lunes, 14 de noviembre de 2011

PAGAR EL PRECIO

Cuando el Señor nos llama a su servicio, debemos estar dispuestos a pagar el precio. Si Él dio su vida por nosotros, también nosotros debemos estar dispuestos a dar la vida por nuestros hermanos cada día (1 Jn 3,16). El llamado al sacrificio siempre fue una parte del servicio de los grandes héroes de la fe, como encontramos en el capítulo 11 de la carta a los Hebreos.

El liderazgo espiritual siempre viene acompañado de soledad, críticas y rechazo; Jesucristo vino a los suyos y los suyos no lo recibieron (Jn 1,11). Existen muchos momentos en la vida del siervo de Dios donde debe caminar solo, necesitando suficientes recursos internos para quedarse solo frente a la inflexible oposición de no tener a nadie más que al Señor. La humildad nunca se pondrá a prueba con más intensidad que cuando llega la crítica y el rechazo. Debemos esperar que la crítica se intensifique en la medida en que aumentan nuestras responsabilidades, ya que esto hace que caminemos humildemente con Dios y busquemos en todas las cosas hacer su voluntad.

San Pablo buscó el favor de Dios y no el de los hombres (Gal 1,10). A él no le perturbó la crítica ni le preocupó demasiado el ser juzgado por los hombres, ya que el único Juez es el Señor (1 Cor 4,3-4). El oído del apóstol estaba bien sintonizado con la voz de Dios y para él las voces humanas era tenues en comparación con la voz de su Señor; por eso, no tenía miedo de los juicios humanos ya que vivía consciente de estar ante un tribunal superior (2 Cor 8,21).

Todo esto provoca en nosotros fatiga y cansancio; es lo normal. Jesucristo también sufrió el cansancio como parte de su ministerio y tuvo que descansar en muchos momentos (Jn 4,6). No podemos olvidar que la fatiga es el precio que hay que pagar como siervos fieles de Dios y la mediocridad es el resultado de no sufrir el cansancio y la fatiga.

Jesús tuvo que lamentar la terquedad de su pueblo en varios momentos, así como los profetas que fueron fieles a Dios hasta el final. Hoy también es tiempo de alzar la voz como profetas del tercer milenio, dispuestos a pagar el precio por amor a Dios y a los hombres de nuestra generación. Necesitamos amar y hacer amar a la Iglesia de Jesucristo, sirviendo en fidelidad y con perseverancia evangélica.

"¿A qué compararé esta generación? Se parece a esos chiquillos sentados en las plazas, que se gritan unos a otros: os hemos tocado la flauta y no habéis bailado, hemos cantado lamentaciones y no habéis llorado. Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dijeron: tiene un demonio. Ha venido el hijo del hombre , que come y bebe, y dicen: éste es un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores. Pero la sabiduría ha sido justificada con sus obras." (Mt 11,16-19)