jueves, 28 de octubre de 2010

ALMA MISIONERA

“La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9,37-38). Tantas veces hemos rogado al Señor que envíe obreros a esta mies abundante de nuestro país, conscientes de la gran urgencia y necesidad de una nueva evangelización, y tantas veces el Señor ha puesto la “carga” sobre nosotros, de tal manera, que ha venido preparando nuestro corazón para estar hoy dispuestos a dejarlo todo y ponernos a disposición de esta misión. Deseamos perder nuestra vida y renunciar a nuestros planes, conscientes de que hay mayor felicidad en dar que en recibir, y con la mirada puesta siempre en el Crucificado que dejó su rango divino y se despojó de todo por nosotros. “No tengáis miedo”, es la invitación constante que escuchamos y por ello deseamos remar mar adentro, decididos a responder al llamado que sentimos del Señor.

Nosotros, como matrimonio, encontramos en Aquila y Priscila un ejemplo sobresaliente de la poderosa influencia y el bendito servicio que un matrimonio, consagrado como uno a los intereses de Cristo, puede ejercer y llevar a cabo. Cuando el apóstol San Pablo vino a Corinto, el hogar de ellos se abrió para él y juntos vivieron y trabajaron en su oficio de construir tiendas por un espacio de tiempo. Aquila y Priscila constituyeron una bendición para Pablo y nos dejaron un modelo importante del ministerio laico, particularmente el del apostolado en equipo (Hch 18,2-3. 18-19. 24-26; Rom 16,3-5).

A lo largo de estos últimos años de nuestra vida, el Señor ha ido encendiendo un fuego en nuestro corazón que, lejos de extinguirse a pesar del tiempo y de momentos de gran incertidumbre, no ha dejado de crecer y de inspirar en nosotros una decisión firme de ir más allá y de mirar donde otros no miran, fijando nuestra mirada solo en Dios. Él nos está invitando a ir hacia delante sin volver más nuestra mirada atrás (Lc 9,62), para conquistar nuevos horizontes. Deseamos ser canales de la gracia de Dios para que Él pueda escribir una historia nueva en el corazón de muchos que aún no le conocen en este país. “Quien no se arriesga y no deposita su confianza en Dios, es porque aún no ha dejado que Dios sea el dueño de su vida”. Dios nos invita incesantemente a dejarnos sorprender por su gran amor y poder en medio de nuestra vida, y confiar plenamente en su voluntad; nos invita a arriesgarnos en su Nombre con la certeza de que Él no implica un riesgo para nosotros bajo ninguna circunstancia, sino más bien una seguridad absoluta porque en todo interviene para bien de los que le aman (Rom 8,28) y jamás permitirá que experimentemos algo que vaya más allá de nuestras propias fuerzas (1 Cor 10,13). Ha puesto en nosotros la seguridad de que en medio de nuestra propia incapacidad, es Él quien nos capacita.

Toma, Señor, nuestra vida antes de que la espera desgaste años en nosotros; estamos dispuestos a lo que quieras, no importa lo que sea. Te damos nuestro corazón sincero para gritar sin miedo tu grandeza, Señor, y así en marcha iremos cantando y por las calles predicando lo bello que es tu amor. Señor, tenemos alma misionera, condúcenos a la tierra que tenga sed de Dios. Llevanos donde los hombres necesiten tus palabras, donde falte la esperanza y donde falte la alegría, simplemente por no saber de Ti.

“Todo el que invoque el nombre del Señor se salvará. Ahora bien, ¿cómo van a invocarlo, si no creen en él?; ¿cómo van a creer, si no oyen hablar de él?; y ¿cómo van a oír si nadie les predica?; y ¿cómo van a predicar si no son enviados? Lo dice la Escritura: ¡Qué hermosos los pies de los que anuncian el Evangelio!” (Rom 10,13-15)

miércoles, 20 de octubre de 2010

REMA MAR ADENTRO

Es tiempo de remar mar adentro (Lc 5,4), de ir a lo profundo de nuestra fe. La evangelización más eficaz es la que nace de la adoración y lleva a la adoración. Predicar y adorar son los dos grandes propósitos que tenemos para evangelizar desde el poder del Espíritu Santo, utilizando los medios que tenemos a nuestro alcance. Para adorar a Dios “en espíritu y verdad” (Jn 4,23-24) necesitamos reconocer que Dios es Dios y que nosotros somos sus criaturas y pueblo de su propiedad, y para predicar necesitamos formarnos de manera que podamos anunciar de palabra y de obra aquello que el Espíritu Santo ha venido haciendo en nosotros y así podamos dar razón de nuestra fe (1 Pe 3,15).

Quizás este sea el momento de romper el círculo de lo cotidiano y dejar de hacer lo mismo de siempre para ir más allá, para ir a lo profundo. Muchas veces tenemos la tentación de hacer círculos de seguridad a nuestro alrededor y parece que de ahí no queremos salir porque ahí estamos seguros; sin embargo, en la pedagogía de Dios, Él solamente nos da más cuando vamos más allá de lo normal y cuando estamos dispuestos a salir de nuestros círculos. Tengamos presente el ejemplo de Moisés; el que sería el gran libertador del Pueblo de Israel se encontraba en un momento de su vida como un pastor solamente. Para que Dios le llamara a ser su mensajero y fuera a liberar a su pueblo de la opresión del faraón, lo primero que tuvo que pasar fue que un día Moisés se atrevió a ir muy lejos en el desierto. El día que se le ocurre ir muy lejos es cuando Dios se le aparece en medio de la zarza y se encuentra con él recibiendo un mensaje que no alcanza a comprender. Cuando este hombre va mas allá de lo ordinario o normal en su vida es cuando recibe el llamado de Dios.

Ser un pueblo en misión es estar dispuestos a romper todos los círculos de estancamiento que se forman a nuestro alrededor. Si queremos ser usados en abundancia por Dios tenemos que romper el circulo de lo ordinario una y otra vez. Dios no llamó a Moisés hasta que se decidió a tomar esta actitud. Tomemos esta actitud, hermanos, de ir más allá, de ir a lo profundo; quizás tengamos que dejar de hacer algunas cosas que llevamos haciendo siempre para poder hacer otras a favor de una Nueva Evangelización más efectiva, que de más fruto para la gloria de Dios.

“Esto es lo que dice el santo, el veraz, el que tiene la llave de David, el que abre y nadie cerrará, el que cierra y nadie abrirá: Conozco tus obras; tengo abierta delante de ti una puerta que nadie puede cerrar, porque, a pesar de tu debilidad, has guardado mi palabra y no has renegado de mí... Porque has guardado mi consigna de perseverancia, yo te guardaré en la hora de la prueba que va a sobrevenir sobre todo el mundo para probar a los habitantes de la tierra. Mi venida está próxima; guarda bien lo que tienes, para que nadie te quite tu corona.” (Ap 3,7-8.10-11)

lunes, 11 de octubre de 2010

EL SANTO ROSARIO

El Rosario es la oración de María; es la oración que ha venido a pedirnos desde el cielo, porque es el arma que debemos usar en estos tiempos de la gran batalla y el signo de su segura victoria. Su victoria se hará efectiva cuando Satanás, con su potente ejército de todos los espíritus infernales, sea encerrado en su reino de tinieblas y de muerte, de donde no podrá salir jamás para dañar al mundo.

Para esto debe descender del cielo un Ángel al que se le ha dado la llave del abismo y una cadena con la cual atará al gran dragón, a la serpiente antigua, Satanás, con todos sus secuaces. El Ángel es un Espíritu, que es enviado por Dios, para cumplir una misión particular.

María es la Reina de los Ángeles, porque entra en su designio particular el ser enviada por el Señor a realizar la mayor y más importante misión de vencer a Satanás. De hecho, ya desde el principio, fue preanunciada como Aquella que es enemiga de la serpiente. Aquella que lucha contra la serpiente, Aquella que al final le aplastará la cabeza. "Pondré enemistad entre ti y la Mujer, entre tu descendencia y la Suya. Ella te aplastará la cabeza, mientras tú intentarás morder su talón" (Gen 3,15).

Su descendencia es Cristo. En Él, que ha llevado a cabo la obra de la Redención y nos ha librado de la esclavitud de Satanás, se realiza su completa victoria. Por esto, le es confiada la llave, con la que es posible abrir o cerrar la puerta del abismo. La llave es el signo del poder que tiene quien es dueño y señor de un lugar, que le pertenece. En este sentido, el que posee la llave de todo lo creado es solo el Verbo encarnado, porque por medio de Él todo ha sido creado, y por esto Jesucristo es el Rey y Señor de todo el universo, esto es, del cielo, de la tierra, y del abismo.

Solo Jesús posee la llave del abismo, porque es Él mismo la Llave de David, que abre y nadie puede cerrar, que cierra y nadie puede abrir. Jesús pone esta llave, que representa su divino poder, en la mano de María, porque como Madre suya, medianera entre su Hijo y nosotros le ha sido confiada la misión de vencer a Satanás y a todo su potente ejército del mal.

La cadena, con la que el gran dragón debe ser atado, está formada por la oración hecha con María y por medio de Ella. Esta oración es la del Santo Rosario. Una cadena, en efecto, tiene primero la misión de limitar la acción, después la misión de aprisionar y al final la de anular toda actividad del que es atado con ella.

La cadena del Santo Rosario tiene ante todo la misión de limitar la acción del Adversario. Cada Rosario que recitamos con María, tiene el efecto de restringir la acción del Maligno, de substraer las almas de su maléfico influjo y de dar mayor fuerza a la expansión del bien en la vida de muchos hijos suyos. La cadena del Santo Rosario tiene también el efecto de aprisionar a Satanás, esto es, de hacer impotente su acción y de disminuir y debilitar cada vez más la fuerza de su diabólico poder. Por esto, cada Rosario bien recitado es un duro golpe dado a la potencia del mal, es una parte de su reino que es demolida. La cadena del Santo Rosario obtiene en fin el resultado de hacer a Satanás completamente inofensivo. Su gran poder es destruido.

Comprendamos ahora por qué en estos últimos tiempos de la batalla entre la Mujer vestida del Sol y el gran dragón, Ella nos pide que multipliquemos por todas partes los Cenáculos de oración, con el rezo del Santo Rosario, la meditación de su palabra y nuestra consagración a su Corazón Inmaculado. La humilde y frágil cuerda del Santo Rosario forma la fuerte cadena con la cual hará su prisionero al tenebroso dominador del mundo, al enemigo de Dios y de sus siervos fieles.

Fuente: A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Santísima Virgen
 

martes, 5 de octubre de 2010

LA ULTIMA PERSECUCION

El creer que una persecución aguarda a la Iglesia puede actuar como un freno sobre nuestros corazones rebeldes y egoístas, sea que ésta tenga lugar en nuestros días o no. Seguramente, con esta perspectiva por delante, no nos podemos permitir el abandonarnos a pensamientos de facilismo y confort, al deseo de enriquecernos, de instalarnos o de elevarnos en el mundo.

Seguramente, con esta perspectiva por delante, no podemos sino pensar en ser aquello que todos los cristianos son en su verdadera condición (o por lo menos aquello que deberían desear ser, aquello en que deberían fijar su voluntad, si fuesen verdaderos cristianos de corazón), o sea, peregrinos, centinelas aguardando el alba, aguardando la luz, aguzando ansiosamente nuestros ojos para percibir los primeros rayos de la mañana, esperando la venida de Nuestro Señor, Su glorioso advenimiento, cuando Él ponga fin al reinado del pecado y de la maldad, complete el número de Sus elegidos y perfeccione a aquellos que al presente luchan contra la debilidad, mas en sus corazones lo aman y lo obedecen.

¡Quiera Dios que todo esto se realice a su hora, de acuerdo a su infinita misericordia!

¡Quiera Él darnos la perseverancia a lo largo de nuestro éxodo, y la paz a su término!

Fuente: Cuatro sermones sobre el Anticristo (John Henry Newman)