jueves, 16 de septiembre de 2010

EL DIVINO REPARADOR

El Hijo de Dios, Jesucristo hecho Hombre de María Virgen, por obra del Espíritu Santo, fue el primer REPARADOR y ADORADOR del Padre, que por obediencia y amor infinito a los hombres, consumó su vida en la Cruz, donde nos dio la más pura y total entrega de Sí, de su AMOR, en la más absoluta humildad. Si bien, esa Cruz acabó en Resurrección y Vida nueva para El y para todos los que creemos en El y le amamos. Con El estaba la Santísima Virgen con el Corazón rodeado de espinas ofreciéndose como Víctima de Amor, Corredentora y refugio de todos los pecadores.

Este mundo necesita pequeños “apóstoles de la reparación”, en adoración a los pies de la Cruz y de la Custodia, con nuestros ojos y corazón fijos en la infinita belleza, vibrando, por el AMOR de los AMORES, entrando en las heridas de su Cuerpo que nos dejan ver los secretos de su Corazón, y “la Misericordia de nuestro Dios, por la que nos ha visitado el sol que nace de lo alto”. Nadie tiene un AMOR más grande que el que da su vida por los sentenciados a muerte y a la condenación, no podemos olvidar que murió por todos sin excepción. Sacrificio que anticipó y perpetuó hasta el fin del mundo en la Última Cena con sus discípulos, el primer Jueves Santo instituyendo el Sacerdocio y concediéndoles el poder y deber de: “Haced esto en memoria Mía” y envolviéndolo en una corriente de amor: “Amaos unos a otros como Yo os he amado”. (Jn. 13, 34)

Esta espiritualidad tan necesaria hoy en día debemos vivirla con inmensa alegría, entregados a ser imitadores de Nuestro Jesús amado, en todos los momentos de nuestra vida, si así lo hacemos, Él llenará nuestro corazón de su AMOR, y derramará abundantes gracias, sobre las almas.

Desde el Huerto de los Olivos, el Señor vive con tanta intensidad la REPARACIÓN que suda sangre, y para llegar a esto, el sufrimiento por nuestros pecados lo traspasó por entero. Ahora el Corazón de Jesús prolonga su REPARACIÓN a perpetuidad en cada Eucaristía, y en cada Sagrario de la Tierra. Reguemos esta tierra reseca por el alejamiento de Dios, adorando y reparando, acercándonos a los sacramentos, seamos velas encendidas, iluminemos con nuestra vida, que prenda en los corazones y así formaremos una hoguera que irá purificando nuestros pecados y los del mundo entero.

Fuente: Ministri Dei (Concha Puig)