lunes, 6 de abril de 2009

GRANDES CONTROVERSIAS

Después del ambiente de paz de Betania, en la casa de Lázaro, donde Jesús fue ungido con los nardos de María, llegó el día de las grandes controversias. El día de Martes Santo, Jesús acude al Templo de Jerusalén por el camino tantas veces recorrido. Se han apagado los cantos y ya no hay vítores de los acampados alrededor de la ciudad, con los que dos días atrás le aclamaban como Rey y Mesías. Los que se oponen a Jesús se van a unir para destruirle, empleando sus armas dialécticas.

Jesús llora por la ciudad de Jerusalén: "¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los mensajeros que Dios te envía! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos como la gallina reúne a sus pollitos bajo las alas, pero no quisisteis! Pues mirad, vuestra casa va a quedar desierta. Y os digo que ya no volveréis a verme hasta que digáis: ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!" (Mt 23,37-39). Si Jerusalén hubiera querido, se habría convertido en la capital del nuevo Reino; pero no han querido y han usado la libertad para oponerse al modo en que Dios ha querido salvar a la humanidad. No quisieron acoger el don de la Misericordia, han despreciado el amor humilde de todo un Dios que se ha hecho carne en Jesucristo y han preferido una religión adulterada y vacía.

Amargo fruto de esta libertad mal entendida es el que recibirá este pueblo que no ha querido entrar por el camino del amor, rechazando al Cristo de Dios. "Pues mirad, vuestra casa va a quedar desierta", les había dicho Jesús. ¿Qué había querido decir con estas palabras? Pronto lo sabrán...

En el camino de vuelta a Betania, unos minutos después, Jesús rompe el silencio y les dice a sus discípulos: "Os aseguro que aquí no va a quedar piedra sobre piedra. ¡Todo será destruido!" (Mt 24,2). Todos quedaron consternados ante estas palabras, tanto por el tono profético como por la dureza de semejante revelación. La destrucción del Templo de Jerusalén, orgullo de todo israelita, ocurrió efectivamente antes de haber transcurrido cuarenta años y dura hasta el día de hoy. Los horrores de la guerra de los romanos contra los judíos de Palestina durante los años 66-70 d.C. debieron hacer reflexionar a más de uno en el juicio de Dios y así comprender que la Misericordia y la Justicia divinas son inseparables, como las dos caras de una misma moneda.

En el camino hacia el Calvario, Jesús estaba realizando el designio del amor de Dios en favor de la salvación de los hombres. Era necesario que el grano de trigo muriera para renacer como germen de vida; la Cabeza de la naciente Iglesia debía inmolarse en la aniquilación total para la salvación de todos. Hoy es el Cuerpo Místico entero que debe ser arrojado, como el grano de trigo, y morir para poder renacer a una nueva y fecunda vida divina.

En la hora oscura de la Pasión y Muerte de Jesucristo se rebelaron con obstinación ciega y absurda testarudez porque no quisieron comprender, a pesar de que sus palabras no se prestaban a equívocos. Hoy, la situación es la misma que entonces; Él ha hablado y todavía no han creído. El misterio de la Redención que está en curso y la hora actual de la purificación, son actos de infinita Misericordia y Justicia. La Misericordia exige que todos sean advertidos con llamadas interiores y exteriores. ¿Qué más puede darnos Aquel, cuyo Corazón abierto desea sanar a la Iglesia y a sus miembros? Él hace simple lo que es complicado y nosotros hacemos complicado lo que es simple. Como los doctores del Templo, muchos no aceptarán este mensaje porque no son de la Verdad y seguirán acrecentando la confusión, oscurecidos por la soberbia y el orgullo.

Alma de Cristo, santifícame
Cuerpo de Cristo, sálvame
Sangre de Cristo, embriágame
Agua del costado de Cristo, lávame
Pasión de Cristo, confórtame
Oh buen Jesús, óyeme
Dentro de tus llagas, escóndeme
No permitas que me aparte de ti
Del maligno enemigo, defiéndeme
En la hora de la muerte, llámame y mándame ir a ti para que con tus santos te alabe por los siglos de los siglos. Amén