jueves, 31 de diciembre de 2009

CUANDO TUS PALABRAS VINIERON A MI

Nuestro pecado es sólo el primer motivo de la amargura de la palabra de Dios para el anunciador. Hay otro, pero de este no me atrevo mucho a hablar. De hecho, sería mejor que de él hablaran sólo los santos que lo han experimentado. Yo lo comento "porque he oído hablar de ello", aferrándome más que nada a la Escritura y hablando "como con las palabras mismas de Dios".

Este pequeño libro, engullido antes por Jeremías, después por Ezequiel y luego por Juan, estaba lleno de "lamentos, lloros y desdichas". Pero esos lamentos no son principalmente lamentos de hombres, ¡es el lamento de Dios! Ese lamento que resuena, para quien lo sabe escuchar, a lo largo de toda la Biblia en el grito: "¡Pueblo mío, pueblo mío!" Ese lamento es el lamento secreto de Dios por los hijos que se rebelan contra Él "en contínua rebelión" y que finalmente se manifiesta en verdaderas lágrimas en los ojos de Jesús delante de Jerusalén. ¡Oh, ésta es una causa mucho más profunda de amargura! Es participar en el pathos, es decir, en la pasión de Dios.

Dios Padre sufre una pasión de amor por el género humano. Toda la palabra de Dios está impregnada de esta pasión; por eso no puede ser anunciada fríamente, sin participar, de algún modo, de esa misma pasión, sin estar, como Elías, "lleno de celo por el Señor de los ejércitos". He aquí la razón por la que la palabra de Elías, la de Jeremías, la de Francisco de Asís y la de tantos otros santos quemaba "como fuego": ellos se habían asomado al abismo, habían vislumbrado la verdad... Un Dios que no es escuchado por sus criaturas, un Padre que es "despreciado" por sus hijos, que se ve "obligado" a violentar su corazón que querría sólo amar, amar, y en lugar de eso debe amenazar, amenazar y castigar, castigar.

Antes de Jesús, el hombre que ha vivido de más cerca esta "pasión de Dios" fue quizás el profeta Jeremías que, por lo demás, en tantas cosas prefiguraba la pasión de Cristo. A cierto punto, su corazón se fundió con el de Dios, se convirtió en un solo corazón con Él, y fue pronunciado un grito divino y humano que anticipaba al de Jesús en Getsemaní: ¡Mis entrañas, mis entrañas! ¡Me retuerzo de dolor! ¡Las fibras de mi corazón! ¡Mi corazón se conmueve dentro de mí, no puedo callarme!... Estoy lleno de la ira del Señor: ya no puedo reprimirla (Jer 4,19; 6,11).

Cuando Juan hubo engullido el pequeño libro y después hubo saboreado en sus entrañas toda su amargura, oyó una palabra que podría ser actual y podría proclamarse hoy, en este lugar: Vete, aún tienes que profetizar sobre muchos pueblos, naciones y reyes (Ap 10,11).

Fuente: Magnificat (Raniero Cantalamessa, O.F.M. Cap.)

lunes, 21 de diciembre de 2009

DIOS CON NOSOTROS

Vivamos con María el misterio de la Noche Santa, en el silencio, en la oración, en la espera. Participemos en la alegría profunda de nuestra Madre Celestial, que se prepara a darnos a su divino Niño. El Hijo que nace de Ella es también su Dios. Jesús es el Hijo Unigénito del Padre; es el Verbo por el que todo ha sido creado; es Luz de Luz, Dios de Dios, consubstancial al Padre. Jesús está fuera del tiempo: es eterno. Como Dios tiene en Sí mismo la síntesis de todas las perfecciones.

Por medio de María este Dios se hace verdadero hombre. En su seno virginal tuvo lugar su humana concepción. Y en la Noche Santa nace de Ella en una gruta pobre y sin adornos; es depositado en un frío pesebre; es adorado por su Madre y por su padre legal; es circuncidado en la humilde presencia de los pastores; es glorificado por el ejército celestial de los ángeles, que cantan el himno de gloria a Dios y de paz a los hombres amados y salvados por Él.

Inclinémonos con María para adorar a Jesús Niño apenas nacido: es el Emmanuel, es Dios con nosotros. Es Dios con nosotros, porque en la persona divina de Jesús están unidas la naturaleza divina y la naturaleza humana. En el Verbo encarnado se realiza la unidad substancial de la divinidad y de la humanidad. Como Dios, Jesús está por encima del tiempo y del espacio, es inmutable e impasible. Pero como hombre, Jesús entra en el tiempo, soporta el límite del espacio, se sujeta a toda la fragilidad de la naturaleza humana.

Es Dios con nosotros, que se hace hombre para nuestra salvación. En la Noche Santa nace para todos el Salvador y Redentor. La fragilidad de este divino Niño se convierte en remedio para toda la fragilidad humana: su llanto es el alivio de todo dolor; su pobreza es riqueza para toda miseria; su dolor es consuelo para todos los afligidos; su mansedumbre es esperanza para todos los pecadores; su bondad se convierte en salvación para todos los perdidos.

Es Dios con nosotros, que se hace redención y refugio para toda la humanidad. Entremos con María en la gruta luminosa de su divino Amor. Dejémonos depositar por Ella en la cuna dulce y suave de su Corazón, que hace poco que ha empezado a palpitar. Inclinémonos con María, en éxtasis de sobrehumana felicidad, para escuchar sus primeros latidos. Escuchar la divina armonía que se desprende de ellos con notas celestiales de amor, de alegría, de paz que el mundo no había conocido jamás.

Es un canto que repite a cada hombre el eterno y dulcísimo ritmo del amor: te amo, te amo, te amo. Cada uno de sus latidos es un nuevo don de amor para todos. Escuchemos con María sus primeros vagidos de llanto. Es el llanto de un niño recién nacido; es el dolor de un Dios que carga sobre si todo el dolor del mundo.

Es Dios con nosotros, porque, incluso en su humana fragilidad, Jesús es verdadero Dios. Jesucristo es Dios, por encima del cambio del tiempo y de la historia: es el mismo ayer, hoy y siempre. Durante este tiempo en el que la Iglesia nos invita a entrar en la contemplación del misterio de Cristo, entremos todos en el refugio del Corazón Inmaculado de María. Como Madre nos lleva a comprender el gran don de esta Noche Santa.

El Padre ha amado tanto al mundo, que le ha dado a su Hijo Unigénito, para su salvación. El Espíritu Santo hizo fecundo el seno virginal de María, porque el Hijo nacido de Ella es sólo fruto precioso de su divina acción de amor. Nuestra Madre Celestial dio su consentimiento materno, para que se pudiese cumplir el divino prodigio de esta Noche Santa. Hijos predilectos, inclinémonos con María para besar a su Hijo recién nacido, y amemos, adoremos y agradezcamos porque este frágil Niño es Dios hecho hombre, es el Emmanuel, es Dios con nosotros.

Fuente: A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Santísima Virgen

lunes, 14 de diciembre de 2009

MADRE DEL SEGUNDO ADVIENTO

María es nuestra Madre, por voluntad de su Hijo Jesús. Y, como madre, quiere tomarnos de la mano y acompañarnos. Es necesario entonces que nos dejemos todos formar por su acción materna.

Nos forma en el corazón, para llevarnos a la conversión y para abrirnos a una nueva capacidad de amor. Así nos sana de la enfermedad del egoísmo y de la aridez. Nos forma en el alma, ayudándonos a cultivar en ella el gran don de la gracia divina, de la pureza, de la caridad. Y como en un jardín celestial, hace que se abran las flores de todas las virtudes que nos hacen crecer en santidad. Así, Ella aleja de nosotros la sombra del mal, el hielo del pecado, el desierto de la impureza. Nos forma en el cuerpo, haciendo resplandecer la luz del Espíritu que habita en él como en un templo viviente. Así, nos conduce por el camino de la pureza, de la belleza, de la armonía, de la alegría, de la paz, de la comunión con el Paraíso entero.

Ella nos prepara para recibir al Señor que viene. Es por eso que nos ha pedido la consagración a su Corazón Inmaculado. Para formarnos a todos en la docilidad interior que necesita para que Ella pueda actuar en cada uno de nosotros, llevándonos a una profunda transformación, que nos prepare para recibir dignamente al Señor.

Es la Madre del Segundo Adviento. Ella nos prepara para su nueva venida. Ella abre el camino a Jesús que vuelve a nosotros en gloria. Allanemos los montes elevados por la soberbia, por el odio y por la violencia. Colmemos los valles excavados por los vicios, las pasiones, la impureza. Removamos la tierra árida del pecado y del rechazo de Dios. Como Madre dulce y misericordiosa, invita hoy a sus hijos, invita a la humanidad entera a preparar el camino para el Señor que viene.

La misión que le ha sido confiada por el Señor, es la de preparar su venida entre nosotros. Por eso nos pide a todos que volvamos al Señor por el camino de la conversión del corazón y de la vida, porque éste es todavía el tiempo favorable que el Señor nos ha concedido. Nos invita a todos a consagrarnos a su Corazón Inmaculado, confiándonos a Ella como niños, para que pueda llevarnos por el camino de la santidad, en el ejercicio gozoso de todas las virtudes: de la fe, de la esperanza, de la caridad, de la prudencia, de la fortaleza, de la justicia, de la templanza, del silencio, de la humildad, de la pureza, de la misericordia.

Nos forma en la oración, que siempre debemos hacer con Ella. Multipliquemos, en todas las partes del mundo, los Cenáculos de oración que nos ha pedido, como antorchas encendidas en la noche, como puntos de referencia seguros, como refugios necesarios y esperados. Pide, sobre todo, que se difundan cada vez más los Cenáculos familiares, para ofrecernos una morada segura, en la gran prueba que ya nos espera.

Es la Madre del Segundo Adviento. Dejémonos, entonces, guiar y formar por Ella para poder estar preparados para recibir a Jesús, que vendrá en gloria para instaurar entre nosotros su Reino de amor, de santidad, de justicia y de paz.

Fuente: A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Santísima Virgen

martes, 8 de diciembre de 2009

UNA CORONA DE DOCE ESTRELLAS

Contemplamos hoy el candor inmaculado de nuestra Madre Celeste. Ella es la Inmaculada Concepción, la única criatura exenta de toda mancha de pecado incluso del original. Es toda hermosa. Dejémonos envolver en su manto de belleza, para que también nosotros seamos iluminados con su candor del Cielo, con su Luz Inmaculada. Ella es toda hermosa por ser llamada a ser la Madre del Hijo de Dios y a formar el virginal vástago del que debe surgir la Flor Divina. Por eso su designio se inserta en el misterio mismo de nuestra salvación.

Al principio es anunciada como la enemiga de Satanás, la que obtendrá sobre él la completa victoria. "Pondré enemistades entre ti y la Mujer, entre tu descendencia y la suya; Ella te aplastará la cabeza, mientras tú tratarás de morder su talón." Al final es vista como la Mujer vestida del Sol, que tiene la misión de combatir contra el Dragón Rojo y su poderoso ejército, para vencerlo y arrojarlo a su reino de muerte, para que en el mundo pueda reinar solamente Cristo. Es presentada por la Sagrada Escritura con el fulgor de su maternal realeza; "y apareció en el Cielo otra señal: una Mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza."

En torno a su cabeza hay, pues, una corona de doce estrellas. La corona es el signo de la realeza. La misma está compuesta por doce estrellas, porque se convierte en el símbolo de su materna y real presencia en el corazón mismo del pueblo de Dios. Las doce estrellas indican las doce tribus de Israel, que componen el pueblo elegido, escogido y llamado por el Señor para preparar la venida al mundo del Hijo de Dios y del Redentor. Puesto que Ella es llamada a ser la Madre del Mesías, su designio es el de ser el cumplimiento de las promesas, el brote virginal, el honor y la gloria de todo el pueblo de Israel. En efecto, la Iglesia la exalta con estas palabras: "Tú eres la gloria de Jerusalén; Tú eres la alegría de Israel; Tú eres el honor de nuetro pueblo." Por eso las tribus de Israel forman doce piedras preciosas de la diadema que circunda su cabeza, para indicar la función de su materna realeza.

Las doce estrellas significan también los doce Apóstoles que son el fundamento sobre el cual Cristo ha fundado su Iglesia. Se ha encontrado a menudo con ellos, para estimularlos a seguir y a creer en Jesús durante los tres años de su pública misión. En su lugar, Ella estuvo bajo la Cruz, junto con Juan, en el momento de la crucifixión, de la agonía y de la muerte de su Hijo Jesús. Con ellos ha participado de la alegría de su resurrección; junto a ellos, recogidos en oración, ha asistido al momento glorioso de Pentecostés. Durante su existencia terrena ha permanecido junto a ellos con su oración y su presencia maternal para ayudarlos, formarlos, alentarlos e impulsarlos a beber el cáliz que había sido preparado para ellos por el Padre Celestial. Es así Madre y Reina de los Apóstoles que, en torno a su cabeza, forman doce estrellas luminosas de su materna realeza.

Es Madre y Reina de toda la Iglesia. Las doce estrellas significan además una nueva realidad. El Apocalipsis, en efecto, la ve como un gran signo en el cielo: La Mujer vestida del Sol, que combate al Dragón y a su poderoso ejército del mal. Entonces, las estrellas en torno a su cabeza indican a aquellos que se consagran a su Corazón Inmaculado, forman parte de su ejército victorioso, se dejan guiar por Ella para combatir esta batalla y para obtener al final nuestra mayor victoria. Así, todos sus predilectos y los hijos consagrados a su Corazón Inmaculado, llamados hoy a ser los apóstoles de los últimos tiempos, son las estrellas más luminosas de su real corona.

Las doce estrellas, que forman la luminosa corona de su materna realeza, están constituidas por las doce tribus de Israel, por los Apóstoles y por los apóstoles de estos nuestros últimos tiempos. Entonces, en la fiesta de su Inmaculada Concepción, nos llama a todos nosotros a formar parte preciosa de su corona y volvernos las estrellas brillantes que difunden, por todas las partes del mundo, la luz, la gracia, la santidad, la belleza y la gloria de nuestra madre Celeste.

Fuente: A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Santísima Virgen

lunes, 30 de noviembre de 2009

¿FRIO O CALIENTE?

Si el hombre conociere el don de Dios (cf Jn 4, 10), el hablar de Dios, el obrar y el poder de Dios, comprendería cómo obra verdaderamen­te el Hijo de Dios; el hombre verdaderamente tendría una fe cimentada en las verdades de Cristo, no en las ver­dades de los hombres que adulteran la Palabra de Dios (cf 2 Cor, 2, 17). Mas el hombre, si conociere verdaderamente el don de Dios, sabría que hay diversidad de dones, pero un solo Dios (cf 1Cor 7, 7) que lo trasciende todo, que lo invade todo y lo penetra todo; los hombres correrían tras las huellas de Cristo sin vacilación, sin confusión, porque sabrían discernir lo verdadero de lo erróneo; serían hombres de oración, de entrega y sacrificios: y un corazón que ora, se entrega y se da recibe la fuerza, la luz y el don de Dios; mas un hombre pobre en oración será pobre en conocimiento de Dios; podrá hablar miles de lenguas: aunque los hombres tuvieren el don de profecía y hablaren lenguas, si les falta el amor, les falta el conocimiento de Dios (cf 1Cor 13). Al hombre que le faltare el conocimiento íntimo del amor de Dios, le falta todo: un corazón sensible, un corazón que amare a Dios por encima de todo, a la Iglesia, a los pastores; que obedeciese a la Cabeza de Cristo, aquí en la tierra es un hombre que camina por las verdades, por las sendas de Cristo; mas el hombre que sigue las verdades a medias, será siempre su vida un caminar a medias, donde no sabrá discernir lo bueno de lo malo, lo falso de la verdad; no sabrá ver a los hijos de las tinieblas, porque el hombre, creyéndose ser hijo de la Luz, vive más en la tiniebla que en la Luz.

El hombre tiene que saber meditar las palabras, esas pala­bras que pudieren parecer fuertes: porque no eres frío ni caliente te vomito de mi boca (cf Ap 3, 15-16). El hombre vive en una tibieza espiritual, donde esa tibieza va haciendo lugar y va arrastrando a tantas almas a un camino de desesperación, de confusión y de no saber dis­cernir; por eso es tan importante que el hombre se sepa vaciar de sí mismo, sepa darse en totalidad a Dios, renunciar a tantas cosas, tantos caprichos, tantos placeres, tantas como­didades... El hombre vive para el mundo y muchas veces deja a Dios a un lado; no sabe dejar las cosas del mundo para centrarse en las cosas de Dios y vivir en la tierra alabando a Dios, bendiciendo a Dios y glorificando a Dios, para ganar los bienes de allá arriba, no los de la tierra (cf Col 3, 1-3). Cuántas veces va peregrinando de un sitio para otro; y en verdad cuando el hombre por la fe va peregrinando es algo que va enriqueciendo el espíritu; y está bien que el hombre peregrine, buscando siempre las hue­llas de Cristo, fortaleciendo el corazón y robusteciendo la fe. Pero siempre tiene que haber unos propósitos, un cambio, unas decisiones que el hombre ha de llevar a cabo: para unos el silencio interior, vivirlo más plenamente; para otros, cerrar los ojos y no ver tantas cosas como el hombre ve; para otros, saber ofrecer los alimentos que no agradaren: no poner tanto impedimento que los hombres de hoy ponen a los alimentos; tantas modas, tantas dificultades.

El hombre vive para el cuerpo y para sus enfermedades. El hombre se ha adaptado al mundo y no sabe ofrecer nada por amor a Dios: ni una enfermedad, ni un dolor, ni una comida, ni un sacrificio y eso es en verdad algo que va reduciendo al hombre por el camino de la espiritualidad: cree avanzar y en cambio retrocede; cree que no retrocede y retrocede más. Cuántas veces los hombres son avisados, porque Dios utiliza en verdad instrumentos, profetas, enviados… y cuántas veces siguen siendo palabras vanas, que las lleva el viento. Ya desde antiguo, desde siempre cuando el hombre era advertido, la mitad escu­chaba y de la mitad dejaban un resto, por si era cierto; y los demás no escuchaban y se hundían y hundían en ese seguir sin seguir a Cristo, en ese caminar sin caminar con Cristo; en ese ir por el mundo, predicando a Cristo y a uno mismo en sus vanidades, en el orgullo humano; el hombre tiene que darlo todo por Dios, no preocuparse del cansancio, de la fatiga, del dolor, del dormir. El cuerpo excesivamente descansado no sabe hacer sacrificios ni caminar por el mundo para hablar de Dios; y aun cuando el hombre no tuviere que dormir, si confiare plenamente en el auxilio de Dios, sen­tirá verdaderamente la mano que lo protege, que le ayuda y le da el descanso cuando verdaderamente es necesario, no cuando el hombre descansa (cf 2 Cor 11 y 12 y 12, 9).

Porque cuántas veces descansan en exceso y no saben combatir ese descanso con la actividad. Cuántas veces en sus justificaciones dicen: Dios me ha hecho así, soy así. ¡Qué palabras de justificación usa el hombre! El hombre ha sido hecho a imagen y semejanza de Dios (cf Gen 1, 27), mas el hombre luego se hace a su propia imagen, no a imagen de Dios. Y para justificarse el hombre, opta por decir: Dios me ha hecho así. Si el hombre tiene que trabajar día a día para combatir las tentaciones, porque el mundo atrae, el demonio tienta y la carne ahí está con sus debilidades; mas el hombre sabe que el vivir es una lucha (cf Job 7, 1) y si gana el combate, llega a la gloria de Dios (cf 2Tim 4, 7-8). El hombre tiene que combatir la soberbia, la envidia, el ren­cor, si quiere seguir a Cristo; mas si quisiere seguir las huellas de la tiniebla, que el hombre siga con su soberbia, porque no llegará nunca a la luz (cf Lc 18, 10-14).

Cuando un alma se refugia en los brazos de Cristo y siente verdaderamente los brazos del Amado, es en verdad cuando el alma pudiere experimentar esa fuerza de Dios, ese hablar interior donde Cristo sigue diciendo a las almas que vivan para Él, que Le amen, que se den y que ofrezcan todo por amor a las almas. Dadlo todo por Cristo; sabed aprender de los maestros, de los doctores, de los apóstoles, de Pablo, que tanto y tanto sigue diciendo a los hombres de hoy: fue perseguidor (cf 1Tim 1, 13) y se convirtió en evangelizador (Hch 9,15-16). Era recto en doctrina y en Ley (cf Gal 1, 13-24) y recto murió por amor a Dios (cf Hch 28, 30-31). La lectura espiritual nos debe de verdad enamorar para alcanzar esas moradas, donde el alma se deleita en el Corazón de Cristo. ¡Cuántas almas vivieron en ese enamoramiento espiritual con Cristo! ¡Cuántas almas vivieron las nupcias con el Amado! ¡Cuántas almas se dieron para sufrir por amor! Cuántas almas saben decir: Aquí estoy Señor, para hacer tu Voluntad (Heb 10, 9); lo que quieras en cualquier momento, lo que dispusieres en cualquier momento; cuando quieras y donde quieras. Saber decir de corazón siempre: lo que Dios quiera. Y negar nuestra voluntad, porque nuestra voluntad nos traiciona, nos hace cobardes y no sabemos caminar por esa vida de entrega, de rectitud con Cristo. Dadlo todo por amor a Dios; dadlo todo y comprenderéis cuán grande es el amor de Cristo (Jn 17, 23) cuán grande es Jesús con sus hijos (Jn 14, 20), con sus almas.

Sabed corregiros de tantas cosas y a veces dejaos aconsejar y corregir (cf Hch 12, 7), que es tarea difícil para aquellos que tienen el menester y la encomienda de corregir, porque el hombre tiende a la justificación. Sed adoradores del amor Eucarístico de Cristo; transmitid ese amor a los hombres y mirad: el Hijo está derramando constantemente en este día gra­cias. ¡Cuántos se han tapado, por temor a la lluvia! ¿Por qué teme el hombre? El hombre no se da cuenta que el cielo envía gracias; y tantas gracias vienen por medio de la lluvia que Dios envía. A veces los hombres no perciben la manifestación de Cristo porque no están atentos, porque les absorben a veces los problemas y no saben escuchar en el silencio. Escuchad en el silencio interior el dulce hablar de Cristo; a veces sin palabras, pero Cristo es el dulce, el Amado, el predilecto: recordad el Predilecto (Mt 3, 17 y 17, 5), del que se nos dice: Escuchadle.

Fuente: Familia Jesús Nazareno

miércoles, 25 de noviembre de 2009

SOBRE ARENA

Dios es Luz, Amor, Justicia y Verdad; Satanás es lo opuesto a todo esto. Es el enemigo jurado de Dios, en particular del Verbo hecho Carne y de su Iglesia, del Uno y de la Otra quiere la destrucción. Está bloqueado en este loco y malvado propósito, por lo que no desiste un solo instante en perseguirlo con sus fuerzas. Este conocimiento del Maligno es presupuesto sustancial de cualquier pastoral. Es absolutamente inconcebible una pastoral eficaz sin una visión viva y precisa de esta realidad de base.

Satanás es también el Enemigo por excelencia de la Virgen Santísima. ¿Qué pastoral pueden hacer tantos sacerdotes que no tienen una fuerte e iluminada devoción a la Madre, o que no creen en estas realidades, o bien las creen de modo confuso? Toda acción pastoral de cualquier naturaleza es infecunda si no se apoya en los sólidos fundamentos de la Fe en Dios; Creador, Salvador y Redentor, y en la existencia del implacable e irreductible enemigo del bien, Satanás. A esta fe va unida la firme convicción de que es necesario subir al Calvario con Cristo: "quien quiera venir en pos de Mí, tome su cruz..."

Las disquisiciones teológicas son inútiles si no tienen como base esta realidad. Actualmente se construye sobre la arena. La crisis de Fe ha desviado la acción pastoral por muchos cauces tortuosos que no llevan a las almas a Dios. También aquí se debe lamentar pérdida de tiempo en demasiadas reuniones. De por sí serían muy útiles, si se volviera a encontrar el coraje de ir a las raíces; es decir, de afrontar el problema en su punto crucial. Si se leyera el Evangelio, o mejor aún, si el Evangelio fuera objeto de seria meditación e imitación, se encontraría la luz necesaria para volver a llevar a los pastores al Camino en el que no se pierden. Parábolas, hechos y enseñanzas sobre este punto tan importante son tan numerosas que la duda por tanto no debería rozar el ánimo de nadie; en cambio, vemos cómo van las cosas.

Jesús, durante su vida pública, no se ha limitado a anunciar la Verdad; ha curado enfermos, ha liberado endemoniados y consideraba también esto una parte esencial de su pastoral. Hoy no se hace esta parte de la pastoral. Él la delegó en sus Apóstoles para que ellos y sus sucesores la realizaran; si lo ha hecho Él, también los pastores de hoy deberían bendecir y exorcizar. No son hoy menos los que sufren por culpa de Satanás; al contrario, son más que en aquel tiempo.

Que el padre no esté presente, pudiéndolo, donde están los hijos que sufren está verdaderamente contra la naturaleza de las cosas. Sin embargo, esto es lo que sucede habitualmente. Que un padre delegue en otro para que lo represente ante el hijo que sufre, no es menos amargo que lo que se ha dicho antes. Que luego un padre no crea ni siquiera en el sufrimiento de tantos hijos suyos, que también evidentemente sufren, se considera imposible. Sin embargo, es lo que habitualmente sucede.

Esto se verifica en la Iglesia continuamente. Estos pastores se mueven en la periferia de sus almas y de sus corazones pero están inmóviles en el centro. Exteriormente son activísimos, a veces hasta demasiado; quedando inmóviles, o casi, interiormente. Muchos de ellos son víctimas del frenesí de la acción. ¿Qué decir de tantos sacerdotes que no tienen tiempo de rezar, atosigados como están en tantas actividades inútiles, aunque aparentemente santas? Actividades inútiles porque les falta su alma, porque les falta la presencia de Dios. Donde Él no está no hay fecundidad espiritual.

"El que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: ésta se derrumbó y su ruina fue grande" (Mt 7,26-27).

Fuente: Confidencias de Jesús a un Sacerdote

jueves, 19 de noviembre de 2009

LA PAZ DE CRISTO

"Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde" (Jn 14,27).

Puede ser que te encuentres confundido o que pienses que todo terminó y que no lo vas a lograr; puedes estar atravesando el tiempo más difícil que hayas enfrentado o tu vida está en juego y todo parece carecer de esperanza; parece que no hay escapatoria y cada puerta que abres te llena de más confusión y cansancio; tu vida parece estar siendo devastada por un gran terremoto y estás soportando pruebas que te hacen pensar en rendirte...

Él sabe lo que estás pasando y te invita a beber de su paz: "Te dejo la paz, mi paz te doy. No se turbe tu corazón ni se acobarde". Necesitas clamar al Espíritu Santo para que te llene de la paz de Cristo y Él así lo hará. Si determinas confiar en Dios y esperar en su misericordia, aunque tu vida esté hecha pedazos, serás testigo de una asombrosa paz que está más allá del entendimiento humano.

El profeta Isaías describe lo que pasa cuando viene el Espíritu Santo sobre alguien necesitado: el desierto se convierte en vergel y el vergel parece un bosque (Is 32,15). Está diciendo que lo que antes era un desierto se vuelve un campo fértil, un pedazo seco de terreno dará cosecha abundante. Pero no es una cosecha provisional porque crecerá hasta convertirse en un bosque que dará fruto año tras año. El profeta no está hablando de algo temporal, sino que está describiendo algo que perdura y se mantiene.

"En el desierto habitará el derecho y la justicia morará en el vergel. La obra de la justicia será la paz, y el fruto de la justicia, la tranquilidad y la seguridad para siempre" (Is 32,16-17). La paz llega porque la justicia está trabajando y cuando tenemos la paz de Cristo, no se nos puede alejar de ella fácilmente. "Mi pueblo habitará en un lugar de paz, en moradas seguras, en descansos tranquilos, aunque el bosque sea talado y humillada la ciudad. Dichosos vosotros los que sembráis junto al agua, los que dejáis sueltos al buey y al asno" (Is 32,18-20).

Durante dos mil años la Iglesia Católica ha enseñado que en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, Cristo está presente de una forma real y verdadera. En su presencia Eucarística, Jesús vive entre nosotros como el que nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros. En la Santa Misa, tú y yo tenemos el cielo en la tierra, ese es el milagro de amor más infinito donde encontramos la paz de Cristo sin límites.

martes, 3 de noviembre de 2009

ME HAS SEDUCIDO SEÑOR

"Tú me has seducido, Señor, y yo me dejé seducir. Me has forzado y has sido más fuerte que yo, ahora soy solo para Ti. Ya ves, Señor, tu Palabra ha sido humillación y sacrificios, por eso resolví no hablar más en tu Nombre ni volverte a mencionar. Pero había en mí como un fuego ardiente, en mi corazón, prendido a mis entrañas, y aunque ahogarlo yo quería no podía contenerlo. Tú me has fascinado, Jesús, y yo me dejé enamorar. He luchado contra Ti, contra todo lo que siento, pero has vencido Tú."

Seguro que muchos hemos escuchado estas palabras que corresponden a un bonito canto de la Hermana Glenda, o bien hemos podido leer la mayoría de ellas en el libro del profeta Jeremías (20,7-9). Y es que esta es la experiencia de aquellos que han quitado de su corazón todo lo que estorba para encontrar a Dios dentro de él. Muchas veces buscamos lo que no existe y, en cambio, pasamos al lado de un tesoro y no lo vemos. Como decía el Hermano San Rafel, esto nos pasa con Dios cuando le buscamos en la vida de abstracción, en la lectura, en una maraña de cosas que a nosotros nos parecen mejores cuanto más complicadas; sin embargo, a Dios le llevamos dentro y ahí no le buscamos. Todo es sencillo y simple, y eso está a nuestro alcance.

"Tú, Señor, eres todo lo que tengo; he prometido poner en práctica tus palabras. De todo corazón he procurado agradarte; trátame bien, conforme a tu promesa. Me puse a pensar en mi conducta y volví a obedecer tus mandatos. Me he dado prisa, no he tardado en poner en práctica tus mandamientos. Me han rodeado con trampas los malvados, pero no me he olvidado de tu enseñanza. A medianoche me levanto a darte gracias por tus justos decretos. Yo soy amigo de los que te honran y de los que cumplen tus preceptos. Señor, la tierra está llena de tu amor; ¡enséñame tus leyes! (Sal 119,57-64).

Jeremías, el seducido por el Señor, tuvo que tomar partido frente a los acontecimientos de su época, como profeta de Dios, ocasionándole innumerables padecimientos (Jer 38,1-13) esta firme toma de posición. En las dos primeras décadas de su actividad profética, su principal preocupación fue lograr que Israel tomara conciencia de sus pecados. De ahí la insistencia con que el profeta denuncia la mentira, la violencia, la injusticia con el prójimo, la dureza de corazón y, sobre todo, el pecado que está en la raíz de todos estos males: el abandono de Dios (Jer 2,13; 9,3). En lugar de mantenerse fiel al Señor, que lo había liberado de la esclavitud en Egipto, el pueblo le dio la espalda (Jer 2,27; 7,24), lo abandonó (Jer 2,19) y se prostituyó sirviendo a otros dioses (Jer 3,1; 13,10). Esta infidelidad a la alianza debía traer como consecuencia inevitable el juicio divino. Por eso, al mismo tiempo que condenaba la gravedad del pecado y llamaba a la conversión, Jeremías anunció la inminencia del desastre, y hasta se atrevió a predecir públicamente la destrucción del Templo de Jerusalén (Jer 7,14).

Esta predicación de Jeremías, especialmente después de la muerte del rey Josías, encontró una resistencia cada vez más obstinada por parte de sus compatriotas (Jer 11,18-19). El pueblo y sus gobernantes no atinaban a encontrar el verdadero camino, y ni siquiera eran capaces de reaccionar cuando la voz de los profetas los llamaba a la reflexión. La experiencia de este rechazo, repetida una y otra vez, hizo que Jeremías se interrogara dolorosamente sobre el porqué de aquella resistencia a la Palabra de Dios. La expresión más conmovedora de estas dolorosas experiencias son las llamadas "Confesiones de Jeremías" (Jer 15,20-21; 17,14-18; 18,18-23; 20,7-8) que tienen algunas semejanzas con los Salmos de lamentación. Su lectura deja entrever la sinceridad y profundidad del diálogo que el profeta mantuvo con el Señor en sus momentos de crisis. Jeremías expresa su decepción y amargura por los innumerables sufrimientos que le había supuesto el cumplimiento de su misión, y las respuestas que le da el Señor resultan a primera vista desconcertantes: unas veces le responde con nuevas preguntas, y otras le da a entender que las pruebas aún no han terminado y que deberá afrontar otras todavía más duras. Así el Señor le fue revelando poco a poco que el sufrimiento por la fidelidad a la Palabra es inseparable del ministerio profético.

"Dios mío, escucha mi oración; no desatiendas mi súplica. Hazme caso, contéstame; en mi angustia te invoco... Me ha entrado un temor espantoso; ¡estoy temblando de miedo!, y digo: Ojalá tuviera yo alas como de paloma; volaría entonces y podría descansar. Volando me iría muy lejos; me quedaría a vivir en el desierto... No me ha ofendido un enemigo, cosa que yo podría soportar; ni se ha alzado contra mí el que me odia, de quien yo podría esconderme. ¡Has sido tú, mi propio camarada, mi más íntimo amigo, con quien me reunía en el templo de Dios para conversar amigablemente, con quien caminaba entre la multitud!... Pero yo clamaré a Dios; el Señor me salvará. Me quejaré y lloraré mañana, tarde y noche, y Él escuchará mi voz. En las batallas me librará, y me salvará la vida, aunque sean muchos mis adversarios... Deja tus preocupaciones al Señor y Él te mantendrá firme; nunca dejará que caiga el hombre que le obedece" (Sal 55,2-3.6-8.13-15.17-19.23).

lunes, 26 de octubre de 2009

SIEMPRE FIEL

Dios es fiel, siempre fiel, a pesar de nuestra infidelidad. En estos tiempos difíciles que vivimos son muchos los creyentes que se están alejando de Cristo y de su Iglesia. Un cristiano que busca paz y seguridad a cualquier precio, puede descuidar lo más importante y verse envuelto en apatía espiritual que le lleve a no orar ni escuchar la Palabra de Dios en el corazón.

A pesar de nuestras tribulaciones y tentaciones, a pesar de nuestra incertidumbre y preocupación por el futuro, el Padre sabe y conoce todos los detalles de nuestra vida. Dios ya tiene planes para librarte incluso antes de que clames a Él. Tal vez estamos enredados en la lucha más difícil de nuestra vida preguntándonos cómo nos librará el Señor, pero no nos damos cuenta de que Él está listo para poner su plan en acción. Todo lo que necesitamos saber es que nuestro Dios acoge la oración de nuestro corazón y es fiel para escuchar nuestro clamor y actuar.

"Busqué al Señor y Él me respondió, y me libró de todos mis temores... Este pobre hombre invocó al Señor: Él lo escuchó y lo salvó de sus angustias" (Sal 34,5.7). Este fue el clamor de David en medio de una situación de grandes pruebas y crisis cuando fue capturado por los filisteos. Él no podía orar audiblemente en la presencia de sus captores; sin embargo, el clamor más alto es, a veces, el que no tiene una voz audible. Muchas de las oraciones más altas de nuestra vida, muchos de los clamores más desgarradores y profundos, han sido levantados al Cielo en absoluto silencio.

A muchos de nosotros nos han afectado tanto las circunstancias que no podíamos hablar, hemos estado agobiados por situaciones que se nos escapan que no podíamos ni siquiera pensar lo suficientemente claro como para orar. En ocasiones, nos hemos sentido tan desconcertados que no éramos capaces de decirle nada al Señor, pero todo el tiempo nuestro corazón estuvo clamando: "¡Señor, ayúdame! No sé cómo orar justo en este momento, así que escucha el clamor silencioso de mi corazón. Líbrame de esta situación que estoy atravesando. Señor, ni siquiera sé qué decirte, no lo puedo explicar. ¿Qué está pasando?"

Creo que esto es exactamente lo que David estaba pasando antes de escribir el Salmo 34, cuando compartió su propio testimonio de la fidelidad del Señor para librar a sus hijos de las grandes pruebas: "El Ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los salva... Ellos gritan, el Señor los atiende y los libra de todas sus angustias... El hombre justo tendrá muchas contrariedades, pero de todas el Señor lo hará salir airoso" (Sal 34,8.18.20).

Los momentos de mi vida en que mayor claridad he tenido acerca de la fidelidad del Señor han sido los más difíciles y cuesta arriba; momentos que no se pueden olvidar y en los que nada ni nadie hubieran podido sostenerme excepto la fidelidad de nuestro Dios. Él hace todo lo que sea necesario para salvar a su Pueblo: fue necesario que se abriera el Mar Rojo para salvar a Israel de las garras de sus enemigos; fue necesario que saliera agua de la roca para salvarlos de su angustia en el desierto; fue necesario pan milagroso enviado del cielo para salvarlos del hambre y fue necesaria un arca para salvar a Noé del diluvio. Lo que está claro es que Dios sabe cómo salvarnos y que llegará a cualquier extremo para lograrlo sin importar cual sea la circunstancia.

Tal vez, la tribulación más grande que sufrió el Pueblo elegido fue su deportación a Babilonia; sin embargo, incluso en medio de esa desastrosa situación el Señor les había prometido restituirlos y darles lo que ellos tanto anhelaban: "Esto dice el Señor: cuando terminen los setenta años concedidos a Babilonia, yo me ocuparé de vosotros y cumpliré en vosotros mi promesa de restituiros a este lugar. Porque yo sé bien los proyectos que tengo sobre vosotros -dice el Señor-, proyectos de prosperidad y no de desgracia, de daros un porvenir lleno de esperanza" (Jer 29,10-11). Dios desea que sigamos orando para prepararnos y así estar listos para ser liberados.

miércoles, 21 de octubre de 2009

SANTO TEMOR DE DIOS

A lo largo de la Sagrada Escritura podemos encontrarnos, paralelamente, con una fluctuación de significados diversos detrás de esta expresión. Por un lado aparece, ya desde el comienzo, el temor del ser humano ante Dios como consecuencia del pecado de desobediencia inicial (Gen 3,10). Sin embargo, el mismo Dios invita a superar ese temor para entrar en un tipo de relación de protección. Así pues, el temor es la reacción que provoca la presencia de Dios, en cuanto es algo al mismo tiempo numinoso, terrible y fascinante (Ex 15,11-12). Sin embargo, la misma expresión se va llenando de otro tipo de contenido que tiene más que ver con la piedad que con el temor propiamente dicho. En la mayoría de estos casos la palabra temor es más bien sinónimo de respeto, veneración, fidelidad.

"El temor del Señor es el comienzo de la sabiduría"
(Pro 1,7). Dios ha dado a los hombres una norma de vida, el mandamiento del amor, pero también ha dicho que el amor a Dios debe estar unido al temor de Dios. Así como el amor es un don que es preciso pedir sin interrupción, así también es un gran don el temor de Dios. ¡Teme al Señor que pasa!

Del temor de Dios hoy no se habla ya; se habla del amor de Dios pero del temor no, porque dicen que el temor no se concilia ni puede conciliarse con el amor. Así como encuentran inconciliable en su necedad la Justicia y la Misericordia, encuentran inconciliables el Amor y el Temor de Dios. Hoy se aceptan las cosas que son cómodas y se rechazan las que son incómodas.

Esta es la absurda postura que pastores, sacerdotes y cristianos han adoptado con relación a Dios y en esta absurda postura es evidente la insidia del Enemigo que se propone demoler a Dios en el ánimo de los hombres y demoler el edificio de la Iglesia, desmoronando piedra por piedra. ¿Quién habla hoy del Temor de Dios? ¿Quién habla ya de la Justicia Divina? ¿Quién habla de la presencia de Satanás en el mundo, que con sus legiones rebeldes guía la lucha contra Dios y contra los hombres, encontrando por desgracia colaboradores entre estos últimos, aún entre almas consagradas?

Tiempos de ceguera y tiempos de oscuridad, porque son tiempos de soberbia. El ser humano osa desafiar enorgullecido por su ciencia y su tecnología al Creador y Señor del universo. Pero Dios, que es Amor, no puede permitir el desastre de la humanidad querido por Satanás. El Amor Eterno e inmutable no puede querer la ruina eterna de las almas. El infierno será derrotado y la Iglesia será regenerada.

Fuente: Confidencias de Jesús a un Sacerdote

sábado, 17 de octubre de 2009

VISION DE LOS CORAZONES

Visión del globo del mundo y encima del mismo había un gran corazón, el Sagrado Corazón de Jesús. Salían gotas de sangre que caían sobre el mundo, en diferentes lugares. Junto al Corazón de Jesús había otro corazón más pequeño, el Corazón Inmaculado de María. Salían gotas que caían también sobre el mundo, eran lágrimas.

Estuve un tiempo meditando en esta visión para descubrir el significado que el Señor pudiera mostrarme.

La sangre que brota del Corazón de Jesús significa el Sacrificio de Cristo en la Cruz por la salvación del mundo y cada Eucaristía que se celebra en el mundo entero que actualiza, renueva y sigue haciendo posible el plan de salvación de Dios en favor de todos los hombres; las lágrimas que salen del Corazón de María significa los dolores de la Madre por llevar a sus hijos, los hombres, por el camino de la salvación.

Cada una de esas gotas de sangre y cada una de esas lágrimas que caen sobre el mundo somos también cada uno de nosotros, instrumentos en manos de Dios y asociados al Sacrificio de Cristo y a los dolores de María, para llevar a los hombres a Cristo, en su Iglesia. Con nuestra oración, sacrificio y penitencia estamos llamados a unirnos al Sacrificio de Cristo en la Cruz y a los dolores de María, en favor de la salvación de cuantos nos rodean.

Después de esto, el Señor me dio una fuerte confirmación de todo el mensaje por medio de la Sagrada Escritura, en la carta a los Hebreos (9,11-28; 10,1-14), donde habla del Sacrificio de Cristo por medio de su Cuerpo y su Sangre como expresión de la Nueva Alianza entre Dios y los hombres.

jueves, 15 de octubre de 2009

VIGILAD Y ORAD

El Verbo Eterno de Dios hecho Carne, respondió a la acción de Satanás con un acto de humildad, primero lavando los pies de sus Apóstoles y luego instituyendo el Sacramento de la Eucaristía. A la desmedida soberbia de Satanás ha dado una respuesta de infinita humildad y la sigue dando todavía a los nuevos Judas que se suceden a través de los siglos.

Dio a sus Apóstoles una preciosa enseñanza para no caer en las insidias y trampas de Satanás: "Vigilad y orad para no caer en tentación" (Mt 26,41). Con su comunión sacrílega, Judas concretó en sí las palabras: "Quien come mi Carne y bebe mi Sangre indignamente, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,27). Tremendas palabras que tienen su cumplimiento en el alma de aquellos sacerdotes que concluyen mal su prueba en la tierra.

Satanás tentó a los Apóstoles que estaban junto al Señor , y los doblegó a su querer, porque no hicieron un tesoro de sus palabras: "Vigilad y orad", que les dirigió para advertirles y prepararles contra la tentación del Enemigo. El demonio hizo buen juego con los Apóstoles que en Getsemaní huyeron vilmente; entre los doce, uno le traicionó y otro renegó de Él jurando que nunca le había conocido.

Satanás no perdonó a ninguno, ni siquiera a la Madre, cuyo ánimo insidió con la duda sobre la Resurrección; pero no pudo hacer ni el más pequeño rasguño al Alma Inmaculada de María, Templo resplandeciente del Espíritu Santo. Pocos son los que, aun siendo tentados, quedan inmunes a la acción corrosiva del demonio. Aun los buenos discípulos de Emaús y tantos otros amigos del Señor tampoco fueron excluídos de la tentación y cedieron al descorazonamiento. La nefasta obra de Satanás desde la caída del hombre no ha sufrido mengua y no la tendrá hasta la consumación de los tiempos, cuando también él será juzgado por segunda vez con todas sus legiones.

La historia de la Iglesia y de la humanidad está constituida esencialmente por la creación y caída de los Angeles, por la creación y caída de toda la humanidad en Adán y Eva, por el Misterio de la Redención y por el Misterio de la Iglesia salida del Corazón abierto de Cristo, Verbo Eterno. El árbol de la vida, que tiene sus raíces en Dios, ha sido envenenado por Satanás.

Dios es la única, grande y omnipotente Realidad que domina la vida, la muerte, el tiempo y el espacio, el cielo y la tierra. Satanás, aun estando distanciado de Dios por un abismo insalvable, por lo que jamás podrá nada contra Dios, desfoga su poder, grande pero limitado y lleno de oscuridad, contra la humanidad entera de la que logró adueñarse en Adán y Eva, y que Dios volvió a arrancar desde el primer día con el anuncio hecho a los primeros padres, después de su confesión, del Misterio de su Encarnación.

Estas realidades los hombres las han olvidado. En la Iglesia no se ven éstas con la claridad necesaria para el planteamiento sobre bases sólidas, de una pastoral eficaz para bien de las almas. Trabajan en vacío todos aquellos Obispos y Sacerdotes que no tienen ideas claras ni convicciones sólidas de esta realidad de la que las Sagradas Escrituras, antiguas y nuevas, hablan continuamente. No creer esto firmemente quiere decir desviar tesoros irrecuperables de tiempo, de fatigas, de energías, de estudios, de sobrenatural, hacia un terreno infecundo donde todo se pudre. Imaginemos las consecuencias que se derivan de desviar un río de su cauce natural, sobre un terreno formado por alturas y depresiones: se forman estancamientos en los que las aguas se corrompen, se saturan de miasmas, y se hacen portadoras de infecciones y enfermedades.

Así es ahora la Iglesia. Esta crisis de fe que tiene sus raíces en la soberbia y la presunción, ha oscurecido las grandes realidades, claras aguas de manantial, haciendo desviarse el río de luz y de verdad de las Escrituras y de la Tradición de su cauce natural a riachuelos de aguas pútridas. Dios es obrador de bien, de luz, de verdad, de justicia y de paz; Satanás es obrador del mal. He aquí el origen de la historia que abarca cielo y tierra, que abarca a la humanidad.

¿Qué piensan de ello los Pastores de almas? Si suprimís esta realidad de la mente y de los corazones de los hombres, ¿qué va a ser de los hombres? ¿Se puede pensar en anular esta realidad sin contradecir y minar desde su base la esencia de la historia humana? Piensen los Pastores de almas y mediten en serio, porque es desde aquí, desde la raíz, desde donde se debe curar el mal.

Fuente: Confidencias de Jesús a un Sacerdote

miércoles, 7 de octubre de 2009

JESUCRISTO ES EL MISMO AYER, HOY Y SIEMPRE

Todos nosotros necesitamos siempre volver a los origenes y a lo que es fundamental, sobre todo cuando nos damos cuenta del tiempo en que nos toca vivir como creyentes y del tiempo en el que debemos expresar que somos Pueblo en misión.

Debemos darnos cuenta del tiempo y del escenario en el que nos encontramos, donde el Señor nos ha puesto para llevar a cabo nuestro apostolado y expresar nuestra identidad de discípulos que toman la cruz cada día para seguirle a Él. Porque en la medida en la que vayamos siendo más conscientes del tipo de terreno que tenemos que pisar, acertaremos mejor a utilizar el calzado más adecuado para ese terreno.

Las señales de los tiempos o signos de los tiempos nos ayudan, como cristianos, a situarnos correctamente en el momento histórico en el que nos encontramos. Leemos en el Evangelio de San Lucas: "Jesús dijo también a la gente: Cuando veis que las nubes aparecen por occidente, decís que va a llover, y así sucede. Y cuando el viento sopla del sur, decís que va a hacer calor, y lo hace. ¡Hipócritas!, si sabéis interpretar tan bien el aspecto del cielo y de la tierra, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo en que vivís?" (12,54-56).

El progreso de la humanidad en la segunda mitad del siglo XX es un claro signo de estos tiempos: la electricidad, la radio, la televisión, los aviones, la telefonía móvil, internet, los satélites, los microchips, las armas nucleares, etc. En el orden político, económico, social, moral y religioso se han venido dando una serie de hechos que evidencian signos positivos en cuanto a que expresan un desarrollo de la inteligencia humana y de la convivencia entre los hombres, pero también expresan signos negativos en cuanto a una degradación humana con expresiones desgarradoras como las dos guerras mundiales y una contínua guerra fría que ha matado a millones de seres humanos, el aborto, el hambre, el deterioro moral de la sociedad y de muchos pastores de la Iglesia, en el orden espiritual; la gran proliferación de todo lo relacionado con la New Age y la globalización en el orden político, económico y religioso que camina hacia la consecución de un nuevo orden y gobierno mundial.

Esta rápida y escueta radiografía de nuestro mundo actual nos debe ayudar a interpretar el tiempo en que vivimos. Porque si decimos que somos un Pueblo que tiene una misión, debemos conocer cuál es dicha misión y cuál es la tierra de misión a la que somos enviados y en la que debemos llevar a cabo nuestro apostolado. Porque no podemos cerrar los ojos a lo que está sucediendo a nuestro alrededor y pasar de largo como si no fuera con nosotros. El Señor nos pide interpretar los signos de nuestro tiempo, porque así estaremos mejor preparados para afrontar nuestra misión con los medios necesarios y las armas adecuadas.

Desde aquí, creo que necesitamos purificar el concepto de misión y entender bien cuál es la tarea que nos ha sido encomendada como católicos; por un lado, hemos sido llamados a proclamar la Buena Noticia de Jesucristo a través de la evangelización, y por otro, somos llamados a ser Pueblo profético que defienda la Verdad con la vida y con la palabra, constituyendo un baluarte que hace frente a la ola del mal y defiende a la Iglesia de Cristo.

San Pablo podía decir: "Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí" (Gal 2,20) y por eso fue el apóstol incansable que no dejó de anunciar a Jesucristo un solo momento. Él nos llama para transformarnos y hacernos pescadores de hombres. A los Doce les llamó para estar con Él, mirarle a Él; esta es la mejor escuela de vida. Cuando entramos en la escuela de Cristo, se da la transformación. Pero hay condiciones para entrar en la escuela de Cristo: renunciar a todo lo que tenemos aprecio (Lc 14,25-33; Mc 8,34-38). Llamados a perder nuestra vida porque estamos ocupados en Cristo; cada día, cada momento hay que decidir por Cristo.

La misión solo es efectiva desde un corazón de discípulo; no podemos ser apóstoles sin ser discípulos de Cristo. El discípulo vive en obediencia y en humildad. Las señales de estos tiempos nos muestran que no es posible seguir a Cristo si no somos discípulos, que no podemos ser discípulos si no es en comunidad y que no llevaremos a cabo nuestro apostolado si no es como comunidad de discípulos en misión dentro de la Iglesia.

Estamos en medio de grandes sufrimientos físicos y morales, una gran confusión generalizada, donde la corrupción se hace presente en todas partes y la tensión mundial crece a pasos agigantados. ¿Hacia dónde vamos? ¿Qué es realmente lo que está pasando? Los signos de los tiempos manifiestan la férrea lucha entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas, entre Cristo y Satanás. La Sagrada Escritura, el Magisterio de la Iglesia y la guía profética que recibimos por medio de revelaciones privadas y mensajes auténticos de la Santísima Virgen María en esta etapa de la historia, nos hablan de la tremenda batalla espiritual en la que nos encontramos y de la presencia de Satanás en el mundo y en la Iglesia.

El Papa Juan Pablo II dijo lo siguiente en el Congreso Eucarístico de Filadelfia, Pennsylvania, en el año 1976: "Estamos ahora ante la confrontación histórica más grande que la humanidad jamás haya conocido. Estamos ante la lucha final entre la Iglesia y la anti-iglesia, el Evangelio y el anti-evangelio. No creo que el ancho círculo de la Iglesia americana ni el extenso círculo de la Iglesia Universal se den clara cuenta de ello. Pero es una lucha que descansa dentro de los planes de la Divina Providencia."

Como dijo el Papa, aunque la gran mayoría de la Iglesia no se de clara cuenta de ello, hemos sido llamados a interpretar correctamente el tiempo en que vivimos. Tiempo que requiere, no de teólogos sabios ni humanistas inteligentes, sino de hombres y mujeres que sean auténticos apóstoles de estos tiempos llamados a "anunciar con valentía las verdades de la fe católica, proclamar el Evangelio con fuerza, desenmascarar con decisión las herejías peligrosas que se disfrazan de verdades para engañar mejor las mentes y de este modo alejar de la fe un gran número de fieles" (mensaje de la Santísima Virgen por medio del P. Gobbi, fundador del Movimiento Sacerdotal Mariano).

"Serán los verdaderos apóstoles de los últimos tiempos
-dice San Luis María Grignion de Monfort- a quienes el Señor de los ejércitos dará la palabra y la fuerza necesaria para realizar maravillas, que caminarán tras las huellas de pobreza, humildad, desprecio del mundo y caridad, enseñando el camino estrecho de Dios con la pura verdad conforme al Evangelio y no con las máximas del mundo... llevando en su boca la Palabra de Dios, sobre sus hombros el estandarte de la cruz, en la mano derecha el crucifijo; en la izquierda el Rosario; en el corazón los Sagrados Corazones de Jesús y de María y en toda su conducta la modestia y mortificación de Jesucristo."

"Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre" (Heb 13,8)

viernes, 25 de septiembre de 2009

CONVERSION URGENTE

"Vosotros, pues, sed perfectos, como vuestro Padre que está en el cielo es perfecto" (Mt 5,48).

Dice el Concilio Vaticano II que "está completamente claro que todos los fieles de cualquier estado o condición están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad" (LG 40). La exigencia, por tanto, de vida evangélica no es solo para unos pocos, sino para todos los creyentes. Nuestra Madre del cielo, la Santísima Virgen María, nos recuerda en estos tiempos por medio de sus apariciones la necesidad y urgencia de la conversión: "Si no os arrepentís, todos pereceréis por igual" (Lc 13,3).

La conversión supone despojarnos del hombre viejo y revestirnos del hombre nuevo, según Jesucristo, para aceptar el Evangelio sin reservas y estar dispuestos a tomar la cruz cada día. Es un cambio profundo que se realiza en nosotros y un cambio radical que se concreta cada día y a cada momento. No se trata de ser más buenos o más generosos, ya que la conversión es más profunda y radical; implica dejar todo aquello que nos aparta del camino de la salvación.

La Santísima Virgen nos está recordando y pidiendo en sus mensajes una vida profunda de oración y sacrificio que nos ayude a perseverar en la dura prueba que se avecina y nos prepare para estar a la altura del nombre cristiano. Para todo ello necesitamos una participación frecuente de los Sacramentos, especialmente el de la confesión y el de la Eucaristía. El Santo Rosario, las visitas al Santísimo, la lectura de la Biblia, el ayuno y el uso de sacramentales son instrumentos que nos ayudan a recorrer un camino de santidad, de paz y de transformación interior; un camino sencillo y accesible a todos.

En las apariciones de la Virgen en la Salette (1846) se habla de un llamado a los apóstoles de nuestro tiempo y para los santos del tercer milenio: "Yo dirijo un apremiante llamado a la tierra; llamo a los verdaderos discípulos del Dios vivo que reina en los cielos; llamo a los verdaderos imitadores de Cristo hecho hombre; llamo a mis hijos, a mis verdaderos devotos, a los que ya se me han consagrado a fin de que los conduzca a mi divino Hijo, a los que llevo, por decirlo así, en mis brazos; a los que han vivido de mi espíritu; finalmente, llamo a los apóstoles de los últimos tiempos, a los fieles discípulos de Jesucristo, que han vivido en el menosprecio del mundo y de sí mismos, en la pobreza y en la humildad, en el desprecio y en el silencio, en la oración y en la mortificación, en la castidad y en la unión con Dios, en el sufrimiento y desconocidos del mundo. Ya es hora que salgan y vengan a iluminar la tierra. Id y mostraos como hijos queridos míos. Yo estoy con vosotros y en vosotros, siempre que vuestra fe sea la luz que os alumbre en esos días de infortunio. Que vuestro celo os haga hambrientos de la gloria de Dios y de la honra de Jesucristo. Pelead, hijos de la luz, vosotros, pequeño número que ahí veis; pues he aquí el tiempo de los tiempos, el fin de los fines."

San Luis María Grignion de Monfort anunció: "... el Altísimo y su santa Madre formarán grandes santos para sí, que sobrepasarán a la mayoría de los otros santos en santidad, como los cedros del Líbano sobrepasan a los pequeños arbustos. Estas grandes almas llenas de gracia y fervor, serán elegidas para enfrentarse con los enemigos de Dios, los cuales descargarán su furia por todas partes. Estas almas serán especialmente devotas a nuestra Señora, iluminadas por su luz, fructificadas por su alimento y guiadas por su espíritu, sostenidas por su brazo y cobijadas por su protección. Lucharán derrocando y aplastando a los herejes con sus herejías, a los cismáticos con sus cismas, a los idólatras con sus idolatrías y a los pecadores con sus impiedades... a través de su palabra y su ejemplo atraerán a todo el mundo a la verdadera devoción a María."

La presencia de la Virgen María en este tiempo es un misterio y una realidad dentro del plan salvífico de Dios, y es Ella quien nos anima a caminar por la senda de la salvación y a protegernos con su manto en estos tiempos de confusión. Conforme avanza el reloj de la historia, la lucha que el demonio está librando en contra de María y sus hijos (Ap 12) se hará más difícil y cruel, pues el enemigo del hombre sabe que le queda poco tiempo y redobla sus esfuerzos y ataques; sin embargo, Cristo triunfará y María aplastará con su talón la cabeza de la serpiente (Gen 3,15).

Que este don de María Santísima y la misión que encomienda a los apóstoles de estos tiempos, contribuya a crecer en la fe, fortalecer la paciencia y fomentar la esperanza; ya que, a pesar de la gran tribulación que se avecina y de la oscuridad que invadirá a la Iglesia, la realidad es que la victoria es de nuestro Dios y del Cordero que está sentado en el trono (Ap 7,10), y Él premiará a todos aquellos que permanezcan firmes y perseverantes hasta el fin (Ap 2,7; 2,10; 2,17; 2,26; 3,5; 3,12; 3,21).

"El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias"

Fuente: La Hora de la Verdad

jueves, 17 de septiembre de 2009

EN TIERRA EXTRAÑA

Con humildad auténtica y sencillez verdadera el alma conoce en el estado de desposorio espiritual las virtudes y dones, y grandes riquezas, de las que el Amado ha querido dotarla. Pero el alma ve también que no las goza y posee como a ella le gustaría a causa de que el alma está en la cárcel del cuerpo, como dice San Juan de la Cruz.

El alma hecha de ver, dice San Juan, que ella está en el cuerpo como un gran señor en la cárcel, sujeto a mil miserias, confiscados sus bienes e impedido su ejercicio y libertad. El alma ve en esta cárcel del cuerpo que de su hacienda, que es el Reino de los Cielos, no se le da casi nada, muy medido y tasado. El alma ve que su servidumbre, que son los sentidos y potencias, con frecuencia se rebelan contra ella, y contra ella se enderezan, quitándole el bocado del plato, si se descuida, siempre que el Señor le hace algún regalo espiritual.

El alma se siente estar en tierra de enemigos y traidores, y tiranizada entre extraños, sintiendo bien lo que da a entender el profeta Baruc de Israel aplicado al alma: "¿Qué es esto, Israel? ¿Por qué estás en tierra enemiga, y languideces en tierra extraña?" (3,10). El alma aquí está como Israel allá, siendo hija de Dios y heredera de las moradas del cielo, pero esclavizada y encarcelada.

El profeta Jeremías sintiendo este desgraciado y miserable trato que el alma recibe y padece en el cautiverio del cuerpo, el profeta habla con Israel, pero es perfectamente aplicable al alma; dice así: "¿Pero acaso es el alma sierva o esclava para que así esté presa? Sobre ella rugen los leones de los apetitos y rebeliones de la carne y de la sensualidad."

Es la lucha permanente de la luz con las tinieblas. Es la lucha permanente del bien con el mal. Es la lucha permanente de la verdad con la mentira. Es la lucha permanente del cielo contra el infierno. Es la lucha permanente del imperio del cielo contra el imperio del infierno, hasta en sus mínimos pormenores y cuya lucha nos atañe también a nosotros. Necesariamente nosotros hemos de alistarnos a un bando o a otro.

Fuente: San Juan de la Cruz

miércoles, 9 de septiembre de 2009

SIEMPRE EN ORACION

El Señor reprendió a Marta porque quería apartar a María de sus pies, para ocuparla en cosas activas y en servicio del Señor, pensando que ella se lo hacía todo y que María no hacía nada. El Señor reprende a Marta y defiende y apoya a María, diciendo que María ha escogido la mejor parte, y que ojo con que nadie se atreva a quitársela.

En el Cantar de los cantares el Esposo defiende a la esposa, conjurando a todas las criaturas del mundo que no molesten a la esposa, ni la impidan la unión y el sueño espiritual de amor, ni la hagan velar, ni abrir los ojos a otra cosa hasta que ella quiera. Porque es más precioso para Dios, y para el alma, y de más estima y provecho, un poquito de este puro y limpio amor, aunque parece que ello es poca cosa y que no es nada, que otras obras grandes externas. Este poquito amor es de más provecho para Dios, para el alma y para la misma Iglesia. Para esto fuimos creados y éste es el último fin del hombre.

Qué pasaría si los sacerdotes y los creyentes estuvieran en este estado de oración. El éxito pastoral sería con menos trabajo muy superior. De otra manera, dice San Juan de la Cruz, "es martillar y hacer poco más que nada, y aún a veces daño. Porque Dios nos libre que comience a desvanecerse la sal".

Qué importante esta virtud fundamental de la piedad y de la vida de oración que el ateísmo siempre ha tratado de destruir de todos modos y por todos los medios en millones y millones de almas. Hoy el ateísmo puede jactarse con razón de haber destruido esta virtud en muchísimos cristianos, incluso en el alma de muchos sacerdotes, religiosos y religiosas que, deslumbrados por esta absurda civilización materialista, han apagado en sí mismos la fuente que alimentaba su vida interior, alma de toda actividad pastoral. Sin la piedad las almas se aridecen, transformando la Iglesia de jardín en desierto.

Las luces de la fe, de la esperanza y del amor se han apagado y el proceso de desintegración de la vida divina está casi consumado. Destronado Dios del espíritu, ha sustituido su puesto un mítico progreso social y una igualmente hipotética justicia social que jamás podrán realizar, pues está claro que ningún progreso y mucho menos ninguna justicia social es realizable sin la verdadera libertad, sin la ayuda de Dios.

Nunca un hombre es más hombre que cuando dobla las rodillas ante Dios.

Fuente: San Juan de la Cruz y Confidencias de Jesús a un Sacerdote

lunes, 24 de agosto de 2009

BUSCANDO A DIOS

Aquellos que desean servir a Dios de verdad no están luchando para "triunfar" o buscar seguridad en esta tierra, ya que lo único que quieren es conocer a su Señor y así poder servirle con todo el corazón. La medida del éxito de Dios en nuestra vida se encuentra en el tiempo que pasamos buscando su rostro y sirviéndole en los demás. Nuestra vida es un éxito cuando estamos ante el trono de Dios.

Pensemos en los cien profetas que Abdías escondió (1 Reyes 18,4), en tiempos de Elías, durante una terrible hambruna. Vivieron aislados en cuevas durante varios años y no pudieron desarrollar su ministerio; estaban completamente fuera del alcance y de la vista del pueblo, olvidados por la mayoría. Ni siquiera pudieron compartir la victoria de Elías en el Monte Carmelo; sin duda, el mundo los llamaría fracasados, hombres insignificantes que no lograron nada.

Aún así, Dios les había dado a estos siervos auténticos el regalo precioso del tiempo. Ellos tuvieron días, semanas e incluso años para orar, estudiar, crecer y servir al Señor con todo el corazón. ¡Qué maravillosos son los planes de nuestro Dios! Él les estaba preparando para el día en que serían liberados para servir al pueblo y llevar a cabo su misión. De hecho, estos mismos hombres habrían de pastorear a aquellos que volvieron a Dios como consecuencia del ministerio del profeta Elías.

Desde hace meses, el Señor me está bendiciendo con este regalo del tiempo. No tengo agenda, ni planes, ni sueños. Solo deseo llegar a conocer el corazón de Dios; por eso dedico la mayor parte del tiempo a orar diariamente, sirviendo al Señor y buscando su rostro en la intimidad. Leo mucho y escribo bastante. Estoy escondido, nadie me ve, pero Dios siempre sabe dónde estoy. Pasé un tiempo buscando ministerios, misiones, tareas que poder hacer; ahora, en lugar de eso, paso mi tiempo buscando a Dios. Él sabe donde encontrarme y me enviará cuando vea que estoy listo. Ya me he olvidado de lo que otros están haciendo, ahora lucho por ser un éxito delante del trono de Dios. Si servimos al Señor y oramos por los demás, ya somos un éxito ante sus ojos.

Hoy como nunca la humanidad necesita de santos. Estamos llamados a ser los santos del tercer milenio que buscan a Dios como prioridad absoluta. El mundo actual no requiere de teólogos sabios, científicos ilustres o humanistas inteligentes. Nuestra tarea principal es la conversión diaria a través de la oración, la penitencia y el sacrificio, la participación frecuente de los sacramentos. Esto nos llevará a pensar menos en nosotros mismos y pensar más en Dios y en los demás. Así iremos poco a poco viviendo las virtudes de la Santísima Virgen, aquella que siempre supo decir a Dios: "Aquí está la esclava del Señor. ¡Hágase en mí según tu Palabra!" (Lucas 1,38).

miércoles, 19 de agosto de 2009

SOLDADO FIEL Y EJERCITO

La causa principal de la inconstancia en muchos creyentes es la ausencia de la Gracia divina en el espíritu humano y de vida interior, la ausencia de la oración, la crisis de fe y la concepción pagana de la vida. Se necesita formación cristiana, revalorizar la vida interior, austeridad de toda la vida familiar y de la vida eclesial. Espíritu de mortificación interior y exterior para templar almas y conciencias, para forjar verdaderos soldados de Cristo bien templados en las luchas contra los enemigos de Dios, de la Iglesia y de las almas: el demonio, las pasiones y el mundo. Necesitamos retomar el papel de combatiente en el gran ejército de la Iglesia y descubrir que la vida del soldado es vida de gozosa renuncia, disciplina, sacrificios y lucha.

Con acción devastadora, Satanás despedaza con rabia a la humanidad, y en particular a la Iglesia. En efecto, hoy en la Iglesia suceden cosas que no se pueden explicar humanamente si no con el uso loco por parte de Satanás y de todas las potencias del Infierno insidiando, instigando y atormentando almas.

Vemos hoy el caos, no solo en nuestro pequeño mundo, sino en toda la Iglesia universal. La cristiandad revive la hora de Babel. Obispos contra Obispos, carismáticos contra carismáticos, Obispos y Cardenales que disienten de las directrices del Santo Padre, laceraciones por todas partes en el Cuerpo Místico del Señor; sacerdotes incrédulos, sacerdotes sacrílegos, almas consagradas sin alma, esto es, sin el Espíritu Santo, alma de la Iglesia y alma de las almas; almas frías, almas tibias, almas inmovilizadas y atrofiadas por el Maligno; almas bloqueadas en este caos espantoso y en este caos impresionante en el que se mueven las almas santas unidas a Dios, que forman con Dios, con Jesús Hijo de Dios, su Cuerpo vivo y sufriente, y estas almas proceden adelante y suben su cotidiano calvario con la carga de su cruz.

Contra estas almas se lanzan las miríadas de demonios, no hay lugar ni hay objeto en donde no estén ellos; están en el aire, el aire está infestado y lleno, están en la tierra que pisamos, en las cosas que nos circundan; la tierra está invadida, la Iglesia está llena de ellos, y por la Iglesia misma estos seres inmundos han encontrado las puertas abiertas de par en par y ahora la estrechan en una venenosa y mortal mordedura.

¡Hasta qué punto hemos llegado! El Señor ha constituido la Iglesia jerárquica, y no se diga que los tiempos han cambiado y que por eso es necesario cambiar todo. En su Iglesia hay puntos firmes que no pueden variar con el mudar de los tiempos. Jamás podrá ser cambiado el principio de autoridad, el deber de la obediencia. Podrá ser cambiado el modo de ejercer la autoridad, pero no podrá ser anulada la autoridad. ¡No se confunda jamás la paternidad requerida en las altas esferas con la debilidad! La paternidad no excluye sino, al contrario, exige la firmeza. ¿Por qué ha querido Él sacar a la luz una parte de los muchos males que afligen a su Iglesia? Lo ha hecho para poner a sus sacerdotes frente a sus responsabilidades. Quiere su regreso para una vida verdaderamente santa. Quiere su conversión porque les ama. Deben saber que su conducta, a veces, es causa de escándalos y de ruina para muchas almas. ¡No es justo que se abuse del amor de Dios, confiando en su misericordia e ignorando casi enteramente su justicia!

Como ejemplo, sabemos que de lo alto han sido impartidas disposiciones con relación al hábito sacerdotal. Los sacerdotes, viviendo en el mundo, han sido segregados del mundo. Él quiere a sus sacerdotes distintos de los laicos, no solo por un tenor de vida espiritual más perfecta, sino también exteriormente deben distinguirse con su hábito propio. ¡Cuántos escándalos, cuántos abusos y cuántas ocasiones más de pecado y cuántos pecados más! ¡Qué inadmisible condescendencia por parte de los que tienen el poder de legislar! Y junto con el poder, tienen también el deber de hacer respetar sus leyes. ¿Por qué no se hace? Las molestias no serían pocas. Pero no se nos ha prometido jamás a nadie una vida fácil, cómoda, exenta de disgustos. Quizá teman reacciones contraproducentes. ¡No! El relajamiento provoca un mayor relajamiento.

Funcionarios estatales, de empresas, de entes militares visten su uniforme. Muchos sacerdotes se avergüenzan, contraviniendo las disposiciones, compitiendo en coquetería con los mundanos. ¿Cómo puede Él no dolerse amorosamente? Quien no es fiel en lo poco, tampoco lo es en lo mucho. ¿Qué decir, luego, del modo en que se administran los Sacramentos por tantos sacerdotes? Se va al confesionario en mangas de camisa, y no siempre con la camisa, sin estola. Si se debe hacer una visita a una familia de respeto, se ponen la chaqueta, pero la casa de Dios es mucho más que cualquier familia de respeto. Esto es indisciplina que roza en la anarquía. ¿Qué decir de tantos sacerdotes que no tienen tiempo de rezar, atosigados como están en tantas actividades inútiles, aunque aparentemente santas? Actividades inútiles porque les falta su alma, porque les falta la presencia de Dios. Donde Él no está no hay fecundidad espiritual.

Es bien cierto que en la Iglesia hay también mucho bien, ¡ay si no fuera así! Pero Él no ha venido por los justos; ellos no tienen necesidad. Ha venido por los pecadores; ¡a estos quiere, a éstos debe salvar! Por eso ha dado el toque en alguna de las muchas llagas y heridas, causa de la perdición de almas.

Ella, la Mujer vestida del sol, rodeada del cortejo de sus sacerdotes predilectos y de las almas víctimas, será el terror de sus enemigos, de los enemigos de su Hijo y de la Iglesia. Ella será terrible, como ejército dispuesto a poner en fuga y aplastar la cabeza a Satanás y a sus legiones.

Fuente: Confidencias de Jesús a un Sacerdote

lunes, 10 de agosto de 2009

LA GRAN BATALLA

Hay una guerra que no terminará hasta el fin de los tiempos. La batalla más grande se combate entre los Angeles fieles a Dios y los Angeles rebeldes a Dios; los primeros encabezados por el Arcángel San Miguel y los segundos por Lucifer, el terrible dragón del Apocalipsis. Es Satanás, la antigua Serpiente que insidió a los primeros padres induciéndoles por el orgullo a la desobediencia.

Esta es la terrible realidad de la que el mundo se ríe estúpidamente mientras sufre su acción mortífera hecha de tiranía, oscuridad y sufrimientos. El reino de Satanás es el reino de las tinieblas, es el reino del mal, de todos los males, porque los males de cualquier naturaleza manan de él como de fuente de toda iniquidad. La batalla que se combatió en el Cielo en la presencia de Dios fue una inmensa batalla de Inteligencias, que determinó para la eternidad el futuro destino de los ángeles y de los hombres. Fue un hecho histórico de primera importancia que abarcaría cielo y tierra. ¡La historia de la humanidad está ligada y condicionada a este suceso, digan lo que digan o piensen los hombres! Las Santas Escrituras, las afirmaciones de los Padres y de los Doctores de la Iglesia dan claro testimonio de ello.

Los particulares momentos que vivimos y el inmediato futuro que nos espera nos harán creer en la intervención de las milicias celestes, bien sea por una peculiar presencia de la Providencia divina que gobierna al mundo, o bien, por la gravedad de los acontecimientos que pondrán de manifiesto la presencia del perturbador del orden establecido por Dios, como el Papa Pablo VI con valor nos ha dicho: "el racionalismo primero, el materialismo ahora, han hecho de todo para poner en descrédito el hecho más importante del cielo y de la tierra sin el cual ninguna explicación es aceptable".

La presencia no solo de Dios, sino también de Satanás en la historia y en la Iglesia, con los hechos que lo comprueban, choca terriblemente con la pueril tentativa de los enemigos de Ella para minimizar e incluso negar la límpida realidad. Con tristeza y con dolor se debe constatar hoy que no solo los tradicionales enemigos de Dios y de su Iglesia niegan la presencia, junto a los hombres, de seres de naturaleza diversa de la humana, sino que hasta cristianos y ministros de Dios son escépticos e incrédulos, con grave daño para ellos en lo personal y gravísimo daño social. El Enemigo del hombre ha conseguido narcotizar muchas almas y muchos corazones, así queda menos contrastado su radio de acción. Por desgracia en la Iglesia, aún a los que afirman creer les falta luego la más elemental coherencia con la fe que afirman poseer.

¿Se puede permanecer pasivos, o casi, frente a la acción de un enemigo furiosamente activo que no carece ni de inteligencia ni de potencia para combatir a las almas a las que odia y quiere atropellar y perder? Razonablemente se diría que no, pero por desgracia la realidad es bien diferente: indiferencia y escepticismo se encuentran incluso en aquellos que, por razón de su estado, por el fin primordial de su vocación y por coherencia con la fe deben, no solo sostenerla, sino defenderla y difundirla, y en cambio permanecen inertes. Se han atrofiado en acciones secundarias y ciertamente no aptas para confinar y limitar la tremenda obra devastadora de Satanás y de su iglesia.

¿Cómo se explican ciertas lagunas, que han abierto pavorosas brechas al Enemigo? Así, por ejemplo, de improviso se anulan cada día medio millón de exorcismos que un gran Pontífice había establecido con intuición profética para este nuestro siglo, para combatir a Satanás y a sus legiones... Se refiere a la oración a la Madre del Señor y nuestra, y a San Miguel que se recitaban al final de la Santa Misa. ¿Con qué se ha pensado sustituir tan importantísima disposición tomada por un Vicario de Cristo y confirmada por tantos santos Sucesores suyos? ¡Con ninguna medida!

Los últimos Papas han sido grandes luchadores contra los varios movimientos de ofensiva que, como columnas que el Enemigo hacía avanzar en varias direcciones, apuntaban a la Iglesia para denigrarla y resquebrajarla. Satanás buscaba destruirla y la acción más solapada la realizaba en el interior mismo de la Iglesia (modernismo, horizontalismo, permisivismo). Mientras el asedio externo se hacía cada vez más estrecho y directo (racionalismo, positivismo, masonería, socialismo, marxismo, etc.), él buscaba abatir las estructuras capaces de resistencia.

Los Pastores de almas no advirtieron el desequilibrio que se estaba verificando en la Iglesia. No se las ingeniaron, salvo excepciones, para remediar con otros medios más adecuados a la evolución de los tiempos. La Iglesia quedó como una fortaleza desguarnecida y desarmada. El grito de alarma lanzado por los Papas no siempre encontró aquella pronta y diligente colaboración que habría frenado e incluso detenido la acción del Enemigo. El Papa Leon XIII, que vislumbró este gran peligro, no dejó de componer un Exorcismo que pudiera ser utilizado por todos, Sacerdotes y simples fieles, para detener el avance enemigo; sin embargo, fueron poquísimos los que sacaron provecho de él y la mayoría no comprendió.

No habríamos llegado al estado actual; no tendríamos hoy cristianos que no saben ni siquiera que están enrolados en un gran ejército, cuyo objeto es desbaratar el temible enemigo de nuestras almas, que no deja nada con tal de desviarnos al camino de la perdición eterna. Para libertar a la Iglesia y a sus hijos de la tiranía cada vez más descarada del Enemigo, ¡es necesario sublevarse y correr a los refugios sin demora! Para aliviar tantos sufrimientos causados por el dominio de Satanás sobre las almas, es necesario organizarse sin perder tiempo, actuar con humildad y con una fe tenaz. Usemos las indicaciones que la Virgen, Madre de Dios y nuestra, nos ha dado en Fátima, en Lourdes y en tantísimos otros lugares: ¡Oración y Penitencia! Se necesita más oración y penitencia consciente.

Debemos organizarnos para este fin bien preciso: para que el Corazón Misericordioso de Cristo y el Corazón Inmaculado de su Madre apresuren el triunfo final de esta inmensa lucha, de esta gigantesca batalla en la que Vida y muerte, Luz y tinieblas, Verdad y error están frente a frente en una batalla decisiva.

Fuente: Confidencias de Jesús a un Sacerdote

lunes, 3 de agosto de 2009

RECTITUD DE CORAZON

Estamos llamados a caminar delante del Señor con un corazón perfecto; es decir, que vive en rectitud. Tener un corazón perfecto ha sido parte de la vida de fe desde el tiempo en que Dios habló a Abraham: "Yo soy el Dios Todopoderoso. Anda delante de mí y sé perfecto" (Gn 17,1). David determinó en su corazón obedecer al Señor y ser perfecto: "Quiero vivir con rectitud... Será intachable mi conducta aun en mi propio palacio" (Sal 101,2).

Para poder asumir este llamado (Mt 5,48), primero debemos entender que ser perfectos no significa tener una existencia sin pecado, sin errores. A los ojos del Señor significa algo diferente; rectitud, pureza y obediencia. Un corazón perfecto es un corazón que vive en obediencia constante, responde de una forma rápida y total a la Palabra de Dios. Es un corazón siempre receptivo a los suspiros, susurros y advertencias del Señor. Dice en todo momento: "Habla, Señor, que tu siervo escucha" (1 S 3,10).

Un corazón así clama a Dios como lo hizo David: "Oh Dios, examíname, reconoce mi corazón; ponme a prueba, reconoce mis pensamientos; mira si voy por el camino del mal y guíame por el camino eterno" (Sal 139,23-24). Es verdad que Dios examina nuestros corazones: "Yo, el Señor, que escudriño el corazón y conozco a fondo los sentimientos" (Jer 17,10). El corazón perfecto que camina en rectitud se expone al Espíritu Santo para que examine e ilumine lo más íntimo; sin embargo, aquellos que esconden algo no desean ser revisados ni ser hallados culpables.

El anhelo de un corazón perfecto va más allá y busca estar siempre en la presencia de Dios, vivir en comunión con Aquel que muestra su rostro a los humildes. El profeta Jeremías habló mucho de predisponer el corazón para buscar al Señor; él mismo vivió en esa disposición de corazón para buscar a Dios, y por eso la Palabra de Dios vino a él una y otra vez. Es verdad que esto le costó muchas lágrimas y se dice que fue el profeta de la antigüedad que más se asemejó a Cristo en sus sufrimientos, incomprensiones y persecuciones; sin embargo, nos trajo la promesa de salvación por medio de la Nueva Alianza.

viernes, 24 de julio de 2009

CREADOS PARA DIOS

Cuando las personas llegan a cierta edad, caen en la cuenta con evidencia meridiana, que la vida es corta, que las cosas del mundo son vanas y engañosas, que todo se acaba y desaparece, como el agua que corre, o el humo que se disipa, o la vela que se consume y apaga. Cae uno en la cuenta de que, efectivamente, el camino de la vida eterna es estrecho, que el tiempo es incierto e inseguro; que es fácil torcerse y perderse, que no es fácil salvarse.

Por otra parte, cuando uno tiene presente que Dios nos ha creado, nos ha redimido, nos ha santificado con su Espíritu y tiene proyectado glorificarnos eternamente en el cielo... Cuando uno tiene presente el cúmulo de gracias recibidas a lo largo de toda la vida. ¿Quién podría enumerarlas? Creedme que yo era un tronco en la selva y de golpe me encuentro que soy misionero laico e hijo de Dios. Cuando uno se siente herido e iluminado por ese rayo de luz divina que alumbra nuestras vidas, nuestras miserias y nuestra incorrespondencia a esa gracia del cielo, que la vida se apaga y no queda tiempo...

Nuestra alma está hecha para Dios y no puede conformarse con menos que Dios. Nuestra alma suspira por ver a Dios. Nuestra alma está hecha para ver a Dios; suspira, gime y anhela ver a Dios, y será nuestra alma la eternamente insatisfecha hasta que descubra y vea a su Dios. Este pensamiento es patrimonio de todos los hijos de Dios que le han descubierto, aunque sea a tientas.

Dios está en el interior del alma, en su propio templo, hecho a imagen y semejanza de Dios. Y ahí, en el interior del alma, es donde ha de buscarle el buen contemplativo, si es que quiere hallarle. Pero si todavía dices: puesto que está en mi alma, ¿por qué no le hallo, ni le siento, ni le veo? La causa por qué tú no le hallas, ni le sientes, ni le ves, es por eso, porque está escondido en el interior de tu alma, y tú andas atareado en muchas ocupaciones y negocios.

Tú tienes tu alma cargada de muchas cosas materiales, está quizás sobrecargada de cosas materiales; a veces estúpidas y absurdas, y no te dejan ver, ni encontrar, ni sentir a Aquel que la creó a su imagen y semejanza, para ser templo donde Él habitará. Tu alma ha sido creada por Dios para ser sagrario vivo, consciente y responsable de la Santísima Trinidad; del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. No llenes tu alma de trastos ni estupideces que no te dejarán ver a Dios.

Vacía tu alma de todo lo que no es Dios y verás con limpieza al Señor, que la creó, en ella escondido. Busca al Señor en fe y en amor, y en la fe y en el amor le encontrarás. La fe es el camino por donde se llega a Dios. El amor es el guía que la encamina. Mira que la recta satisfacción de tu alma no se halla en la posesión de las cosas, sino en la desnudez y carencia de ellas, y en la pobreza de espíritu por amor a tu Dios. Necesitamos limpieza de vida, de alma y corazón para ver a Dios en nuestra alma.

Todo cuanto existe son criaturas que están dando gritos diciéndonos: somos criaturas porque hay un Creador. La tierra y los astros y cuanto existe son voceros que están dando voces proclamando la existencia de su Creador y Señor. El alma creada por Dios y para Dios, suspira por su Dios y gime por su Dios. Dios ahora escondido y oculto (Is 45,15), el alma le desea sin los velos de la fe. Dios conocido, Dios sabido, Dios gustado y vivido. El alma está hecha por Dios y para Dios, y el alma no puede conformarse con nada ni con nadie, más que con Dios.

Es sabido que el alma más vive donde ama que donde anima. Más vive el alma en Dios a quien ama, que en el cuerpo donde anima. El alma vive por amor en lo que ama, en Dios. Pero además de esta vida de amor por el que vive en Dios, el alma que le ama tiene su vida radical y naturalmente en Dios, como todas las criaturas, según aquello de San Pablo: "En Él vivimos, nos movemos, existimos y somos" (Hch 18,28).

Fuente: San Juan de la Cruz (un tesoro escondido e ignorado)

miércoles, 8 de julio de 2009

¡NO TEMAS!

La Palabra de Dios recoge que el Señor dijo en 365 ocasiones: ¡No temas! ¡No tengas miedo! Es curioso el dato, ya que coincide con los días que normalmente tiene un año natural. Es como si nos lo quisiera decir cada día del año y cada año de nuestra vida.

"No estéis, pues, preocupados y preguntándoos: ¿Qué vamos a comer? o ¿Qué vamos a beber? o ¿Con qué nos vamos a vestir? Los que no conocen a Dios se preocupan por todas esas cosas" (Mt 6,31-32). Estas palabras de Jesús deberían tocar nuestro corazón, ya que nos muestran que la preocupación por nuestro trabajo, nuestra familia y nuestro futuro es la manera de vivir de los paganos y la actitud de aquellos que no conocen a Dios como un Padre celestial. No es suficiente conocer a Dios como el Creador y el Todopoderoso; Él también desea que le conozcamos como nuestro Padre celestial, lleno de amor, que cuida de sus hijos. "Pero vosotros tenéis un Padre celestial que ya sabe que tenéis necesidad de todas esas cosas" (versículo 32).

"No estéis, pues, preocupados por el día de mañana" (versículo 34). Con estas palabras tan claras, Jesús nos está diciendo que no cedamos ni un solo pensamiento a lo que pueda suceder mañana. Nosotros no podemos cambiar nada y no podemos ayudar en nada con la preocupación. Cuando lo hacemos, estamos actuando como los que no conocen a Dios.

"Buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura" (versículo 33). En otras palabras, debemos seguir amando a Dios y continuar hacia adelante, descansando en su fidelidad, ya que Él se encarga de suplir las cosas esenciales de nuestra vida.

Las aves cantan, mientras nosotros nos quejamos y hablamos de temores y ansiedades. Los lirios del campo muestran erguidos su esplendor, mientras nosotros nos marchitamos y nos doblamos ante el viento más pequeño de adversidad. ¿No creemos, de verdad, en Aquel que nos ama y nos ha dicho que conoce todas nuestras necesidades? ¿No creemos que Aquel que alimenta a los pájaros y viste a las plantas, nos alimentará y vestirá también a nosotros? ¿Cómo podemos angustiarnos y preocuparnos cuando sabemos que Dios tiene todo el poder, toda la riqueza y es Señor de todo lo que ha creado? ¿Cómo podemos siquiera pensar que nos abandona, como si no fuese fiel a su Palabra?

No importa lo que suceda con la economía mundial, no importa la crisis que vayamos a enfrentar, no importa lo que se pueda cruzar en nuestro camino; nuestro buen Dios nos está guiando y está cuidando de nosotros en cada paso que damos. Nos demanda que confiemos en Él en tiempos difíciles ya que nuestra incredulidad le entristece y nos cierra la puerta a sus bendiciones. Mientras la situación se va haciendo más difícil y los problemas son peores, nosotros nos volvemos más fuertes en el poder del Espíritu Santo porque sabemos que Dios nunca nos ha fallado y nunca nos fallará. Él es siempre fiel, ¡no temas!

"Altísimo Señor, ¡qué bueno es darte gracias y cantar himnos en tu honor!
Anunciar por la mañana y por la noche tu gran amor y fidelidad"
(Salmo 92,1-2)

miércoles, 1 de julio de 2009

FRUTOS PRECIOSOS DE REDENCION

Éste es tiempo de revisión, y de revisión urgente. Es tiempo de intervenir con firmeza, amor y prudencia. No os dejéis intimidar por el Maligno que se ha vuelto fuerte y audaz por el letargo en que ha caído la Iglesia. La incoherencia ha sido superada con mucho por las contradicciones tan frecuentes y tan difundidas que se han transformado en costumbres de vida, por lo que ya ni se notan.

Los que comúnmente son considerados "buenos cristianos" van a la iglesia la mañana del domingo, quizás esperando al entrar en ella que se haya acabado el interminable comentario de la Palabra de Dios. Se acercan a los Sacramentos, pocos con fervorosa fe, muchos por costumbre o tradición familiar. Hay tan escasa convicción que por la tarde no tienen ningún escrúpulo en ver películas de todo tipo, verdaderas escuelas de sexo, robo y violencia de toda clase. Al fin, el veneno del materialismo entra en todos; entre adolescentes y jóvenes la corrupción ha entrado como ríos en crecida y la inmoralidad se difunde.

Todas las puertas han estado abiertas, incluso las de los así llamados "buenos cristianos" que por la mañana van a confesarse, aún sabiendo que durante el resto del día pecarán gravemente. Lo saben ellos y lo saben también muchos confesores que continúan absolviendo todo y a todos. Se confiesan ya con la seguridad de que no faltará el sacerdote siempre pronto a absolverles. Se han olvidado las palabras claras y precisas: "No echéis vuestras perlas delante de los puercos" (Mt 7,6).

Se ha olvidado que los Sacramentos son los frutos preciosos de la Redención de Jesucristo. Se han olvidado las palabras con las que Él, Salvador y Liberador, ha conferido a sus Apóstoles y a sus Sucesores el poder de perdonar o retener los pecados. La facilonería con que se absuelve siempre todo y a todos no responde al designio de su Misericordia, sino a un plan de Satanás. Transformar los medios de salvación en medios de condenación, y desacreditar el valor infinito de la Gracia y de los medios queridos por Él para distribuirla.

Este laxismo que vuelve indiferenciable lo lícito de lo ilícito, el bien del mal, ¿dónde tiene sus raíces? La anarquía ha entrado sin oposición, por lo que algunos sacerdotes se hacen autores de nuevas doctrinas y de una nueva moral que todo admite y que todo aprueba. Las consecuencias son por sí mismas comprensibles: para muchos sacerdotes el sexto y el noveno Mandamiento no tienen ya razón de ser. Esto es suma soberbia, es querer sustituir a Dios, es no creer en Dios, es no creer en la omnipotencia, omnisciencia y omnipresencia de Dios. A continuación, Satanás induce a sacerdotes a que repitan su pecado de soberbia y desobediencia. Él ha encontrado aliados fieles en la Iglesia, induciéndoles a hacerse colaboradores suyos en la obra de desmantelamiento.

Pero, ¿ignoran tal vez las palabras de Jesucristo que no cambian: "Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los tiempos y las puertas del infierno no prevalecerán"? ¡La Iglesia será purificada, será liberada! Lo exige el amor de Dios por ella, lo exige la justicia, lo exige su Misericordia. De esto no se tiene la apropiada visión.

Fuente: Confidencias de Jesús a un Sacerdote

martes, 23 de junio de 2009

AÑO SACERDOTAL

El Papa Benedicto XVI ha resuelto convocar oficialmente un "Año Sacerdotal" con ocasión del 150 aniversario del "dies natalis" de Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars y patrón de los sacerdotes. Ha comenzado el viernes 19 de junio, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, y concluirá el mismo día del año próximo.

Este año desea contribuir a promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes, para que su testimonio evangélico en el mundo de hoy sea más intenso y coherente con el don recibido. Una gran oportunidad también para que oremos por nuestros sacerdotes y les acompañemos con nuestro amor y cercanía.

Los sacerdotes, hijos predilectos de la Virgen María, están llamados a ser santos, cumplir sus votos por amor a Dios y retirarse de vez en cuando para escuchar al Señor. Deben meditar mucho en la Pasión de Jesús, de manera que sus vidas puedan estar más unidas a Cristo para ofrecerse en sacrificio por la salvación de las almas. Deben hablar más de María, el camino más seguro para llevarnos a Jesucristo.

La crisis del sacerdocio, las desviaciones doctrinales y prácticas en torno a la Eucaristía, la progresiva pérdida de todo enfoque penitencial o ascético de la vida y la marginación de Cristo en todo lo que Él pueda ser una exigencia personal de paciencia, sumisión, sacrificio y humillación son realidades en la Iglesia del tercer milenio. Por eso necesitamos sacerdotes santos, hombres de oración en cuya agenda siempre haya largos momentos delante del Sagrario, en verdadera intimidad con Dios. Un abandono total a su voluntad y un rostro transfigurado son elementos que impresionaban a los que conocían al Santo Cura de Ars.

El 5 de enero de 1971 se hizo pública en Roma una exhortación apostólica dirigida por Pablo VI a todos los obispos, con ocasión de haberse cumplido el quinto aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II. El Papa emplea un tono fuerte y apremiante, bastante inusitado en él, que demuestra su preocupación porque no todos los obispos están cumpliendo con su deber:

"Numerosos fieles se siente turbados en su fe por una acumulación de ambigüedades, de incertidumbres y de dudas en cosas que son esenciales... Mientras el silencio va recubriendo poco a poco algunos misterios fundamentales del cristianismo, vemos aparecer una tendencia a construir, partiendo de datos psicológicos y sociológicos, un cristianismo desligado de la tradición ininterrumpida que lo une a la fe de los Apóstoles, y exaltar una vida cristiana privada de elementos religiosos... De entre nosotros mismos -como en tiempos de San Pablo- se levantan hombres que dicen cosas perversas, para arrastrar a los discípulos en su seguimiento (Hch 20,30)..."


Pidamos al Señor que podamos aprender del Santo Cura de Ars delante de la Eucaristía, cómo es simple y diaria la Palabra de Dios que nos instruye, cómo es tierno el amor con el cual acoge a los pecadores arrepentidos, cómo es consolador abandonarse confidencialmente a su Madre Inmaculada, cómo es necesario luchar con fuerza contra el Maligno. Hagamos nuestras las mismas palabras que usaba San Juan María Vianney:

"Te amo, mi Dios, y mi solo deseo es amarte hasta el último respiro de mi vida.
Te amo, oh Dios, infinitamente amable, y prefiero morir amándote antes que vivir un solo instante sin amarte.
Te amo, Señor, y la única gracia que te pido es aquella de amarte eternamente.
Dios mío, si mi lengua no pudiera decir que te amo en cada instante, quiero que mi corazón te lo repita tantas veces cuantas respiro.
Te amo, oh mi Dios Salvador, porque has sido crucificado por mí, y me tienes acá crucificado por Ti.
Dios mío, dame la gracia de morir amándote y sabiendo que te amo."
Amén

lunes, 15 de junio de 2009

DIOS HABLA HOY

Muchos que se dicen creyentes tienen dificultad para admitir que la Palabra de Dios se puede manifestar a alguno, como y cuando Dios lo desee.

¡Él quisiera hablar con todas las almas! Esta es una exigencia de su Amor infinito; hablar quiere decir comunicarse con las almas y comunicarse quiere decir dar algo, dar luz a las almas. Pero son pocas las dispuestas a recibir y las dispuestas a aceptar el diálogo con Él. Faltan las previas disposiciones de fe, humildad y amor. Las almas que carecen de estas virtudes no admiten que otras las puedan tener.

Se dice creer en Él, Verbo hecho Carne, verdadero Dios y verdadero Hombre, pero de hecho se le niega cuando se le niega el derecho de hablar. Si verdaderamente creyeran en Él, entonces creerían en lo que ha hecho desde los orígenes de la humanidad. Ha hablado siempre a los hombres; a Adán y Eva, a Caín, a los Patriarcas, por medio de los profetas y los Santos. Hoy, ¿no puede y no debe hablar? Se ha servido de San Pablo; y ¿quién era Pablo antes de la conversión? Se ha servido de San Agustín; y ¿quién era Agustín antes de la conversión? Si creemos que Jesús es la Palabra viviente, el Hijo de Dios, no podemos negar que Él pueda hablar a un alma. "Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre" (Heb 13,8).

Hoy más que nunca estamos llamados a contemplar el rostro de Cristo para poder reflejar su luz a las generaciones del nuevo milenio. Debemos caminar desde Cristo, con la certeza de que Él está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28,20). Los cristianos del tercer milenio no debemos preocuparnos e inquietarnos por muchas cosas, ya que solo una es necesaria: escuchar a Dios y acoger su Palabra (Lc 10,38-42). Es el famoso "Shemá Israel", "Escucha Israel" (Dt 6,4), que marca el comienzo de la profesión de fe tradicional israelita. Y la escucha a Dios viene con la adoración, que implica reconocer y permitir que Dios sea Dios.

Señor, ¿qué puedo desear fuera de ti?