viernes, 24 de septiembre de 2010

LA SANTA MISA

La digna celebración de la Santa Misa obliga al sacerdote a un detenido y profundo sondeo de las disposiciones de su espíritu para el desempeño de su sagrado ministerio. Debe escudriñar en su conciencia para disponerla en el mejor modo posible.

Seguiremos a San Buenaventura (tratado de la preparación de la Santa Misa) para indicar las adecuadas actitudes del sacerdote en la preparación de la Misa para conseguir una digna celebración del Santo Sacrificio.

En primer lugar el sacerdote debe avivar la fe en lo referente al misterio divino sobre el que tanto poder ha recibido y que con tanta reverencia debe tratar. Son muy altas y misteriosas las realidades contenidas en este Sacramento y, admirables los significados que en él se encierran. Por ello, ha de acallar la curiosidad de la razón, que quisiera con sus solas fuerzas, indagar estas inefables verdades, y ha de plegarse con humildad y reverencia a las palabras de Cristo al instituir el Sacramento.

En segundo lugar, debe el sacerdote realizar un profundo examen de conciencia y una frecuente confesión para mantener y aumentar la vida del alma. Asimismo, la limpieza y buenas disposiciones del cuerpo han de ser igualmente procuradas con el cuidado que este Sacramento merece.

No sólo debe contentarse el sacerdote con la limpieza del alma, debe, en tercer lugar, ir aparejado con el mayor grado de caridad y fervor posible. Los pecados veniales, las imperfecciones del alma, la tibieza del espíritu, las negligencias en la obra divina: todo debe ser sacudido como polvo que desfigura el alma con un ardiente amor al Señor. Deben estimular al sacerdote los inmensos e innumerables dones que de este Divino Sacrificio se derivan para todo el Cuerpo Místico de Cristo en el Cielo, en la Tierra y en el Purgatorio, y los suavísimos efectos que causa en el alma que dignamente se alimenta con este celestial manjar.

Finalmente, en cuarto lugar, insiste San Buenaventura en la pureza de intención y elevación de miras que deben acompañar al sacerdote en la celebración del Santo Sacrificio. No podrá jamás sacerdote alguno decir la Misa con la debida atención, si no hace el aprecio que merece tan sublime Sacrificio.

Toda la vida del sacerdote debería ser una continua preparación para celebrar la Misa, y la preparación debería ser pensando en que fuera la última Misa. Esta preparación comienza con una vida pura y santa, para celebrar el Santo Sacrificio dignamente.

¡Qué pureza y santidad no deberá ser la del sacerdote que con sus palabras ha de llamar al Hijo de Dios y le ha de traer desde el Cielo a sus manos y depositarle dentro de su pecho! No basta que esté libre de pecados mortales, es necesario que esté exento de pecados veniales (deliberados); es necesario que todas las acciones, las palabras y los pensamientos del sacerdote que ha de celebrar la Misa sean tan santos, que puedan servir de disposiciones para celebrarla dignamente.

Junto a lo anterior se requiere que el sacerdote sea un hombre de oración mental. Oración que debería hacer antes de cada Misa. Meditar sobre la gran y misteriosa acción que va ha realizar. ¡Se evitarían así tanta ligereza y superficialidad en la celebración!

El sacerdote, al entrar en la sacristía para celebrar, debe despedir todos los pensamientos terrenos y pensar sólo en lo que va a traer a Dios a sus manos y hablar y tratar con él familiarmente. El sacerdote en el altar, dice San Juan Crisóstomo, está en medio de Dios y los hombres: representa las súplicas de los hombres y alcanza las gracias de Dios.

Fuente: P. Carlos Covián