lunes, 26 de octubre de 2009

SIEMPRE FIEL

Dios es fiel, siempre fiel, a pesar de nuestra infidelidad. En estos tiempos difíciles que vivimos son muchos los creyentes que se están alejando de Cristo y de su Iglesia. Un cristiano que busca paz y seguridad a cualquier precio, puede descuidar lo más importante y verse envuelto en apatía espiritual que le lleve a no orar ni escuchar la Palabra de Dios en el corazón.

A pesar de nuestras tribulaciones y tentaciones, a pesar de nuestra incertidumbre y preocupación por el futuro, el Padre sabe y conoce todos los detalles de nuestra vida. Dios ya tiene planes para librarte incluso antes de que clames a Él. Tal vez estamos enredados en la lucha más difícil de nuestra vida preguntándonos cómo nos librará el Señor, pero no nos damos cuenta de que Él está listo para poner su plan en acción. Todo lo que necesitamos saber es que nuestro Dios acoge la oración de nuestro corazón y es fiel para escuchar nuestro clamor y actuar.

"Busqué al Señor y Él me respondió, y me libró de todos mis temores... Este pobre hombre invocó al Señor: Él lo escuchó y lo salvó de sus angustias" (Sal 34,5.7). Este fue el clamor de David en medio de una situación de grandes pruebas y crisis cuando fue capturado por los filisteos. Él no podía orar audiblemente en la presencia de sus captores; sin embargo, el clamor más alto es, a veces, el que no tiene una voz audible. Muchas de las oraciones más altas de nuestra vida, muchos de los clamores más desgarradores y profundos, han sido levantados al Cielo en absoluto silencio.

A muchos de nosotros nos han afectado tanto las circunstancias que no podíamos hablar, hemos estado agobiados por situaciones que se nos escapan que no podíamos ni siquiera pensar lo suficientemente claro como para orar. En ocasiones, nos hemos sentido tan desconcertados que no éramos capaces de decirle nada al Señor, pero todo el tiempo nuestro corazón estuvo clamando: "¡Señor, ayúdame! No sé cómo orar justo en este momento, así que escucha el clamor silencioso de mi corazón. Líbrame de esta situación que estoy atravesando. Señor, ni siquiera sé qué decirte, no lo puedo explicar. ¿Qué está pasando?"

Creo que esto es exactamente lo que David estaba pasando antes de escribir el Salmo 34, cuando compartió su propio testimonio de la fidelidad del Señor para librar a sus hijos de las grandes pruebas: "El Ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los salva... Ellos gritan, el Señor los atiende y los libra de todas sus angustias... El hombre justo tendrá muchas contrariedades, pero de todas el Señor lo hará salir airoso" (Sal 34,8.18.20).

Los momentos de mi vida en que mayor claridad he tenido acerca de la fidelidad del Señor han sido los más difíciles y cuesta arriba; momentos que no se pueden olvidar y en los que nada ni nadie hubieran podido sostenerme excepto la fidelidad de nuestro Dios. Él hace todo lo que sea necesario para salvar a su Pueblo: fue necesario que se abriera el Mar Rojo para salvar a Israel de las garras de sus enemigos; fue necesario que saliera agua de la roca para salvarlos de su angustia en el desierto; fue necesario pan milagroso enviado del cielo para salvarlos del hambre y fue necesaria un arca para salvar a Noé del diluvio. Lo que está claro es que Dios sabe cómo salvarnos y que llegará a cualquier extremo para lograrlo sin importar cual sea la circunstancia.

Tal vez, la tribulación más grande que sufrió el Pueblo elegido fue su deportación a Babilonia; sin embargo, incluso en medio de esa desastrosa situación el Señor les había prometido restituirlos y darles lo que ellos tanto anhelaban: "Esto dice el Señor: cuando terminen los setenta años concedidos a Babilonia, yo me ocuparé de vosotros y cumpliré en vosotros mi promesa de restituiros a este lugar. Porque yo sé bien los proyectos que tengo sobre vosotros -dice el Señor-, proyectos de prosperidad y no de desgracia, de daros un porvenir lleno de esperanza" (Jer 29,10-11). Dios desea que sigamos orando para prepararnos y así estar listos para ser liberados.

miércoles, 21 de octubre de 2009

SANTO TEMOR DE DIOS

A lo largo de la Sagrada Escritura podemos encontrarnos, paralelamente, con una fluctuación de significados diversos detrás de esta expresión. Por un lado aparece, ya desde el comienzo, el temor del ser humano ante Dios como consecuencia del pecado de desobediencia inicial (Gen 3,10). Sin embargo, el mismo Dios invita a superar ese temor para entrar en un tipo de relación de protección. Así pues, el temor es la reacción que provoca la presencia de Dios, en cuanto es algo al mismo tiempo numinoso, terrible y fascinante (Ex 15,11-12). Sin embargo, la misma expresión se va llenando de otro tipo de contenido que tiene más que ver con la piedad que con el temor propiamente dicho. En la mayoría de estos casos la palabra temor es más bien sinónimo de respeto, veneración, fidelidad.

"El temor del Señor es el comienzo de la sabiduría"
(Pro 1,7). Dios ha dado a los hombres una norma de vida, el mandamiento del amor, pero también ha dicho que el amor a Dios debe estar unido al temor de Dios. Así como el amor es un don que es preciso pedir sin interrupción, así también es un gran don el temor de Dios. ¡Teme al Señor que pasa!

Del temor de Dios hoy no se habla ya; se habla del amor de Dios pero del temor no, porque dicen que el temor no se concilia ni puede conciliarse con el amor. Así como encuentran inconciliable en su necedad la Justicia y la Misericordia, encuentran inconciliables el Amor y el Temor de Dios. Hoy se aceptan las cosas que son cómodas y se rechazan las que son incómodas.

Esta es la absurda postura que pastores, sacerdotes y cristianos han adoptado con relación a Dios y en esta absurda postura es evidente la insidia del Enemigo que se propone demoler a Dios en el ánimo de los hombres y demoler el edificio de la Iglesia, desmoronando piedra por piedra. ¿Quién habla hoy del Temor de Dios? ¿Quién habla ya de la Justicia Divina? ¿Quién habla de la presencia de Satanás en el mundo, que con sus legiones rebeldes guía la lucha contra Dios y contra los hombres, encontrando por desgracia colaboradores entre estos últimos, aún entre almas consagradas?

Tiempos de ceguera y tiempos de oscuridad, porque son tiempos de soberbia. El ser humano osa desafiar enorgullecido por su ciencia y su tecnología al Creador y Señor del universo. Pero Dios, que es Amor, no puede permitir el desastre de la humanidad querido por Satanás. El Amor Eterno e inmutable no puede querer la ruina eterna de las almas. El infierno será derrotado y la Iglesia será regenerada.

Fuente: Confidencias de Jesús a un Sacerdote

sábado, 17 de octubre de 2009

VISION DE LOS CORAZONES

Visión del globo del mundo y encima del mismo había un gran corazón, el Sagrado Corazón de Jesús. Salían gotas de sangre que caían sobre el mundo, en diferentes lugares. Junto al Corazón de Jesús había otro corazón más pequeño, el Corazón Inmaculado de María. Salían gotas que caían también sobre el mundo, eran lágrimas.

Estuve un tiempo meditando en esta visión para descubrir el significado que el Señor pudiera mostrarme.

La sangre que brota del Corazón de Jesús significa el Sacrificio de Cristo en la Cruz por la salvación del mundo y cada Eucaristía que se celebra en el mundo entero que actualiza, renueva y sigue haciendo posible el plan de salvación de Dios en favor de todos los hombres; las lágrimas que salen del Corazón de María significa los dolores de la Madre por llevar a sus hijos, los hombres, por el camino de la salvación.

Cada una de esas gotas de sangre y cada una de esas lágrimas que caen sobre el mundo somos también cada uno de nosotros, instrumentos en manos de Dios y asociados al Sacrificio de Cristo y a los dolores de María, para llevar a los hombres a Cristo, en su Iglesia. Con nuestra oración, sacrificio y penitencia estamos llamados a unirnos al Sacrificio de Cristo en la Cruz y a los dolores de María, en favor de la salvación de cuantos nos rodean.

Después de esto, el Señor me dio una fuerte confirmación de todo el mensaje por medio de la Sagrada Escritura, en la carta a los Hebreos (9,11-28; 10,1-14), donde habla del Sacrificio de Cristo por medio de su Cuerpo y su Sangre como expresión de la Nueva Alianza entre Dios y los hombres.

jueves, 15 de octubre de 2009

VIGILAD Y ORAD

El Verbo Eterno de Dios hecho Carne, respondió a la acción de Satanás con un acto de humildad, primero lavando los pies de sus Apóstoles y luego instituyendo el Sacramento de la Eucaristía. A la desmedida soberbia de Satanás ha dado una respuesta de infinita humildad y la sigue dando todavía a los nuevos Judas que se suceden a través de los siglos.

Dio a sus Apóstoles una preciosa enseñanza para no caer en las insidias y trampas de Satanás: "Vigilad y orad para no caer en tentación" (Mt 26,41). Con su comunión sacrílega, Judas concretó en sí las palabras: "Quien come mi Carne y bebe mi Sangre indignamente, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,27). Tremendas palabras que tienen su cumplimiento en el alma de aquellos sacerdotes que concluyen mal su prueba en la tierra.

Satanás tentó a los Apóstoles que estaban junto al Señor , y los doblegó a su querer, porque no hicieron un tesoro de sus palabras: "Vigilad y orad", que les dirigió para advertirles y prepararles contra la tentación del Enemigo. El demonio hizo buen juego con los Apóstoles que en Getsemaní huyeron vilmente; entre los doce, uno le traicionó y otro renegó de Él jurando que nunca le había conocido.

Satanás no perdonó a ninguno, ni siquiera a la Madre, cuyo ánimo insidió con la duda sobre la Resurrección; pero no pudo hacer ni el más pequeño rasguño al Alma Inmaculada de María, Templo resplandeciente del Espíritu Santo. Pocos son los que, aun siendo tentados, quedan inmunes a la acción corrosiva del demonio. Aun los buenos discípulos de Emaús y tantos otros amigos del Señor tampoco fueron excluídos de la tentación y cedieron al descorazonamiento. La nefasta obra de Satanás desde la caída del hombre no ha sufrido mengua y no la tendrá hasta la consumación de los tiempos, cuando también él será juzgado por segunda vez con todas sus legiones.

La historia de la Iglesia y de la humanidad está constituida esencialmente por la creación y caída de los Angeles, por la creación y caída de toda la humanidad en Adán y Eva, por el Misterio de la Redención y por el Misterio de la Iglesia salida del Corazón abierto de Cristo, Verbo Eterno. El árbol de la vida, que tiene sus raíces en Dios, ha sido envenenado por Satanás.

Dios es la única, grande y omnipotente Realidad que domina la vida, la muerte, el tiempo y el espacio, el cielo y la tierra. Satanás, aun estando distanciado de Dios por un abismo insalvable, por lo que jamás podrá nada contra Dios, desfoga su poder, grande pero limitado y lleno de oscuridad, contra la humanidad entera de la que logró adueñarse en Adán y Eva, y que Dios volvió a arrancar desde el primer día con el anuncio hecho a los primeros padres, después de su confesión, del Misterio de su Encarnación.

Estas realidades los hombres las han olvidado. En la Iglesia no se ven éstas con la claridad necesaria para el planteamiento sobre bases sólidas, de una pastoral eficaz para bien de las almas. Trabajan en vacío todos aquellos Obispos y Sacerdotes que no tienen ideas claras ni convicciones sólidas de esta realidad de la que las Sagradas Escrituras, antiguas y nuevas, hablan continuamente. No creer esto firmemente quiere decir desviar tesoros irrecuperables de tiempo, de fatigas, de energías, de estudios, de sobrenatural, hacia un terreno infecundo donde todo se pudre. Imaginemos las consecuencias que se derivan de desviar un río de su cauce natural, sobre un terreno formado por alturas y depresiones: se forman estancamientos en los que las aguas se corrompen, se saturan de miasmas, y se hacen portadoras de infecciones y enfermedades.

Así es ahora la Iglesia. Esta crisis de fe que tiene sus raíces en la soberbia y la presunción, ha oscurecido las grandes realidades, claras aguas de manantial, haciendo desviarse el río de luz y de verdad de las Escrituras y de la Tradición de su cauce natural a riachuelos de aguas pútridas. Dios es obrador de bien, de luz, de verdad, de justicia y de paz; Satanás es obrador del mal. He aquí el origen de la historia que abarca cielo y tierra, que abarca a la humanidad.

¿Qué piensan de ello los Pastores de almas? Si suprimís esta realidad de la mente y de los corazones de los hombres, ¿qué va a ser de los hombres? ¿Se puede pensar en anular esta realidad sin contradecir y minar desde su base la esencia de la historia humana? Piensen los Pastores de almas y mediten en serio, porque es desde aquí, desde la raíz, desde donde se debe curar el mal.

Fuente: Confidencias de Jesús a un Sacerdote

miércoles, 7 de octubre de 2009

JESUCRISTO ES EL MISMO AYER, HOY Y SIEMPRE

Todos nosotros necesitamos siempre volver a los origenes y a lo que es fundamental, sobre todo cuando nos damos cuenta del tiempo en que nos toca vivir como creyentes y del tiempo en el que debemos expresar que somos Pueblo en misión.

Debemos darnos cuenta del tiempo y del escenario en el que nos encontramos, donde el Señor nos ha puesto para llevar a cabo nuestro apostolado y expresar nuestra identidad de discípulos que toman la cruz cada día para seguirle a Él. Porque en la medida en la que vayamos siendo más conscientes del tipo de terreno que tenemos que pisar, acertaremos mejor a utilizar el calzado más adecuado para ese terreno.

Las señales de los tiempos o signos de los tiempos nos ayudan, como cristianos, a situarnos correctamente en el momento histórico en el que nos encontramos. Leemos en el Evangelio de San Lucas: "Jesús dijo también a la gente: Cuando veis que las nubes aparecen por occidente, decís que va a llover, y así sucede. Y cuando el viento sopla del sur, decís que va a hacer calor, y lo hace. ¡Hipócritas!, si sabéis interpretar tan bien el aspecto del cielo y de la tierra, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo en que vivís?" (12,54-56).

El progreso de la humanidad en la segunda mitad del siglo XX es un claro signo de estos tiempos: la electricidad, la radio, la televisión, los aviones, la telefonía móvil, internet, los satélites, los microchips, las armas nucleares, etc. En el orden político, económico, social, moral y religioso se han venido dando una serie de hechos que evidencian signos positivos en cuanto a que expresan un desarrollo de la inteligencia humana y de la convivencia entre los hombres, pero también expresan signos negativos en cuanto a una degradación humana con expresiones desgarradoras como las dos guerras mundiales y una contínua guerra fría que ha matado a millones de seres humanos, el aborto, el hambre, el deterioro moral de la sociedad y de muchos pastores de la Iglesia, en el orden espiritual; la gran proliferación de todo lo relacionado con la New Age y la globalización en el orden político, económico y religioso que camina hacia la consecución de un nuevo orden y gobierno mundial.

Esta rápida y escueta radiografía de nuestro mundo actual nos debe ayudar a interpretar el tiempo en que vivimos. Porque si decimos que somos un Pueblo que tiene una misión, debemos conocer cuál es dicha misión y cuál es la tierra de misión a la que somos enviados y en la que debemos llevar a cabo nuestro apostolado. Porque no podemos cerrar los ojos a lo que está sucediendo a nuestro alrededor y pasar de largo como si no fuera con nosotros. El Señor nos pide interpretar los signos de nuestro tiempo, porque así estaremos mejor preparados para afrontar nuestra misión con los medios necesarios y las armas adecuadas.

Desde aquí, creo que necesitamos purificar el concepto de misión y entender bien cuál es la tarea que nos ha sido encomendada como católicos; por un lado, hemos sido llamados a proclamar la Buena Noticia de Jesucristo a través de la evangelización, y por otro, somos llamados a ser Pueblo profético que defienda la Verdad con la vida y con la palabra, constituyendo un baluarte que hace frente a la ola del mal y defiende a la Iglesia de Cristo.

San Pablo podía decir: "Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí" (Gal 2,20) y por eso fue el apóstol incansable que no dejó de anunciar a Jesucristo un solo momento. Él nos llama para transformarnos y hacernos pescadores de hombres. A los Doce les llamó para estar con Él, mirarle a Él; esta es la mejor escuela de vida. Cuando entramos en la escuela de Cristo, se da la transformación. Pero hay condiciones para entrar en la escuela de Cristo: renunciar a todo lo que tenemos aprecio (Lc 14,25-33; Mc 8,34-38). Llamados a perder nuestra vida porque estamos ocupados en Cristo; cada día, cada momento hay que decidir por Cristo.

La misión solo es efectiva desde un corazón de discípulo; no podemos ser apóstoles sin ser discípulos de Cristo. El discípulo vive en obediencia y en humildad. Las señales de estos tiempos nos muestran que no es posible seguir a Cristo si no somos discípulos, que no podemos ser discípulos si no es en comunidad y que no llevaremos a cabo nuestro apostolado si no es como comunidad de discípulos en misión dentro de la Iglesia.

Estamos en medio de grandes sufrimientos físicos y morales, una gran confusión generalizada, donde la corrupción se hace presente en todas partes y la tensión mundial crece a pasos agigantados. ¿Hacia dónde vamos? ¿Qué es realmente lo que está pasando? Los signos de los tiempos manifiestan la férrea lucha entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas, entre Cristo y Satanás. La Sagrada Escritura, el Magisterio de la Iglesia y la guía profética que recibimos por medio de revelaciones privadas y mensajes auténticos de la Santísima Virgen María en esta etapa de la historia, nos hablan de la tremenda batalla espiritual en la que nos encontramos y de la presencia de Satanás en el mundo y en la Iglesia.

El Papa Juan Pablo II dijo lo siguiente en el Congreso Eucarístico de Filadelfia, Pennsylvania, en el año 1976: "Estamos ahora ante la confrontación histórica más grande que la humanidad jamás haya conocido. Estamos ante la lucha final entre la Iglesia y la anti-iglesia, el Evangelio y el anti-evangelio. No creo que el ancho círculo de la Iglesia americana ni el extenso círculo de la Iglesia Universal se den clara cuenta de ello. Pero es una lucha que descansa dentro de los planes de la Divina Providencia."

Como dijo el Papa, aunque la gran mayoría de la Iglesia no se de clara cuenta de ello, hemos sido llamados a interpretar correctamente el tiempo en que vivimos. Tiempo que requiere, no de teólogos sabios ni humanistas inteligentes, sino de hombres y mujeres que sean auténticos apóstoles de estos tiempos llamados a "anunciar con valentía las verdades de la fe católica, proclamar el Evangelio con fuerza, desenmascarar con decisión las herejías peligrosas que se disfrazan de verdades para engañar mejor las mentes y de este modo alejar de la fe un gran número de fieles" (mensaje de la Santísima Virgen por medio del P. Gobbi, fundador del Movimiento Sacerdotal Mariano).

"Serán los verdaderos apóstoles de los últimos tiempos
-dice San Luis María Grignion de Monfort- a quienes el Señor de los ejércitos dará la palabra y la fuerza necesaria para realizar maravillas, que caminarán tras las huellas de pobreza, humildad, desprecio del mundo y caridad, enseñando el camino estrecho de Dios con la pura verdad conforme al Evangelio y no con las máximas del mundo... llevando en su boca la Palabra de Dios, sobre sus hombros el estandarte de la cruz, en la mano derecha el crucifijo; en la izquierda el Rosario; en el corazón los Sagrados Corazones de Jesús y de María y en toda su conducta la modestia y mortificación de Jesucristo."

"Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre" (Heb 13,8)