jueves, 19 de enero de 2012

AMOR QUE SANA Y SALVA

Con las palabras hebreas mûsar, comentada aquí hace casi un año, y qannà (los "celos" de Dios) siete meses antes, creí que estaba clara la doctrina bíblica del castigo de parte de Dios. Por lo visto y lo leído parece que no me expliqué bien. ¿En qué quedamos: Dios castiga o no castiga?

Veamos otra palabra de la Biblia hebrea: nagáf

Digo "otra", porque una decena de términos hebreos sinónimos, de diversas raíces, nos recuerdan que Dios castiga (digamos suavemente: educa, amonesta, corrige, sanciona, etc.; ¿desaparece la dificultad?). Para suprimir esa doctrina tan poco "moderna" hay que arrancar antes muchas páginas de la Biblia.

Nagáf en su origen significa golpear o herir: un hombre hiere a su prójimo (Ex 21,22), un buey acornea a otro buey (Ex 21,35). Si es Dios quien golpea, el "sonido" es judicial: Dios, juez justo, ante una conducta mala dicta una sentencia que duele. ¿Qué castigo impone? A un ejército, Dios puede afligirlo con una derrota, como a los benjaminitas obstinados (Jue 20,35); Dios puede herir con enfermedades y con la muerte, como le sucedió a Nabal (1 Sam 25,37-38) a quien "el Señor hirió de muerte" (¡cómo no iba a morir si se le "agarrotó el corazón" diez días antes por una mala noticia!); o con diversas plagas, como pasó en Egipto (Ex 7,27).

De la misma raíz hebrea, el sustantivo néguef añade su letanía de desgracias, aflicciones y calamidades; en suma: de castigos (Ex 12,13; Num 8,19; 17,11s; Jos 22,7). Muchos son castigos-consecuencia: la pena va en el mismo pecado, como hoy día vemos en las consecuencias de la droga; en el hecho de que Dios "permita" esa sanción que yo mismo me impongo por no hacer caso al sentido de culpa y castigo que llevamos en el fondo de nosotros mismos, hay un gesto divino respetuoso de mi libertad.

¡Pero el Nuevo Testamento es otra cosa! No. Es la misma música casi con la misma letra; y es lógico: cuanto más cerca se deja ver el amor que Dios nos tiene más aparece la gravedad de nuestro desamor, esa situación de ofensa cometida que exige una pena. ¿Y el santo temor de Dios? "Es temor filial; y el temor perfecto de hijo sale de amor perfecto de padre" (san Juan de la Cruz). "El verdadero amor no consiste en ceder siempre, en ser blando, en la mera dulzura. En ese sentido, un Dios dulcificado que dice a todo que sí... no es más que una caricatura del verdadero amor. Porque nos ama, Dios debe oponérsenos cuando nos perdemos a nosotros mismos y corremos peligro" (Benedicto XVI). ¿No será que nuestra razón ofuscada por la sensibilidad quiere que Dios diga lo que nos gusta, en vez de escuchar a qué llama Dios bueno o malo?

También en el Antiguo Testamento la pena es medicinal, no vindicativa; está dictada por un amor infinito ofendido, por eso nos salva; reparamos la ofensa restituyendo lo robado (cf. Jos 7); nos purificamos, nos volvemos a Dios. Hasta el mismo Egipto (¡el enemigo!) se convertirá: "El Señor herirá a Egipto, pero en seguida lo curará; se convertirán al Señor y él será propicio y los curará" (Is 19,22).

Para rezar: ¿Todavía no hemos experimentado el gozo de decir después de una desgracia: "Me castigó, me castigó el Señor, pero no me entregó a la muerte" (Sal 118,18)? ¡Me castigó precisamente para no entregarme a la muerte! "Antes de sufrir yo andaba extraviado... Me estuvo bien el sufrir, así aprendí tus mandamientos" (Sal 119,67.71).

Fuente: Magnificat (Enero 2012)