lunes, 1 de febrero de 2010

VERDAD Y MISTERIO

San Pablo, para confortar los ánimos de los discípulos después de haber sido apedreado en su primer viaje apostólico, les exhortaba a perseverar en la fe y les decía: "Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios" (Hch 14,22). La historia de la Salvación nos confirma esto por medio de unas palabras de Jesús: "Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Si fuérais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo. Acordaos de la palabra que os he dicho: el siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi Palabra, también la vuestra guardarán" (Jn 15,18-20).

La razón de estas pruebas que conllevan sufrimiento y persecución se debe encontrar en la libertad humana en la que confluyen, tanto la debilidad personal como la voluntad firme de querer ser santo; sin embargo, también hay razones sobrenaturales en las que se presenta la actuación del príncipe de este mundo, Satanás, y la voluntad de Dios que permite el mal en sus inescrutables designios para obtener el bien de las almas y de todo cuanto existe.

Si hacemos una atenta revisión de la gran mayoría de la vida de hombres y mujeres de Dios, podemos constatar que de un modo u otro, tuvieron que morder la fruta amarga de la calumnia, de la incomprensión o del escándalo. Murmuraciones, enredos, intereses inconfesables, celos, falsas prudencias, actitudes superficiales y un largo etcétera son parte de las realidades que acompañan a las persecuciones de que son objeto los hombres y mujeres que buscan amar a Dios sobre todas las cosas.

Ayer, cuarto Domingo del tiempo ordinario, pudimos escuchar en la primera lectura unos versículos del primer capítulo del libro del profeta Jeremías: "Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te nombré profeta de los gentiles. Tú cíñete los lomos, ponte en pie y diles lo que yo te mando. No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de ellos. Mira; yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce, frente a todo el país: frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y la gente del campo. Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte" (4-5; 17-19).

Jesús, hablando en Nazaret, donde se había criado, dijo: "Ningún profeta es bien mirado en su tierra" (Lc 4,24). Necesitamos orar por los profetas de nuestro tiempo que anuncian la salvación de Cristo para todos los que están privados de la luz divina y espiritual, y por aquellos que han caído en tierra y han muerto para dar mucho fruto como el grano de trigo. Que el Señor sea siempre nuestra roca de refugio y el alcázar donde nos pongamos a salvo, de manera que nunca dejemos de contar su auxilio y su salvación.