lunes, 19 de diciembre de 2011

CARTA A LA IGLESIA DE ESPAÑA

Por medio de estas líneas es mi deseo poder compartir con los pastores y
responsables de la Iglesia de España algo que me siento impulsado a no guardar para mí.

Yo, vuestro hermano Onofre, soy un laico comprometido con la Iglesia de España y la nueva evangelización, apasionado por Jesucristo y con un deseo cada día mayor de amar y hacer amar a su Iglesia. Casado con Icíar desde hace trece años y sin poder tener hijos, pueden dar referencia de mi persona algunos obispos, varios sacerdotes y un buen número de laicos comprometidos.

Un día cualquiera del mes de diciembre, en pleno tiempo de Adviento y después de haber participado en la Eucaristía, regresé a mi casa como cada día para continuar con mis tareas cotidianas, cuando empecé a escuchar en mi interior palabras y frases seguidas, unas detrás de otras, que no conseguía detener o alejar de mí.

Soy consciente de no ser más que una pequeña e insignificante pluma en manos de un buen escritor; un centinela que no hace más que aquello que debe hacer por el bien de su Pueblo, como el profeta Ezequiel en tiempos del asedio de Jerusalén por parte de Nabucodonosor (Ez 33,3-9).

“Y tú, ármate de valor; ve y diles todo lo que yo te mande. No les tengas miedo, porque de otra manera te haré temblar delante de ellos. Yo te pongo hoy como ciudad fortificada, como columna de hierro, como muralla de bronce... yo estaré contigo para protegerte. Yo, el Señor, doy mi palabra” (Jer 1,17-19)...

LEER CARTA COMPLETA (enlace)

lunes, 14 de noviembre de 2011

PAGAR EL PRECIO

Cuando el Señor nos llama a su servicio, debemos estar dispuestos a pagar el precio. Si Él dio su vida por nosotros, también nosotros debemos estar dispuestos a dar la vida por nuestros hermanos cada día (1 Jn 3,16). El llamado al sacrificio siempre fue una parte del servicio de los grandes héroes de la fe, como encontramos en el capítulo 11 de la carta a los Hebreos.

El liderazgo espiritual siempre viene acompañado de soledad, críticas y rechazo; Jesucristo vino a los suyos y los suyos no lo recibieron (Jn 1,11). Existen muchos momentos en la vida del siervo de Dios donde debe caminar solo, necesitando suficientes recursos internos para quedarse solo frente a la inflexible oposición de no tener a nadie más que al Señor. La humildad nunca se pondrá a prueba con más intensidad que cuando llega la crítica y el rechazo. Debemos esperar que la crítica se intensifique en la medida en que aumentan nuestras responsabilidades, ya que esto hace que caminemos humildemente con Dios y busquemos en todas las cosas hacer su voluntad.

San Pablo buscó el favor de Dios y no el de los hombres (Gal 1,10). A él no le perturbó la crítica ni le preocupó demasiado el ser juzgado por los hombres, ya que el único Juez es el Señor (1 Cor 4,3-4). El oído del apóstol estaba bien sintonizado con la voz de Dios y para él las voces humanas era tenues en comparación con la voz de su Señor; por eso, no tenía miedo de los juicios humanos ya que vivía consciente de estar ante un tribunal superior (2 Cor 8,21).

Todo esto provoca en nosotros fatiga y cansancio; es lo normal. Jesucristo también sufrió el cansancio como parte de su ministerio y tuvo que descansar en muchos momentos (Jn 4,6). No podemos olvidar que la fatiga es el precio que hay que pagar como siervos fieles de Dios y la mediocridad es el resultado de no sufrir el cansancio y la fatiga.

Jesús tuvo que lamentar la terquedad de su pueblo en varios momentos, así como los profetas que fueron fieles a Dios hasta el final. Hoy también es tiempo de alzar la voz como profetas del tercer milenio, dispuestos a pagar el precio por amor a Dios y a los hombres de nuestra generación. Necesitamos amar y hacer amar a la Iglesia de Jesucristo, sirviendo en fidelidad y con perseverancia evangélica.

"¿A qué compararé esta generación? Se parece a esos chiquillos sentados en las plazas, que se gritan unos a otros: os hemos tocado la flauta y no habéis bailado, hemos cantado lamentaciones y no habéis llorado. Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dijeron: tiene un demonio. Ha venido el hijo del hombre , que come y bebe, y dicen: éste es un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores. Pero la sabiduría ha sido justificada con sus obras." (Mt 11,16-19)

sábado, 29 de octubre de 2011

CONFUSION Y PERSEVERANCIA III

Estoy convencido de que nada sucede porque sí, ya que todo sirve para bien de los que aman a Dios y responde a los designios que el Señor tiene para nuestras vidas y para este mundo en el que vivimos. En este tiempo de confusión que nos toca vivir, estamos llamados a la perseverancia evangélica que cobra todo su sentido cuando hemos puesto nuestra mirada y toda nuestra existencia en el Corazón de Cristo. La Iglesia de Jesucristo que es asistida, guiada y conducida continuamente por el Espíritu Santo ha salido al paso en este tiempo por medio del legítimo sucesor de Pedro, el Papa Benedicto XVI, a través de la Carta Apostólica en forma de Motu Proprio Porta Fidei, con la que se convoca el Año de la Fe.

El Santo Padre es bien consciente de este tiempo difícil que nos toca vivir como cristianos; por eso, esta Carta Apostólica sale al paso de nuestra realidad como una invitación a la perseverancia y a la evangelización como medios para llevar a cabo nuestra tarea como discípulos de Cristo del tercer milenio. Por medio de este documento, el Papa desea confirmar en la fe a todos los hermanos que en el mundo entero se esfuerzan por ser coherentes con el llamado que han recibido a ser fieles al Señor por medio de su Iglesia.

Entre otras cosas, todas de gran interés y necesarias para una profunda reflexión personal y comunitaria, destacan la necesidad que los creyentes tenemos de una fe auténtica y genuina que oriente toda nuestra vida y lo que forma parte de ella; la vigencia y el gran valor que tiene el Concilio Vaticano II para una renovación constante de la Iglesia; la necesidad de una conversión permanente que nos lleve a anunciar al mundo el amor de Dios manifestado en Cristo, como un llamado urgente a profesar, celebrar y testimoniar la fe públicamente sin caer en el error de pensar que se trata de un hecho privado; la utilidad del Catecismo de la Iglesia Católica como uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II, para crecer en el conocimiento del contenido de nuestra fe cristiana y como instrumento de apoyo para la formación; recorrer y reactualizar la historia de la fe; la certeza de que no hay fe sin caridad, ni hay caridad sin fe; y el pleno convencimiento de que el mundo necesita hoy testigos auténticos de la fe apasionados por Jesucristo y que desean amar y hacer amar cada vez más a su Iglesia (leer documento completo).

¡Ahora es cuándo, éste es el tiempo!

miércoles, 19 de octubre de 2011

CONFUSION Y PERSEVERANCIA II

San Pablo, en su tercer viaje misionero que termina con su llegada a Jerusalén, se reúne con los pastores de la Iglesia de Éfeso para exhortarles y darles el último mensaje: “Estad alerta y recordad que durante tres años no dejé de aconsejar día y noche, con lágrimas, a cada uno de vosotros” (Hch 20,31). ¿Qué es lo que le preocupaba tanto al apóstol como para pasar tres años gimiendo por los efesios? ¿Qué asunto pudo sacudir tan profundamente a este hombre de oración y lleno de Dios?

Las advertencias del apóstol no fueron acerca del caos que podía ocurrir fuera de las puertas de la Iglesia; su preocupación no estaba en el adulterio, la decadencia moral, la persecución, la pobreza o la guerra. San Pablo amonestó a los efesios acerca de la cizaña en el interior de la casa de Dios y la oscuridad que propician aquellos que debieran ser luz, ejemplo y guía para los demás. “Por lo tanto, estad atentos y cuidad de todo el rebaño sobre el que el Espíritu Santo os ha puesto como guardianes para que cuidéis de la Iglesia de Dios, la cual compró él con su propia sangre. Sé que cuando me vaya vendrán otros que, como lobos feroces, querrán acabar con la Iglesia. Aun entre vosotros mismos se levantarán algunos que enseñarán mentiras para que los creyentes los sigan” (Hch 20,28-30).

La gran preocupación de San Pablo estaba en lo que él vio venir dentro de los muros de la Iglesia; lobos feroces que dividen al rebaño y esparcen las ovejas por medio del error y un evangelio distorsionado. Cuando esto sucede y los pastores no protegen al rebaño, los creyentes pierden el primer amor y se van alejando de Dios y de la verdad, tal y como Cristo advirtió a los propios efesios y que recoge el libro del Apocalipsis en uno de los siete mensajes a las Iglesias de la provincia de Asia: “... tengo una cosa contra ti, y es que has perdido tu amor del principio. Por eso, recuerda de dónde has caído, vuélvete a Dios... de lo contrario, iré donde ti y cambiaré tu candelero de su lugar. Eso haré si no te arrepientes” (Ap 2,4-5).

¿Dónde está hoy el discernimiento? ¿Dónde están los Jeremías que por amor a Dios y a su Iglesia se exponen como ciudad fortificada, como columna de hierro y como muralla de bronce? ¿Dónde se encuentran los centinelas que reciben la Palabra del Corazón de Dios y la comunican para restaurar todo lo que Satanás ha robado por medio del pecado? En la Misa solemne que el Papa presidió el día 29 de junio del pasado año con motivo de la fiesta de San Pedro y San Pablo, subrayó que las persecuciones, “a pesar de los sufrimientos que provocan, no constituyen el peligro más grave para la Iglesia”. El mayor daño para la Iglesia se encuentra en lo que contamina la fe y la vida cristiana de sus miembros y de sus comunidades, causando erosión en la integridad del Cuerpo Místico y debilitando su capacidad de profecía y de testimonio, empañando la belleza de su rostro.

San Pablo nos dice en su carta a los Efesios (2,20) que la Iglesia está edificada sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo el mismo Cristo Jesús la piedra angular. El profeta es enviado por Dios a proclamar al Pueblo la verdad que conduce a la conversión y a la obediencia. El profeta auténtico no revela una nueva verdad sino que proclama la verdad ya revelada por Cristo, pero muchas veces olvidada; el profeta desvela la confusión del mundo y descubre el verdadero curso de la historia en Jesucristo. “Cuando no hay profetas, el pueblo se relaja”, nos dice el libro de los Proverbios (29,18). Sin profecía, la Iglesia languidece, su mensaje no puede penetrar el corazón. La profecía cristiana, por tanto, inicia la acción de Dios en medio de la Iglesia (Hch 11,27-30), despierta al Pueblo de Dios para escuchar su Palabra (Ap 3,1-6), proclama la Palabra de Dios públicamente y desata el poder del Espíritu Santo (Jer 5,14). La profecía nos anima, alienta y exhorta; nos amonesta, corrige y convence de pecado; nos inspira para producir un efecto y provocar una respuesta.

El Espíritu Santo viene para convencer del pecado (Jn 16,8), les había dicho Jesús a los suyos cuando les explicaba que era conveniente que Él se marchara para que pudiera enviarles el Paráclito, el Defensor. Solo hay un pecado que deberíamos temer, solo uno: el rechazo a admitir el pecado, porque el rechazo a admitir el pecado es el único pecado que no se puede perdonar. Jesús lo llamó la blasfemia al Espíritu Santo. Cuando nosotros blasfemamos contra el Espíritu Santo estamos diciendo: “no he pecado, no tengo necesidad de que el Espíritu Santo me perdone ningún pecado”. No tengamos miedo de admitir un millón de pecados, únicamente tengamos miedo de justificar el pecado con falsas razones. Confiemos en la misericordia de Dios. Él no está contra nosotros, Él quiere salvarnos. No olvidemos que todo se nos da por medio de Cristo; sin embargo, para que recibamos todo de Dios, por medio de Cristo, debemos también hacer volver todo a Dios, a través de Cristo, también nuestro corazón. Éste es el movimiento de la gracia.

miércoles, 5 de octubre de 2011

CONFUSION Y PERSEVERANCIA

En momentos de dificultad y de persecución es el amor de la verdad lo que nos puede salvar (2 Tes 2,9-10). La Escritura nos exhorta a mantenernos firmes y guardar las enseñanzas que hemos recibido de palabra y por escrito (2 Tes 2,15); es decir, las verdades fundamentales de la fe que el auténtico Magisterio de la Iglesia ha enseñado siempre y ha defendido enérgicamente a lo largo de los siglos.

Parece que hoy se está realizando cuanto profetizó la segunda carta de San Pablo a los Tesalonicenses. Satanás, el Adversario, con engaño y por medio de su astuta seducción, ha conseguido difundir por doquier los errores bajo el señuelo de nuevas y más actualizadas interpretaciones de la verdad, y llevar a muchos a elegir conscientemente y a vivir en pecado, con la falsa convicción de que eso ya no es un mal.

La confusión ha penetrado en las almas y en la vida de muchos creyentes. Se enseñan y se difunden los errores, mientras se niegan con toda facilidad las verdades de la fe católica. Parece que estuviéramos viviendo el tiempo de la apostasía como preludio y preparación a la manifestación del impío, el hijo de la perdición, que en la tradición cristiana recibe el nombre de Anticristo y que aparecerá como un ser personal "a quien el Señor destruirá con el soplo de su boca, y aniquilará con la manifestación de su Venida" (2 Tes 2,8).

Víctimas de esta apostasía son muchos creyentes que, con frecuencia, inconscientemente, se dejan arrastrar por esta oleada de errores y de mal. Muchos pastores de la Iglesia son víctimas también de esta apostasía; así, podemos contemplar obispados que mantienen un extraño silencio y ya no reaccionan. Cuando el Papa habla con valor y reafirma con fuerza la verdad de la fe católica, ya no se le escucha, antes bien, públicamente se le critica y se le escarnece ("A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Santísima Virgen").

"Nosotros, en cambio, debemos dar gracias en todo tiempo a Dios por vosotros, hermanos, amados del Señor, porque Dios os ha escogido desde el principio para concederos la salvación mediante la acción santificadora del Espíritu y la fe en la verdad. Para esto os ha llamado por medio de nuestro Evangelio, para que alcancéis la gloria de nuestro Señor Jesucristo. Así pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por carta. Que el mismo Señor nuestro Jesucristo y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado y nos ha dado gratuitamente una consolación eterna y una esperanza dichosa, os consuele y os afiance en toda obra y palabra buena" (2 Tes 2,13-17).

viernes, 16 de septiembre de 2011

VIVIR EN EXTASIS

"Id al mundo entero y proclamad el Evangelio" no es una sugerencia, no es una recomendación; es un mandato, ¡gozoso! Nos pide el Señor a cada uno de nosotros que continuemos su misma misión: extender por el mundo entero la Buena Nueva, hacer presente a Cristo.

Pero -me pregunto-, ¿no estoy yo encerrado en mí mismo tantas veces? ¿Me preocupa sólo lo mío, mis cosas, sin abrir el corazón ni la mente a todas las necesidades de la evangelización que tiene la Iglesia? En San Pablo encontramos el deber de hacernos uno a todos; que debemos reír con los que ríen y llorar con los que lloran. Es decir, hacer propias las inquietudes de todos los hombres. Esto es salir de uno mismo.

El Papa Benedicto XVI, en la encíclica Deus Caritas est, cuando habla del amor, dice que el amor pide "éxtasis"; es decir, "salida de sí", "salida del lugar". El gran problema es que el amor se encierre en uno mismo; que uno se ame a sí mismo -o a lo propio: a mi terruño, a mis cuatro paredes-. El Amor de Dios, el Amor intratrinitario, se ha desbordado. Y así, decimos que la Santísima Trinidad "ha salido de Sí". También nosotros debemos salir de nosotros mismos, vivir en éxtasis.

Y ahora la pregunta es: y yo, ¿cómo puedo ir al mundo entero y proclamar el Evangelio? San Cirilo y San Metodio pudieron hacerlo. Pero, ¿y yo? Un monasterio es el corazón de la evangelización. Un monasterio es un pilar en la Iglesia. Porque la oración es la base, es el fundamento de toda acción apostólica; pero una acción generosa: una oración en que uno no se busca a sí mismo, que no pretende un cumplimiento o el ser yo "buena persona". La acción y la entrega deben ser misioneras. Cuánto sorprendió a muchos que se nombrara Patrona de las misiones a una religiosa de clausura.

Desde este lugar debe extenderse la Luz del Evangelio a muchos lugares, por la Comunión de los Santos, aún sin verlo. No es necesario ver los frutos para que éstos existan. Es necesario creer que esto es así. Pero el peligro que tenemos todos, siempre, es vivir encerrados, no ver más allá de nuestro propio horizonte. Y, al final, amarse a uno mismo. Hemos de salir, hemos de vivir en éxtasis. Hemos de ir al mundo entero con nuestra oración y nuestra entrega a predicar el Evangelio.

Esta mezcla de Cirilo y Metodio es muy significativa. Porque Metodio era obispo y Cirilo era monje. Ambos conforman un icono de la vida de la Iglesia. Aquellos que están en primera línea de batalla, en la acción, necesitan a aquellos que están en primera línea de batalla en la oración. Y no es que los que están en una no deban rezar y los que están en otra no deban actuar. Pero cada uno tiene una misión. En la época medieval, los monasterios fueron los lugares de la transmisión de la fe, en su presencia silenciosa, en su oración callada. Pero inundaron Europa.

En el día de hoy, podríamos decir que la crisis de fe debe resolverse con una radicalización de los monasterios. Por eso, le pedimos hoy al Señor la fuerza de su Espíritu Santo, para que en todos los monasterios se inicie, se continúe la Nueva Evangelización. Que Dios nos conceda vivir en éxtasis, salir de nosotros mismos, olvidarnos de lo propio y vivir totalmente entregados a la misión de la Iglesia.

Fuente: Pablo Domínguez
 

jueves, 8 de septiembre de 2011

AL FINAL

Escuché una canción de una cantautora cristiana, Lilly Goodman, que me inspiró para escribir su letra en esta entrada de hoy. ¡Qué agradecido tengo que estar al Señor porque en su fidelidad puede descansar mi vida, siempre y en toda circunstancia!

Yo he visto el dolor acercarse a mí, causarme heridas, golpearme así.
Y hasta llegué a preguntarme dónde estabas Tú.
He hecho preguntas en mi aflicción, buscando respuestas sin contestación.
Y hasta dudé por instantes de tu compasión.
Y aprendí que en la vida todo tiene un sentido y descubrí que todo obra para bien...

Y que al final será mucho mejor lo que vendrá, es parte de un propósito y todo bien saldrá.
Siempre has estado aquí, tu Palabra no ha fallado y nunca me has dejado.
Descansa mi confianza sobre Ti.

Yo he estado entre la espada y la pared, rodeado de insomnios sin saber qué hacer, pidiendo a gritos tu intervención.
A veces me hablaste de una vez, en otras tu silencio solo escuché. 
¡Qué interesante tu forma de responder!
Y aprendí que lo que pasa bajo el cielo conoces Tú, que todo tiene una razón...

Y que al final será mucho mejor lo que vendrá, es parte de un propósito y todo bien saldrá.
Siempre has estado aquí, tu Palabra no ha fallado y nunca me has dejado.
Descansa mi confianza sobre Ti.

Gracias, Señor, por tu gran fidelidad que me lleva a tener la profunda convicción de que nada sucede sin que Tú lo dispongas así y que en todo intervienes Tú para bien de los que te amamos. AMEN

lunes, 29 de agosto de 2011

ABRID CAMINO AL SEÑOR

"Hermanos míos, hasta este momento, no hemos hecho nada: comencemos, pues, desde hoy." San Francisco se dirigía a sí mismo esta exhortación; humildemente, hagámosla nuestra. ¡Es verdad, no hemos hecho todavía nada o muy poca cosa! Se pasan los años sin que nos preguntemos qué es lo que hubiéramos podido hacer; ¿no hemos encontrado nada para modificar, para añadir o suprimir en nuestra conducta? Hemos vivido sin preocupaciones, como si no tuviera que llegar nunca el día en que el Juez eterno nos llame para presentarnos delante de él, y en el que debamos dar cuenta de nuestras acciones y de lo que hayamos hecho con nuestro tiempo.

No perdamos tiempo. No dejemos para mañana lo que podamos hacer hoy: los sepulcros están llenos de buenas intenciones; y, por otra parte, ¿quién puede asegurar que mañana viviremos? Escuchemos la voz de nuestra conciencia; es la voz del profeta: ¿Escucharéis hoy la voz del Señor? No cerréis vuestro corazón. No planteemos más que el instante presente: velemos, pues, y vivámoslo como un tesoro que se nos ha confiado. El tiempo no nos pertenece; no lo malgastemos (San Pío de Pietrelcina).

Los profetas de hoy, como Jeremías, se saben enamorados de Dios. Reconocen que Él los ha atraído hacia sí y que en Él están sus vidas. Pero el Dios que les ama les encarga un trabajo difícil. Sus profecías no agradan a sus contemporáneos, que los persiguen y desean darles muerte. Sin embargo, el profeta contrapone las circunstancias externas, que son hostiles, al fuego que arde en sus entrañas y que no puede contener. Esa palabra de Dios es más fuerte que el temor porque el profeta no vive de un sentimiento, sino de una certeza. Y por ella puede sobreponerse a las circunstancias.

Cuando un hombre empieza a seguir a Cristo, se niega a sí mismo y toma su cruz, encontrará a muchos que le contradirán, muchos que se le opondrán, y muchas cosas para desanimarlo. Y todo eso de parte de los que pretenden ser compañeros de Cristo. También caminaban con Cristo los que impedían a los ciegos que gritaran. Si quieres seguir a Cristo, todo se te convierte en cruz, sean amenazas, adulaciones o prohibiciones; tú, resiste, soporta, no te dejes abatir (San Agustín).

Hoy día, la falta de esperanza paraliza, mientras que la auténtica esperanza lleva a actuar, hace ponerse en camino y dinamiza todas las energías. No hay contradicción entre la acción de Dios y nuestra propia actividad; al contrario, Dios actúa en nosotros, moviéndonos a actuar (Mc 16,20; Flp 2,12-13). Pero su acción supera infinitamente todas nuestras capacidades y por eso es manifestación de la gloria de Dios. Eso se ve máximamente en la vida y en el testimonio de los santos.

Por otra parte, el abrir camino se realiza en el desierto; es decir, en medio de sequedades y dificultades; es en ese esfuerzo aparentemente baldío donde se manifiesta la gloria de Dios, de modo semejante a como a la siembra sigue la cosecha abundante y desproporcionada (Sal 126,5-6). La Nueva Evangelización hoy es abrir camino al Señor. Él viene a través de la palabra del que habla en su nombre. Cuando evangelizamos estamos permitiendo que el Señor continúe salvando y mostrando su gloria. Pues evangelizar es hacer presente al Señor y dejarle actuar.

Hoy más que nunca es urgente gritar con voz potente la Buena Noticia de la salvación. Si el profeta del Antiguo Testamento (Jeremías, Isaías) se sentía urgido, ¡cuánto más nosotros que hemos recibido la plenitud traida por Cristo! Y si el pueblo de Israel lo necesitaba, ¡cuánto más nuestros contemporáneos, que viven en un exilio espiritual mucho más duro e inhumano! La esperanza que se apoya en Dios es la que da vigor y entusiasmo a la persona, la que da energías para remontar continuamente el vuelo por encima de las dificultades, fracasos y decepciones. Y es esta esperanza la que infunde "juventud"; un joven sin esperanza es viejo: ya no espera nada; y al contrario, un anciano lleno de esperanza desborda vigor y vitalidad (Julio Alonso Ampuero).

lunes, 8 de agosto de 2011

VIVIR EN EL ESPIRITU

"Sabemos que Dios ordena todas las cosas para bien de los que le aman, de los que han sido elegidos según su designio" (Rom 8,28).

Este es uno de esos versículos bíblicos que seguramente no resulta desconocido para la gran mayoría de los creyentes; sin embargo, cuando hemos tenido oportunidades reales de hacerlo vida y experimentar su alcance en nuestra propia vida, se convierte en convicción profunda que se graba a fuego en el corazón de aquel que descubre que su vida se apoya en la roca inamovible de la fidelidad de Dios.

Muchas cosas que suceden en nuestra vida y que no podemos entender, ni siquiera con el paso del tiempo, forman parte de ese tiempo de preparación que el Señor nos regala para poder llegar allí donde Él nos quiere llevar. Todos necesitamos prepararnos para administrar adecuadamente lo que Dios nos va a dar y va a poner en nuestras manos. En nuestra vida siempre hay un tiempo de espera que nos permite prepararnos para poder echar a volar después.

Vivir en el Espíritu es saber acoger y aprovechar cada etapa de nuestra vida que nos permite avanzar para coger impulso y finalmente echar a volar alto. Hasta que el águila no incita a su nidada para que comience a volar, no descubrirán por sí mismos que en realidad son águilas que han sido creadas para volar alto. Así también, en un momento preciso de nuestra vida, Dios agita nuestro nido y nos quita la comodidad para incitarnos a volar alto y vivir en fe. O echas a volar o te caes, porque es la etapa de nuestra vida en la que debemos apostar por vivir en el Espíritu y arriesgarnos. La vida siempre es un riesgo y el asunto es dónde apostar y cuál es el riesgo que vas a correr.

Debemos orar y clamar al Señor con todo el corazón en este tiempo. ¡Prepárate para vivir en el Espíritu y descubrir la auténtica libertad de los hijos de Dios!

jueves, 21 de julio de 2011

¡NO TE RINDAS!

Algo que le escuché a un predicador por internet, me ayudó a entender que la resignación no es buena consejera en estos tiempos que nos toca vivir. Los creyentes del tercer milenio estamos llamados a volver a empezar y así evitar la resignación y la rendición. Si nos resignamos acabaremos por bajar los brazos y nos rendiremos, ya no lucharemos ni desearemos dar un paso al frente; por eso, es necesario volver a empezar.

Satanás puede vender todas las armas de que dispone excepto el arma de la resignación. Si logra que te resignes y que bajes los brazos, sabrá que ha logrado lo mejor que puede hacer en ti; que nunca más vuelvas a levantarte y ponerte en pie de guerra ante la batalla espiritual en la que nos encontramos.

Este mensaje es para los que sienten que se les ha muerto su sueño; aunque parece que lo enterraste e hiciste un funeral, la semilla sigue estando viva y Dios nunca te va a dar un sueño para su gloria si no es para que se cumpla. Tardará en llegar, pero ese sueño se cumplirá.

Tienes que volver a empezar, no es una sugerencia o una opción nada más. Es lo que hicieron muchos hombres y mujeres que rindieron sus corazones al Señor, pero que nunca se permitieron el lujo de la resignación. Recibieron gracias y bendiciones porque no se rindieron y volvieron a empezar una y otra vez.

En el episodio de la pesca milagrosa (Lc 5,1-11), vemos que Simón y sus compañeros están lavando las redes después de toda una noche de pesca sin resultado alguno. Jesús les pide que echen las redes de nuevo y el resultado les llegó incluso a asustar a aquellos pescadores experimentados. Hoy día hay muchos creyentes que están lavando sus redes y parece que ya se han resignado; sin embargo, Jesucristo nos pide que volvamos a empezar y echemos las redes de nuevo. Hemos podido estar toda la noche como Pedro, pero debemos volver a empezar. ¡Echa las redes!

Cuánto más oscura está la noche, más cerca está el amanecer. ¡Vuelve a empezar y no te rindas!

miércoles, 6 de julio de 2011

MI BUEN JESUS

"¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado" (Rom 8,35.37).

Estáte, Señor, conmigo siempre, sin jamás partirte, y, cuando decidas irte, llévame, Señor, contigo; porque el pensar que te irás me causa un terrible miedo de si yo sin ti me quedo, de si tú sin mí te vas.

Llévame en tu compañía, donde tú vayas, Jesús, porque bien sé que eres tú la vida del alma mía; si tú vida no me das, yo sé que vivir no puedo, ni si yo sin ti me quedo, ni si tú sin mí te vas.

Por eso, más que a la muerte, temo, Señor, tu partida y quiero perder la vida mil veces más que perderte; pues la inmortal que tú das sé que alcanzarla no puedo cuando yo sin ti me quedo, cuando tú sin mí te vas. Amén.

Fuente: Fray Damián de Vegas

martes, 14 de junio de 2011

¡AHORA ES CUANDO, ESTE ES EL TIEMPO!

A veces parece que el tiempo pasa y no sucede nada, todo sigue igual. Es como tener la sensación de estar enterrado en vida; sin embargo, Dios te hace ver que tu vida no está enterrada sino plantada y sembrada como una semilla que se estaba preparando para dar fruto: "Os aseguro que si un grano de trigo no cae en la tierra y muere, seguirá siendo un solo grano; pero si muere, dará fruto abundante" (Jn 12,24).

Después de tres años y medio de sequía en Israel, el profeta Elías ora pidiendo la lluvia. Antes de empezar a orar, le dice a Ajab: "Vete a comer y beber, porque ya se oye el ruido del aguacero. Ajab se fue a comer y beber. Pero Elías subió a lo alto del monte Carmelo y, arrodillándose en el suelo, se inclinó hasta poner la cara entre las rodillas" (1 Rey 18,41-42). Elías ya escuchaba la lluvia y sentía los vientos cambiar sin señales, sin pruebas, sin advertencia alguna; todo seguía igual, aparentemente. "Ve y dile a Ajab que enganche su carro y se vaya antes que se lo impida la lluvia. Ajab subió a su carro y se fue a Yizreel. Mientras tanto, el cielo se oscureció con nubes y viento, y cayó un fuerte aguacero" (1 Rey 18,44-45).

El plazo se ha cumplido y llegan tiempos de favor para nuestra vida, un viento propicio que Dios envía porque ahora es cuando y éste es el tiempo. El Señor añade bendición a nuestra vida porque ha visto la semilla que hemos plantado, como sucedió en la vida de Ezequías. Debemos cambiar las ropas de duelo porque Dios ha decretado un tiempo nuevo: "Yo voy a hacer algo nuevo, y verás que ahora mismo va a aparecer. Voy a abrir un camino en el desierto y ríos en la tierra estéril" (Is 43,19).

Ahora es cuando y éste es el tiempo, el "ahora" de Dios; un momento que puede pasar y no volver más. Por eso debemos aprovechar este momento y no dejar pasar este tiempo, porque es el tiempo de Dios. El Señor está preparando y disponiendo nuestro momento porque el plazo se ha cumplido: "Como mi siervo Moisés ha muerto, ahora eres tú quien debe cruzar el río Jordán con todo el pueblo de Israel, para ir a la tierra que os voy a dar" (Jos 1,2).

Debemos encarar al gigante para decirle, como David a Goliat, que el que está con nosotros es más fuerte que el que está en contra de nosotros. Porque se ha atrevido a desafiarnos, Dios nos lo entrega para ser vencido y derrotado. El Señor nos está preparando y nosotros debemos también prepararnos para su propósito, porque ahora es cuando y éste es el tiempo. No permitamos que se pase el momento y acojamos de corazón todo lo que el Señor ha preparado y dispuesto para nosotros: "Como colaboradores, pues, en la obra de Dios, os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios, porque Él dice: En tiempo favorable te escuché, en día de salvación vine en tu ayuda; pues mirad, ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación" (2 Cor 6,1-2).

Escuchemos el sonido de la lluvia, como Elías, y el viento propicio que ya sopla a nuestro favor: "El Señor ha dicho: Haced muchas represas en este valle, porque, aunque no habrá viento ni veréis llover, este valle se llenará de agua y todos vosotros beberéis... Y esto es solo una pequeña muestra de lo que el Señor puede hacer..." (2 Rey 3,16-18). Abramos zanjas y preparemos pozos para que puedan llenarse de agua aunque todo parezca seguir igual, porque ahora es cuando y éste es el tiempo de Dios.

"Esto es lo que dice el santo, el veraz, el que tiene la llave de David, el que abre y nadie cerrará, el que cierra y nadie abrirá: Conozco tus obras; tengo abierta delante de ti una puerta que nadie puede cerrar, porque, a pesar de tu debilidad, has guardado mi palabra y no has renegado de mi" (Ap 3,7-8).

¡AHORA ES CUANDO, ESTE ES EL TIEMPO!

viernes, 20 de mayo de 2011

¡ENVIAME A MI!

"A pesar de mi pequeñez, quisiera iluminar las almas como lo han hecho los profetas, los doctores; tengo la vocación de ser apóstol. Quisiera recorrer la tierra, predicar tu nombre y plantar sobre la tierra de los infieles tu cruz gloriosa; pero, oh amado mío, una sola misión no me bastaría, quisiera al mismo tiempo anunciar el Evangelio en las cinco partes del mundo y hasta las islas más alejadas. Quisiera ser misionera no solamente por algunos años, sino que quisiera haberlo sido desde la creación del mundo y serlo hasta la consumación de los siglos" (Santa Teresa del Niño Jesús).

Tenemos una profunda convicción de que ahora es cuando y éste es el tiempo en el que Dios puede hacer una diferencia para lograr un cambio en nuestras vidas, en nuestra Iglesia y en nuestros conciudadanos, pero solo con nuestra cooperación. Por este motivo, ofrecemos nuestra firme decisión de colaborar con Aquel que desea hacer algo nuevo y abrir un camino en el desierto (Is 43,19) de este país por medio de su Iglesia. El tiempo nos apremia; o más bien, es el amor de Cristo el que nos apremia (2 Cor 5,14) y nos empuja a buscar los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios (Col 3,1-2).

El Señor ha ido encendiendo un fuego en nuestro corazón que, lejos de extinguirse, no ha dejado de crecer y de inspirar en nosotros una decisión firme de ir más allá y de mirar donde otros no miran, fijando nuestra mirada solo en Dios. Él nos está inivitando a ir hacia delante sin volver más nuestra mirada atrás (Lc 9,62), para conquistar nuevos horizontes. Ha puesto en nosotros la seguridad de que en medio de nuestra propia incapacidad, es Él quien nos capacita.

¡Cuántos gigantes que pretenden intimidarnos tenemos que enfrentar como le sucedió a David con Goliat! Los gigantes que están dentro de nosotros mismos y que nos dicen que siempre es más seguro lo que hay en nuestra orilla, de manera que no busquemos remar mar adentro; los gigantes que están muy cerca de nosotros y que nos dicen que no es para tanto, de manera que no demos el paso de saltar de la barca para caminar por el agua; y los gigantes que vemos a nuestro alrededor y que nos dicen que hay otras cosas más necesarias por hacer, de manera que no miremos más allá y soñemos con algo diferente en razón de nuestra alma misionera. Sin embargo, la única manera de enfrentar a un gigante es como lo hizo el mismo David, sin temor y recordando siempre la fidelidad y las promesas de Dios (1 Sam 17, 32-37).

No podemos olvidar que la Iglesia existe en razón de la misión de anunciar el Evangelio y hoy se encuentra en un escenario nuevo y diferente, en medio de una dura situación de enfriamiento religioso y socialización de la increencia; ¿qué estamos esperando para concluir que es tiempo de pensar en algo nuevo que sea capaz de responder a las necesidades actuales? ¿Qué entendemos por "vino nuevo en odres nuevos" (Mt 9,17)? ¿Tan difícil nos resulta discernir los "signos de los tiempos" (Mt 16,3)?

La vocación del evangelizador es apremiante, rompedora, verdaderamente profética. El Espíritu prepara y mueve, la Iglesia reconoce y envía (Hch 13,2). Evangelizar es un acto de amor, de compasión, de alabanza a Dios y de misericordia con el hermano necesitado. La verdad de la nueva evangelización depende de la renovación espiritual de la Iglesia, de los Obispos y Sacerdotes, de los religiosos y de los laicos. La evangelización tiene que ser obra de discípulos fieles, entusiasmados con la persona y el mensaje de Jesús, desprendidos del mundo, libres de toda consideración humana, arrebatados por el Espíritu de Cristo, movidos por el amor a Jesucristo y a los hermanos, con el corazón puesto en la vida eterna, dispuestos literalmente a dar la vida por la difusión del Evangelio y el reconocimiento de la gracia y de la bondad de Dios.

Aquí estoy, Señor; no dejaré pasar jamás tu Palabra. ¡Envíame a mí!

miércoles, 11 de mayo de 2011

UN FUEGO EXTRAÑO

Una predicación que escuchaba ayer en internet me inspiró para escribir este artículo de hoy.

"Nadab y Abihú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario, les pusieron brasas, les echaron incienso y ofrecieron ante el Señor un fuego extraño que Él no les había mandado. Entonces salió de la presencia del Señor un fuego que los devoró. Murieron delante del Señor. 
Moisés dijo entonces a Aarón: Esto es lo que el Señor había declarado cuando dijo: En los que se me acercan mostraré mi santidad, y ante la faz de todo el pueblo manifestaré mi gloria. Aarón guardó silencio" (Lev 10,1-3).

Creo que este texto bíblico nos cuestiona y nos interroga a los que deseamos servir al Señor y a los que tienen responsabilidad como pastores del Pueblo de Dios. Vemos que estos dos hijos mayores de Aarón mueren al instante después de ofrecer "un fuego extraño" que no agradó a Dios y que Él no había ordenado. Notemos que el Señor no tuvo en cuenta las buenas intenciones o el hecho de que formaban parte del Pueblo elegido y que además estaban haciendo algo por Dios. Simplemente se trataba de un fuego extraño para Dios porque no era genuino, auténtico, según su voluntad.

Claro que hoy no muere nadie al instante por acercarse a la Eucaristía de forma incorrecta, por presentar una alabanza de cualquier manera o por equivocarse al predicar. Lo que nos encontramos en el Antiguo Testamento son como principios, la sombra de lo que hoy podemos entender a la luz de la plena Revelación de Dios manifestada en Jesucristo, como la nueva y definitiva Alianza.

En el capítulo 16 del mismo libro del Levítico, versículo 12, se indica cómo debía ser aquella ofrenda según lo que el Señor deseaba: "Tomará después un incensario lleno de brasas tomadas del altar que está ante el Señor, y dos puñados de incienso aromático en polvo para introducirlo detrás del velo." El Señor dijo expresamente que tenía que ser un fuego tomado de su altar, no importan las intenciones; tiene que ser un fuego genuino.

Como cristianos, ¿hacemos las cosas por hacerlas con miedo a tomar conciencia de los verdaderos problemas que nos atañen y preferimos mirar para otra parte pensando que las cosas van bien, o en verdad queremos en nuestra Iglesia que haya un fuego genuino? Como apóstoles de Jesucristo, ¿nos conformamos con una pastoral de mantenimiento pensando que seguimos viviendo en un régimen de cristiandad y ofreciendo un fuego extraño, o en verdad deseamos un modelo de Iglesia más misionera que apueste por una nueva evangelización como el fuego único y genuino que solo genera el Espíritu Santo?

La soberanía y el poder de Dios es lo que envuelve su Iglesia y eso está por encima de nuestras intenciones, de nuestros planes e incluso de nuestra fe. No es lo que nosotros sintamos o creamos, sino que se trata de lo que el Espíritu Santo hace en nosotros y por medio de nosotros. Sin embargo, para que esto sea posible necesitamos vivir en comunión con Él cada día, cada instante y cada circunstancia de nuestra vida. Si no es así, es muy probable que al acudir el Domingo a la Eucaristía estemos presentando un fuego extraño porque Dios no reconoce nuestra voz que ha sido dirigida a Él tan solo un día en toda la semana.

Las indicaciones para presentar la ofrenda eran muy claras y explícitas: "dos puñados de incienso aromático". Cuántas veces queremos hacer las cosas a nuestra manera y nos instalamos en nuestras propias seguridades, clasificando y encorsetando a Dios según nuestros propios esquemas y planes. No utilicemos a Dios para hacer las cosas a nuestra imagen y semejanza: "Con Dios no se juega: lo que uno siembre, eso cosechará. El que siembra para la carne, de ella cosechará corrupción; el que siembra para el espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna" (Gal 6,7-8).

¿Cómo es el Dios de amor que los cristianos predicamos? El error es creer que el Dios del Antiguo Testamento es un Dios malhumorado que ahora se endulzó; el error es creer que Dios se afeminó en el Nuevo Testamento porque malinterpretamos eso de que antes era el Dios de los ejércitos y ahora Aquel que dice: "al que te pegue en una mejilla ofrécele también la otra". Pero Dios no ha cambiado los principios; Él ama al pecador, ama a los gentiles, pero quiere que tomemos con celo santo sus cosas. Que adoremos con manos limpias y no sea un fuego extraño.

¿Quieres ver a Jesús hecho un huracán? ¿Quieres ver a un Jesús lleno de ira santa que ya no habla, no explica a los que están ofreciendo un fuego extraño y solo actúa? Lo encontrarás en el templo echando a todos los que lo habían convertido en un mercado. ¿Queremos provocar el juicio de Dios? No hay más que interponerse en el que camino de los que quieren llegar a Él de verdad y desean hacer las cosas a su manera, según su voluntad. Si con manos sucias estás impidiendo que la gente venga a Él, te quitará de en medio; a su forma, permitiendo lo que sea necesario. Dios nos libre de hacer un negocio, Dios nos libre de crear un imperio con la fe, porque el Señor lo dice y derriba el imperio. Dios lo derriba si su gloria no es lo principal.

Apareció el Dios de los ejércitos; el mismo Dios que fulminó a Nadab y Abihú es el Dios del Nuevo Testamento personificado en Jesucristo. El que lloró por Jerusalén que no le recibió al oponerse al modo en que Dios había querido salvar a la humanidad, fue el autor de aquellas palabras con semejante tono profético y gran dureza que debieron hacer reflexionar a más de uno: "Os aseguro que aquí no va a quedar piedra sobre piedra. ¡Todo será destruído!" (Mt 24,2). Él no cambia; es el mismo ayer, hoy y siempre. Es el mismo que desea santidad en aquellos que le sirven. Tengamos hambre de esta santidad. Ezequías dijo: santificad la casa del Señor y sacad del santuario la inmundicia. Seamos honestos y expongamos lo que le molesta al Señor; saquemos la basura al patio para que se sepa que nos hemos tomado en serio nuestra fe y nuestra misión. No podemos ser medio genuinos o un poco genuinos, somos genuinos o somos fuego extraño. Ofrezcamos un fuego genuino a Dios, auténtico y como Él lo desea; nunca más un fuego extraño.

jueves, 5 de mayo de 2011

BENDITA ENTRE TODAS LAS MUJERES

"Desde ahora me felicitarán todas las generaciones" (Lc 1,48).

Tras 2000 años, la profecía de María no ha dejado de realizarse en todas las generaciones. Sin embargo, con Orlando Gibbons, a mediados del siglo XVIII nos sumergimos en el corazón de los vivos debates de la Iglesia anglicana a propósito del culto dado a la Virgen María. ¿Se debe conservar la rica tradición católica o adoptar el minimalismo protestante? ¿Puede una criatura ser beneficiaria del honor de los altares sin perjuicio para la gloria del Creador? ¿Se otorga a la Madre de Dios un honor debido solo a Dios?

Escuchemos la respuesta de Isabel a estas preguntas. Ella no dice: "¿De dónde me viene esta felicidad de que mi Señor viene hasta mí?" sino "¿cómo es que viene a mí la Madre de mi Señor?" (Lc 1,43). Si Isabel considera que la aportación de María a la acción de la gracia merece ser honrada y que honrarla es honrar a la gracia que por ella se nos da, ¿quiénes somos nosotros para discutir esta prerrogativa? Y además ¿se imagina uno a María profetizando que todas las generaciones le rendirán homenaje si con este homenaje se corriera el riesgo, en alguna manera, de que Cristo fuera arrinconado? La devoción a María, en tanto que nos conduce a su hijo, es correcta. Sin embargo, el Magníficat no es un cántico a la gloria de María; es el cántico de acción de gracias de los salvados, con María a la cabeza, en homenaje a su Salvador.

Si conviene que todas las generaciones digan que María es bienaventurada, no es sólo porque ella es la madre biológica del Señor. Isabel exclama: "Bienaventurada la que ha creído que se cumpliría lo que se le ha dicho de parte del Señor" (Lc 1,45). Lo que hace a María bienaventurada es, ante todo, su fe. Y Jesús, cuando una admiradora le grita: "Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron", responde: "Dichosos, más bien, los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica" (Lc 11,27-28).

El Señor lanza sobre María una mirada de elección debido a su humilde fidelidad a la palabra de Dios. Ahí está toda la enseñanza evangélica que san Pablo resumirá en una frase: para ser bienaventurados nos basta que "la fe actúe por la caridad". Evidentemente, María es para siempre esa "bendita entre todas las mujeres" (Lc 1,42) porque es, por así decirlo, la única cristiana de nacimiento. Pero todos los hombres y todas las mujeres que creen en Jesucristo y que aman a los demás como Él nos ha amado, también ellos, por siempre, serán llamados dichosos.

Oremos para que la multitud sea llamada bienaventurada, como María y con María. Así triunfará el designio benévolo para cuya realización María de Nazaret ha sido "bendita entre todas las mujeres".

Fuente: Magníficat (mayo 2011)

miércoles, 27 de abril de 2011

CAMINO DE EMAUS

"Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo" (Lc 24,13-16).

Parece que estos hombres, seguidores de Jesús que no eran del grupo de los Once, han perdido la fe y la esperanza en el Señor porque se alejan del núcleo de los apóstoles. Salen de Jerusalén desalentados y desean caminar unos once kilómetros para llegar hasta Emaús lo antes posible. Sin embargo, en medio de la prueba, es el Señor mismo quien aparecerá y tendrá la paciencia de reconducirlos nuevamente aunque ellos no advertirán que se trata del Resucitado hasta el momento de la fracción del pan, cuando experimentan que su corazón arde y pueden descubrir a Aquel que les ha mostrado su amor en la cruz.

Una vez que percibimos el fuego que ha puesto en nuestra alma, Él desea que le llamemos libremente para rogarle que se quede con nosotros "porque atardece y el día va de caída" (Lc 24,29). Hemos de pedirle que se quede con nosotros y es entonces cuando debemos estar dispuestos a levantarnos al momento y volver a Jerusalén, al núcleo de los apóstoles (Lc 24,33); de lo contrario, se hará tarde, se acabará el día y empezará la noche.

En este tiempo de Pascua pidamos al Señor la gracia de amar y hacer amar a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, de manera que unidos en la fe de los apóstoles perseveremos en la alegría de Cristo Resucitado, cuya gloria está en la tierra y en todos los que viven su fe de par en par. ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!

sábado, 23 de abril de 2011

GRAN SILENCIO

El Espíritu Santo se muestra presente, aunque de forma oculta, en el misterio del Sábado Santo. Principalmente, a través del silencio orante, que es la forma celebrativa propia de este día, cargado de adoración y veneración del cuerpo muerto de Cristo. Este silencio es la forma de expresar la presencia del Espíritu que acompaña a Cristo en su paso por la muerte y su descenso a los infiernos. Este silencio cargado de Espíritu, junto a la presencia también silenciosa de María, sostiene la liturgia de este día (Magnificat - Semana Santa).

Para poder oír la voz de Dios hay que tener la serenidad en el alma y observar el silencio, no un silencio triste, sino un silencio en el alma; es decir, el recogimiento en Dios. Se pueden decir muchas cosas sin interrumpir el silencio y, al contrario, se puede hablar poco y romper continuamente el silencio.

El silencio debería estar en el primer lugar. Dios no se da a una alma parlanchina que como un zángano en la colmena zumba mucho, pero no produce miel. El alma habladora está vacía en su interior. No hay en ella ni virtudes fundamentales, ni intimidad con Dios. Ni hablar de una vida mas profunda, ni de una paz dulce, ni del silencio en el que mora Dios.

Si las almas quisieran vivir en el recogimiento Dios les hablaría en seguida, ya que la distracción sofoca la voz de Dios. El silencio es una espada en la lucha espiritual; un alma parlanchina no alcanzará la santidad. Esta espada del silencio cortará todo lo que quiera pegarse al alma. El alma silenciosa es fuerte; ninguna contrariedad le hará daño si persevera en el silencio. El alma silenciosa es capaz de la mas profunda unión con Dios; vive casi siempre bajo la inspiración del Espíritu Santo. En el alma silenciosa Dios obra sin obstáculos.

El silencio es un lenguaje tan poderoso que alcanza el trono del Dios viviente; el silencio es su lenguaje, aunque misterioso, pero poderoso y vivo. La paciencia, la oración y el silencio refuerzan el alma.

Fuente: Diario de Santa Mª Faustina Kowalska

viernes, 15 de abril de 2011

ESTRELLA DE LA MAÑANA

La naturaleza más excelsa creada por Dios fue la de Lucifer (que significa Estrella de la mañana). Es el nombre del Diablo antes de caer; es decir, su nombre como ángel antes de ser demonio.

La Virgen María se santificó día a día con esfuerzo. Ella, con su sacrificio, sus obras y la gracia de Dios logró ser la criatura más excelsa. Pero su excelsitud no fue un acto de creación de Dios, sino de santificación. Mientras que la naturaleza más grandiosa que ha creado Dios fue la más alta de las criaturas angélicas. Dios creó magnífico a Lucifer en su naturaleza, y él se corrompió. Dios creó humilde a María en su naturaleza, mera mujer y por tanto inferior a los ángeles, y ella fue la que se santificó. Como se ve, hay un gran paralelismo entre ambas figuras, sólo que es un paralelismo inverso:

- Uno es la criatura más perfecta por la naturaleza, la otra por la gracia.
- Uno se corrompe, ella se santifica.
- Uno quiere ser rey y no servir, y, al final, no es nada; ella quiere ser nada y servir, y, al final, es reina

Además, incluso en los nombres existe un paralelismo entre la Estrella de la mañana angélica (Lucifer) y la Estrella de la mañana de la redención (María). La primera estrella cayó del firmamento angélico, la segunda estrella se elevó. La primera estrella que era espíritu cayó a tierra, la segunda estrella que era corporal ascendió a los cielos.

Lucifer no quiso aceptar al Hijo de Dios hecho hombre, la Virgen no sólo lo aceptó, sino que lo acogió en su seno. Lucifer era un ser espiritual que finalmente se hizo peor que una bestia (sin dejar de ser espiritual), ella era un ser material que finalmente se hizo mejor que un ángel (sin dejar de ser material). Lucifer se bestializó, ella se espiritualizó.

Ahora ya sólo hay una única Estrella de la mañana, la Virgen. Pues, además de que la primera estrella cayó, la segunda estrella de la mañana brilló con la luz de la gracia mucho más bella e intensamente que la primera estrella, que brilló sólo con la luz de su naturaleza.

Fuente: Summa Daemoniaca (P. Fortea)
 

jueves, 7 de abril de 2011

MENSAJERO EN LA NOCHE

"Entonces voló hacia mí uno de los serafines con una brasa en la mano, que con las tenazas había tomado de sobre el altar. Tocó mi boca y dijo: He aquí que esto ha tocado tus labios: se ha retirado tu culpa. Tu pecado está expiado" (Is 6,6-7).

Después de terminar la lectura del libro Un mensajero en la noche de la escritora española María Vallejo-Nágera, he dado gracias a Dios en varios momentos por su gran misericordia y fidelidad. Trata acerca de un hombre que había pasado por varias prisiones de Inglaterra y que en un momento cualquiera de su historia en una de esas prisiones, recibe la visita de un mensajero del cielo que transforma la oscuridad de su vida en una vida llena de luz y de entrega a Cristo en su Iglesia.

Una vida fascinante la de este hombre que se convirtió en monje benedictino los últimos momentos de su vida, antes de ser llamado a la Casa del Padre, que nos invita a valorar cada pequeño detalle que sucede a nuestro alrededor y que siempre nos recuerda la infinita bondad de Dios.

Ojalá que este camino de la Cuaresma sea para nosotros como el laboratorio donde el mejor alfarero pueda modelar nuestro barro, de manera que cada día aprendamos a ser más dóciles en sus manos y así lleguemos a la Pascua resucitando con Cristo para aspirar a las cosas del cielo y no a las de la tierra, siendo cada vez más imagen y semejanza de Aquel que nos creó para manifestar su gloria.

jueves, 31 de marzo de 2011

LA FUERZA DE LA CRUZ

No podemos dar lo que no tenemos; si el amor de Dios no está en el centro de nuestra vida, no podemos amar de verdad a nadie. El nos amó aunque no lo mereciéramos y sigue amándonos aunque le hayamos rechazado una y otra vez. Dios envió a su Hijo a morir en la cruz y pagar así por nuestros pecados, porque nos ama.

La cruz nos puede resultar ofensiva hasta que la acogemos, pero cuando lo hacemos Dios cambia nuestra vida; ese es el momento en el que empezamos a amar de verdad. Como dijo Juan Pablo II: "Si no hubiera existido esa agonía en la cruz, la verdad de que Dios es Amor estaría por demostrar." La solidaridad en el dolor es la prueba inequívoca del amor; por eso, no podemos ya dudar del amor de Dios hacia cada uno de nosotros, desde el momento en que nos adentramos en el misterio que encierra la cruz de Cristo.

"Nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15,13). En la cruz, Cristo perdonó a sus enemigos, y de esta forma pasó a ser el signo de la compasión y de la misericordia. Pocas experiencias pueden ser más autodestructivas para nosotros que nuestro propio odio. Lo peor que nos puede ocurrir no es tanto que seamos víctimas del mal, cuanto que ese mal padecido pueda llegar a hacernos "malos". Por ello, ante la cruz estamos invitados a perdonar y a reconciliarnos con nuestros enemigos.

La cruz de Cristo fue la antesala de su resurrección y, por lo tanto, se convierte también en el signo de la esperanza. En nuestra vida no hay "gloria" sin cruz, pero al mismo tiempo, tenemos también la plena confianza en que no hay cruz sin "gloria". "Lleva la cruz abrazada y apenas la sentirás; porque la cruz arrastrada es la cruz que pesa más" dice una saetilla carmelitana.

Nuestro sí personal a la cruz de Cristo es una invitación a acoger el amor de Dios y a descubrir la alegría de ser amado. Te invitamos a llevar ante la cruz tus sufrimientos, y a que recibas la paz. Te invitamos a desenmascarar tus pecados y a recibir así una nueva libertad. Te invitamos a que dejes al pie de la cruz tus rencores y a que te entregues a servir a los que sufren. ¡Te invitamos a experimentar la fuerza de la cruz!

Fuente: Mons. José Ignacio Munilla

martes, 22 de marzo de 2011

LOS VERDADEROS CARISMATICOS

"Grita a plena voz, sin cesar, alza la voz como una trompeta, denuncia a mi pueblo sus delitos, a la casa de Jacob sus pecados. Consultan mi oráculo a diario, muestran deseo de conocer mi camino, como un pueblo que practicara la justicia y no abandonase el mandato de Dios" (Is 58,1-2a).

El Señor ha enviado su Espíritu que es amor. Es fuego que arde, que transforma, que ilumina y calienta, que purifica y vivifica y alienta en muchas almas que llamamos carismáticas. Las ha suscitado en toda la Iglesia; pero también entre éstas se ha insinuado Satanás sembrando ambiciones, rivalidades, divisiones. Deben permanecer unidas espiritualmente y poner los dones recibidos al servicio de la Comunidad eclesial.

Los verdaderos carismáticos son escogidos por el Espíritu Santo en la Iglesia, para la Iglesia. La Iglesia fundada por Cristo es jerárquica y el carisma está destinado al bien de toda la Comunidad. Se completan y se integran en la unidad espiritual entre ellos y con la Jerarquía. El verdadero carismático es un instrumento del Espíritu Santo y, como tal, debe estar disponible para la realización de un plan que ni siquiera él conoce, pero que es conocido por la Providencia divina que ha dispuesto este plan.

El verdadero carismático es el administrador de un tesoro para el bien de todos; no puede apoderarse de él para sí ni por un instante; ay si se deja disuadir por este fin. Quien tiene un tesoro a su custodia, vigila para frustrar cualquier tentativa del Enemigo de arrebatárselo... Pero las tinieblas de la soberbia han vuelto ciegos a fieles, sacerdotes y hasta a algunos pastores. Se ha rechazado la luz, se han rechazado las intensas llamadas interiores y exteriores por lo que nos hemos alejado cada vez más de Dios.

Debilidades, necedades y ambiciones han sido las puertas abiertas al Enemigo. Relajamiento de religiosos y religiosas, de consagrados en general, que se han adaptado mansamente a las astucias del Enemigo a través de un neopaganismo. La proliferación de teorías infectas de algunos teólogos sedientos, más que de verdad, de sí mismos, ha aumentado el caos en la Iglesia. El daño acarreado a las almas no es evaluable por la mente humana.

No faltan obispos santos y excelentes sacerdotes, pero desgraciadamente abundan los tibios, los indiferentes, los presuntuosos; no faltan los herejes y los descreídos. ¿No parece esto absurdo y anacrónico? Sin embargo es la realidad. Oremos y no nos cansemos de ofrecer nuestros sufrimientos. El Señor quiere hacer de nosotros una lámpara encendida, instrumento en sus manos para la salvación de tantos hermanos nuestros. No separemos nuestra mirada de Él que nos ama.

Fuente: Mons. Ottavio Michelini

lunes, 14 de marzo de 2011

LA AUTORIDAD JERARQUICA

Parece que cada día está más de moda afirmar que la Iglesia debería ser más democrática; afirmaciones como "otra Iglesia es posible", "el modelo jerárquico de Iglesia es cosa del pasado" y otras similares se nos presentan como ideas modernas y progresistas que deben dar paso a una Iglesia diferente a la actual. Sin embargo, los que así piensan -no pocos teólogos y creyentes- parece que no han caído en la cuenta de que la Iglesia de Jesucristo lleva funcionando más de 2000 años según el deseo y la voluntad de Aquel que la instituyó. Cualquier intento por diluir el verdadero sentido comunitario de la Iglesia universal a favor de un modelo supuestamente más democrático es un grave error.

Juan Pablo II afirmó: "La estructura de la Iglesia no puede ser concebida siguiendo modelos políticos simplemente humanos. Su constitución jerárquica se fundamenta en la voluntad de Cristo y, como tal, forma parte del depósito de la fe, que debe ser conservado y transmitido integralmente a través de los siglos." La afirmación del Santo Padre ante los miembros de la Congregación para el Clero, hace algunos años, no deja lugar a dudas. Existe una igualdad básica entre todos los miembros de la Iglesia como hijos de Dios; sin embargo, "el carisma de gobierno para discernir el camino de la comunidad es tarea exclusiva del obispo o del párroco en la parroquia" (Prefecto de la Congregación para el Clero).

En la Epístola a los efesios, San Pablo dio un paso importante al subrayar el papel decisivo de la Iglesia en la determinación de la verdad como factor de unidad entre los discípulos de Cristo, frente a los ataques de la unidad de la Iglesia (Ef 4,3-6.13) y la insubordinación a la autoridad legítima de la Iglesia (Ef 2,20-22). La autoridad jerárquica de la Iglesia fue un aspecto de gran relevancia de la respuesta paulina. Las Cartas pastorales están repletas de referencias a cargos de gobierno en la Iglesia: obispos, presbíteros y diáconos (1 Tim 3,1-7; 8-13; 5,17-23; Tt 1,5-9). El orden comunitario comienza a ser designado no ya por la comunidad sino por sus dirigentes (1 Tim 4,14; 5,22).

La autoridad está presente en todos los ámbitos de la vida social; sin embargo, la tiranía del consenso parece querer entrar con fuerza en la Iglesia. Este fenómeno, producto del relativismo cultural dominante, va acompañado de una voluntad de coacción para que la Iglesia sea lo que no es. Imponer un sistema democrático solo sería la primera excusa para imponer otras desviaciones de tipo doctrinal o moral. En definitiva, lo que está en juego es querer que la Iglesia sea como cada uno quiera, en vez de como la ha querido Jesucristo. Y es que la Iglesia no se pertenece. Juan Pablo II habló, citando a San Pablo, del depósito de la fe: nadie, ni dentro ni fuera de la Iglesia, puede atentar contra ese depósito ni pretender que la Iglesia navegue al viento de las modas sociales, porque se traicionaría a sí misma.

Como dijo alguien en una ocasión, prefiero mil veces una Iglesia perseguida a una Iglesia negociada.

martes, 8 de marzo de 2011

LA VERDADERA LIBERTAD

La Cuaresma, un camino hacia la verdadera libertad

Desde los orígenes, la Cuaresma se ha vivido como un tiempo de preparación inmediata al bautismo, el cual se administraba solemnemente durante la Vigilia pascual. La Cuaresma entera se vivía como un caminar hacia el encuentro con Cristo, como una vida nueva. Nosotros ya estamos bautizados, pero no siempre dejamos que el bautismo actúe en nuestra vida cotidiana. Por eso, la Cuaresma es un nuevo catecumenado por el cual nos dirigimos otra vez hacia nuestro bautismo, para redescubrirlo, para volverlo a vivir en profundidad, para llegar de nuevo a ser verdaderos cristianos.

Nunca la conversión se hace de una vez para siempre, sino que es un proceso, un camino interior que dura toda la vida. Este itinerario de conversión evangélica no puede quedar limitado a un período particular del año; es un camino de cada día que debe abrazar la globalidad de la existencia, todos los días de nuestra vida.

¿Qué es en realidad convertirse? Podríamos decir que la conversión consiste en no considerarnos como "creadores" de nosotros mismos y, por aquí, descubrir la verdad, puesto que nosotros no somos nuestros propios autores. La conversión consiste en la libre y amorosa aceptación de nuestra total dependencia de Dios, nuestro verdadero Creador, una dependencia de amor. No es un obstáculo, es la libertad.

Fuente: Magníficat (Benedicto XVI)

sábado, 26 de febrero de 2011

¿PUEDE DIOS...?

El pueblo de Israel, en su camino por el desierto, pasó cuarenta años haciéndose esta pregunta: "¿Puede Dios...?" Él abrió un camino para ellos a través del Mar Rojo; "¿Puede Dios darnos alimento?" Él les dio pan del cielo y extendió una mesa para ellos en medio del desierto; "¿Puede Dios darnos agua?" Dios les entregó agua que brotaba de la roca; "¿Puede Dios librarnos de nuestros enemigos?" Él libró y protegió a su pueblo una y otra vez. El pueblo elegido no dejó de murmurar y de poner límites continuamente al poder y a las promesas de Dios, a pesar de que habían visto las obras de Dios. ¡Dios puede!

Cuando nos encontramos viviendo la gran aventura de conocer y hacer la voluntad de Dios, podemos atar las manos a Dios y encadenar su Palabra a pesar de que el deseo constante del Señor es "hacer muchísimo más de lo que nosotros pedimos o pensamos, por medio de su poder que actúa en nosotros" (Ef 3,20). Él tiene preparado para nuestra vida mucho más que simplemente el hacer algo para Él. Necesitamos darnos cuenta que no está en nosotros hacer planes ni aun soñar la manera en que Dios pueda querer llevar a cabo su obra en nosotros y a través de nosotros. No somos nosotros quienes encontramos la voluntad de Dios, nos es revelada porque es Él quien siempre toma la iniciativa.

Somos siervos del Señor, como el barro está en manos del alfarero para ser moldeado y así permanecer disponible para que su Señor lo utilice. Dios actúa a través de personas ordinarias como fue Elías (Sant 5,17-18), Pedro y Juan (Hch 4,13). Su relación con Dios y la acción del Espíritu Santo las hicieron especiales. Cuando Dios nos invita a unirnos a su obra, la misión que nos presenta para llevar a cabo parece gigante, digamos que es "tamaño Dios". Por nuestros medios no podemos, por eso la fe verdadera demanda acción desde la convicción de que hay cosas que solo Dios puede hacer. La obediencia demuestra fe.

Cuando nos sentimos débiles, limitados, que apenas somos personas comunes y corrientes, el Señor nos hace entender que esos son los mejores instrumentos a través de los cuales Dios puede obrar (1 Cor 1,26-31). El ejemplo de Moisés, David, Ezequiel y otros nos deben inspirar y confirmar esto. La Virgen María es, sin duda, el mejor ejemplo y la mayor inspiración para nosotros.

El punto en el que nos encontramos hoy nos asegura que, debido a que Dios es amor, su voluntad resulta siempre lo mejor para nuestras vidas. Debido a que Dios es omnisciente, sus directivas son siempre acertadas porque nada queda fuera del alcance de su conocimiento; no importa la magnitud de la misión que Dios nos encomiende, Él puede llevarla a cabo a través nuestro. Y debido a que Dios es omnipotente, Él puede capacitarnos para llevar a cabo su voluntad. Sabemos que cuando el Señor habla revelándonos lo que está por hacer, esa revelación es su invitación para que ajustemos nuestra vida a Él.

No pongamos límites al poder y a las promesas de Dios porque Él desea llevar a cabo su obra en este tiempo y es Él quien puede hacerlo. ¡Dios puede!

jueves, 17 de febrero de 2011

¡DIOS MIO!

"Dios mío, escucha mi oración; no desatiendas mi súplica. Hazme caso, contéstame; en mi angustia te invoco. Tiemblo al oir la voz del enemigo y los gritos de los malvados. Me han cargado de aflicciones; me atacan rabiosamente. El corazón me salta en el pecho; el terror de la muerte ha caído sobre mí. Me ha entrado un temor espantoso; ¡estoy temblando de miedo!, y digo: Ojalá tuviera yo alas como de paloma; volaría entonces y podría descansar. Volando me iría muy lejos; me quedaría a vivir en el desierto. Correría presuroso a protegerme de la furia del viento y de la tempestad." (Sal 55,1-8)

No encontraremos ningún hombre de Dios en las Escrituras que hable tanto acerca de confiar en el Señor como lo hizo David. Él habló de Dios como la fortaleza en tiempos de gran necesidad. Fue él quien pudo afirmar con todo el corazón: "Aunque pase por el más oscuro de los valles, no temeré peligro alguno, porque tú, Señor, estás conmigo" (Sal 23,4). Cuando David se vió abrumado en uno de los momentos más difíciles de su vida, su corazón gritó con gran pena y tristeza buscando una escapatoria: "Ojalá tuviera yo alas como de paloma; volaría entonces y podría descansar" (Sal 55,6).

Cuando nos encontramos abrumados, sin esperanza y en momentos que ya nos resultan insoportables debemos hacer lo mismo que hizo David; dejar todo a un lado, orar y rendir nuestro corazón en la presencia de Dios. Incluso en el silencio, gritemos nuestro dolor y clamemos al Señor para que nos de su paz en medio de la tribulación. Tener fe es confiar y es apelar a las promesas que Dios mismo nos ha dado.

"Pero yo clamaré a Dios; el Señor me salvará. Me quejaré y lloraré mañana, tarde y noche, y él escuchará mi voz. En las batallas me librará, y me salvará la vida, aunque sean muchos mis adversarios." (Sal 55,16-18)

Nuestra fe no se apoya en cualquier cosa que pueda cambiar o variar, nuestra fe se fundamenta en la fidelidad inquebrantable de Dios. No importa lo que pueda suceder, Él tiene un plan para liberarnos de las pruebas de fuego que se presentan en nuestra vida. Desde el principio, Él tiene un plan para cada dificultad que no podría ser concebido por la mente humana.

En estos momentos, Señor, sea lo que sea lo que suceda, mi esposa y yo decidimos confiar en Ti y caminar en fe esperando en tu Palabra porque sabemos que el cielo y la tierra pasarán, pero tus palabras no pasarán (Mt 24,35).

viernes, 11 de febrero de 2011

EVANGELIZAR HOY

"No hay evangelización verdadera mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios" (Evangelii Nuntiandi, 22).

Es difícil liberarse de la influencia de los tiempos pasados. Cuando reaccionamos ante las legislaciones inmorales de nuestro gobierno, o cuando sentimos el inevitable pesar ante nuestros Seminarios poco poblados en la mayoría de los casos, tenemos dentro de nosotros el recuerdo y las imágenes de otros tiempos. Pensamos que las cosas tendrían que ser ahora como eran entonces, o muy parecidas. No tenemos en cuenta que estamos en otra situación cultural, en otro continente espiritual, que ahora nos toca vivir en minoría y en pobreza, que la fe y la vida espiritual de los cristianos encuentran ahora muchas dificultades ambientales que no existían antes, y que en aquella sociedad había muchos alicientes y ayudas para ser cristiano con los que ya no podemos contar.

De una vida cristiana protegida hemos pasado a una vida cristiana marginada, desprestigiada y agredida. Nuestra situación cultural se parece más a la de 1930 que a la de los años del franquismo. Ni el integrismo reaccionario, ni la confrontación social serían reacciones cristianas. Como tarea de urgencia, en primer lugar, hemos de sostener la fe de los cristianos que se sienten agredidos y desconcertados, tenemos también que resistir contra el intento de remodelar la conciencia de la población en un proyecto de ingeniería social con alma totalitaria, pero nuestro trabajo fundamental tiene que ser reconstruir desde dentro el vigor espiritual de la comunidad cristiana, anunciar con libertad el Evangelio de Jesús a los no cristianos, convertir nuevas personas al Reino de Dios, crear grupos activos, fervorosos, bien preparados intelectualmente, animados de celo apostólico, empeñados con el obispo, con sus sacerdotes, con todos los que quieran formar parte de estas comunidades misioneras, en un proyecto compartido y sostenido de evangelización, de conversión y de influencia en la vida cultural y social... Las raíces profundas de esta llamada a evangelizar están en lo más íntimo del Concilio Vaticano II...

La vocación del evangelizador es apremiante, rompedora, verdaderamente profética... El Espíritu prepara y mueve, la Iglesia reconoce y envía (Hch 13,2).

Un tiempo de evangelización tiene que ser también tiempo de conversión. No puede evangelizar cualquiera. La evangelización tiene que ser obra de discípulos fieles, estusiasmados con la persona y el mensaje de Jesús, desprendidos del mundo, libres de toda consideración humana, arrebatados por el Espíritu de Jesús, movidos por el amor a Jesucristo y a los hermanos, con el corazón puesto en la vida eterna, dispuestos literalmente a dar la vida por la difusión del Evangelio y el reconocimiento de la gracia y de la bondad de Dios. La evangelización es obra de santos y de mártires.

Vivimos una dura situación de enfriamiento religioso, socialización de la increencia y apostasía continuada... Evangelizar es un acto de amor, de compasión, de alabanza a Dios y de misericordia con el hermano necesitado... La verdad de la evangelización depende de la renovación espiritual de la Iglesia, de los obispos y sacerdotes, de los religiosos y de los laicos. Unidad y fervor. No hay otra receta...

Fuente: Evangelizar (Mons. Fernando Sebastián)

viernes, 4 de febrero de 2011

¡LEVANTATE!

“Yo iré delante de ti, derribaré las alturas, romperé las puertas de bronce y haré pedazos las barras de hierro. Te entregaré tesoros escondidos, riquezas guardadas en lugares secretos, para que sepas que yo soy el Señor, el Dios de Israel, que te llama por tu nombre. Yo soy el Señor, no hay otro; fuera de mí no hay Dios. Yo te he preparado para la lucha sin que tú me conocieras, para que sepan todos, de oriente a occidente, que fuera de mí no hay ningún otro. Yo soy el Señor, no hay otro. 

Abriré un camino a través de las montañas y haré que se allanen los senderos. ¡Mirad! Vienen de muy lejos: unos del norte, otros de occidente, otros de la región de Asuán. ¡Cielo, grita de alegría! ¡Tierra, llénate de gozo! ¡Montes, lanzad gritos de felicidad!, porque el Señor ha consolado a su pueblo, ha tenido compasión de él en su aflicción. Sión decía: El Señor me abandonó, mi Dios se olvidó de mí. Pero ¿acaso una madre olvida o deja de amar a su propio hijo? Pues aunque ella lo olvide, yo no te olvidaré. Yo te llevo grabada en mis manos; siempre tengo presentes tus murallas. Los que te reconstruyen van más deprisa que los que te destruyeron; ya se han ido los que te arrasaron. Levanta los ojos y mira alrededor, mira cómo se reúnen todos y vuelven hacia ti. Yo, el Señor, juro por mi vida que todos ellos serán como joyas que te pondrás, como los adornos de una novia. 

Despierta, Sión, despierta, ármate de fuerza; Jerusalén, ciudad santa, vístete tu ropa más elegante, porque los paganos, gente impura, no volverán a entrar en ti. Levántate, Jerusalén, sacúdete el polvo, siéntate en el trono. Sión, joven prisionera, quítate ya el yugo del cuello. 

Levántate, Jerusalén, envuelta en resplandor, porque ha llegado tu luz y la gloria del Señor brilla sobre ti. La oscuridad cubre la tierra, la noche envuelve a las naciones, pero el Señor brillará sobre ti y sobre ti aparecerá su gloria. Las naciones vendrán a tu luz, los reyes vendrán al resplandor de tu amanecer. Levanta los ojos y mira a tu alrededor: todos se reúnen y vienen a ti. Tus hijos vendrán de lejos, y a tus hijas las traerán en brazos. Tú, al verlos, estarás radiante de alegría; tu corazón se llenará de gozo; te traerán los tesoros de los países del mar, te entregarán las riquezas de las naciones.” (Is 45,2-3; 5-6; 49,11-18; 52,1-2; 60,1-5)

Como podemos leer en la introducción de la carta apostólica del Papa Juan Pablo II, Novo Millennio Ineunte, se abre para la Iglesia una nueva etapa de su camino en los inicios del tercer milenio. Hoy resuenan las palabras que Jesús dirigió a Simón Pedro, después de haber hablado a la muchedumbre desde su barca: “Rema mar adentro” (Lc 5,4). Esta palabra nos invita a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirnos con confianza al futuro.

Juan Pablo II dejó escrito que es necesario pensar en el futuro que nos espera, y reflexionar sobre lo que el Espíritu ha dicho al Pueblo de Dios en el período de tiempo que va desde el Concilio Vaticano II al Gran Jubileo del año 2000. Hoy más que nunca estamos llamados a contemplar el rostro de Cristo para poder reflejar su luz a las generaciones del nuevo milenio. Debemos caminar desde Cristo, con la certeza de que Él está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28,20).

La oración, la lectura de las Escrituras y los Sacramentos nos abrirán a la gracia que necesitamos para una nueva evangelización y anuncio de la Palabra, desde el compromiso de la comunidad cristiana. Jesucristo nos invita a ponernos en camino: “Id y predicad” (Mc 16,15) – “Id y haced discípulos” (Mt 28,19) es la gran comisión que tenemos como cristianos, es el mandato misionero que nos introduce en el tercer milenio invitándonos a tener el mismo entusiasmo de los creyentes de los primeros tiempos. Hoy debemos trabajar en comunión con nuestros obispos y pastores, buscando y desarrollando nuevos métodos y expresiones que sean eficaces y eficientes, con un renovado ardor y fervor que se alimenta cada día en la Eucaristía y en el amor de la Santísima Virgen María.

Los comienzos del tercer milenio de la venida de Cristo al mundo es un momento extraordinario, un tiempo propicio y favorable para la Iglesia, de dimensiones universales (2 Cor 6,2). “Esta buena noticia del Reino se anunciará en todo el mundo, para que todas las naciones la conozcan” (Mt 24,14). Para remar mar adentro, necesitamos tomar conciencia de que el mundo tiene el derecho de escuchar el Evangelio desde una Iglesia valiente pero humilde; si Jesús se ha “despojado de sí mismo” para traer la Buena Nueva del Reino a la tierra y se ha humillado hasta el punto de lavar los pies a los apóstoles, también nosotros debemos hacerlo con más motivo ya que Él no tenía pecado y nosotros sí.

Somos profetas del Evangelio enviados para involucrarnos en la evangelización y en la proclamación de la Buena Noticia de Jesucristo a los habitantes de esta generación sin esperanza. El mundo necesita esperanza como los pulmones necesitan oxígeno. El tercer milenio debe ser, para nosotros cristianos, la ocasión para hacer renacer la esperanza y poner fin al miedo. Como cooperadores de Dios que somos no echemos en saco roto su gracia, porque el Espíritu Santo está diciendo a la Iglesia: “Ahora es el tiempo de gracia, ahora es el día de la salvación” (2 Cor 6,1-2).

jueves, 27 de enero de 2011

LOS HUESOS SECOS

"El Señor puso su mano sobre mí, me hizo salir lleno de su poder y me colocó en un valle que estaba lleno de huesos. El Señor me hizo pasar entre ellos en todas direcciones; los huesos cubrían el valle, eran muchísimos y estaban completamente secos. Me dijo: “¿Crees tú que estos huesos pueden volver a tener vida?” Yo le respondí: “Señor, tan solo tú lo sabes.”

Entonces el Señor me dijo: “Habla en mi nombre a estos huesos. Diles: ‘Huesos secos, escuchad este mensaje del Señor. El Señor os dice: Voy a hacer entrar en vosotros aliento de vida, para que reviváis. Os pondré tendones, os rellenaré de carne, os cubriré de piel y os daré aliento de vida para que reviváis. Entonces reconoceréis que yo soy el Señor.’ ” Yo les hablé, pues, como él me lo había ordenado. Y mientras les hablaba oí un ruido: era un terremoto, y los huesos comenzaron a unirse unos con otros. Y vi que sobre ellos aparecían tendones y carne, y que se cubrían de piel. Pero no tenían aliento de vida. 


El Señor me dijo: “Habla en mi nombre al aliento de vida, y dile: ‘Así dice el Señor: Aliento de vida, ven de los cuatro puntos cardinales y da vida a estos cuerpos muertos.’ ” Yo hablé en nombre del Señor, como él me lo ordenó, y el aliento de vida vino y entró en ellos, y revivieron, y se pusieron de pie. Eran tantos, que formaban un ejército inmenso. 

El Señor me dijo: “El pueblo de Israel es como estos huesos. Andan diciendo: ‘Nuestros huesos están secos; no tenemos ninguna esperanza, estamos perdidos.’ Pues bien, háblales en mi nombre. Diles: ‘Esto dice el Señor: Pueblo mío, voy a abrir vuestras tumbas; os sacaré de ellas y os haré volver a la tierra de Israel. Y cuando abra vuestras tumbas y os saque de ellas, reconoceréis, pueblo mío, que yo soy el Señor. Pondré en vosotros mi aliento de vida, y reviviréis; y os instalaré en vuestra propia tierra. Entonces sabréis que yo, el Señor, lo he dicho y lo he hecho. Yo, el Señor, lo afirmo." (Ez 37,1-14)

Esta gran visión de los huesos secos, sin duda, es la más célebre del profeta Ezequiel. Es la respuesta del Señor al desaliento y a la desesperanza de los israelitas en el exilio. El texto nos sugiere la idea de un campo de batalla sobre el que habían quedado tendidos los cadáveres de los caídos en el combate. Se trata de una visión profética en la que Ezequiel compara a los desterrados de Israel con un montón de huesos humanos tendidos en campo abierto, y nos presenta la liberación de los exiliados como un retorno a la vida.

"Despierta, tú que duermes; levántate de entre los muertos y Cristo te iluminará" (Ef 5,14b). El Señor desea hacer algo nuevo en España y es por eso que Él tiene una Palabra para este país, para su Iglesia y para cada uno de nosotros en este tiempo. Somos Ezequiel, llamados a descubrir la triste realidad de tantos hombres y mujeres que viven sin esperanza, y llamados a llevarles la Vida de Dios que les hará ponerse en pie y revivir. Es urgente que nos levantemos para que les podamos mostrar el camino de regreso a casa, en el Cuerpo Místico de Cristo, donde ser curados de sus heridas y recibir la Vida de Aquel que se ha quedado con nosotros hasta el fin del mundo.

Con razón y como un signo profético de nuestro tiempo, el Santo Padre Benedicto XVI anunció al comienzo del verano pasado la creación de un nuevo dicasterio vaticano dedicado de forma específica a la nueva evangelización de países con tradición cristiana que han entrado en un proceso de secularización. El Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización está haciendo una profunda reflexión para promover las formas y los instrumentos adecuados para llevar a cabo esta necesaria y urgente reevangelización de sociedades como la nuestra.

Es el momento de formar nuevos evangelizadores para la Nueva Evangelización del Tercer Milenio porque el tiempo nos apremia; o más bien, es el amor de Cristo el que nos apremia (2 Cor 5,14) y nos empuja a buscar los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios, ya que hemos resucitado con Cristo y ahora aspiramos a los bienes del Cielo y no a los de la tierra (Col 3,1-2).

viernes, 21 de enero de 2011

ECUMENISMO

La unidad es la perfección del amor. Por esto, Jesucristo ha querido que su Iglesia fuese una para hacer de ella el sacramento del Amor de Dios a los hombres. Si en el curso de los siglos, la Iglesia ha sido lacerada muchas veces por divisiones que han llevado a muchos de sus hijos a separarse de ella, el Señor le ha dado el singular privilegio de su unidad interior por medio de la Eucaristía.

"La caridad de Dios hacia nosotros se manifestó en que el Hijo Unigénito de Dios fue enviado al mundo por el Padre, para que, hecho hombre, regenerara a todo el género humano con la redención y lo redujera a la unidad. Cristo, antes de ofrecerse a sí mismo en el ara de la cruz, como víctima inmaculada, oró al Padre por los creyentes, diciendo: `Que todos sean uno, como Tú, Padre, estás en mi y yo en tí, para que también ellos sean en nosotros, y el mundo crea que Tú me has enviado´, e instituyó en su Iglesia el admirable sacramento de la Eucaristía, por medio del cual se significa y se realiza la unidad de la Iglesia" (Decreto Unitatis Redintegratio, 2).

Los principios católicos del ecumenismo fueron formulados por el Concilio Vaticano II en 1964 (Decreto sobre el Ecumenismo, I,4). Se pueden resumir en tres:

1- Cristo estableció su Iglesia sobre los Apóstoles y sus sucesores apostólicos, cuya cabeza visible y principio de unidad es Pedro y sus sucesores, los obispos de Roma.
2- Desde el primer siglo han existido divisiones entre los cristianos pero estos son en algún grado miembros de la Iglesia aunque no estén en comunión plena con ella. Poseen en diferentes grados la plenitud de gracia disponible en la Iglesia Católica.
3-Los católicos deben hacer todo lo posible para fomentar el movimiento ecuménico dentro de la verdad.

Buscar la unidad de los cristianos es el deber de cada bautizado por dos razones: la unidad es una exigencia del Evangelio y la unidad es una condición para que todos crean.

«En virtud de la fe que nos acomuna, nosotros los cristianos, todos, tenemos la obligación, cada uno según su propia vocación, de recomponer la plena comunión, "tesoro" precioso que nos dejó Cristo»... «Es necesario cultivar entre los cristianos un amor comprometido en superar las divergencias; es necesario esforzarse por superar toda barrera con la oración incesante, con el diálogo perseverante y con una fraterna y concreta cooperación a favor de los más pobres y necesitados» (Juan Pablo II, 22-I-2003).


¡Que todos sean uno! (enlace al artículo)
Ut Unum sint (enlace a la Encíclica)

jueves, 13 de enero de 2011

ME ENTREGO A TI

Me entrego a ti en forma total, un corazón, un solo ideal; un solo anhelo que busca sin división amarte y servirte con devoción. Me entrego a ti, mi Salvador; en oblación te ofrezco, Señor, todo mi ser, vida y amor, con devoción indivisa, a ti Señor. Me entrego a ti, soy tuyo, Señor; solo una cosa te pido, mi Dios: ahí en tu presencia tu rostro mirar, alabarte y adorarte sin cesar.

Cauce de paz, mar de amor, fuente de luz y vida, eres tú, oh Señor. Gozo sin fin, cual manantial, rio de agua viva en ti puedo encontrar. Oh Dios, mi Dios, a ti mi amor; mi alma y mi ser te anhelan, oh Rey, soy tuyo por siempre, Señor. Oh Dios, mi Dios, ahí en tu paz la gracia total, la luz de tu faz, en ti mi dicha está.

Tuyo soy, tú eres mi Dios, eres mi eterna posesión. Tuyo soy, ¡solo a ti te entregaré mi corazón! Te amo, Señor, te amo, mi Dios; por siempre te ofreceré mi amor. Te amo, Señor, te amo, mi Dios; por todos los siglos tuyo soy, tú mi porción.

Fuente: Cancionero comunitario

sábado, 1 de enero de 2011

LA CAIDA DE LOS FALSOS DIOSES (II)

El Dragón ha construido también dos falsos ídolos en la Iglesia para destruirla:

- El primer ídolo, formado por el racionalismo y por el relativismo, intenta destruir la fe en la Iglesia.

En la segunda carta de San Pedro está escrito: "Surgirán entre vosotros falsos maestros que enseñarán herejías desastrosas y se opondrán contra el verdadero Dios que nos ha salvado. Muchos les seguirán y vivirán como ellos una vida inmoral. Por su causa la fe cristiana será despreciada" (2 Pe 2,1-2). He aquí por qué la pérdida de la fe se difunde hoy en la Iglesia a causa de estos falsos maestros, que enseñan pero enseñan mal. Enseñan mal porque difunden los errores, por tanto son maestros pero maestros falsos.

¿Cómo podemos discernir los buenos de los malos? Si los maestros difunden las verdades de la fe católica, son humildes, obedientes al Magisterio, entonces son buenos. Pero si son soberbios, difunden los errores, no obedecen al Magisterio, entonces son falsos. Y nosotros hoy debemos saber discernir. La Virgen nos quiere niños inteligentes, no estúpidos. Debemos saber discernir: seguir a los buenos para permanecer en la fe, no escuchar a los malos para no caer en el error y perder la fe.

- El segundo ídolo, la división causada por la contestación al Papa.

Aquí en Fátima, Jacinta tuvo una visión: vió al Santo Padre de rodillas que lloraba, mientras desde fuera lanzaban piedras contra él. ¿Qué son estas piedras sino las críticas, las contestaciones, las oposiciones hechas hoy al Papa en el interior de la Iglesia?

¡Mis hermanos sacerdotes, estad cada vez más unidos a los obispos y al Papa! ¡Mis queridísimos fieles, estad siempre cada vez más unidos a vuestros sacerdotes, no les abandonéis, ayudadles y permaneced cada vez más unidos a los obispos y al Papa! Entonces la unidad de la Iglesia volverá a florecer: renovada, santificada, iluminada por tu Corazón Inmaculado, oh Madre de la Iglesia.

Oh Virgen de Fátima, te contemplamos, Mujer vestida del Sol, para mirar contigo al Cielo y así comprender que el gran día del Señor está cercano, que debemos prepararnos al retorno de Jesús en la Gloria, el Sol radiante de Justicia que hará nuevos cielos y nueva tierra. ¡Y de estos tiempos nuevos, tú, Fátima, eres el anticipo!

¡Alabado sea Jesucristo!

Fuente: P. Gobbi en Fátima (25/10/2010)