lunes, 23 de julio de 2012

CAMBIO DE SITIO WEB

A partir de esta fecha ya no se añadirán nuevas entradas en este blog, debido a la apertura de un nuevo sitio web que albergará toda la información en un mismo lugar.

Enlace a la página web: www.aquilaypriscila.es

viernes, 25 de mayo de 2012

DE NOCTAMBULOS Y CENTINELAS

Desde hace ya bastantes años he tenido la oportunidad de ‘asomarme’ a la noche, a través de algunas colaboraciones en programas radiofónicos a altas horas de la madrugada. Una de las primeras sorpresas consiste en comprobar la gran cantidad de ecos nocturnos que podemos llegar a percibir, hasta el punto de concluir que nuestra sociedad no está ‘desconectada’ en ningún momento. Si bien es cierto el refrán: “De noche todos los gatos son pardos”; sin embargo, yo me atrevería a matizar añadiendo que, a la luz de la luna, todavía es posible distinguir entre ‘noctámbulos’ y ‘centinelas’.

Si encendemos de madrugada la televisión –cosa ciertamente poco recomendable-, comprobamos que la mayoría de los canales han conectado una especie de ‘piloto automático’, ofreciendo lo que podríamos llamar un ‘cebo’ para noctámbulos. Nos encontramos principalmente con tres tipos de productos: tarots y consultas con adivinos o videntes; teléfonos eróticos y canales pornográficos; y programas de televenta y de sorteos de premios. Es de suponer que quienes han planificado ese tipo de ‘anzuelos’, antes de elegir el ‘cebo’ adecuado, habrán estudiado detenidamente las inclinaciones de las pasiones humanas. Es obvio que las inquietudes, los agobios y ansiedades, la inmadurez, las frustraciones, las angustias, los miedos, el vacío interior… etc. pueden llegar a convertirse en un negocio redondo para esta nueva clase de empresarios, ‘cazadores de noctámbulos’.

En el Evangelio de Mateo hay una frase de Jesucristo, que me parece especialmente clarividente y clarificadora de los ideales de nuestra generación en general, y de los de cada uno de nosotros en particular: “Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mt 6, 21). Sería una ingenuidad por nuestra parte suponer que estas programaciones nocturnas en los medios de comunicación son un mero juego inocuo, inocente e inofensivo. ¡Es obvio que estamos ante un fenómeno muy distinto del juego del parchís o de las cartas, con los que tradicionalmente nos entreteníamos en el seno de nuestras familias!

¿No será que el tarot, el erotismo y el consumismo son expresiones de las grandes necesidades del hombre, a las que seguimos sin dar una respuesta adecuada? De forma inversamente proporcional a nuestra fe y esperanza en Dios, los adivinos nos ofrecen su mercado esotérico con la promesa de aliviar la angustia por nuestro futuro y mitigar el dolor por las heridas del pasado. La pornografía ofrece un tubo de escape para compensar la frustración en el amor, al mismo tiempo que nos hace incapaces para el amor respetuoso y fiel. Y el consumismo no es otra cosa que un intento de compensar con el ‘tener’, las carencias del ‘ser’. (¡Quién dijo aquello de “el dinero no nos hace felices, pero es lo único que nos compensa de no serlo”!). En pocas palabras, la oferta televisiva nocturna bien parece responder a las tres heridas morales principales de nuestra generación: la desconfianza, la desfiguración del amor y el narcisismo.

En ‘la noche’ tenemos el riesgo -pero también la ocasión- de desinhibirnos y desprendernos de una buena parte de nuestras caretas y corazas, hasta el punto de generarse una mayor facilidad para manifestar y compartir los valores y contravalores que anidan en nuestro corazón. Es decir, también en un sentido positivo, ¡la noche es una gran oportunidad para la comunicación de la experiencia cristiana en un contexto de Nueva Evangelización!

En las últimas semanas hemos sido testigos del estreno del cortometraje “Hay mucha gente buena” (www.haymuchagentebuena.es), producido de forma desinteresada por el director español Antonio Cuadri, con el objeto de divulgar la labor de un equipo de comunicadores voluntarios, que en la madrugada del viernes al sábado realizan en Radio María un programa interactivo en contacto con ‘la noche’. El testimonio del retorno a la fe de Antonio Cuadri es una buena prueba de la importancia de salir al encuentro de los hombres y las mujeres de las distintas generaciones, ambientes y situaciones de vida.

En resumen, en ‘la noche’ no todos son ‘noctámbulos’ en medio de las penumbras, sino que también los hay ‘centinelas’, que intentan abrir y ampliar horizontes sembrando esperanza. Me viene a la memoria la imagen de Juan Pablo II, ante la inmensa multitud de jóvenes reunidos en Torvergata (Roma), durante la Jornada Mundial de la Juventud del año 2000. A ellos les dirigió unas palabras proféticas: “En vosotros veo a los ‘centinelas de la mañana’ (cf. Is 21, 11-12) en este amanecer del tercer milenio”.

Aquellas palabras no cayeron en el olvido, sino que dieron origen a experiencias verdaderamente novedosas al servicio de la Nueva Evangelización, como es el caso de “Sentinelle del mattino” (Centinelas de la mañana), iniciativa del sacerdote italiano Andrea Brugnoli. Se trata de una atrevida experiencia para compartir el Evangelio en medio de ‘la noche joven’ y en ambientes similares (www.sentinelledelmattino.org). ¡Ojalá pudiéramos ver pronto esta experiencia hecha realidad en las noches donostiarras! Pero de eso hablaremos en otra ocasión. Por el momento, ¡buenas noches a todos! Que es tanto como decir ¡buenos días!

Fuente: Mons. José Ignacio Munilla
 

martes, 24 de abril de 2012

PROFETA PARA UNA NUEVA EVANGELIZACION

Grande fue Jeremías, y actual, muy actual. Como a nosotros hoy, le tocó a Jeremías ser testigo del derrumbe de su mundo y anunciador de una nueva evangelización. Fueron tiempos difíciles. Tiempos de llanto, de crisis, de persecución. Le dolía su mundo, "¡Mis entrañas, mis entrañas!, ¡me duelen las telas del corazón, se me salta el corazón del pecho!" (Jer 4,19).

La cultura judía que hasta entonces había sostenido el mundo de Jeremías y sus paisanos, se agotaba en sí misma. No daba más de sí. Los eternos males de la injusticia cortesana y la tontera popular estaban acarreando la desgracia de Israel que acabaría "como quien rompe un cacharro de alfarería, que ya no tiene arreglo" (19,10). Jeremías fue testigo y profeta de la ruina, del final de Jerusalén: "¡Escapad, no os paréis! Porque yo traigo una calamidad del norte y un quebranto grande... ¡Los gentiles! ¡Ya están aquí!" (19,7.16).

No le quisieron escuchar; como siempre sucede, pretendieron matar al mensajero para no hacer caso a la noticia. El ejercicio de la profecía para Jeremías fue doloroso, con tanta angustia que llega a maldecirse: "¡Maldito el día en que nací! ¡el día que me dio a luz mi madre no sea bendito!" (20,14). Las incomprensiones y las presiones eran muy grandes y Jeremías experimenta la noche oscura de la fe: "¡Ay! ¿serás tú para mí como un espejismo, aguas no verdaderas?" (15,18). Jeremías vive en su interior la gran paradoja del creyente: cuanto más dura es la situación, cuanto más lejos parece que está Dios, más pura y auténtica es la fe y más rumorosa la presencia amorosa de Dios: "Me has seducido, Señor, y me dejé seducir; me has agarrado y me has podido... La palabra de Dios ha sido para mí oprobio y befa cotidiana. Yo decía: No volveré a recordarlo, ni hablaré más en su Nombre. Pero había en mi corazón algo así como un fuego ardiente, prendido en mis huesos, y aunque yo trabajaba por ahogarlo, no podía" (20,7-9).

Dios le da la clave para la misión: "si separas lo precioso de la escoria, serás mi boca. Que ellos se conviertan a ti, no te conviertas tú a ellos" (15,19). Jeremías tuvo conciencia de ser llamado por Dios para una misión crucial: "Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: Te nombré profeta de los gentiles" (1,5). Pero lo más importante y actual de Jeremías fue la comprensión de su misión profética. No la redujo a mirar al pasado y al presente trágico para denunciar pesimistamente la destrucción, el arrasamiento y el derrumbe del viejo mundo. Su mirada y su misión fueron más allá, hacia el futuro "para plantar y edificar" una nueva cultura alentada por una fe más auténtica y personal.

Jeremías ve en la desgracia del exilio la posibilidad de un nuevo éxodo que provoque el encuentro amoroso de Dios y el hombre: "Halló gracia en el desierto el pueblo escapado de la espada... Con amor eterno te amé, por eso prolongué mi misericordia. Todavía te construiré, y serás reconstruida, Doncella de Israel" (31,2-3). El reto y la tarea están en el futuro. El futuro es el don de Dios para una nueva Alianza más pura, más verdadera, más asumida: "Mirad que llegan días en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva... Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones" (31,31-33).

Y así Jeremías anima a sus paisanos del exilio a comenzar la hermosa tarea de una regeneración, una "nueva evangelización", sabiendo que Dios está más cerca que nunca: "Edificad casas y habitadlas, plantad huertos y comed su fruto... Me buscaréis y me encontraréis cuando me solicitéis de todo corazón; me dejaré encontrar de vosotros" (29,5.13).

Fuente: Joaquín Rodes (noticias diocesanas de Orihuela-Alicante)

martes, 27 de marzo de 2012

SIEMPRE EN CAMINO

No cabe duda de que el tiempo de Cuaresma que nos prepara para la Pascua es, ante todo, un caminar constante y decidido hacia delante. Esto puede aplicarse también a toda la vida cristiana; es decir, la vida en el Espíritu implica estar siempre en camino. No caben más que dos marchas en esta vida; la marcha hacia delante y la marcha atrás. No hay punto muerto, no cabe una marcha en la que estamos parados; o estamos siempre en camino avanzando hacia la otra orilla o, en el caso de que nos detengamos, se iniciará siempre la marcha atrás.

Cuando el Señor entraba en Jerusalén se iniciaba la última etapa de su vida mortal que le marcaba el camino hacia su pasión, muerte y resurrección. Nunca rehuyó este camino ni quiso dejarlo para más adelante, sino que en el momento adecuado estuvo dispuesto a ponerse en marcha hacia el Calvario. Él siempre estuvo en camino y nunca se detuvo ante lo que había por delante, y esto mismo es lo que nos pide a los que hemos decidido seguirle. Debemos poner la mano en el arado sin mirar más hacia atrás (Lc 9,62), estar dispuestos a pagar el precio y tomar la cruz cada día (Lc 9,23-24).

Meditaba en todo esto cuando escuché a alguien hablar acerca de un pasaje bíblico en el que Samaria fue sitiada y atacada por el rey de Siria, causando una gran hambruna y una grave crisis en toda su población (2 Rey 6,24-ss). Fuera de la ciudad había cuatro leprosos que sabían bien que aquella situación les llevaría a morir si continuaban viviendo de la misma manera, fuera de la ciudad, o si intentaban entrar en ella teniendo en cuenta su condición de leprosos (2 Rey 7,3-ss). Ellos decidiron marchar hacia delante e ir al campamento enemigo, arriesgando sus vidas pero sabiendo que existía la posibilidad, aunque remota, de que les perdonaran la vida y les permitieran vivir. Cuando llegaron al campamento sirio se dieron cuenta de que no había nadie, ya que todos habían huido dejándolo todo; el motivo fue que el Señor había hecho que el ejército sirio escuchara ruido de carros de combate y de un gran ejército, haciéndoles creer que el rey de Israel y otros reyes se acercaban para atacarlos.

Cuando no tenemos nada que perder, cuando estamos "fuera de la ciudad" como los leprosos, nos convertimos en materia prima para que Dios haga un milagro con nosotros. A veces nos preguntamos: ¿podrá hacer Dios algo bueno con nosotros? No te imaginas lo que Él puede hacer con cuatro leprosos, con alguien que se entrega totalmente a Él sin condiciones. El Señor usa a las personas que están dispuestas a morir marchando hacia delante. Dios pudo haber utilizado como instrumentos al rey de Samaria o al ejército, pero se sirvió de cuatro leprosos para hacer su obra.

El Señor se va a poner en marcha después de que tú empieces a caminar. Este es un principio importante que olvidamos; sin embargo, lo vemos constantemente en la Sagrada Escritura. Muchas veces pensamos que no debemos hacer nada hasta que tengamos la seguridad de que es la voluntad de Dios; sin embargo, esto puede provocar a veces más mal que bien porque seguimos esperando a hacer algo sobre lo que el Señor, quizás, ya nos había mostrado que eso era lo que había que hacer. Y se queda sin hacer.

Podemos preguntar entonces: ¿y si me sale mal? Bueno, es parte del riesgo que hay que correr. Nadie pretende firmar un contrato con la seguridad absoluta de estar haciendo un buen negocio, porque en ese caso nunca se firmaría uno. Porque tenemos miedo, demasiadas veces no hacemos nada; pero debemos atrevernos a caminar sobre el agua. No hay garantía pero debemos bajar de la barca y caminar. No seamos cobardes, debemos pelear y correr el riesgo. Si nos quedamos fuera de la ciudad sin hacer nada por el resto de nuestra vida vamos a morir, y la vida se pasa más rápido de lo creemos o pensamos.

Aún cuando no tenemos la absoluta seguridad de que lo que hacemos es la voluntad de Dios, nuestra actitud de luchar contra la mediocridad y la cobardía consigue conmover el corazón de Dios. Debemos dejar nuestras propias seguridades y vivir en la inseguridad segura del amor del Señor y confiar siempre en Él. O confiamos en Dios o confiamos en nosotros mismos y en nuestras propias seguridades; es cuestión de prioridades. El Señor no tiene que abrir las puertas primero para que, después de verlo claro, ya podamos dar un paso al frente para ponernos en marcha. "Os voy a dar toda la tierra en la que pongáis la planta de vuestros pies" (Jos 1,3). Esto es lo que nos dice y en su promesa podemos confiar y esperar sin condiciones.

"Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres... lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar lo poderoso. Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta, para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor. A Él se debe que vosotros estéis en Cristo Jesús, el cual se ha hecho para nosotros sabiduría de parte de Dios, justicia, santificación y redención. Y así -como está escrito-: el que se gloríe, que se gloríe en el Señor" (1 Cor 1,25-31).

viernes, 2 de marzo de 2012

DIOS DE LOS EJERCITOS

Aunque no lo parezca, todos sabemos algo de hebreo; si no fuera así, no diríamos Amén y Aleluya. Sabemos, o sabíamos, también otras palabras menos frecuentes, que se dicen tal cual en la liturgia en latín. Entre ellas está Sabaot.

Es el plural de la palabra hebrea dsabá, que se deja ver casi cuatrocientas veces en el Antiguo Testamento hebreo, y signfiica, real o metafóricamente: ejército, milicia, guerra. Ejemplo de sentido real es 1 Sam 17,45: David se enfrenta a Goliat: "Tú vienes hacia mí armado con espada, lanza y jabalina; yo voy hacia ti en nombre de Yahvé Sabaot, Dios de los ejércitos de Israel a los que has desafiado".

Sorprende que la palabra Sabaot llegara a ser título divino: "Yahvé Sabaot". En sentido literal, ¿qué ejércitos tiene el "Dios de los ejércitos"? Los de su pueblo elegido; con la garantía de que cuando sale al frente de las tropas israelitas siempre es triunfador (cf. Is 1,24: "Oráculo del Señor Yahvé Sabaot, el Fuerte de Israel: Voy a desquitarme de mis enemigos, voy a vengarme de mis contrarios").

Cuando su sentido es metafórico, los "soldados" de Dios son algunas veces los ángeles, potencias celestes (Sal 103,20-21: "Bendecid al Señor, ángeles suyos... bendecid al Señor, ejércitos suyos"). Con más frecuencia, son las estrellas del cielo; Dios las tiene contadas, y llama a cada una por su nombre (Sal 147,4). Cierto, es un ejército ordenado y valeroso: combatientes a favor de Dios, lucharon desde el cielo contra Sísara, y así le fue (Jue 5,20). Este uso no es raro en los libros proféticos, cuando se habla de Dios, Señor absoluto del universo.

No siempre es fácil identificar los ejércitos de Dios. En un mismo salmo, el 46, la misma expresión puede referirse a las fuerzas cósmicas en el v. 4; pero en el v. 12, en contexto de guerra, probablemente no.

¿Quién inventó ese título divino? Desde Mesopotamia, que fue quizás la cuna de la astrología, hasta Egipto, donde se decía que las estrellas eran el séquito del dios Osiris, bastaba contemplar el cielo de una noche estrellada para pensar que los astros, tan cerca de Dios, poseen poderes divinos. Israel, así como sintió la atracción de los dioses falsos de Canaán, también sintió la tentación de los cultos astrales de pueblos vecinos. Por eso, el Deuteronomio (4,19) prohibía con dureza dar culto a las estrellas: "Cuando levantes los ojos al cielo y veas el sol, la luna, las estrellas, todo el ejército del cielo, no te dejes seducir y te postres ante ellos para darles culto". ¡Las estrellas no son "dioses menores", sino criaturas del único Dios.

Reafirmemos nuestra fe en el verdadero Dios, escuchando sus palabras en Is 44,6-7: "Esto dice el Señor, rey de Israel, su redentor, Yahvé Sabaot: Yo soy el primero y el último, fuera de mí no hay ningún dios. ¿Quién como yo?" (Lástima, ahora nos hacen decir: "...el Señor todopoderoso". No proferimos una mentira, pero ¿era eso lo que decía el texto hebreo?).

Fuente: Magnificat (Febrero 2012)
 

jueves, 2 de febrero de 2012

¿DIOS ESTA AQUI?

Me venía a la mente la letra del canto que lleva por título el mismo que el presente artículo que hoy estoy escribiendo, pero sin los signos de interrogación: Dios está aquí. Allí donde está la presencia de Dios, las vidas de las personas cambian y el hambre espiritual es saciado; sin embargo, cuando la presencia de Dios no es palpable ni experimentable, sucede lo inevitable...

Nunca dejará de sorprenderme el relato del capítulo 2 del libro de los Hechos de los Apóstoles, en el que nos encontramos con 3.000 conversiones y una sola predicación. Demasiadas veces he tenido que observar con gran dolor y tristeza la realidad de lo que sucede en muchas parroquias y comunidades; más de 3.000 predicaciones y apenas una sola conversión. Y me he preguntado: ¿Dios está aquí? Jesucristo, el Señor, ¿está en verdad en el centro del corazón y de la vida de este pastor de almas o de estos responsables eclesiales?

Es como ir a una panadería y no encontrar pan; es el lugar donde su supone que debe haber pan, pero no has podido encontrarlo. Es verdad que te hablan de recetas para hacer el pan, de los lugares donde se prepara y se hornea, de los diferentes tipos de pan que existen; sin embargo, ya no hay pan.

Hay lugares en la Iglesia, o quizás sea mejor decir, hay expresiones en la Iglesia donde la presencia de Dios ya no está actuando; la gloria de Dios ya no está presente y las vidas de las personas no son transformadas ni renovadas; el Espíritu Santo no se mueve con poder y ya no hay convicción de pecado. Por eso hay tantas personas que están a gusto ahí donde no está la presencia de Dios, porque viven en pecado, y cuando el pecado no es expuesto no puede haber arrepentimiento sincero ni conversión auténtica.

Hoy día encontramos muchos creyentes que han escogido escuchar predicaciones suaves y un evangelio "amistoso" en el que ya no se habla apenas de Dios, ni de su Palabra, ni de su presencia. Se prefiere resultar simpático y políticamente correcto, antes que molestar a nadie con la verdad completa de la salvación. Claro que hay que hablar del amor de Dios, es lo primero y más importante, pero no es lo único; también hay que predicar sobre el pecado y llamar a las cosas por su nombre, porque solo así es posible que las vidas de las personas cambien de verdad y se produzcan conversiones.

Hay personas que no descubren la presencia de Dios y se marchan para encontrarla en otros lugares, porque saben muy bien lo que desean y aquello que están buscando: encontrarse con el Señor y caminar en su presencia todos los días de su vida. Ojalá que no se equivoquen y busquen en lugares erróneos fuera de la Iglesia de Jesucristo. ¡Cuántas expresiones de Iglesia en las que no hay vida! Están muertas porque la presencia de Dios ya no está ahí y las vidas de las personas no cambian porque se han quedado en punto muerto también.

¡Ven Espíritu Santo y renueva a tu Iglesia con el fuego! ¡Reaviva en tus fieles un amor apasionado por Cristo y un deseo incansable de caminar siempre en tu presencia! Que podamos cantar con fuerza: ¡Dios está aquí! ¡Dios está aquí! ¡Dios está aquí! Tan cierto como el aire que respiro, tan cierto como en la mañana se levanta el sol, tan cierto que cuando le hablo Él me puede oir. ¡Dios está aquí!

jueves, 19 de enero de 2012

AMOR QUE SANA Y SALVA

Con las palabras hebreas mûsar, comentada aquí hace casi un año, y qannà (los "celos" de Dios) siete meses antes, creí que estaba clara la doctrina bíblica del castigo de parte de Dios. Por lo visto y lo leído parece que no me expliqué bien. ¿En qué quedamos: Dios castiga o no castiga?

Veamos otra palabra de la Biblia hebrea: nagáf

Digo "otra", porque una decena de términos hebreos sinónimos, de diversas raíces, nos recuerdan que Dios castiga (digamos suavemente: educa, amonesta, corrige, sanciona, etc.; ¿desaparece la dificultad?). Para suprimir esa doctrina tan poco "moderna" hay que arrancar antes muchas páginas de la Biblia.

Nagáf en su origen significa golpear o herir: un hombre hiere a su prójimo (Ex 21,22), un buey acornea a otro buey (Ex 21,35). Si es Dios quien golpea, el "sonido" es judicial: Dios, juez justo, ante una conducta mala dicta una sentencia que duele. ¿Qué castigo impone? A un ejército, Dios puede afligirlo con una derrota, como a los benjaminitas obstinados (Jue 20,35); Dios puede herir con enfermedades y con la muerte, como le sucedió a Nabal (1 Sam 25,37-38) a quien "el Señor hirió de muerte" (¡cómo no iba a morir si se le "agarrotó el corazón" diez días antes por una mala noticia!); o con diversas plagas, como pasó en Egipto (Ex 7,27).

De la misma raíz hebrea, el sustantivo néguef añade su letanía de desgracias, aflicciones y calamidades; en suma: de castigos (Ex 12,13; Num 8,19; 17,11s; Jos 22,7). Muchos son castigos-consecuencia: la pena va en el mismo pecado, como hoy día vemos en las consecuencias de la droga; en el hecho de que Dios "permita" esa sanción que yo mismo me impongo por no hacer caso al sentido de culpa y castigo que llevamos en el fondo de nosotros mismos, hay un gesto divino respetuoso de mi libertad.

¡Pero el Nuevo Testamento es otra cosa! No. Es la misma música casi con la misma letra; y es lógico: cuanto más cerca se deja ver el amor que Dios nos tiene más aparece la gravedad de nuestro desamor, esa situación de ofensa cometida que exige una pena. ¿Y el santo temor de Dios? "Es temor filial; y el temor perfecto de hijo sale de amor perfecto de padre" (san Juan de la Cruz). "El verdadero amor no consiste en ceder siempre, en ser blando, en la mera dulzura. En ese sentido, un Dios dulcificado que dice a todo que sí... no es más que una caricatura del verdadero amor. Porque nos ama, Dios debe oponérsenos cuando nos perdemos a nosotros mismos y corremos peligro" (Benedicto XVI). ¿No será que nuestra razón ofuscada por la sensibilidad quiere que Dios diga lo que nos gusta, en vez de escuchar a qué llama Dios bueno o malo?

También en el Antiguo Testamento la pena es medicinal, no vindicativa; está dictada por un amor infinito ofendido, por eso nos salva; reparamos la ofensa restituyendo lo robado (cf. Jos 7); nos purificamos, nos volvemos a Dios. Hasta el mismo Egipto (¡el enemigo!) se convertirá: "El Señor herirá a Egipto, pero en seguida lo curará; se convertirán al Señor y él será propicio y los curará" (Is 19,22).

Para rezar: ¿Todavía no hemos experimentado el gozo de decir después de una desgracia: "Me castigó, me castigó el Señor, pero no me entregó a la muerte" (Sal 118,18)? ¡Me castigó precisamente para no entregarme a la muerte! "Antes de sufrir yo andaba extraviado... Me estuvo bien el sufrir, así aprendí tus mandamientos" (Sal 119,67.71).

Fuente: Magnificat (Enero 2012)