martes, 8 de diciembre de 2009

UNA CORONA DE DOCE ESTRELLAS

Contemplamos hoy el candor inmaculado de nuestra Madre Celeste. Ella es la Inmaculada Concepción, la única criatura exenta de toda mancha de pecado incluso del original. Es toda hermosa. Dejémonos envolver en su manto de belleza, para que también nosotros seamos iluminados con su candor del Cielo, con su Luz Inmaculada. Ella es toda hermosa por ser llamada a ser la Madre del Hijo de Dios y a formar el virginal vástago del que debe surgir la Flor Divina. Por eso su designio se inserta en el misterio mismo de nuestra salvación.

Al principio es anunciada como la enemiga de Satanás, la que obtendrá sobre él la completa victoria. "Pondré enemistades entre ti y la Mujer, entre tu descendencia y la suya; Ella te aplastará la cabeza, mientras tú tratarás de morder su talón." Al final es vista como la Mujer vestida del Sol, que tiene la misión de combatir contra el Dragón Rojo y su poderoso ejército, para vencerlo y arrojarlo a su reino de muerte, para que en el mundo pueda reinar solamente Cristo. Es presentada por la Sagrada Escritura con el fulgor de su maternal realeza; "y apareció en el Cielo otra señal: una Mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza."

En torno a su cabeza hay, pues, una corona de doce estrellas. La corona es el signo de la realeza. La misma está compuesta por doce estrellas, porque se convierte en el símbolo de su materna y real presencia en el corazón mismo del pueblo de Dios. Las doce estrellas indican las doce tribus de Israel, que componen el pueblo elegido, escogido y llamado por el Señor para preparar la venida al mundo del Hijo de Dios y del Redentor. Puesto que Ella es llamada a ser la Madre del Mesías, su designio es el de ser el cumplimiento de las promesas, el brote virginal, el honor y la gloria de todo el pueblo de Israel. En efecto, la Iglesia la exalta con estas palabras: "Tú eres la gloria de Jerusalén; Tú eres la alegría de Israel; Tú eres el honor de nuetro pueblo." Por eso las tribus de Israel forman doce piedras preciosas de la diadema que circunda su cabeza, para indicar la función de su materna realeza.

Las doce estrellas significan también los doce Apóstoles que son el fundamento sobre el cual Cristo ha fundado su Iglesia. Se ha encontrado a menudo con ellos, para estimularlos a seguir y a creer en Jesús durante los tres años de su pública misión. En su lugar, Ella estuvo bajo la Cruz, junto con Juan, en el momento de la crucifixión, de la agonía y de la muerte de su Hijo Jesús. Con ellos ha participado de la alegría de su resurrección; junto a ellos, recogidos en oración, ha asistido al momento glorioso de Pentecostés. Durante su existencia terrena ha permanecido junto a ellos con su oración y su presencia maternal para ayudarlos, formarlos, alentarlos e impulsarlos a beber el cáliz que había sido preparado para ellos por el Padre Celestial. Es así Madre y Reina de los Apóstoles que, en torno a su cabeza, forman doce estrellas luminosas de su materna realeza.

Es Madre y Reina de toda la Iglesia. Las doce estrellas significan además una nueva realidad. El Apocalipsis, en efecto, la ve como un gran signo en el cielo: La Mujer vestida del Sol, que combate al Dragón y a su poderoso ejército del mal. Entonces, las estrellas en torno a su cabeza indican a aquellos que se consagran a su Corazón Inmaculado, forman parte de su ejército victorioso, se dejan guiar por Ella para combatir esta batalla y para obtener al final nuestra mayor victoria. Así, todos sus predilectos y los hijos consagrados a su Corazón Inmaculado, llamados hoy a ser los apóstoles de los últimos tiempos, son las estrellas más luminosas de su real corona.

Las doce estrellas, que forman la luminosa corona de su materna realeza, están constituidas por las doce tribus de Israel, por los Apóstoles y por los apóstoles de estos nuestros últimos tiempos. Entonces, en la fiesta de su Inmaculada Concepción, nos llama a todos nosotros a formar parte preciosa de su corona y volvernos las estrellas brillantes que difunden, por todas las partes del mundo, la luz, la gracia, la santidad, la belleza y la gloria de nuestra madre Celeste.

Fuente: A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Santísima Virgen