jueves, 9 de diciembre de 2010

CRUZ Y EUCARISTIA

“La predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios” (1 Cor 1,18). San Pablo se gloriaba en ella diciendo: “Dios me libre gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Gal 6,14) y él no quería saber otra cosa más que la cruz: “no quise saber entre vosotros sino a Jesucristo y éste crucificado” (1 Cor 2,2). El Sacrificio del Altar es como el instrumento supremo por el que se distribuyen a los fieles los méritos de la Cruz. El Calvario fue el primer Altar, el Altar verdadero; después, todo el Altar se convierte en Calvario. Esto es la Eucaristía: el amor de Cristo hasta el extremo para ti, para mí, durante toda la vida. Porque la Eucaristía es poner a nuestra disposición toda la omnipotencia, bondad, amor y misericordia de Dios, todos los días y todas las horas de nuestra vida. 

Jesucristo está presente en la Iglesia en el misterio del Amor y de la Fe; es decir, en el Misterio de la Eucaristía. Él está verdaderamente presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Si esta presencia suya fuera creída, sentida y vivida por todos en toda la sublime y maravillosa realidad divina, se transformaría en tal fermento de purificación y vida sobrenatural que arrancaría gracias y hasta milagros insospechados de su Corazón Misericordioso. Por desgracia, parece que no son muchos los que creen firmemente; la mayoría cree débilmente y no faltan los que en realidad no creen en su presencia Eucarística. Con razón los últimos Papas han hablado repetidamente de crisis de fe, causa y origen de innumerables males. ¿Estamos dispuestos a un regreso sincero y vivo a Jesús Eucaristía? 

Debemos comprender que ésta es una cuestión de fe y de amor. Es mucho más importante encender el fuego del amor que tantas otras actividades; encender los braseros de fe y de caridad. “Todas las buenas obras del mundo juntas no equivalen al Santo Sacrificio de la Misa porque son obras de los hombres, mientras que la Misa es obra de Dios” (Santo Cura de Ars). Es necesario que las almas de los fieles sepan donde pueden templarse y alimentarse, y tengan un punto seguro para no perderse en la oscuridad de la noche. Jesucristo, Verbo Eterno de Dios, está realmente presente y vibrante de vida y de ardor en el Misterio de la Eucaristía. Los pastores deben saber que hay mucho que hacer y mucho pueden hacer llevando a su rebaño, cada vez más unido, a los pies del Tabernáculo. Ninguna renovación ni regeneración es posible sin Jesús Eucaristía. La Virgen María es la Puerta por la que el Verbo de Dios entra y se inserta en la humanidad; la Cruz, Misterio realmente perpetuado e incesantemente consumado y renovado en el Misterio de la Eucaristía, es y será la liberación de la humanidad. San Pío de Pietrelcina afirmó que “para la tierra sería más fácil existir sin el sol que sin el Sagrado Sacrificio de la Misa”

Es tiempo de creer firmemente en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. No podemos olvidar que el Sacrificio de la Santa Misa es la renovación real del Sacrificio de la Cruz. Necesitamos acercarnos a este Misterio de Amor tan infinito con espíritu de fe y de gracia, llegando al momento de la Consagración con recogimiento para poder darnos cuenta que en ese instante se repite el prodigio de los prodigios; se realiza la Encarnación del Verbo de Dios. Aunque teóricamente se admita que el Santo Sacrificio de la Misa es el mismo Sacrificio de la Cruz, en la práctica se niega con un comportamiento que revela la ausencia de fe, esperanza y amor. ¡Qué océano infinito de miserias, de profanaciones, de traiciones, de oscuridad espiritual! Si todos los sacerdotes estuvieran animados por una fe viva, por un amor ardiente cuando le tienen entre las manos, ¡cuántos ríos de gracia podrían arrancar de su Corazón Misericordioso, aun para ellos y para las almas que ellos deben apacentar! “El hombre debería temblar, el mundo debería vibrar, el Cielo entero debería conmoverse profundamente cuando el Hijo de Dios aparece sobre el altar en las manos del sacerdote” (San Francisco de Asís). 

La urgencia del mensaje Eucarístico radica en las mismas palabras de Cristo: “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi Carne por la vida del mundo... Si no coméis la Carne del Hijo del hombre, y no bebéis su Sangre, no tenéis vida en vosotros” (Jn 6,51.53). El capítulo seis del Evangelio de San Juan nos presenta más de cuarenta versículos donde se habla de la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Es en ese contexto y a partir de este momento, cuando muchos de los que seguían a Jesús dejaron de estar con Él (Jn 6,60-66). Lo mismo que les preguntó a los Doce, nos pregunta hoy a nosotros: “¿También vosotros queréis iros?” (Jn 6,67). El abandono del Sagrario es causa de muchos males en la Iglesia; ¿cómo podemos perdernos esta enorme Gracia del Cielo? 

La Santa Misa es el milagro de los milagros; para el Señor no existe ni tiempo ni distancia y en el momento de la Consagración, toda la asamblea es trasladada al pie del Calvario en el instante de la crucifixión de Cristo. La Eucaristía es Cristo mismo prolongando su vida y su sacrificio en la Cruz entre nosotros; sin los méritos de su vida y de su Sangre, ¿qué tenemos para presentarnos ante el Padre si no es miseria y pecado? Así lo expresaba Santa Teresa de Jesús: “Sin la Santa Misa, ¿qué sería de nosotros? Todos aquí abajo pereceríamos ya que únicamente eso puede detener el brazo de Dios. Sin ella, ciertamente que la Iglesia no duraría y el mundo estaría perdido sin remedio”. No hay en el mundo lengua con que poder expresar la grandeza y el valor de la Santa Misa; si la verdad es que Cristo se ofrece al Padre Eterno todos los días por la salvación de los hombres, por la salvación del mundo, ¿vamos a dejarlo sólo? Es el acto más grande, más sublime y más santo que se celebra todos los días en la tierra; nada hay más sublime en el mundo que Jesucristo, y nada hay más sublime en Jesucristo que su Santo Sacrificio en la Cruz, actualizado y renovado en cada Misa.