En medio de este panorama internacional ya son muchos los que sostienen que la unificación del mundo se está realizando a través del miedo y de la mentira: 2 armas de destrucción masiva. Una sociedad atemorizada es una sociedad fácilmente manejable. El poder mundial se va unificando y para ello es necesario, no sólo reducir todas las autoridades a una sola, sino también hacer sucumbir las religiones en una especie de credo sincretista. Como el sentido religioso no puede negarse, dado que está impreso en lo más hondo del corazón del hombre, lo que se pretende es cambiar su objeto; en lugar de adorar a Dios, en el centro se coloca al hombre. Esta es la mentira de una religión falsa, con una espiritualidad tipo new age en la que caben todas las religiones y un cristianismo enteramente falsificado. Según los expertos, un gobierno en la sombra y un imperio invisible es el que estaría moviendo hoy los hilos de lo que sucede en nuestro mundo y que no es sino una expresión más del mismo pecado original del hombre que le llevó a rebelarse contra Dios y ser él mismo su propio dios. No olvidemos quien es el que continuamente, a lo largo de los siglos, sigue tentando al ser humano a desobedecer al Creador.
Esta sed insaciable de poder y control lo vemos como un denominador común en la historia de la humanidad; grandes imperios que surgieron y cayeron, que buscaban dominar a los demás pueblos. La Biblia también nos habla de esto y la interpretación de los Padres de la Iglesia al hablar de un resurgimiento del Imperio Romano se apoya en las visiones del profeta Daniel relativas a cuatro bestias que emergen del mar, que serán los imperios sucesivos que pasarán por el escenario de la historia y que tendrán poder sobre la tierra (el imperio babilónico de Nabucodonosor, el imperio medo-persa, el imperio de Alejandro Magno y el imperio romano). Estos imperios están representados mediante cuatro bestias en el capítulo 7 del libro de Daniel, teniendo especial importancia la cuarta bestia y que es la que va a coincidir con la visión del Apocalipsis (cap. 13) de la que habla San Juan respecto al último Anticristo. Debemos tener en cuenta lo que la Tradición de la Iglesia ha ido descubriendo en su meditación sobre el Apocalipsis. Según uno de los Padres de la Iglesia más importantes, San Ireneo de Lyon, el último imperio, el del Anticristo, será una recapitulación de la herejía de todos los imperios anteriores. La interpretación de los Padres de la Iglesia es que el Anticristo se alzará a partir de un resurgimiento del Imperio Romano; es decir, un poder opresor y perseguidor que trate de alzarse contra Dios.
Hemos dicho que el aspecto religioso juega un papel importante en todo esto y nuestra tarea se desarrolla en un tiempo en el que la dificultad y la lucha contra la Iglesia van a ir creciendo más. Como el Cireneo fue una ayuda para llevar la Cruz de Cristo, nosotros también debemos ser como el Cireneo para su Cuerpo Místico, la Iglesia, cuando camina hacia el Calvario. Cuando miramos la escena religiosa completa de hoy lo que vemos son muchos inventos de los hombres y de la carne, mayormente sin poder y sin fuerza. Así dice San Pablo en su carta a los Gálatas: “Con Dios no se juega: lo que uno siembre, eso cosechará. El que siembra para la carne, de ella cosechará corrupción; el que siembra para el espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna” (6,7-8). Lo que más daña el Corazón de Dios no es la siembra de los que están lejos de Él, sino lo que siembra aquel que está a su servicio. No hay algo que disguste más su Corazón que aquellos corazones que están lejos de Él, aunque aparentemente están cerca. Debemos preguntarnos con paz pero con sinceridad: ¿cómo estamos nosotros? Quizás se está mezclando demasiado nuestro discipulado con las cosas del mundo y nos dejamos llevar y arrastrar por él, y por eso también es que no se están dando los frutos que debieran. A veces parece como si el mundo impactara más en la Iglesia, en nosotros, que la Iglesia en el mundo. Igual es que nos hemos aferrado a nuestra retórica religiosa pero nos hemos vuelto demasiado pasivos. Estamos demasiado cómodos y quizás sea tiempo para confesar: no soy lo que era, no estoy donde se supone que debo estar; Señor, no tengo tu Corazón y no siento tu carga, he querido que sea fácil y solo quería ser feliz. Pero el verdadero gozo viene de exponerme a que tú me corrijas y me reproches lo que no estoy haciendo bien. Son palabras que no escuchamos en esta era mimada en la que vivimos. Quizás necesitamos experimentar angustia, que significa dolor y aflicción extremos, por las condiciones que hay en mí y a mi alrededor. Dolor profundo, pena profunda, agonía del Corazón de Dios. ¡Nadie parece querer escuchar nada de esto!
Toda pasión verdadera por Cristo nace de la angustia. Busquemos en la Escritura y encontraremos que cuando Dios determina restaurar una situación en ruinas comparte su propia angustia y encuentra un hombre que ora, a quien toma y le bautiza en angustia. Lo encontramos en el libro de Nehemías, por ejemplo; Jerusalén está en ruinas, ¿qué hace el Señor? ¿cómo va a restaurar Dios las ruinas? Nehemías no era un predicador, era gobernador; un hombre que estaba dispuesto a sacrificar su integridad. Dios encontró un hombre de oración que se quebró y lloró ante las ruinas de Jerusalén, pero que ayunó y oró día y noche para poder ser usado con poder por el Señor para reconstruir las murallas de la Ciudad Santa. ¿Por qué los demás no obtuvieron una respuesta? ¿Por qué no los usó Dios en la restauración? ¡Porque no había señales de angustia en ellos! ¡Ni un llanto, ni una palabra de oración! Y todo estaba en ruinas.
¿Nos está sucediendo esto a nosotros hoy? ¿Nos importa algo que hoy día la Jerusalén espiritual de Dios, la Iglesia, esté sufriendo una grave crisis de fe que la hace tambalearse como barco en medio de la tormenta? ¿Nos importa que haya tanta frialdad arrasando la tierra? Más cerca que eso; ¿nos importa la Jerusalén que está en nuestros propios corazones? Hay señales de ruina cuando el poder espiritual y la pasión van desapareciendo lentamente de nosotros; en la ceguera ante la tibieza y la mezcolanza que está introduciéndose sigilosamente para volvernos pasivos, mirar hacia otro lado y vivir obsesionados con el entretenimiento de cualquier tipo. Esto es todo lo que el demonio quiere hacer, sacar la lucha de nosotros y eliminarla; así no oraremos más, ni lloraremos más ante Dios. ¡Podemos sentarnos tranquilamente a ver la televisión! Hay una gran diferencia entre angustia y solo preocupación; preocupación es algo que empieza a interesarte, te interesa un proyecto o una causa o un asunto o una necesidad. Si no es algo que me lleva a orar y a buscar a Dios, a ponerme de rodillas, a llorar ante el Trono hasta sentir angustia y agonía, por favor no digamos que estamos preocupados, cuando pasamos horas frente a internet y frente a la televisión, y nuestra oración se limita a un pequeño porcentaje de nuestro tiempo como si se tratara solamente de tiempo y no fuera algo que abarca toda nuestra vida. Si abrimos nuestro corazón y empezamos a orar de verdad, Dios viene y comienza a compartir su Corazón con nosotros. Nuestro corazón empieza a llorar y a gritar: ¡Oh Dios, tu Nombre está siendo blasfemado, tu Espíritu Santo está siendo ridiculizado, tu Iglesia perseguida por dentro y desde fuera! Señor, tenemos que hacer algo.
Creo que no va a haber renovación, ni despertar, ni cosecha, hasta que no le dejemos a Él quebrantarnos una vez más. Tal y como el rey David y sus 600 hombres que le acompañaban lloraron todo el día y probablemente la mayor parte de la noche hasta que les faltaron las fuerzas, cuando contemplaron una ciudad (Siquelab) en ruinas, consumida por el fuego y con todas las mujeres y los niños llevados cautivos (amalecitas), tal como nos relata el primer libro de Samuel (cap. 30). Porque lloraron hasta que no les quedaron lágrimas y se volvieron a Dios con todo el corazón, fueron después levantados y fortalecidos por la Palabra de Dios. Hermanos, se está haciendo tarde y la situación se está volviendo peligrosa. No hay nada carnal o material que pueda darnos el verdadero gozo, el auténtico. Solo lo que es llevado a cabo por el Espíritu Santo, cuando le obedecemos y adoptamos su Corazón, nos hará capaces de construir los muros alrededor de nuestra familia y de nuestro propio corazón para hacernos fuertes e inexpugnables contra el enemigo, de manera que nuestras vidas, nuestras comunidades y nuestra Iglesia puedan dar fruto abundante y así seamos auténticos discípulos, ya que en esto consiste la gloria del Padre (Jn 15,8). La noche está avanzada y el día se aproxima; es hora de despertar.