martes, 31 de marzo de 2009

TIEMPO DE CONVERSION

¿Qué hacer para poder salir de la oscuridad que nos envuelve y para despertar del letargo en el que hemos caído? ¿Qué hacer para salir de la crisis que nos está afectando?

Primero, se necesita gran humildad para convencernos del mal que sufrimos. Ningún enfermo, si no tiene clara conciencia de su mal, puede sentir la necesidad de curarse. Si no tiene plena confianza en el médico que lo puede curar, tampoco se dará prisa en comenzar el tratamiento indicado para su curación.

Ninguno de los muchos afectados por la crisis de fe, especialmente los pastores de almas, sentirá la necesidad de curarse espiritualmente si no se convence de su mal. Ninguno de los afectados por la crisis de vida interior encontrará la fuerza para recuperarse, si no tiene confianza plena en Jesucristo que está presente en la Iglesia por medio del Papa y los pastores en comunión con él, y que nos han hablado en tantas ocasiones acerca de la infección que aflige al clero en esta hora.

Si en verdad creemos que Él es el Camino, la Verdad y la Vida, nos encontraremos en la disposición adecuada para acoger sus palabras que nos dicen claramente: "El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" (Mt 16,24). Aquí está la clave y la solución a todos los problemas originados por la crisis de fe: el sentido penitencial de la vida por medio del sacrificio y la renuncia. Esto contrasta con la vida que se lleva hoy (cine, televisión, diversiones de todo tipo, dinamismo febril pero improductivo, poca disponibilidad y propensión para la oración y la vida interior) y con el anuncio de muchos pseudoprofetas que, hablando de liberación, promoción y desarrollo, están empeñados en descalificar el sentido ascético de la vida como si no fuera de signo evangélico, sino un despreciable residuo de una caduca y equivocada espiritualidad monástica, que hoy ya no merece ninguna atención.

Partiendo de esta realidad actual, el paso a la rebelión interior y exterior es breve; entonces, en una verdadera y propia anarquía, los últimos resplandores de fe se apagan a tenor de una vida condicionada por la civilización pagana de este siglo. Todo el mal está en que nos empeñamos en seguir nuestros caminos, en vez de buscar los caminos de Dios.

Urge predisponer los ánimos a la oración, la penitencia y la conversión porque nos encontramos ante una denuncia de la pésima situación causada por el pecado, una advertencia de lo que se prepara a causa de tal situación y una exhortación a poner remedio antes de que sea demasiado tarde.

Es tiempo de conversión; Dios quiere nuestra conversión porque nos ama. Si tenemos el valor de poner la mano en el arado para dar inicio a este saneamiento interior, Él nos ayudará, nos asistirá y nos consolará a fin de que no fallemos en este santo propósito. Esta será la gran reforma para purificar y renovar la Iglesia; no tengamos miedo porque Él estará en medio de nosotros y nos hará conocer sus caminos y sus pensamientos.