Entonces hoy la misión de la Virgen María es ésta: ¡hacer caer estos falsos dioses y destruirlos!

El Papa Benedicto XVI, en la meditación que pronunció el 11 de octubre pasado, durante la Asamblea especial del Sínodo de los Obispos para el Medio Oriente, afirmó que son tres hoy los falsos ídolos que deben caer:

- Primer ídolo: el dinero; el Papa se refería a los capitales anónimos que hacen esclavo al hombre y lo destruyen.
- Segundo ídolo: la soberbia; que con la difusión de tantas falsas ideologías destruye la verdad.
- Tercer ídolo: la impureza; que con la droga y con la copa de la lujuria seduce a todas las naciones de la tierra.

¡Con la Santísima Virgen estos ídolos deben caer!

La Virgen María tiene esta tarea: destruir estos falsos dioses y llevar a todos sus hijos a amar, a servir y a glorificar al único verdadero Dios: la Santísima Trinidad; Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ella quiere llevar a todos a adorar y glorificar al Hijo Unigénito de Dios, que se ha encarnado en el seno virginal por obra del Espíritu Santo: Jesucristo, que ha muerto sobre la cruz para nuestra salvación. Jesucristo crucificado que es el único Salvador y el único Redentor. ¡No existen otros! También para esta perversa generación, sólo Cristo crucificado es fuente de salvación.

La Virgen María tiene la tarea de destruir estos falsos dioses: el dinero, las falsas ideologías y la impureza. Y sobre la destrucción de estos falsos ídolos, quiere llevar a todos a la adoración del único verdadero Dios, de Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios, nuestro Redentor que nos ha indicado el camino de la salvación en la lucha contra el pecado, en el caminar sobre la senda de la observancia de los mandamientos de Dios y del ejercicio de las virtudes cristianas, en el caminar sobre la vía de la santidad, de la luz, de la plena glorificación de Dios.

¡Gracias, oh Virgen María. Haz caer cada vez más estos falsos dioses. Libra a la humanidad de esta esclavitud. Llévala al culto del único verdadero Dios, a fin de que tu Hijo Jesús sea aún hoy por todos amado, servido y glorificado!

Fuente: P. Gobbi en Fátima (25/10/2010)

viernes, 24 de diciembre de 2010

¡CUANTA LUZ!

Es la Noche Santa, Hijos predilectos, disponeos junto a Mí para acoger a mi divino Niño. ¡Hay tanta noche alrededor...! Y no obstante, una luz cada vez más fuerte se enciende dentro de la Gruta. Ahora, parece un trasunto del Cielo, mientras la Madre está absorta en profunda oración.

¡Cuánta Luz desciende del seno del Padre al seno virginal de la Madre, que se abre a su don, a la vida! Y mientras esta Luz divina lo envuelve todo, Yo soy la primera en contemplar su Cuerpo: sus ojos, sus mejillas, sus labios, su rostro, sus brazos, su manos; siento su corazoncito que apenas ha comenzado a latir. Cada latido es un don de amor que ya jamás se extinguirá.

¡Hay tanto hielo en derredor! El rigor del frío y el hielo de todos los que nos han cerrado las puertas. Pero aquí dentrl de la Gruta, hay un dulce y agradable calor. Es el abrigo que nos ofrece este pobre lugar; es el calor de las cosas pequeñas; es la ayuda que nos da un poco de heno, un pesebre que se presta a hacer de cuna... Ningún lugar es tan cálido en estos momentos, como esta heladísima Gruta.

Y la Madre se inclina feliz sobre su Hijo, que el Padre os ha dado; sobre su Flor, que finalmente ha brotado, sobre su Cielo abierto ya para siempre, sobre su Dios, que por tanto tiempo ha sido esperado. Y mis lágrimas se unen a mis besos, mientras contemplo extasiada en el Hijo a mi Dios, que ha nacido de Mí en esta Noche Santa.

¡Hay tanta noche aún en el mundo... Hay tanto hielo que congela los corazones y las almas!... Pero la Luz ha vencido ya a las tinieblas, y el Amor ha derrotado ya para siempre al odio. Hijos míos predilectos, en esta Noche Santa, velad en oración. Estad prontos en mi Corazón Inmaculado. Está ya cercano su glorioso retorno. Y una nueva Luz y un gran Fuego renovarán este mundo.

Fuente: A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Santísima Virgen

jueves, 16 de diciembre de 2010

CUANDO SOMOS ZARANDEADOS

“Dijo también el Señor: Simón, Simón, Satanás os ha reclamado para zarandearos como a trigo” (Lc 22,31).

Necesitamos entender que Satanás busca zarandear sólo a aquellos que son una amenaza para su trabajo. Está en contra del árbol que tiene el potencial de producir más fruto. Pero ¿por qué deseaba el diablo zarandear a Pedro? ¿Por qué estaba tan ansioso de probarlo? Pedro había estado echando fuera demonios y sanando enfermos durante tres años. ¡Satanás había escuchado a Jesús prometer a sus discípulos otro bautismo, un bautismo con el Espíritu Santo y fuego, y le hizo temblar! Satanás había escuchado el último plan de Dios para Pedro y se dio cuenta que los últimos tres años no serían nada comparados con las grandes obras que Pedro y los otros discípulos harían después. Habiendo ya agarrado a Judas, tendría que buscar algo en Pedro para hacer que su fe fallara.

Cuando nosotros nos vemos zarandeados podemos preguntarnos: ¿por qué yo? Y ¿por qué ahora? Primeramente, ¡debemos gozarnos por tener tanta reputación en el infierno! Satanás nunca hubiera pedido permiso a Dios para zarandear a alguien a no ser que ese alguien haya cruzado la línea de la obediencia. Dios está haciendo algo nuevo en este tiempo y hemos sido elegidos para ser testigos poderosos para muchos. El nos ha liberado y nos está preparando para sus propósitos eternos. Y mientras más grande sea la entrega a la voluntad de Dios, más severa será la lucha espiritual.

En nuestro caminar cristiano, cuando cruzamos la línea de la obediencia se encienden las alarmas del infierno. Y en el momento en que cruzamos esa línea hacia una vida de obediencia a Dios y de entrega a Cristo sin condiciones, nos convertimos en una amenaza para el reino de las tinieblas y un blanco de los principados y poderes demoníacos. El testimonio de cada creyente que se entrega al Señor con todo su corazón incluye el repentino ataque por medio de problemas y pruebas extrañas e intensas.

Si has cruzado la línea de la obediencia, entonces estarás provocando olas en el mundo invisible. Hay pruebas y problemas, y también hay luchas. Se trata de un gran ataque satánico que quiere destruirlo todo. Generalmente se comprime en un periodo corto de tiempo pero intenso. Para Pedro duraría unos cuantos días, pero esos días serían los días más horribles, más probados y más arrepentidos de su vida. Ese tiempo sacudió y quitó el orgullo que había derribado a Pedro. La sacudida quitó de su alma estorbos que pudieron haber destruido su testimonio para siempre. Gracias a Dios, la fe de Pedro no falló, y de la misma forma como Jesús oró para que no le faltara la fe (Lc 22,32), así ora por nosotros de la misma manera.

A veces debemos enfrentar el silencio divino, sin escuchar la voz de Dios por un tiempo. Podemos caminar a través de periodos de confusión total sin ninguna guía aparente, con aquella pequeña voz detrás en completo silencio. Quizás no podemos ver el camino y cometemos errores. Decimos: “Oh Dios, ¿qué ha sucedido? ¡No sé por donde ir!”

¿Realmente Dios esconde su rostro a aquellos a los que ama? ¿Es posible que nos deje de su mano por un corto tiempo para enseñarnos confianza y dependencia? La Biblia responde claramente: “Dios dejó solo a Ezequías, para probarle y conocer todo lo que estaba en su corazón” (2 Cr 32,31).

Tal vez estamos pasando por un aluvión de pruebas ahora mismo. Los cielos parecen de bronce. Fallamos repetidamente. Esperamos y esperamos respuestas a nuestra oración. Hay aflicción en nuestra alma. ¡Nada ni nadie puede arreglar esa necesidad en el corazón!

¡Ese es el momento en que debemos decidirnos! No hay por qué reírse o gozarse, porque tal vez no tenga felicidad en este momento. Es más, puede que sólo haya tumulto en el alma. Pero podemos saber que Dios está todavía con nosotros, porque las Escrituras dicen: “El Señor gobierna en el diluvio y se sienta como rey eterno” (Sal 29,10). Pronto escucharás la voz de Dios: “No te aflijas, no tengas pánico. Sólo mantén tus ojos en mí y encomiéndame todas las cosas.” Y sabrás que continúas siendo el objeto del increíble amor de Dios.

Fuente: World Challenge Inc.

jueves, 9 de diciembre de 2010

CRUZ Y EUCARISTIA

“La predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios” (1 Cor 1,18). San Pablo se gloriaba en ella diciendo: “Dios me libre gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Gal 6,14) y él no quería saber otra cosa más que la cruz: “no quise saber entre vosotros sino a Jesucristo y éste crucificado” (1 Cor 2,2). El Sacrificio del Altar es como el instrumento supremo por el que se distribuyen a los fieles los méritos de la Cruz. El Calvario fue el primer Altar, el Altar verdadero; después, todo el Altar se convierte en Calvario. Esto es la Eucaristía: el amor de Cristo hasta el extremo para ti, para mí, durante toda la vida. Porque la Eucaristía es poner a nuestra disposición toda la omnipotencia, bondad, amor y misericordia de Dios, todos los días y todas las horas de nuestra vida. 

Jesucristo está presente en la Iglesia en el misterio del Amor y de la Fe; es decir, en el Misterio de la Eucaristía. Él está verdaderamente presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Si esta presencia suya fuera creída, sentida y vivida por todos en toda la sublime y maravillosa realidad divina, se transformaría en tal fermento de purificación y vida sobrenatural que arrancaría gracias y hasta milagros insospechados de su Corazón Misericordioso. Por desgracia, parece que no son muchos los que creen firmemente; la mayoría cree débilmente y no faltan los que en realidad no creen en su presencia Eucarística. Con razón los últimos Papas han hablado repetidamente de crisis de fe, causa y origen de innumerables males. ¿Estamos dispuestos a un regreso sincero y vivo a Jesús Eucaristía? 

Debemos comprender que ésta es una cuestión de fe y de amor. Es mucho más importante encender el fuego del amor que tantas otras actividades; encender los braseros de fe y de caridad. “Todas las buenas obras del mundo juntas no equivalen al Santo Sacrificio de la Misa porque son obras de los hombres, mientras que la Misa es obra de Dios” (Santo Cura de Ars). Es necesario que las almas de los fieles sepan donde pueden templarse y alimentarse, y tengan un punto seguro para no perderse en la oscuridad de la noche. Jesucristo, Verbo Eterno de Dios, está realmente presente y vibrante de vida y de ardor en el Misterio de la Eucaristía. Los pastores deben saber que hay mucho que hacer y mucho pueden hacer llevando a su rebaño, cada vez más unido, a los pies del Tabernáculo. Ninguna renovación ni regeneración es posible sin Jesús Eucaristía. La Virgen María es la Puerta por la que el Verbo de Dios entra y se inserta en la humanidad; la Cruz, Misterio realmente perpetuado e incesantemente consumado y renovado en el Misterio de la Eucaristía, es y será la liberación de la humanidad. San Pío de Pietrelcina afirmó que “para la tierra sería más fácil existir sin el sol que sin el Sagrado Sacrificio de la Misa”

Es tiempo de creer firmemente en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. No podemos olvidar que el Sacrificio de la Santa Misa es la renovación real del Sacrificio de la Cruz. Necesitamos acercarnos a este Misterio de Amor tan infinito con espíritu de fe y de gracia, llegando al momento de la Consagración con recogimiento para poder darnos cuenta que en ese instante se repite el prodigio de los prodigios; se realiza la Encarnación del Verbo de Dios. Aunque teóricamente se admita que el Santo Sacrificio de la Misa es el mismo Sacrificio de la Cruz, en la práctica se niega con un comportamiento que revela la ausencia de fe, esperanza y amor. ¡Qué océano infinito de miserias, de profanaciones, de traiciones, de oscuridad espiritual! Si todos los sacerdotes estuvieran animados por una fe viva, por un amor ardiente cuando le tienen entre las manos, ¡cuántos ríos de gracia podrían arrancar de su Corazón Misericordioso, aun para ellos y para las almas que ellos deben apacentar! “El hombre debería temblar, el mundo debería vibrar, el Cielo entero debería conmoverse profundamente cuando el Hijo de Dios aparece sobre el altar en las manos del sacerdote” (San Francisco de Asís). 

La urgencia del mensaje Eucarístico radica en las mismas palabras de Cristo: “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi Carne por la vida del mundo... Si no coméis la Carne del Hijo del hombre, y no bebéis su Sangre, no tenéis vida en vosotros” (Jn 6,51.53). El capítulo seis del Evangelio de San Juan nos presenta más de cuarenta versículos donde se habla de la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Es en ese contexto y a partir de este momento, cuando muchos de los que seguían a Jesús dejaron de estar con Él (Jn 6,60-66). Lo mismo que les preguntó a los Doce, nos pregunta hoy a nosotros: “¿También vosotros queréis iros?” (Jn 6,67). El abandono del Sagrario es causa de muchos males en la Iglesia; ¿cómo podemos perdernos esta enorme Gracia del Cielo? 

La Santa Misa es el milagro de los milagros; para el Señor no existe ni tiempo ni distancia y en el momento de la Consagración, toda la asamblea es trasladada al pie del Calvario en el instante de la crucifixión de Cristo. La Eucaristía es Cristo mismo prolongando su vida y su sacrificio en la Cruz entre nosotros; sin los méritos de su vida y de su Sangre, ¿qué tenemos para presentarnos ante el Padre si no es miseria y pecado? Así lo expresaba Santa Teresa de Jesús: “Sin la Santa Misa, ¿qué sería de nosotros? Todos aquí abajo pereceríamos ya que únicamente eso puede detener el brazo de Dios. Sin ella, ciertamente que la Iglesia no duraría y el mundo estaría perdido sin remedio”. No hay en el mundo lengua con que poder expresar la grandeza y el valor de la Santa Misa; si la verdad es que Cristo se ofrece al Padre Eterno todos los días por la salvación de los hombres, por la salvación del mundo, ¿vamos a dejarlo sólo? Es el acto más grande, más sublime y más santo que se celebra todos los días en la tierra; nada hay más sublime en el mundo que Jesucristo, y nada hay más sublime en Jesucristo que su Santo Sacrificio en la Cruz, actualizado y renovado en cada Misa.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

CENTINELAS VIGILANTES

Oh, en vuestros días, ¡qué bellos son los pies de los que anuncian la paz, de los que difunden la Buena Nueva de la salvación y del triunfo de la Divina Misericordia! Sed vosotros estos anunciadores de paz. Sed vosotros hoy centinelas vigilantes sobre los montes de la confianza y la esperanza.

Sed centinelas vigilantes en el tiempo oscuro de la infidelidad y de la apostasía. Así difundiréis en torno a vosotros la luz vivísima del Evangelio, daréis a todos la fuerza de la Palabra de Dios e indicaréis el camino que hay que recorrer para permanecer siempre en la Verdad.

Todo el mundo espera, con ardiente esperanza vuestro anuncio. Vosotros sois los apóstoles de esta segunda evangelización. Predicad a todas las gentes que Jesucristo es el único Señor, vuestro Salvador y Redentor y que ya está para retornar a vosotros en el esplandor de su gloria.

Sed centinelas vigilantes en la hora del mayor triunfo de Satanás y de todos los espíritus del mal. La humanidad está en su poder; el mundo está puesto en las manos del Maligno. Por esto las almas se han vuelto esclavas del pecado y soportan el peso de la separación de Dios, sola fuente de vuestra felicidad.

Así la desesperación se difunde, la violencia y el odio reinan soberanos en las relaciones entre individuos y naciones y sois cada vez más aplastados bajo la prensa sangrienta de las revoluciones y de las guerras, de las divisiones y de las luchas fraticidas. Habéis alcanzado el culmen de la tribulación y vivis los años del gran castigo, que de tantas maneras, os ha sido ya anunciado.

Sed centinelas vigilantes que trazan el camino del retorno al Dios de la paz y de la vida, del amor y de la alegría. Para esto es necesrio que os liberéis del yugo del pecado, para vivir siempre en la Gracia y en la comunión con Dios, oponiéndoos al espíritu del mundo en que vivis. Entonces seréis siempre fieles a las promesas de vuestro Bautismo. Por medio de vosotros podrá volver al mundo la luz de la bondad y del amor, de la fraternidad y de la paz, de la confianza y de la alegría.

Sed centinelas vigilantes que anuncian que es ya inminente el gran día del Señor. Dad a todos este anuncio para abrir los corazones a la esperanza, para que en vuestro tiempo se concluya el segundo Adviento y todos se preparen a recibir el celeste rocío de la divina Misericordia, que ya está para derramarse sobre el mundo entero.

Así, aún en los indecibles sufrimientos del tiempo que vivis, vuestros corazones y vuestras almas pueden abrirse al gozo de este anuncio y a la espera de aquel acontecimiento prodigioso, que vosotros invocáis con gemidos inenarrables: ¡vuelve, Señor Jesús!

Fuente: A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Santísima Virgen

jueves, 25 de noviembre de 2010

LEVANTATE Y ANDA

Cuántas veces nos encontramos como el paralítico del Evangelio (Jn 5,1-18) que no consigue salir de su situación por sus propios medios y que, al mismo tiempo, a su alrededor no hay más que enfermos, ciegos, cojos y tullidos. Sin embargo, cuando llega Jesús y le permite acercarse a él las cosas empiezan a cambiar. El Señor nos está ofreciendo andar, pero somos nosotros quienes debemos levantarnos. Su Palabra nos está confrontando a cada uno de nosotros: levantarnos por fe y salir de esta situación o quedarnos como estamos compadeciéndonos de nosotros mismos.

Nos cuesta tanto creer que en medio de nuestro abatimiento, debilidad y pecado es Dios quien nos sigue amando y llamando para levantarnos, sanarnos y perdonarnos. Necesitamos la fe de un niño para aceptar este amor y decirle: "¡Por tu Palabra, me levantaré y caminaré contigo, Señor!

La Iglesia de Jesucristo necesita regresar al Cenáculo en oración, con María, para poder levantarse en el poder del Espíritu Santo y salir al mundo a testificar que Cristo vive. En medio de la persecución debe promover la vida en el Espíritu para que nada ni nadie logren apagar el fuego que la mantiene encendida como luz del mundo (Mt 5,14). Es necesario reavivar la zarza ardiente del Espíritu Santo que dio a luz a la Iglesia el día de Pentecostés. Un Pentecostés no solo de un momento, de un día, sino un Pentecostés permanente, según la intuición de la beata Elena Guerra quien, al final del siglo XIX, urgió al Papa León XIII a conducir a la Iglesia de vuelta al Cenáculo.

El viento del Espíritu está soplando con fuerza, ¿no escuchas su voz? El fuego del Espíritu quiere purificar, quemar y encender nuestros corazones, ¿no experimentas su poder? Pueblo de Dios, ¡levántate y anda! "¡Pues éste es el tiempo favorable; éste es el día de la salvación!" (2 Cor 6,2).

miércoles, 17 de noviembre de 2010

PALABRA DE DIOS Y FE


« Cuando Dios revela, el hombre tiene que “someterse con la fe” (cf. Rm 16,26; Rm 1,5; 2 Co 10,5-6), por la que el hombre se entrega entera y libremente a Dios, le ofrece “el homenaje total de su entendimiento y voluntad”, asintiendo libremente a lo que Él ha revelado ».Con estas palabras, la Constitución dogmática Dei Verbum expresa con precisión la actitud del hombre en relación con Dios.  

La respuesta propia del hombre al Dios que habla es la fe. En esto se pone de manifiesto que « para acoger la Revelación, el hombre debe abrir la mente y el corazón a la acción del Espíritu Santo que le hace comprender la Palabra de Dios, presente en las sagradas Escrituras ». En efecto, la fe, con la que abrazamos de corazón la verdad que se nos ha revelado y nos entregamos totalmente a Cristo, surge precisamente por la predicación de la Palabra divina: « la fe nace del mensaje, y el mensaje consiste en hablar de Cristo » (Rm 10,17). 

La historia de la salvación en su totalidad nos muestra de modo progresivo este vínculo íntimo entre la Palabra de Dios y la fe, que se cumple en el encuentro con Cristo. Con él, efectivamente, la fe adquiere la forma del encuentro con una Persona a la que se confía la propia vida. Cristo Jesús está presente ahora en la historia, en su cuerpo que es la Iglesia; por eso, nuestro acto de fe es al mismo tiempo un acto personal y eclesial.

El pecado como falta de escucha a la Palabra de Dios

La Palabra de Dios revela también inevitablemente la posibilidad dramática por parte de la libertad del hombre de sustraerse a este diálogo de alianza con Dios, para el que hemos sido creados. La Palabra divina, en efecto, desvela también el pecado que habita en el corazón del hombre. Con mucha frecuencia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, encontramos la descripción del pecado como un no prestar oído a la Palabra, como ruptura de la Alianza y, por tanto, como la cerrazón frente a Dios que llama a la comunión con él.  

En efecto, la Sagrada Escritura nos muestra que el pecado del hombre es esencialmente desobediencia y « no escuchar ». Precisamente la obediencia radical de Jesús hasta la muerte de cruz (cf. Flp 2,8) desenmascara totalmente este pecado. Con su obediencia, se realiza la Nueva Alianza entre Dios y el hombre, y se nos da la posibilidad de la reconciliación. Jesús, efectivamente, fue enviado por el Padre como víctima de expiación por nuestros pecados y por los de todo el mundo (cf. 1 Jn 2,2; 4,10; Hb 7,27). Así, se nos ofrece la posibilidad misericordiosa de la redención y el comienzo de una vida nueva en Cristo. Por eso, es importante educar a los fieles para que reconozcan la raíz del pecado en la negativa a escuchar la Palabra del Señor, y a que acojan en Jesús, Verbo de Dios, el perdón que nos abre a la salvación.

Fuente: Verbum Domini (S.S. Benedicto XVI)

jueves, 11 de noviembre de 2010

CREER PARA VER

Cuando Jesús se encuentra en Betania con motivo de la muerte de Lázaro, le dice a Marta: "¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?" (Jn 11,40).

Primero es creer y luego es ver. Cuando creemos de verdad, vemos la gloria de Dios en nuestra vida. Muchas veces parece que necesitamos ver para poder creer; sin embargo, el Señor nos muestra que las cosas de Dios no funcionan así. Nos está llamando a creer, a confiar, a abandonarnos en su misericordia infinita para que podamos ver la gloria de Dios.

Tenemos que dar un paso al frente y decidir creer, debemos tomar la firme decisión de confiar en su Amor y en su Providencia. Cuando no decidimos, ya estamos tomando una decisión; la indecisión es decidir algo, es decidir no creer. ¿No te ha dicho el Señor que si crees, verás la gloria de Dios?

Si no creemos, no tenemos fe, y si no tenemos fe, no podemos agradar a Dios (Heb 10,38). "Tener fe es tener la plena seguridad de recibir aquello que se espera; es estar convencidos de la realidad de cosas que no vemos" (Heb 11,1). Abraham creyó y vió la gloria de Dios en su vida cuando el Señor le llamó a salir de su tierra sin saber a dónde iba (Heb 11,8-12). Moisés creyó y vió la gloria de Dios en su vida cuando el Señor le llamó a liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto (Ex 13,17-22;14,1-30). Josué creyó y vió la gloria de Dios en su vida cuando el Señor le llamó a tomar la ciudad de Jericó (Jos 6,12-21). La Virgen María creyó y vió la gloria de Dios en su vida cuando el Señor le anunció la Encarnación del Hijo de Dios (Lc 1,26-38).

El Señor nos está invitando hoy a creer en Él y en su Palabra con todas nuestras fuerzas, de manera que podamos ver la gloria de Dios en nuestra vida y a través de nuestra vida, para el bien de los demás. Que todo sirva para mayor gloria de Dios, especialmente cuando creemos sin miedo y sin dudas.

viernes, 5 de noviembre de 2010

EL HOMBRE SOBRENATURAL

A menudo no sabemos qué hacer, nos sentimos como ante puertas cerradas con siete candados. ¿Qué decisión tomar? Pretendemos saber siempre cómo se desarrollará todo en el futuro. Nadie puede saber lo que vendrá, por eso se es cauteloso, por eso hay también una conducción tan poco clara y segura. El hombre sobrenatural es audaz en sus decisiones.

Desde el punto de vista paulino, el hombre sobrenatural procede ciñiéndose siempre a la ley de la puerta abierta. Tiene una gran meta que no pierde de vista. Siempre detecta cada una de las etapas, auscultando la situación del tiempo. Así percibe enseguida cuál es el designio de Dios para el momento presente. Y mañana se enterará de lo que tenga que ver con el mañana.

El hombre moderno es, por naturaleza, colectivista, orientado hacia la masa. De ahí que le resulte extraordinariamente difícil tomar la responsabilidad en sus propias manos; de ahí la necesidad de dejarse guiar. Pero hemos de tener la valentía de decidirnos. Pretender disponer de un panorama certero de todas las cosas, pretender abordar la obra con absoluta seguridad personal significaría esperar quizás décadas. En cambio, el hombre sobrenatural marcha con valentía, asumiendo el riesgo de equivocarse y fracasar en su empresa. Pero esa equivocación y fracaso eventuales se convertirán entonces en un medio externo para crecer aún más profundamente en el mundo sobrenatural.

El hombre sobrenatural se encuentra en el mundo del más allá y maneja y configura el mundo del más acá. Es decir, está con ambos pies en el más allá y con ambos pies en el mundo del más acá. La gracia perfecciona la naturaleza, no la destruye sino que la eleva. Para nosotros rige una ley: los hombres más sobrenaturales deben ser los más naturales.

El hombre sobrenatural tiene una visión clara, amplia y profunda; ya no ve las cosas solo con ojos naturales, tiene un nuevo órgano visual: los ojos de Dios. Así ve todas las cosas de la vida diaria y aprende a manejar su vida a la luz de la fe. Es audaz porque tiene el valor de arriesgar algo, de decidirse y de llevar a cabo lo decidido a pesar de todas las dificultades. El hombre se distingue de los animales por su libertad; la libertad tiene dos dimensiones: la capacidad de decisión y la capacidad de llevar a cabo lo decidido. Sin la libertad interior no seremos personalidades fuertes que Dios pueda usar como instrumentos. El hombre sobrenatural camina por la vida sin mayor miedo, utiliza todas las inseguridades para encontrar seguridad en Dios, entregándose al Padre sin condiciones, sencillamente y como un niño.

El hombre sobrenatural es alegre porque está seguro de la victoria. Es obvio decir que, en último término, Dios tiene que triunfar contra el demonio a pesar de todas las situaciones externas adversas. Por eso también resulta evidente para el hombre sobrenatural que, en último término, la victoria debe corresponder a su bandera, a la bandera de Cristo. ¡Solamente tiene que mantener viva la conciencia de ser instrumento!

Fuente: P. Kentenich
 

jueves, 28 de octubre de 2010

ALMA MISIONERA

“La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9,37-38). Tantas veces hemos rogado al Señor que envíe obreros a esta mies abundante de nuestro país, conscientes de la gran urgencia y necesidad de una nueva evangelización, y tantas veces el Señor ha puesto la “carga” sobre nosotros, de tal manera, que ha venido preparando nuestro corazón para estar hoy dispuestos a dejarlo todo y ponernos a disposición de esta misión. Deseamos perder nuestra vida y renunciar a nuestros planes, conscientes de que hay mayor felicidad en dar que en recibir, y con la mirada puesta siempre en el Crucificado que dejó su rango divino y se despojó de todo por nosotros. “No tengáis miedo”, es la invitación constante que escuchamos y por ello deseamos remar mar adentro, decididos a responder al llamado que sentimos del Señor.

Nosotros, como matrimonio, encontramos en Aquila y Priscila un ejemplo sobresaliente de la poderosa influencia y el bendito servicio que un matrimonio, consagrado como uno a los intereses de Cristo, puede ejercer y llevar a cabo. Cuando el apóstol San Pablo vino a Corinto, el hogar de ellos se abrió para él y juntos vivieron y trabajaron en su oficio de construir tiendas por un espacio de tiempo. Aquila y Priscila constituyeron una bendición para Pablo y nos dejaron un modelo importante del ministerio laico, particularmente el del apostolado en equipo (Hch 18,2-3. 18-19. 24-26; Rom 16,3-5).

A lo largo de estos últimos años de nuestra vida, el Señor ha ido encendiendo un fuego en nuestro corazón que, lejos de extinguirse a pesar del tiempo y de momentos de gran incertidumbre, no ha dejado de crecer y de inspirar en nosotros una decisión firme de ir más allá y de mirar donde otros no miran, fijando nuestra mirada solo en Dios. Él nos está invitando a ir hacia delante sin volver más nuestra mirada atrás (Lc 9,62), para conquistar nuevos horizontes. Deseamos ser canales de la gracia de Dios para que Él pueda escribir una historia nueva en el corazón de muchos que aún no le conocen en este país. “Quien no se arriesga y no deposita su confianza en Dios, es porque aún no ha dejado que Dios sea el dueño de su vida”. Dios nos invita incesantemente a dejarnos sorprender por su gran amor y poder en medio de nuestra vida, y confiar plenamente en su voluntad; nos invita a arriesgarnos en su Nombre con la certeza de que Él no implica un riesgo para nosotros bajo ninguna circunstancia, sino más bien una seguridad absoluta porque en todo interviene para bien de los que le aman (Rom 8,28) y jamás permitirá que experimentemos algo que vaya más allá de nuestras propias fuerzas (1 Cor 10,13). Ha puesto en nosotros la seguridad de que en medio de nuestra propia incapacidad, es Él quien nos capacita.

Toma, Señor, nuestra vida antes de que la espera desgaste años en nosotros; estamos dispuestos a lo que quieras, no importa lo que sea. Te damos nuestro corazón sincero para gritar sin miedo tu grandeza, Señor, y así en marcha iremos cantando y por las calles predicando lo bello que es tu amor. Señor, tenemos alma misionera, condúcenos a la tierra que tenga sed de Dios. Llevanos donde los hombres necesiten tus palabras, donde falte la esperanza y donde falte la alegría, simplemente por no saber de Ti.

“Todo el que invoque el nombre del Señor se salvará. Ahora bien, ¿cómo van a invocarlo, si no creen en él?; ¿cómo van a creer, si no oyen hablar de él?; y ¿cómo van a oír si nadie les predica?; y ¿cómo van a predicar si no son enviados? Lo dice la Escritura: ¡Qué hermosos los pies de los que anuncian el Evangelio!” (Rom 10,13-15)

miércoles, 20 de octubre de 2010

REMA MAR ADENTRO

Es tiempo de remar mar adentro (Lc 5,4), de ir a lo profundo de nuestra fe. La evangelización más eficaz es la que nace de la adoración y lleva a la adoración. Predicar y adorar son los dos grandes propósitos que tenemos para evangelizar desde el poder del Espíritu Santo, utilizando los medios que tenemos a nuestro alcance. Para adorar a Dios “en espíritu y verdad” (Jn 4,23-24) necesitamos reconocer que Dios es Dios y que nosotros somos sus criaturas y pueblo de su propiedad, y para predicar necesitamos formarnos de manera que podamos anunciar de palabra y de obra aquello que el Espíritu Santo ha venido haciendo en nosotros y así podamos dar razón de nuestra fe (1 Pe 3,15).

Quizás este sea el momento de romper el círculo de lo cotidiano y dejar de hacer lo mismo de siempre para ir más allá, para ir a lo profundo. Muchas veces tenemos la tentación de hacer círculos de seguridad a nuestro alrededor y parece que de ahí no queremos salir porque ahí estamos seguros; sin embargo, en la pedagogía de Dios, Él solamente nos da más cuando vamos más allá de lo normal y cuando estamos dispuestos a salir de nuestros círculos. Tengamos presente el ejemplo de Moisés; el que sería el gran libertador del Pueblo de Israel se encontraba en un momento de su vida como un pastor solamente. Para que Dios le llamara a ser su mensajero y fuera a liberar a su pueblo de la opresión del faraón, lo primero que tuvo que pasar fue que un día Moisés se atrevió a ir muy lejos en el desierto. El día que se le ocurre ir muy lejos es cuando Dios se le aparece en medio de la zarza y se encuentra con él recibiendo un mensaje que no alcanza a comprender. Cuando este hombre va mas allá de lo ordinario o normal en su vida es cuando recibe el llamado de Dios.

Ser un pueblo en misión es estar dispuestos a romper todos los círculos de estancamiento que se forman a nuestro alrededor. Si queremos ser usados en abundancia por Dios tenemos que romper el circulo de lo ordinario una y otra vez. Dios no llamó a Moisés hasta que se decidió a tomar esta actitud. Tomemos esta actitud, hermanos, de ir más allá, de ir a lo profundo; quizás tengamos que dejar de hacer algunas cosas que llevamos haciendo siempre para poder hacer otras a favor de una Nueva Evangelización más efectiva, que de más fruto para la gloria de Dios.

“Esto es lo que dice el santo, el veraz, el que tiene la llave de David, el que abre y nadie cerrará, el que cierra y nadie abrirá: Conozco tus obras; tengo abierta delante de ti una puerta que nadie puede cerrar, porque, a pesar de tu debilidad, has guardado mi palabra y no has renegado de mí... Porque has guardado mi consigna de perseverancia, yo te guardaré en la hora de la prueba que va a sobrevenir sobre todo el mundo para probar a los habitantes de la tierra. Mi venida está próxima; guarda bien lo que tienes, para que nadie te quite tu corona.” (Ap 3,7-8.10-11)

lunes, 11 de octubre de 2010

EL SANTO ROSARIO

El Rosario es la oración de María; es la oración que ha venido a pedirnos desde el cielo, porque es el arma que debemos usar en estos tiempos de la gran batalla y el signo de su segura victoria. Su victoria se hará efectiva cuando Satanás, con su potente ejército de todos los espíritus infernales, sea encerrado en su reino de tinieblas y de muerte, de donde no podrá salir jamás para dañar al mundo.

Para esto debe descender del cielo un Ángel al que se le ha dado la llave del abismo y una cadena con la cual atará al gran dragón, a la serpiente antigua, Satanás, con todos sus secuaces. El Ángel es un Espíritu, que es enviado por Dios, para cumplir una misión particular.

María es la Reina de los Ángeles, porque entra en su designio particular el ser enviada por el Señor a realizar la mayor y más importante misión de vencer a Satanás. De hecho, ya desde el principio, fue preanunciada como Aquella que es enemiga de la serpiente. Aquella que lucha contra la serpiente, Aquella que al final le aplastará la cabeza. "Pondré enemistad entre ti y la Mujer, entre tu descendencia y la Suya. Ella te aplastará la cabeza, mientras tú intentarás morder su talón" (Gen 3,15).

Su descendencia es Cristo. En Él, que ha llevado a cabo la obra de la Redención y nos ha librado de la esclavitud de Satanás, se realiza su completa victoria. Por esto, le es confiada la llave, con la que es posible abrir o cerrar la puerta del abismo. La llave es el signo del poder que tiene quien es dueño y señor de un lugar, que le pertenece. En este sentido, el que posee la llave de todo lo creado es solo el Verbo encarnado, porque por medio de Él todo ha sido creado, y por esto Jesucristo es el Rey y Señor de todo el universo, esto es, del cielo, de la tierra, y del abismo.

Solo Jesús posee la llave del abismo, porque es Él mismo la Llave de David, que abre y nadie puede cerrar, que cierra y nadie puede abrir. Jesús pone esta llave, que representa su divino poder, en la mano de María, porque como Madre suya, medianera entre su Hijo y nosotros le ha sido confiada la misión de vencer a Satanás y a todo su potente ejército del mal.

La cadena, con la que el gran dragón debe ser atado, está formada por la oración hecha con María y por medio de Ella. Esta oración es la del Santo Rosario. Una cadena, en efecto, tiene primero la misión de limitar la acción, después la misión de aprisionar y al final la de anular toda actividad del que es atado con ella.

La cadena del Santo Rosario tiene ante todo la misión de limitar la acción del Adversario. Cada Rosario que recitamos con María, tiene el efecto de restringir la acción del Maligno, de substraer las almas de su maléfico influjo y de dar mayor fuerza a la expansión del bien en la vida de muchos hijos suyos. La cadena del Santo Rosario tiene también el efecto de aprisionar a Satanás, esto es, de hacer impotente su acción y de disminuir y debilitar cada vez más la fuerza de su diabólico poder. Por esto, cada Rosario bien recitado es un duro golpe dado a la potencia del mal, es una parte de su reino que es demolida. La cadena del Santo Rosario obtiene en fin el resultado de hacer a Satanás completamente inofensivo. Su gran poder es destruido.

Comprendamos ahora por qué en estos últimos tiempos de la batalla entre la Mujer vestida del Sol y el gran dragón, Ella nos pide que multipliquemos por todas partes los Cenáculos de oración, con el rezo del Santo Rosario, la meditación de su palabra y nuestra consagración a su Corazón Inmaculado. La humilde y frágil cuerda del Santo Rosario forma la fuerte cadena con la cual hará su prisionero al tenebroso dominador del mundo, al enemigo de Dios y de sus siervos fieles.

Fuente: A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Santísima Virgen
 

martes, 5 de octubre de 2010

LA ULTIMA PERSECUCION

El creer que una persecución aguarda a la Iglesia puede actuar como un freno sobre nuestros corazones rebeldes y egoístas, sea que ésta tenga lugar en nuestros días o no. Seguramente, con esta perspectiva por delante, no nos podemos permitir el abandonarnos a pensamientos de facilismo y confort, al deseo de enriquecernos, de instalarnos o de elevarnos en el mundo.

Seguramente, con esta perspectiva por delante, no podemos sino pensar en ser aquello que todos los cristianos son en su verdadera condición (o por lo menos aquello que deberían desear ser, aquello en que deberían fijar su voluntad, si fuesen verdaderos cristianos de corazón), o sea, peregrinos, centinelas aguardando el alba, aguardando la luz, aguzando ansiosamente nuestros ojos para percibir los primeros rayos de la mañana, esperando la venida de Nuestro Señor, Su glorioso advenimiento, cuando Él ponga fin al reinado del pecado y de la maldad, complete el número de Sus elegidos y perfeccione a aquellos que al presente luchan contra la debilidad, mas en sus corazones lo aman y lo obedecen.

¡Quiera Dios que todo esto se realice a su hora, de acuerdo a su infinita misericordia!

¡Quiera Él darnos la perseverancia a lo largo de nuestro éxodo, y la paz a su término!

Fuente: Cuatro sermones sobre el Anticristo (John Henry Newman)
 

miércoles, 29 de septiembre de 2010

SANTOS ARCANGELES

Dios ha encomendado a los Santos Arcángeles las misiones más importantes en relación a los hombres. Son custodios y protectores de las almas y mensajeros de Dios. Aunque hay siete Arcángeles nosotros hablaremos sólo de tres: Miguel (Ap 12,7-9), Gabriel (Lc 1,11-20; 26-38) y Rafael (Tob 12,15).

ARCÁNGEL SAN MIGUEL. A Miguel se le representa con el traje de guerrero como Príncipe de la Milicia Celestial. Es el que más aparece en las Sagradas Escrituras, y no en vano, ya que la tradición judía hace de él el Arcángel más poderoso. Su nombre significa “Quién como Dios” que es precisamente el lema que gritaba al luchar contra las huestes de Lucifer. Principie de los Ejércitos Celestiales, fue quien arrojó a Satanás al abismo, y es el que según el Apocalipsis vencerá a la Bestia. La Santa Iglesia da a este Santo Arcángel el más alto lugar de todos los Arcángeles y según la Tradición se le reconoce desde siempre como el guardián de los ejércitos cristianos contra los enemigos de la Iglesia y como protector de los cristianos contra los poderes diabólicos, especialmente a la hora de la muerte donde el alma libra su ultima batalla.

ARCÁNGEL SAN GABRIEL. Gabriel significa fortaleza de Dios; según el profeta Daniel (Dan. 9, 21) fue este Arcángel el que anunció el tiempo de la venida del Mesías; y fue él, quien se apareció a Zacarías estando de pie a la derecha del altar del incienso para darle a conocer el futuro nacimiento del Precursor (Lc 1, 10-19). Este Arcángel como mensajero de Dios, fue enviado a la Virgen María en Nazaret para anunciarle el Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios en sus entrañas purísimas, y asimismo, es el Arcángel que tranquiliza a San José respecto a la virginidad de María. Se le considera el Patrón de los periodistas y de los medios de información.

ARCÁNGEL SAN RAFAEL. Rafael significa medicina de Dios. En el Libro de Tobías se cuenta que Dios envió a San Rafael a ayudar al anciano Tobías, a quien para probar su paciencia le había quitado la vista y los bienes, y se hallaba en una gran aflicción, y para acompañar al hijo de este en un larguísimo y peligroso viaje para que consiguiera esposa. En el viaje explicó al jóven Tobías cómo podía casarse con Sara, hija de Raguel, vecina de Ragués de Media, ciudad de los medos. Sara rogaba a Dios la librara de la desgracia que la afligía con la muerte de sus varios esposos, apenas contraía matrimonio. Oyó el Señor las oraciones de Tobías y de Sara y envió a su Arcángel Rafael para aliviarlos.

Creyendo el anciano Tobías próxima su muerte, llamó a su hijo para enviarle a cobrar a un pariente suyo residente en Rages una deuda que tenía con él. Al salir de casa, encuéntrase el joven Tobías con un joven (que era el Arcángel S. Rafael) que se le ofrece para acompañarle en el viaje. Pasando por casa de Raguel y prendado Tobías de su joven hija Sara, le dice el Arcángel que la pida por esposa, pues no le ocurrirá como a los demás maridos habidos por ella que se morían el mismo día que contraían matrimonio. Raguel aceptó a Tobías con gran gozo y le dio a su hija única, enterado por San Rafael de que sería ahuyentado el demonio causante de los anteriores males al cumplir el joven Tobías las instrucciones que él le diera. A este Santo Arcángel se le invoca en los viajes, para alejar toda clase de enfermedades y como protector de los novios.

Fuente: Betania

viernes, 24 de septiembre de 2010

LA SANTA MISA

La digna celebración de la Santa Misa obliga al sacerdote a un detenido y profundo sondeo de las disposiciones de su espíritu para el desempeño de su sagrado ministerio. Debe escudriñar en su conciencia para disponerla en el mejor modo posible.

Seguiremos a San Buenaventura (tratado de la preparación de la Santa Misa) para indicar las adecuadas actitudes del sacerdote en la preparación de la Misa para conseguir una digna celebración del Santo Sacrificio.

En primer lugar el sacerdote debe avivar la fe en lo referente al misterio divino sobre el que tanto poder ha recibido y que con tanta reverencia debe tratar. Son muy altas y misteriosas las realidades contenidas en este Sacramento y, admirables los significados que en él se encierran. Por ello, ha de acallar la curiosidad de la razón, que quisiera con sus solas fuerzas, indagar estas inefables verdades, y ha de plegarse con humildad y reverencia a las palabras de Cristo al instituir el Sacramento.

En segundo lugar, debe el sacerdote realizar un profundo examen de conciencia y una frecuente confesión para mantener y aumentar la vida del alma. Asimismo, la limpieza y buenas disposiciones del cuerpo han de ser igualmente procuradas con el cuidado que este Sacramento merece.

No sólo debe contentarse el sacerdote con la limpieza del alma, debe, en tercer lugar, ir aparejado con el mayor grado de caridad y fervor posible. Los pecados veniales, las imperfecciones del alma, la tibieza del espíritu, las negligencias en la obra divina: todo debe ser sacudido como polvo que desfigura el alma con un ardiente amor al Señor. Deben estimular al sacerdote los inmensos e innumerables dones que de este Divino Sacrificio se derivan para todo el Cuerpo Místico de Cristo en el Cielo, en la Tierra y en el Purgatorio, y los suavísimos efectos que causa en el alma que dignamente se alimenta con este celestial manjar.

Finalmente, en cuarto lugar, insiste San Buenaventura en la pureza de intención y elevación de miras que deben acompañar al sacerdote en la celebración del Santo Sacrificio. No podrá jamás sacerdote alguno decir la Misa con la debida atención, si no hace el aprecio que merece tan sublime Sacrificio.

Toda la vida del sacerdote debería ser una continua preparación para celebrar la Misa, y la preparación debería ser pensando en que fuera la última Misa. Esta preparación comienza con una vida pura y santa, para celebrar el Santo Sacrificio dignamente.

¡Qué pureza y santidad no deberá ser la del sacerdote que con sus palabras ha de llamar al Hijo de Dios y le ha de traer desde el Cielo a sus manos y depositarle dentro de su pecho! No basta que esté libre de pecados mortales, es necesario que esté exento de pecados veniales (deliberados); es necesario que todas las acciones, las palabras y los pensamientos del sacerdote que ha de celebrar la Misa sean tan santos, que puedan servir de disposiciones para celebrarla dignamente.

Junto a lo anterior se requiere que el sacerdote sea un hombre de oración mental. Oración que debería hacer antes de cada Misa. Meditar sobre la gran y misteriosa acción que va ha realizar. ¡Se evitarían así tanta ligereza y superficialidad en la celebración!

El sacerdote, al entrar en la sacristía para celebrar, debe despedir todos los pensamientos terrenos y pensar sólo en lo que va a traer a Dios a sus manos y hablar y tratar con él familiarmente. El sacerdote en el altar, dice San Juan Crisóstomo, está en medio de Dios y los hombres: representa las súplicas de los hombres y alcanza las gracias de Dios.

Fuente: P. Carlos Covián

jueves, 16 de septiembre de 2010

EL DIVINO REPARADOR

El Hijo de Dios, Jesucristo hecho Hombre de María Virgen, por obra del Espíritu Santo, fue el primer REPARADOR y ADORADOR del Padre, que por obediencia y amor infinito a los hombres, consumó su vida en la Cruz, donde nos dio la más pura y total entrega de Sí, de su AMOR, en la más absoluta humildad. Si bien, esa Cruz acabó en Resurrección y Vida nueva para El y para todos los que creemos en El y le amamos. Con El estaba la Santísima Virgen con el Corazón rodeado de espinas ofreciéndose como Víctima de Amor, Corredentora y refugio de todos los pecadores.

Este mundo necesita pequeños “apóstoles de la reparación”, en adoración a los pies de la Cruz y de la Custodia, con nuestros ojos y corazón fijos en la infinita belleza, vibrando, por el AMOR de los AMORES, entrando en las heridas de su Cuerpo que nos dejan ver los secretos de su Corazón, y “la Misericordia de nuestro Dios, por la que nos ha visitado el sol que nace de lo alto”. Nadie tiene un AMOR más grande que el que da su vida por los sentenciados a muerte y a la condenación, no podemos olvidar que murió por todos sin excepción. Sacrificio que anticipó y perpetuó hasta el fin del mundo en la Última Cena con sus discípulos, el primer Jueves Santo instituyendo el Sacerdocio y concediéndoles el poder y deber de: “Haced esto en memoria Mía” y envolviéndolo en una corriente de amor: “Amaos unos a otros como Yo os he amado”. (Jn. 13, 34)

Esta espiritualidad tan necesaria hoy en día debemos vivirla con inmensa alegría, entregados a ser imitadores de Nuestro Jesús amado, en todos los momentos de nuestra vida, si así lo hacemos, Él llenará nuestro corazón de su AMOR, y derramará abundantes gracias, sobre las almas.

Desde el Huerto de los Olivos, el Señor vive con tanta intensidad la REPARACIÓN que suda sangre, y para llegar a esto, el sufrimiento por nuestros pecados lo traspasó por entero. Ahora el Corazón de Jesús prolonga su REPARACIÓN a perpetuidad en cada Eucaristía, y en cada Sagrario de la Tierra. Reguemos esta tierra reseca por el alejamiento de Dios, adorando y reparando, acercándonos a los sacramentos, seamos velas encendidas, iluminemos con nuestra vida, que prenda en los corazones y así formaremos una hoguera que irá purificando nuestros pecados y los del mundo entero.

Fuente: Ministri Dei (Concha Puig)

jueves, 9 de septiembre de 2010

ABANDONARLO TODO

Abandonarlo todo para recibirlo todo...

Hemos recibido más de lo que hemos dado; dejamos pequeñas cosas y encontramos bienes inmensos. Cristo devuelve cien veces más de lo que se deja por Él. Y sin embargo, para llegar a la perfección no se trata simplemente de menospreciar las riquezas y dar los propios bienes, de liberarse de lo que se puede perder o adquirir en un momento. Esto es lo que han hecho los filósofos; un cristiano debe hacer más que ellos.

No basta con dejar los bienes terrestres; es necesario seguir a Cristo. Pero, ¿qué es seguir a Cristo? Es renunciar a todo pecado y adherirse a todo lo que es virtud. Cristo es la Sabiduría eterna, es ese tesoro que se encuentra en un campo, en el campo de las Santas Escrituras. Es la perla preciosa por la cual es preciso sacrificar otras muchas. Cristo es la santidad, la santidad sin la cual nadie verá el rostro de Dios. Cristo es nuestra redención, nuestro Redentor; es nuestro rescate. Cristo lo es todo: así pues, el que acepte dejarlo todo por Él todo lo encontrará en Él. Éste podrá decir: El Señor es el lote de mi heredad y mi copa. No deis solamente vuestro dinero si queréis seguir a Cristo. Daos vosotros mismos a Él; imitad al Hijo del hombre que no ha venido para ser servido, sino para servir.

Fuente: San Jerónimo
 

viernes, 3 de septiembre de 2010

SI ME AMAIS

Es verdad que los cristianos no seguimos una doctrina o un ideal escrito en letra, sino a una persona que es Jesucristo, que murió en una cruz por amor a nosotros, pero que resucitó y vive por los siglos de los siglos (Ap 1,17-18). Sin embargo, no es menos cierto afirmar que es muy importante tener claro cuál es la fe de la Iglesia y la doctrina que es segura y auténtica, la cual debemos guardar y enseñar si en verdad amamos al Señor.

"Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo pediré al Padre que os mande otro defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad, que el mundo no puede recibir porque no lo ve ni lo conoce. Vosotros lo conocéis, porque vive con vosotros y está en vosotros... El que conoce mis mandamientos y los guarda, ése me ama; y al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él... El que me ama guardará mi doctrina, mi Padre lo amará y mi Padre y yo vendremos a él y viviremos en él. El que no me ama no guarda mi doctrina; y la doctrina que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado" (Jn 14,15-17. 21. 23-24).

Hoy vivimos un tiempo en el que las personas se acomodan a nuevos vientos de doctrina (2 Tim 4,3), por lo que se hace necesario profundizar en nuestra fe para saber dar razón de aquello en lo que creemos (1 Pe 3,15) con valentía y sin miedo. El Papa Juan Pablo II nos dejó como legado y herencia el Catecismo, afirmando como Vicario de Cristo y sucesor de Pedro: "Reconozco el Catecismo como norma segura para la enseñanza de la fe, para sostener y confirmar la fe de todos los discípulos del Señor. Siendo una exposición de la fe de la Iglesia y la doctrina católica, atestiguadas e iluminadas por la Sagrada Escritura, por la Tradición apostólica y el Magisterio eclesiástico... Este Catecismo les es dado para que les sirva de texto seguro y auténtico para la enseñanza de la doctrina católica. Se ofrece también a todos los fieles que deseen conocer mejor las riquezas inagotables de la salvación... "

Para que se transmitiera sin error la Palabra de Dios, oral o escrita, Jesucristo instituyó el Magisterio o la enseñanza de la Iglesia que se lleva a cabo en su Nombre por los pastores en comunión con el sucesor de Pedro. No está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio. Así, los cristianos recordando la palabra de Cristo a sus apóstoles: "El que a vosotros escucha a mí me escucha" (Lc 10,16), reciben con docilidad las enseñanzas y directrices que sus pastores les dan de diferentes formas.

Conservar "el depósito" (1 Tim 6,20; 2 Tim 1,12-14) de la fe es la misión que el Señor confió a su Iglesia y que ella realiza en todo tiempo, siendo especialmente importante y decisivo en este tiempo mantenerse fiel a dicho depósito, de manera que todo el Pueblo santo, unido a sus pastores, persevere constantemente en la doctrina de los apóstoles y en la comunión, en la Eucaristía y en las oraciones (Hch 2,42), de modo que haya una particular concordia en conservar, practicar y profesar la fe recibida.

martes, 24 de agosto de 2010

DOMINUS IESUS

Se han cumplido diez años de la Declaración Dominus Iesus, elaborada por la Congregación para la Doctrina de la Fe; un documento polémico pero, una vez más, acertado.

El documento pretendía responder a una pregunta que se había formulado en el dicasterio vaticano: si Cristo es un profeta más y todas las religiones son iguales, ¿qué sentido tiene entonces el Evangelio y la Iglesia? En respuesta a esta pregunta, la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó la Declaración, en la que se reafirma el carácter único y universal de la salvación traída por Cristo. Como explicó entonces el Prefecto de la Congregación, Cardenal Ratzinger, el documento afrontaba un tema de gran importancia y que sin duda iba a doler en la sociedad actual (incluido el mundo de las religiones): el relativismo.

La "teología del pluralismo religioso" es la expresión teológica de dicho relativismo, por la que esta Declaración fue tan necesaria y está resultando tan profética para estos tiempos que nos toca vivir. Merece la pena leerla despacio y meditando cada frase, de manera que no perdamos nunca de vista que Jesucristo es el único y universal Salvador que nos ha dejado su Iglesia (una, santa, católica y apostólica) como instrumento de salvación para todos los hombres y mujeres de todos los tiempos.

Fuente: Catholic.net (enlace)

miércoles, 11 de agosto de 2010

LA CRUZ Y EL BALUARTE

Lo que el Espíritu genera es siempre para gloria del Padre, para testimonio de Cristo y de su Evangelio, para la extensión y consolidación de su Reino, y para el bien de su Iglesia. Le pido al Señor que sea su Espíritu Santo el que haya inspirado las páginas del libro que ahora presento por este medio, de manera que yo pueda ser tan solo una pobre pluma en manos de un buen escritor, para que su Gracia toque los corazones necesarios por medio de sus palabras y no se queden escritas solamente sobre papel.

Un pequeño libro de 80 páginas con un prólogo escrito por un Sacerdote de Fuenlabrada (Madrid) que tuvo a bien escribirlo tras leer el borrador. Comienza con una introducción que pretende establecer el propósito del libro y contiene los siguientes capítulos: La Virgen María: la gran señal del Cielo; Iglesia y batalla espiritual; La Cruz de Cristo y la Eucaristía; Edificando el baluarte. Un apéndice al final que recoge algunas cosas que he venido recibiendo del Corazón de Dios en los últimos años; fruto de la escucha y de pasar tiempo ante el Sagrario, caminando con el Señor.

"LA CRUZ Y EL BALUARTE; Un llamado a los apóstoles de nuestro tiempo" ha sido enviado al Santo Padre Benedicto XVI por medio de la Nunciatura Apostólica y será entregado también a nuestro Obispo como expresión de amor y de comunión con la Iglesia de Jesucristo, a la que deseamos servir como laicos comprometidos en este tiempo que nos toca vivir.

Ya puedes solicitar tu ejemplar del libro por medio de nuestra página web y lo recibirás contrareembolso (para España). Infórmate aquí.

sábado, 31 de julio de 2010

REMA MAR ADENTRO

Hoy resuenan las palabras que Jesucristo dirigió a Simón Pedro, después de haber hablado a la muchedumbre desde su barca: “Rema mar adentro” (Lc 5,4). Esta palabra nos invita a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirnos con confianza al futuro, porque “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre” (Heb 13,8). Somos profetas del Evangelio enviados para involucrarnos en la evangelización y en la proclamación de la Buena Noticia de Jesucristo a los habitantes de esta generación sin esperanza. El tercer milenio debe ser para nosotros la ocasión para hacer renacer la esperanza y poner fin al miedo. Como cooperadores de Dios que somos no echemos en saco roto su gracia, porque el Espíritu Santo está diciendo a la Iglesia: “Ahora es el tiempo de gracia, ahora es el día de la salvación” (2 Cor 6,1-2). Es tiempo para ponernos en pie, levantar las manos y dar gracias a Dios por su fidelidad. Pidamos al Señor que hoy no suceda lo mismo que recoge el profeta Ezequiel: “He buscado entre ellos alguno que construyera un muro y se mantuviera de pie en la brecha ante mí... pero no he encontrado a nadie” (22,30).

Es tiempo de asumir la responsabilidad de que hemos sido llamados a ser luz del mundo y sabemos que no puede ocultarse una ciudad situada en lo alto de un monte (Mt 5,14). Debemos clamar al Señor para que derrame en abundancia su Espíritu Santo sobre nosotros y nos queme con su fuego para que podamos incendiar a otros. El Señor va a despertar a muchos que han estado tibios o fríos.

Lo que marca la diferencia en nuestro servicio al Señor y en los resultados pastorales es la actitud y el carácter que hay en nosotros. Necesitamos ser cristianos con coraje que doblan sus rodillas ante el Trono de la Gracia porque hemos sido llamados a animar, alentar y exhortar para inspirar y provocar una respuesta de santidad, arrepentimiento y conversión. Es necesario despertar al conjunto de los creyentes porque el Señor ha tocado nuestros labios, ha perdonado nuestro pecado, y nos ha mostrado su rostro y su amor. Por eso no debemos tener miedo ni acobardarnos, ya que Él nos reviste de autoridad para ser sus profetas, predicar su Palabra y en el mundo su Iglesia edificar.

“¿A quién enviaré, quién irá de mi parte?”, dice el Señor; “¿A quién enviaré a predicar mi Palabra, a ser mi embajador?” ¡Ve al frente, oh Dios! Levanta tu voz y ármanos con tu verdad. Respondamos al Señor de corazón: Aquí estoy, Señor; no dejaré pasar jamás tu Palabra. ¡Envíame a mí! Cuenta conmigo, estoy dispuesto.

viernes, 23 de julio de 2010

EL DISCERNIMIENTO HOY


Estamos llamados a predicar todo el Evangelio; no solo una parte de él o un medio evangelio, que no sería más que un mensaje pasado por agua y tibio. Jeremías fue enviado “para arrancar y derribar, para destruir y demoler, y también para construir y plantar” (Jer 1,10). Según el apóstol Pedro, Jesucristo es “piedra de tropiezo, pues ellos tropiezan al no hacer caso del mensaje” (1 Pe 2,8). Hoy día encontramos muchos creyentes que han escogido escuchar predicaciones suaves y un evangelio “amistoso” que no expone el pecado, cerrando la puerta al arrepentimiento y a la conversión, causando únicamente dureza de corazón. Hoy parece que nos gusta escuchar lo que halaga el oído; en esta era mimada nadie quiere oír hablar de pecado, de juicio o de arrepentimiento. La Iglesia de Jesucristo necesita hoy auténticos profetas que estén listos para comunicar al Pueblo de Dios lo que necesita saber; y nadie duda que todosnecesitamos escuchar, más de una vez, severas advertencias y amonestaciones que nos ayuden a despertar para salir de nuestro letargo espiritual. Resulta bien comprensible, pero quizás nada saludable, que al Pueblo de Dios no le guste oír ciertas cosas. Tampoco al Pueblo de Israel, en tiempos de Jeremías, le gustaba nada la insistencia de aquel "profeta de desgracias"; prefería mucho más los simpáticos vaticinadores del mejor porvenir; pero ya conocemos lo sucedido en aquella etapa de la historia del Pueblo elegido. El amor auténtico se manifiesta en que a veces hay que decir lo que no gusta escuchar, porque se trata del bien de las personas y no del gusto de lo que escuchamos.

El Espíritu Santo viene para convencer del pecado (Jn 16,8), les había dicho Jesús a los suyos cuando les explicaba que era conveniente que Él se marchara para que pudiera enviarles el Paráclito, el Defensor. Solo hay un pecado que deberíamos temer, solo uno: el rechazo a admitir el pecado, porque el rechazo a admitir el pecado es el único pecado que no se puede perdonar. Jesús lo llamó la blasfemia al Espíritu Santo. No tengamos miedo de admitir un millón de pecados, únicamente tengamos miedo de justificar el pecado con falsas razones. Confiemos en la misericordia de Dios. No olvidemos que todo se nos da por medio de Cristo; sin embargo, para que recibamos todo de Dios, por medio de Cristo, debemos también hacer volver todo a Dios, a través de Cristo, también nuestro corazón. Éste es el movimiento de la gracia.

Hoy no se acepta un mensaje que moleste o perturbe nuestro mundo de éxito y de comodidad, y se rechaza cualquier clase de corrección. Bajo la bandera del amor todo se disculpa y todo vale. Estamos un poco cansados de escuchar la palabra “amor” para todo y, en cambio, se tiene miedo a hablar de la Verdad, como si los que somos de Cristo tuviésemos miedo de conocerla en su plenitud. Leemos en la encíclica Caritas in Veritate de Benedicto XVI: “Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Este es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad” (3). Muchos predican hoy un mensaje suave porque están viviendo en pecado y no hay discernimiento entre lo que es del Evangelio y lo que es de la carne. La Palabra de Dios es siempre un aviso claro, lleno de juicio contra el pecado pero lleno de esperanza para el arrepentimiento.

El ejemplo de David, cuyo pecado fue expuesto sin temor y con gran sabiduría por parte del profeta Natán, nos muestra un corazón que fue quebrantado para poder arrepentirse y acoger la misericordia de Dios (2 Sam 11-12). La evidencia de que hubo restauración en la vida de David es su propio testimonio, escrito en los días previos a su muerte: “Tú, Señor, eres mi protector, mi lugar de refugio, mi libertador, mi Dios, la roca que me protege, mi escudo, el poder que me salva, mi más alto escondite... En mi angustia llamé al Señor, pedí ayuda a mi Dios y él me escuchó... Dios me tendió la mano desde lo alto y con su mano me sacó del mar inmenso... el Señor me dio su apoyo; me sacó a la libertad, ¡me salvó porque me amaba!” (2 Sam 22,2-3;7;17;19-20). ¡Qué maravilla! Es la oración de alguien cuyo pecado ha sido expuesto, cuyo corazón ha sido quebrantado y cuya alma ha sido salvada por la misericordia de Dios. El pecado de David, que fue grave, tuvo que ser expuesto y reconocido para que se abriera la puerta al arrepentimiento y a la salvación.

viernes, 16 de julio de 2010

LA "SANTA MONTAÑA"

Subamos con María a la santa montaña de nuestra perfecta conformación a Jesús Crucificado.

¡Cuántas veces Jesús amaba subir a los montes, empujado por un ardiente deseo de soledad y de silencio, para vivir con más intensidad su unión con el Padre! Desde adolescente, con frecuencia buscaba refugio en las colinas que circundan Nazaret; en la montaña promulgó la ley evangélica de las Bienaventuranzas; sobre el monte Tabor vivió el éxtasis de su transfiguración; en Jerusalén, ciudad sobre el monte, recogió a los suyos para la última Cena y pasó las dolorosas horas de su interior agonía; sobre el monte Calvario consumó su Sacrificio; sobre el monte de los Olivos aconteció la definitiva separación de los suyos con la gloriosa ascensión al Cielo.

Subamos hoy con María esta "santa montaña", que es Jesucristo, para que podamos entrar en una intimidad de vida con Él. Subamos al "santo monte" de su Sabiduría, que se nos revela a nosotros, si somos pequeños, humildes y pobres. Nuestra mente será atraída por Su mente divina, y penetraremos el secreto de la Verdad revelada en la Sagrada Escritura, y seremos cautivados por la belleza de su Evangelio, y diremos con valentía a los hombres de hoy la Palabra de Jesús, que es la única que ilumina y puede conducir a la plenitud de la Verdad.

Subamos al "santo monte" de su Corazón para ser transformados por la zarza ardiente de su divina Caridad. Entonces nuestro corazón se dilatará y plasmará según el Suyo y seremos en el mundo el mismo latido del Corazón de Jesús, que va en busca, sobre todo, de los más alejados y quiere envolver a todos con la llama de su infinita miseridordia.

Subamos al "santo monte" de su divina Humanidad, para que podamos llegar a ser reflejo de su perenne inmolación por nosotros. Sus ojos en nuestros ojos, sus manos en nuestras manos, su Corazón en nuestro corazón, sus sufrimientos en nuestros sufrimientos, sus llagas en nuestras llagas, su Cruz en nuestra cruz. Así, nosotros llegamos a ser fuerte presencia de Jesús que por nuestro medio, puede todavía hoy obrar eficazmente para llevar a todos a la salvación. En esta salvación está el triunfo del Corazón Inmaculado de María, y con él finaliza la batalla a la que nos ha llamado y se realiza su anunciada victoria.

Subamos con María a la "Santa Montaña", que es Cristo, para ser perfectamente conformados a Él, de modo que pueda revivir en cada uno de nosotros para conducirnos a todos a la salvación.

Fuente: A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Santísima Virgen
 

martes, 6 de julio de 2010

TU ERES MI TODO, SEÑOR

Tú eres mi fuerza y mi canción, tú mi riqueza y mi porción. ¡Tú eres mi todo, Señor!
Tú eres la perla que encontré, por darte todo yo opté. ¡Tú eres mi todo!

Cristo, Cordero, digno eres tú

Veo mi pecado y mi dolor, y tú me ofreces el perdón. ¡Tú eres mi todo, Señor!
De tu presencia tengo sed, solo tu rostro quiero ver. ¡Tú eres mi todo!

De la mano de María, Señor, hoy yo me quiero ofrendar nuevamente, mi vida entera entregar a ti, mi Dios y mi Dueño. Me quiero comprometer a amarte y a serte fiel, sin importar lo que cueste.

Porque yo creo en ti, cuenta conmigo hasta el fin, dame tu gracia y me basta.

Toma, Señor, y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad; Tú me lo diste: a ti, Señor, te lo entrego.

Todo es tuyo, Señor; dispón de todo según tu voluntad. Solo dame tu amor y tu gracia, que esto me basta.

AMEN

sábado, 26 de junio de 2010

EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA


Aquellos que amamos a Dios de verdad, debemos también amar a su Iglesia incondicionalmente; por este motivo, confiamos en el Magisterio de la Iglesia Católica, sin matices. Creemos que es apto para todos los públicos, sin excepción.

Decimos que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo; es decir, el medio para nuestra salvación. El Señor Jesús le mostró a Saulo que, persiguiendo a la Iglesia le estaba persiguiendo a Él mismo (Hch 9). Si escuchamos y acogemos lo que la Iglesia nos dice, escuchamos y acogemos la Palabra de Cristo; si rechazamos lo que nos dice, rechazamos a Cristo mismo (Lc 10,16).

Lo que es extremadamente penoso es el hecho de que muchos Sacerdotes, antes que confiarse humildemente al Magisterio infalible de la Iglesia, erigiéndose con presunción en maestros, se han coaligado con los enemigos de la verdad y se han vuelto responsables de la difusión de no pocas herejías con gran daño para las almas.

Los Santos Padres, los santos y grandes Doctores de la Iglesia jamás se hubieran permitido disentir del juicio autorizado de los que por el Querer divino son los únicos custodios e intérpretes legítimos del Patrimonio de la Revelación; en otras palabras, nunca habrían contestado el legítimo Magisterio de la Iglesia, única Maestra, Custodia e Intérprete de la Divina Palabra. Es clara y manifiesta mala fe, no justificable en ninguno y mucho menos en los Pastores, Sacerdotes y consagrados en general, el afirmar que la Palabra de Dios, como Dios eterno e inmutable, pueda ser adaptada a tiempos mudables, como mudables son los hombres a todo rumor de viento.

Sean quienes sean, teólogos, Pastores o Sacerdotes, que no quieren o no aceptan el Magisterio de la Iglesia se ponen ellos mismos fuera de la Iglesia. No tiene importancia el prestigio, la dignidad ni el cargo que ellos desempeñan; "Quien no está Conmigo está contra Mí" y "quien está contra Mí no tiene parte Conmigo".

En la defensa de la verdad y de la doctrina debemos apoyarnos en la Sagrada Escritura y en la Tradición apostólica, ya que constituyen un solo depósito sagrado de la Palabra de Dios y encomendado a la Iglesia, a los Obispos en comunión con el sucesor de Pedro, para su interpretación por medio del Magisterio. Para que se transmitiera sin error la Palabra de Dios, oral o escrita, Jesús instituyó el Magisterio o la enseñanza de la Iglesia que se lleva a cabo en su Nombre por los Pastores en comunión con el Papa. Los errores prácticos y las incoherencias de los creyentes no invalidan la verdad de una doctrina. Desde el plano del conocimiento algo es verdadero o es falso, y luego viene el plano subjetivo de la conducta que puede ser coherente o no serlo. En concreto, la Iglesia tiene asegurada la asistencia de Dios para proponer la verdad, pero no el buen comportamiento de los fieles ni el éxito social.

Si la enseñanza de la Iglesia acerca de un tema concreto está en un punto y nuestros corazones están en otro punto, ¡quizá el problema no es la enseñanza de la Iglesia! Tal vez el problema es nuestra dureza de corazón. Hoy escuchamos su voz: “no endurezcáis vuestro corazón”. No tengamos miedo de admitir que hemos fallado y que hemos pecado. La misericordia de Dios ha sido dada y debemos confiar en esa misericordia. Solo hay un pecado que deberíamos temer, solo uno: el rechazo a admitir el pecado, porque el rechazo a admitir el pecado es el único pecado que no se puede perdonar. Jesús lo llamó la blasfemia al Espíritu Santo. Cuando nosotros blasfemamos contra el Espíritu Santo estamos diciendo: “no he pecado, no tengo necesidad de que el Espíritu Santo me perdone ningún pecado.” No tengamos miedo de admitir un millón de pecados, únicamente tengamos miedo de justificar el pecado con falsas razones. Confiemos en la misericordia de Dios. Él no está contra nosotros, Él quiere salvarnos.

El sentido último del Magisterio de la Iglesia es transmitir la verdad de Cristo, que implica también la verdad moral. Al proponer las verdades morales racionales el Magisterio no hace otra cosa que desempeñar su misión de salvación; y no podría sanar y salvar al hombre si no lo hiciera así. La Iglesia debe salvar al hombre entero, incluida su racionalidad ya que la racionalidad del hombre es una racionalidad llagada, es decir, afectada por la herida del error y la ignorancia. El Magisterio devuelve, así, a la razón práctica su relación originaria con la verdad.

Los que niegan al Magisterio autoridad para hablar y ordenar con autoridad en cuestiones de moral sostienen el viejo prejuicio que supone la recíproca exclusión entre la fe y la razón; de este modo, reducida la competencia del Magisterio a la sola fe, la razón debería proceder autónomamente en la elaboración de sus normas. Pero esta presentación de la relación entre razón y fe es falsa y no puede sostenerse católicamente, como ha enseñado Juan Pablo II (Veritatis Splendor, 36-ss.). Si bien en la Revelación se encuentran normas morales concretas, sin embargo, puede legítimamente presumirse que en ella Dios no nos ha enseñado explícitamente todas las normas morales determinadas racionalmente cognoscibles, ya que Dios no se sustituye a la causalidad de las personas creadas. Corresponde, pues, a quien Dios mismo da autoridad para hacerlo -es decir, al Magisterio-, dar las normas puntuales según la necesidad de los tiempos.

La relación entre el Magisterio y la conciencia personal es análoga a la que media entre la luz y los ojos: nuestros ojos no ven si no hay luz y nuestra conciencia camina a oscuras sin la guía de una autoridad superior que la forme y la ilumine. Por eso, “la autoridad de la Iglesia, que se pronuncia sobre las cuestiones morales, no menoscaba de ningún modo la libertad de conciencia de los cristianos; no sólo porque la libertad de conciencia no es nunca libertad ‘con respecto a’ la verdad, sino siempre y sólo ‘en’ la verdad, sino también porque el Magisterio no presenta verdades ajenas a la conciencia cristiana, sino que manifiesta las verdades que ya debería poseer, desarrollándolas a partir del acto originario de la fe. La Iglesia se pone sólo y siempre al servicio de la conciencia, ayudándola a no ser zarandeada aquí y allá por cualquier viento de doctrina según el engaño de los hombres (Ef 4,14), a no desviarse de la verdad sobre el bien del hombre, sino a alcanzar con seguridad, especialmente en las cuestiones más difíciles, la verdad y a mantenerse en ella” (Veritatis Splendor, 64). Por eso decía el Papa Juan Pablo II que “el Magisterio de la Iglesia ha sido instituido por Cristo el Señor para iluminar la conciencia”, y que por eso “apelar a esta conciencia precisamente para contestar la verdad de cuanto enseña el Magisterio, comporta el rechazo de la concepción católica de Magisterio y de la conciencia moral”. El Magisterio de la Iglesia ha sido dispuesto por el amor redentor de Cristo para que la conciencia sea preservada del error y alcance siempre más profunda y certeramente la verdad que la dignifica. Al equiparar las enseñanzas del Magisterio con cualquier otra fuente de conocimiento (por ejemplo, la propia conciencia o la opinión de los teólogos) se banaliza el Magisterio y hace inútil el sacrificio redentor de Cristo.

¿No será que está sucediendo lo que San Pablo ya anunció en su segunda Carta a Timoteo? "Va a llegar el tiempo en que la gente no soportará la sana enseñanza; más bien, según sus propios caprichos, se buscarán un montón de maestros que solo les enseñen lo que ellos quieran oír" (4,3). Es por eso que necesitamos escuchar y acoger las palabras que el Papa Juan Pablo II dijo cuando aseguró que en esta época de grandes transformaciones el mundo necesita “hombres de fe viva, con la mirada fija en Dios, verdaderos apóstoles del bien, de la verdad y del amor que preparen los caminos de la nueva evangelización”.

lunes, 21 de junio de 2010

HORA DE DESPERTAR II

En medio de este panorama internacional ya son muchos los que sostienen que la unificación del mundo se está realizando a través del miedo y de la mentira: 2 armas de destrucción masiva. Una sociedad atemorizada es una sociedad fácilmente manejable. El poder mundial se va unificando y para ello es necesario, no sólo reducir todas las autoridades a una sola, sino también hacer sucumbir las religiones en una especie de credo sincretista. Como el sentido religioso no puede negarse, dado que está impreso en lo más hondo del corazón del hombre, lo que se pretende es cambiar su objeto; en lugar de adorar a Dios, en el centro se coloca al hombre. Esta es la mentira de una religión falsa, con una espiritualidad tipo new age en la que caben todas las religiones y un cristianismo enteramente falsificado. Según los expertos, un gobierno en la sombra y un imperio invisible es el que estaría moviendo hoy los hilos de lo que sucede en nuestro mundo y que no es sino una expresión más del mismo pecado original del hombre que le llevó a rebelarse contra Dios y ser él mismo su propio dios. No olvidemos quien es el que continuamente, a lo largo de los siglos, sigue tentando al ser humano a desobedecer al Creador.

Esta sed insaciable de poder y control lo vemos como un denominador común en la historia de la humanidad; grandes imperios que surgieron y cayeron, que buscaban dominar a los demás pueblos. La Biblia también nos habla de esto y la interpretación de los Padres de la Iglesia al hablar de un resurgimiento del Imperio Romano se apoya en las visiones del profeta Daniel relativas a cuatro bestias que emergen del mar, que serán los imperios sucesivos que pasarán por el escenario de la historia y que tendrán poder sobre la tierra (el imperio babilónico de Nabucodonosor, el imperio medo-persa, el imperio de Alejandro Magno y el imperio romano). Estos imperios están representados mediante cuatro bestias en el capítulo 7 del libro de Daniel, teniendo especial importancia la cuarta bestia y que es la que va a coincidir con la visión del Apocalipsis (cap. 13) de la que habla San Juan respecto al último Anticristo. Debemos tener en cuenta lo que la Tradición de la Iglesia ha ido descubriendo en su meditación sobre el Apocalipsis. Según uno de los Padres de la Iglesia más importantes, San Ireneo de Lyon, el último imperio, el del Anticristo, será una recapitulación de la herejía de todos los imperios anteriores. La interpretación de los Padres de la Iglesia es que el Anticristo se alzará a partir de un resurgimiento del Imperio Romano; es decir, un poder opresor y perseguidor que trate de alzarse contra Dios.

Hemos dicho que el aspecto religioso juega un papel importante en todo esto y nuestra tarea se desarrolla en un tiempo en el que la dificultad y la lucha contra la Iglesia van a ir creciendo más. Como el Cireneo fue una ayuda para llevar la Cruz de Cristo, nosotros también debemos ser como el Cireneo para su Cuerpo Místico, la Iglesia, cuando camina hacia el Calvario. Cuando miramos la escena religiosa completa de hoy lo que vemos son muchos inventos de los hombres y de la carne, mayormente sin poder y sin fuerza. Así dice San Pablo en su carta a los Gálatas: “Con Dios no se juega: lo que uno siembre, eso cosechará. El que siembra para la carne, de ella cosechará corrupción; el que siembra para el espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna” (6,7-8). Lo que más daña el Corazón de Dios no es la siembra de los que están lejos de Él, sino lo que siembra aquel que está a su servicio. No hay algo que disguste más su Corazón que aquellos corazones que están lejos de Él, aunque aparentemente están cerca. Debemos preguntarnos con paz pero con sinceridad: ¿cómo estamos nosotros? Quizás se está mezclando demasiado nuestro discipulado con las cosas del mundo y nos dejamos llevar y arrastrar por él, y por eso también es que no se están dando los frutos que debieran. A veces parece como si el mundo impactara más en la Iglesia, en nosotros, que la Iglesia en el mundo. Igual es que nos hemos aferrado a nuestra retórica religiosa pero nos hemos vuelto demasiado pasivos. Estamos demasiado cómodos y quizás sea tiempo para confesar: no soy lo que era, no estoy donde se supone que debo estar; Señor, no tengo tu Corazón y no siento tu carga, he querido que sea fácil y solo quería ser feliz. Pero el verdadero gozo viene de exponerme a que tú me corrijas y me reproches lo que no estoy haciendo bien. Son palabras que no escuchamos en esta era mimada en la que vivimos. Quizás necesitamos experimentar angustia, que significa dolor y aflicción extremos, por las condiciones que hay en mí y a mi alrededor. Dolor profundo, pena profunda, agonía del Corazón de Dios. ¡Nadie parece querer escuchar nada de esto!

Toda pasión verdadera por Cristo nace de la angustia. Busquemos en la Escritura y encontraremos que cuando Dios determina restaurar una situación en ruinas comparte su propia angustia y encuentra un hombre que ora, a quien toma y le bautiza en angustia. Lo encontramos en el libro de Nehemías, por ejemplo; Jerusalén está en ruinas, ¿qué hace el Señor? ¿cómo va a restaurar Dios las ruinas? Nehemías no era un predicador, era gobernador; un hombre que estaba dispuesto a sacrificar su integridad. Dios encontró un hombre de oración que se quebró y lloró ante las ruinas de Jerusalén, pero que ayunó y oró día y noche para poder ser usado con poder por el Señor para reconstruir las murallas de la Ciudad Santa. ¿Por qué los demás no obtuvieron una respuesta? ¿Por qué no los usó Dios en la restauración? ¡Porque no había señales de angustia en ellos! ¡Ni un llanto, ni una palabra de oración! Y todo estaba en ruinas.

¿Nos está sucediendo esto a nosotros hoy? ¿Nos importa algo que hoy día la Jerusalén espiritual de Dios, la Iglesia, esté sufriendo una grave crisis de fe que la hace tambalearse como barco en medio de la tormenta? ¿Nos importa que haya tanta frialdad arrasando la tierra? Más cerca que eso; ¿nos importa la Jerusalén que está en nuestros propios corazones? Hay señales de ruina cuando el poder espiritual y la pasión van desapareciendo lentamente de nosotros; en la ceguera ante la tibieza y la mezcolanza que está introduciéndose sigilosamente para volvernos pasivos, mirar hacia otro lado y vivir obsesionados con el entretenimiento de cualquier tipo. Esto es todo lo que el demonio quiere hacer, sacar la lucha de nosotros y eliminarla; así no oraremos más, ni lloraremos más ante Dios. ¡Podemos sentarnos tranquilamente a ver la televisión! Hay una gran diferencia entre angustia y solo preocupación; preocupación es algo que empieza a interesarte, te interesa un proyecto o una causa o un asunto o una necesidad. Si no es algo que me lleva a orar y a buscar a Dios, a ponerme de rodillas, a llorar ante el Trono hasta sentir angustia y agonía, por favor no digamos que estamos preocupados, cuando pasamos horas frente a internet y frente a la televisión, y nuestra oración se limita a un pequeño porcentaje de nuestro tiempo como si se tratara solamente de tiempo y no fuera algo que abarca toda nuestra vida. Si abrimos nuestro corazón y empezamos a orar de verdad, Dios viene y comienza a compartir su Corazón con nosotros. Nuestro corazón empieza a llorar y a gritar: ¡Oh Dios, tu Nombre está siendo blasfemado, tu Espíritu Santo está siendo ridiculizado, tu Iglesia perseguida por dentro y desde fuera! Señor, tenemos que hacer algo.

Creo que no va a haber renovación, ni despertar, ni cosecha, hasta que no le dejemos a Él quebrantarnos una vez más. Tal y como el rey David y sus 600 hombres que le acompañaban lloraron todo el día y probablemente la mayor parte de la noche hasta que les faltaron las fuerzas, cuando contemplaron una ciudad (Siquelab) en ruinas, consumida por el fuego y con todas las mujeres y los niños llevados cautivos (amalecitas), tal como nos relata el primer libro de Samuel (cap. 30). Porque lloraron hasta que no les quedaron lágrimas y se volvieron a Dios con todo el corazón, fueron después levantados y fortalecidos por la Palabra de Dios. Hermanos, se está haciendo tarde y la situación se está volviendo peligrosa. No hay nada carnal o material que pueda darnos el verdadero gozo, el auténtico. Solo lo que es llevado a cabo por el Espíritu Santo, cuando le obedecemos y adoptamos su Corazón, nos hará capaces de construir los muros alrededor de nuestra familia y de nuestro propio corazón para hacernos fuertes e inexpugnables contra el enemigo, de manera que nuestras vidas, nuestras comunidades y nuestra Iglesia puedan dar fruto abundante y así seamos auténticos discípulos, ya que en esto consiste la gloria del Padre (Jn 15,8). La noche está avanzada y el día se aproxima; es hora de despertar.

jueves, 17 de junio de 2010

HORA DE DESPERTAR


Escuchemos hoy aquellas mismas palabras que pronunció el profeta Isaías, casi 600 años antes de Cristo: “Despierta, Sión, despierta... Levántate, Jerusalén, sacúdete el polvo” (Is 52,1-2). Los destinatarios inmediatos de este mensaje eran los israelitas deportados a Babilonia. Unos siglos más tarde, escribiría el apóstol San Pablo a los cristianos de Roma: “Tened en cuenta el tiempo en que vivimos: que ya es hora de despertarnos del sueño” (Rom 13,11). ¿Qué hora es? Es hora de despertar.

Estoy convencido que estas palabras tienen mucho que ver con lo que el Espíritu Santo está diciendo hoy a la Iglesia de Jesucristo del tercer milenio; es decir, a nosotros. Necesitamos estar despiertos y velar porque somos llamados a ponernos en pie y en oración para discernir los signos de los tiempos actuales, de manera que podamos situarnos correctamente en el momento histórico en el que nos encontramos. Cuando dormimos, nuestros sentidos no están listos para responder a los estímulos externos de igual manera que estando despiertos y en vigilante espera; por eso, ya no podemos comportarnos como quien por la mañana ha oído el despertador, sabe que es la hora pero lo retrasa y vuelve a caer en el sueño. El tema de la vigilancia encuentra su motivación más alta en la espera del regreso del Señor (Mt 24,42) ya que con esta promesa de su vuelta, Cristo da a la historia su nueva meta y su definitiva orientación. Los cristianos, unidos en la caridad, celebramos la muerte del Hijo de Dios, con fe viva proclamamos su resurrección, y con esperanza firme anhelamos su Venida gloriosa. Cuando se considera el futuro, la Iglesia espera el retorno del Mesías que llegará cuando menos se espere, como llega un ladrón en la noche (1 Tes 5,2). Por eso, más que una orden, la vigilia del discípulo es una invitación y una llamada que Dios nos hace porque no quiere perdernos. El Evangelio de Jesucristo no existe para complacernos, sino para ponernos en pie, para levantarnos; el que escucha la Buena Noticia y la acoge ya no puede vivir de forma irresponsable, porque ha sido llamado a la bienaventuranza de los vigilantes.

Porque hemos sido llamados a vivir en la vigilancia evangélica, nuestro Dios nos pide interpretar las señales de nuestro tiempo presente (Lc 12,54-56), porque así estaremos mejor preparados para afrontar nuestra misión y apostolado con los medios necesarios y las armas adecuadas. Cuando decimos que la Iglesia existe para anunciar y extender el Reino de Dios, estamos diciendo que tenemos una misión concreta, en un momento concreto y en un lugar concreto; no podemos obviar lo que hay a nuestro alrededor como si no fuera con nosotros. Por eso, creo que necesitamos purificar el concepto de misión y entender bien cuál es la tarea que nos ha sido encomendada como católicos del siglo XXI; por un lado, hemos sido llamados a proclamar la Buena Noticia de Jesucristo a través de la evangelización, y por otro, somos llamados a ser Pueblo profético que defienda la Verdad con la vida y con la palabra, constituyendo un baluarte y un resto fiel que hace frente a la ola del mal y defiende a la Iglesia de Cristo. No olvidemos que, incorporados a Cristo por el Bautismo, participamos de su misión sacerdotal, profética y regia (1 Pe 2,9), como nos recuerda el Concilio Vaticano II (LG 31).

En el Congreso Eucarístico del año 1976 en Filadelfia (Pennsylvania, EE.UU.), el Cardenal Karol Wojtyla, dijo: “Estamos ahora ante la confrontación histórica más grande que la humanidad jamás haya conocido. Estamos ante la lucha final entre la Iglesia y la antiiglesia, el Evangelio y el anti-evangelio. No creo que el ancho círculo de la Iglesia americana ni el extenso círculo de la Iglesia Universal se den clara cuenta de ello. Pero es una lucha que descansa dentro de los planes de la Divina Providencia.”

Como afirmó el que 2 años después sería el nuevo Papa, aunque la gran mayoría de la Iglesia no se de clara cuenta de ello, hemos sido llamados a interpretar correctamente el tiempo en que vivimos, para así poder encarar bien preparados esta confrontación histórica y esta lucha en la que nos encontramos inmersos. Tiempo que requiere, no de teólogos sabios ni humanistas inteligentes, sino de hombres y mujeres que sean auténticos apóstoles de estos tiempos y los santos del tercer milenio.

Algunos textos de la Sagrada Escritura que nos ayudan, precisamente, a darnos cuenta del tiempo que estamos viviendo y del escenario en el que nos debemos situar:

-          1 Jn 5,19: Sabemos que somos de Dios, mientras el mundo entero está bajo el poder del Maligno.”

-          2 Tes 2,7: el plan secreto de la maldad ya está en marcha.”

-          Hch 4,25-26: "¿Por qué se alborotan las naciones? ¿Por qué los pueblos hacen planes sin sentido? Los reyes y gobernantes de la tierra se rebelan, y juntos conspiran contra el Señor y contra su escogido, el Mesías."

-          Mc 10,42-44: “Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos.”

El Sacerdote alemán, José Kentenich, fundador del Movimiento Apostólico Schoenstatt, dijo lo siguiente: “En estos días, la sociedad aparece ante nosotros como una gran máquina y no como un organismo o una familia de pueblos. Los grandes del mundo tratan de lograr nuevamente una unidad entre los pueblos. Lo que no logró la Liga de las Naciones trata de realizarlo ahora Naciones Unidas. Pero tampoco dará resultado. La máquina sigue siendo la misma, sólo cambió de conductor. Dios pensó a los pueblos como una familia, como un organismo y no como una máquina. Pero no hay unidad de los pueblos sin Cristo, la Cabeza, y sin la Santísima Virgen, corazón de esta familia. Éste es el único orden social y mundial querido por Dios”.

La idea de la unidad mundial no repugna a la doctrina cristiana sino que le es connatural, por aquello de que bajo una Fe común, hermanados en la caridad, los hombres bien podríamos convivir dentro de los límites éticos de un código común de conducta. Conviene, pues, distinguir la idea de una autoridad supranacional como ideal de paz y progreso de la humanidad de otras ideas o intentos de realización y sobre todo, de entre estos intentos, bajo qué signo o principios se han realizado o intentado. Siendo necesario recorrer la historia de occidente para reconocer que aun vive en la psicología y en el alma del europeo y del americano el ideal de la unidad, así como el de las libertades y las autonomías, resulta evidente que la raíz ideológica que ha dado sustento a la concepción progresista actual de la unidad mundial es la renuncia a la Fe en Cristo y en su Iglesia, y su incorporación a un panteón de cultos, cuyo único común denominador sería una “ética universal”, de tinte laico y “tolerante” con todo, menos con la verdadera Fe. Sin desmesuras, sin caer en un profetismo ridículo, sin paranoia, pero atentos y vigilantes, debemos discernir a la luz de la Revelación y de la historia lo que está sucediendo hoy a nuestro alrededor. Si no somos capaces de esto, solo seremos instrumentos en manos del poder mundialista, de evidente signo masónico y anticristiano, que triunfa hasta ahora en el mundo. Veamos un poco en qué se traduce esto y cómo se está expresando.

Lo que hoy se pretende es "rehacer" las sociedades, sometiéndolas a un proceso de “reingeniería social” -término que figura en algunos documentos internacionales-, imponiéndoles una “nueva ética”, basada en “los nuevos paradigmas”: el nuevo paradigma de familia, el nuevo paradigma de género, el nuevo paradigma de los derechos humanos, el nuevo paradigma de la salud, el nuevo paradigma del derecho, especialmente el derecho internacional, y hasta un nuevo paradigma religioso impregnado de un relativismo inaceptable. Si se pretende someter a todos los países, imponiéndoles unos nuevos modos de vida, es para realizar el sueño de todos los grandes totalitarismos: el dominio total del mundo; y como es lógico, este proyecto de dominio universal pretende borrar todo rastro de cristianismo en la “nueva sociedad globalizada”. El nuevo orden ha elegido su divinidad; como es sucesor ideológico del evolucionismo social, su nuevo dios es el Hombre Nuevo, autónomo, autor de sus propias normas, esencialmente igual al Hombre Nuevo del marxismo o el nazismo. Los dogmas del nuevo orden son la democracia, el relativismo ético, la autodeterminación, la libertad y la tolerancia, todos ellos al servicio de los más fuertes. Para los profetas del nuevo orden internacional, la mujer y el hombre de fe son el enemigo. Por supuesto que el sistema cuenta no sólo con convencidos propagandistas e impulsores, sino también -y quizás esto sea lo peor-, con una multitud de personas, intelectuales, religiosos, políticos, para las cuales el diálogo con esta nueva ideología aún es posible... (continuará)