jueves, 17 de junio de 2010

HORA DE DESPERTAR


Escuchemos hoy aquellas mismas palabras que pronunció el profeta Isaías, casi 600 años antes de Cristo: “Despierta, Sión, despierta... Levántate, Jerusalén, sacúdete el polvo” (Is 52,1-2). Los destinatarios inmediatos de este mensaje eran los israelitas deportados a Babilonia. Unos siglos más tarde, escribiría el apóstol San Pablo a los cristianos de Roma: “Tened en cuenta el tiempo en que vivimos: que ya es hora de despertarnos del sueño” (Rom 13,11). ¿Qué hora es? Es hora de despertar.

Estoy convencido que estas palabras tienen mucho que ver con lo que el Espíritu Santo está diciendo hoy a la Iglesia de Jesucristo del tercer milenio; es decir, a nosotros. Necesitamos estar despiertos y velar porque somos llamados a ponernos en pie y en oración para discernir los signos de los tiempos actuales, de manera que podamos situarnos correctamente en el momento histórico en el que nos encontramos. Cuando dormimos, nuestros sentidos no están listos para responder a los estímulos externos de igual manera que estando despiertos y en vigilante espera; por eso, ya no podemos comportarnos como quien por la mañana ha oído el despertador, sabe que es la hora pero lo retrasa y vuelve a caer en el sueño. El tema de la vigilancia encuentra su motivación más alta en la espera del regreso del Señor (Mt 24,42) ya que con esta promesa de su vuelta, Cristo da a la historia su nueva meta y su definitiva orientación. Los cristianos, unidos en la caridad, celebramos la muerte del Hijo de Dios, con fe viva proclamamos su resurrección, y con esperanza firme anhelamos su Venida gloriosa. Cuando se considera el futuro, la Iglesia espera el retorno del Mesías que llegará cuando menos se espere, como llega un ladrón en la noche (1 Tes 5,2). Por eso, más que una orden, la vigilia del discípulo es una invitación y una llamada que Dios nos hace porque no quiere perdernos. El Evangelio de Jesucristo no existe para complacernos, sino para ponernos en pie, para levantarnos; el que escucha la Buena Noticia y la acoge ya no puede vivir de forma irresponsable, porque ha sido llamado a la bienaventuranza de los vigilantes.

Porque hemos sido llamados a vivir en la vigilancia evangélica, nuestro Dios nos pide interpretar las señales de nuestro tiempo presente (Lc 12,54-56), porque así estaremos mejor preparados para afrontar nuestra misión y apostolado con los medios necesarios y las armas adecuadas. Cuando decimos que la Iglesia existe para anunciar y extender el Reino de Dios, estamos diciendo que tenemos una misión concreta, en un momento concreto y en un lugar concreto; no podemos obviar lo que hay a nuestro alrededor como si no fuera con nosotros. Por eso, creo que necesitamos purificar el concepto de misión y entender bien cuál es la tarea que nos ha sido encomendada como católicos del siglo XXI; por un lado, hemos sido llamados a proclamar la Buena Noticia de Jesucristo a través de la evangelización, y por otro, somos llamados a ser Pueblo profético que defienda la Verdad con la vida y con la palabra, constituyendo un baluarte y un resto fiel que hace frente a la ola del mal y defiende a la Iglesia de Cristo. No olvidemos que, incorporados a Cristo por el Bautismo, participamos de su misión sacerdotal, profética y regia (1 Pe 2,9), como nos recuerda el Concilio Vaticano II (LG 31).

En el Congreso Eucarístico del año 1976 en Filadelfia (Pennsylvania, EE.UU.), el Cardenal Karol Wojtyla, dijo: “Estamos ahora ante la confrontación histórica más grande que la humanidad jamás haya conocido. Estamos ante la lucha final entre la Iglesia y la antiiglesia, el Evangelio y el anti-evangelio. No creo que el ancho círculo de la Iglesia americana ni el extenso círculo de la Iglesia Universal se den clara cuenta de ello. Pero es una lucha que descansa dentro de los planes de la Divina Providencia.”

Como afirmó el que 2 años después sería el nuevo Papa, aunque la gran mayoría de la Iglesia no se de clara cuenta de ello, hemos sido llamados a interpretar correctamente el tiempo en que vivimos, para así poder encarar bien preparados esta confrontación histórica y esta lucha en la que nos encontramos inmersos. Tiempo que requiere, no de teólogos sabios ni humanistas inteligentes, sino de hombres y mujeres que sean auténticos apóstoles de estos tiempos y los santos del tercer milenio.

Algunos textos de la Sagrada Escritura que nos ayudan, precisamente, a darnos cuenta del tiempo que estamos viviendo y del escenario en el que nos debemos situar:

-          1 Jn 5,19: Sabemos que somos de Dios, mientras el mundo entero está bajo el poder del Maligno.”

-          2 Tes 2,7: el plan secreto de la maldad ya está en marcha.”

-          Hch 4,25-26: "¿Por qué se alborotan las naciones? ¿Por qué los pueblos hacen planes sin sentido? Los reyes y gobernantes de la tierra se rebelan, y juntos conspiran contra el Señor y contra su escogido, el Mesías."

-          Mc 10,42-44: “Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos.”

El Sacerdote alemán, José Kentenich, fundador del Movimiento Apostólico Schoenstatt, dijo lo siguiente: “En estos días, la sociedad aparece ante nosotros como una gran máquina y no como un organismo o una familia de pueblos. Los grandes del mundo tratan de lograr nuevamente una unidad entre los pueblos. Lo que no logró la Liga de las Naciones trata de realizarlo ahora Naciones Unidas. Pero tampoco dará resultado. La máquina sigue siendo la misma, sólo cambió de conductor. Dios pensó a los pueblos como una familia, como un organismo y no como una máquina. Pero no hay unidad de los pueblos sin Cristo, la Cabeza, y sin la Santísima Virgen, corazón de esta familia. Éste es el único orden social y mundial querido por Dios”.

La idea de la unidad mundial no repugna a la doctrina cristiana sino que le es connatural, por aquello de que bajo una Fe común, hermanados en la caridad, los hombres bien podríamos convivir dentro de los límites éticos de un código común de conducta. Conviene, pues, distinguir la idea de una autoridad supranacional como ideal de paz y progreso de la humanidad de otras ideas o intentos de realización y sobre todo, de entre estos intentos, bajo qué signo o principios se han realizado o intentado. Siendo necesario recorrer la historia de occidente para reconocer que aun vive en la psicología y en el alma del europeo y del americano el ideal de la unidad, así como el de las libertades y las autonomías, resulta evidente que la raíz ideológica que ha dado sustento a la concepción progresista actual de la unidad mundial es la renuncia a la Fe en Cristo y en su Iglesia, y su incorporación a un panteón de cultos, cuyo único común denominador sería una “ética universal”, de tinte laico y “tolerante” con todo, menos con la verdadera Fe. Sin desmesuras, sin caer en un profetismo ridículo, sin paranoia, pero atentos y vigilantes, debemos discernir a la luz de la Revelación y de la historia lo que está sucediendo hoy a nuestro alrededor. Si no somos capaces de esto, solo seremos instrumentos en manos del poder mundialista, de evidente signo masónico y anticristiano, que triunfa hasta ahora en el mundo. Veamos un poco en qué se traduce esto y cómo se está expresando.

Lo que hoy se pretende es "rehacer" las sociedades, sometiéndolas a un proceso de “reingeniería social” -término que figura en algunos documentos internacionales-, imponiéndoles una “nueva ética”, basada en “los nuevos paradigmas”: el nuevo paradigma de familia, el nuevo paradigma de género, el nuevo paradigma de los derechos humanos, el nuevo paradigma de la salud, el nuevo paradigma del derecho, especialmente el derecho internacional, y hasta un nuevo paradigma religioso impregnado de un relativismo inaceptable. Si se pretende someter a todos los países, imponiéndoles unos nuevos modos de vida, es para realizar el sueño de todos los grandes totalitarismos: el dominio total del mundo; y como es lógico, este proyecto de dominio universal pretende borrar todo rastro de cristianismo en la “nueva sociedad globalizada”. El nuevo orden ha elegido su divinidad; como es sucesor ideológico del evolucionismo social, su nuevo dios es el Hombre Nuevo, autónomo, autor de sus propias normas, esencialmente igual al Hombre Nuevo del marxismo o el nazismo. Los dogmas del nuevo orden son la democracia, el relativismo ético, la autodeterminación, la libertad y la tolerancia, todos ellos al servicio de los más fuertes. Para los profetas del nuevo orden internacional, la mujer y el hombre de fe son el enemigo. Por supuesto que el sistema cuenta no sólo con convencidos propagandistas e impulsores, sino también -y quizás esto sea lo peor-, con una multitud de personas, intelectuales, religiosos, políticos, para las cuales el diálogo con esta nueva ideología aún es posible... (continuará)