lunes, 30 de noviembre de 2009

¿FRIO O CALIENTE?

Si el hombre conociere el don de Dios (cf Jn 4, 10), el hablar de Dios, el obrar y el poder de Dios, comprendería cómo obra verdaderamen­te el Hijo de Dios; el hombre verdaderamente tendría una fe cimentada en las verdades de Cristo, no en las ver­dades de los hombres que adulteran la Palabra de Dios (cf 2 Cor, 2, 17). Mas el hombre, si conociere verdaderamente el don de Dios, sabría que hay diversidad de dones, pero un solo Dios (cf 1Cor 7, 7) que lo trasciende todo, que lo invade todo y lo penetra todo; los hombres correrían tras las huellas de Cristo sin vacilación, sin confusión, porque sabrían discernir lo verdadero de lo erróneo; serían hombres de oración, de entrega y sacrificios: y un corazón que ora, se entrega y se da recibe la fuerza, la luz y el don de Dios; mas un hombre pobre en oración será pobre en conocimiento de Dios; podrá hablar miles de lenguas: aunque los hombres tuvieren el don de profecía y hablaren lenguas, si les falta el amor, les falta el conocimiento de Dios (cf 1Cor 13). Al hombre que le faltare el conocimiento íntimo del amor de Dios, le falta todo: un corazón sensible, un corazón que amare a Dios por encima de todo, a la Iglesia, a los pastores; que obedeciese a la Cabeza de Cristo, aquí en la tierra es un hombre que camina por las verdades, por las sendas de Cristo; mas el hombre que sigue las verdades a medias, será siempre su vida un caminar a medias, donde no sabrá discernir lo bueno de lo malo, lo falso de la verdad; no sabrá ver a los hijos de las tinieblas, porque el hombre, creyéndose ser hijo de la Luz, vive más en la tiniebla que en la Luz.

El hombre tiene que saber meditar las palabras, esas pala­bras que pudieren parecer fuertes: porque no eres frío ni caliente te vomito de mi boca (cf Ap 3, 15-16). El hombre vive en una tibieza espiritual, donde esa tibieza va haciendo lugar y va arrastrando a tantas almas a un camino de desesperación, de confusión y de no saber dis­cernir; por eso es tan importante que el hombre se sepa vaciar de sí mismo, sepa darse en totalidad a Dios, renunciar a tantas cosas, tantos caprichos, tantos placeres, tantas como­didades... El hombre vive para el mundo y muchas veces deja a Dios a un lado; no sabe dejar las cosas del mundo para centrarse en las cosas de Dios y vivir en la tierra alabando a Dios, bendiciendo a Dios y glorificando a Dios, para ganar los bienes de allá arriba, no los de la tierra (cf Col 3, 1-3). Cuántas veces va peregrinando de un sitio para otro; y en verdad cuando el hombre por la fe va peregrinando es algo que va enriqueciendo el espíritu; y está bien que el hombre peregrine, buscando siempre las hue­llas de Cristo, fortaleciendo el corazón y robusteciendo la fe. Pero siempre tiene que haber unos propósitos, un cambio, unas decisiones que el hombre ha de llevar a cabo: para unos el silencio interior, vivirlo más plenamente; para otros, cerrar los ojos y no ver tantas cosas como el hombre ve; para otros, saber ofrecer los alimentos que no agradaren: no poner tanto impedimento que los hombres de hoy ponen a los alimentos; tantas modas, tantas dificultades.

El hombre vive para el cuerpo y para sus enfermedades. El hombre se ha adaptado al mundo y no sabe ofrecer nada por amor a Dios: ni una enfermedad, ni un dolor, ni una comida, ni un sacrificio y eso es en verdad algo que va reduciendo al hombre por el camino de la espiritualidad: cree avanzar y en cambio retrocede; cree que no retrocede y retrocede más. Cuántas veces los hombres son avisados, porque Dios utiliza en verdad instrumentos, profetas, enviados… y cuántas veces siguen siendo palabras vanas, que las lleva el viento. Ya desde antiguo, desde siempre cuando el hombre era advertido, la mitad escu­chaba y de la mitad dejaban un resto, por si era cierto; y los demás no escuchaban y se hundían y hundían en ese seguir sin seguir a Cristo, en ese caminar sin caminar con Cristo; en ese ir por el mundo, predicando a Cristo y a uno mismo en sus vanidades, en el orgullo humano; el hombre tiene que darlo todo por Dios, no preocuparse del cansancio, de la fatiga, del dolor, del dormir. El cuerpo excesivamente descansado no sabe hacer sacrificios ni caminar por el mundo para hablar de Dios; y aun cuando el hombre no tuviere que dormir, si confiare plenamente en el auxilio de Dios, sen­tirá verdaderamente la mano que lo protege, que le ayuda y le da el descanso cuando verdaderamente es necesario, no cuando el hombre descansa (cf 2 Cor 11 y 12 y 12, 9).

Porque cuántas veces descansan en exceso y no saben combatir ese descanso con la actividad. Cuántas veces en sus justificaciones dicen: Dios me ha hecho así, soy así. ¡Qué palabras de justificación usa el hombre! El hombre ha sido hecho a imagen y semejanza de Dios (cf Gen 1, 27), mas el hombre luego se hace a su propia imagen, no a imagen de Dios. Y para justificarse el hombre, opta por decir: Dios me ha hecho así. Si el hombre tiene que trabajar día a día para combatir las tentaciones, porque el mundo atrae, el demonio tienta y la carne ahí está con sus debilidades; mas el hombre sabe que el vivir es una lucha (cf Job 7, 1) y si gana el combate, llega a la gloria de Dios (cf 2Tim 4, 7-8). El hombre tiene que combatir la soberbia, la envidia, el ren­cor, si quiere seguir a Cristo; mas si quisiere seguir las huellas de la tiniebla, que el hombre siga con su soberbia, porque no llegará nunca a la luz (cf Lc 18, 10-14).

Cuando un alma se refugia en los brazos de Cristo y siente verdaderamente los brazos del Amado, es en verdad cuando el alma pudiere experimentar esa fuerza de Dios, ese hablar interior donde Cristo sigue diciendo a las almas que vivan para Él, que Le amen, que se den y que ofrezcan todo por amor a las almas. Dadlo todo por Cristo; sabed aprender de los maestros, de los doctores, de los apóstoles, de Pablo, que tanto y tanto sigue diciendo a los hombres de hoy: fue perseguidor (cf 1Tim 1, 13) y se convirtió en evangelizador (Hch 9,15-16). Era recto en doctrina y en Ley (cf Gal 1, 13-24) y recto murió por amor a Dios (cf Hch 28, 30-31). La lectura espiritual nos debe de verdad enamorar para alcanzar esas moradas, donde el alma se deleita en el Corazón de Cristo. ¡Cuántas almas vivieron en ese enamoramiento espiritual con Cristo! ¡Cuántas almas vivieron las nupcias con el Amado! ¡Cuántas almas se dieron para sufrir por amor! Cuántas almas saben decir: Aquí estoy Señor, para hacer tu Voluntad (Heb 10, 9); lo que quieras en cualquier momento, lo que dispusieres en cualquier momento; cuando quieras y donde quieras. Saber decir de corazón siempre: lo que Dios quiera. Y negar nuestra voluntad, porque nuestra voluntad nos traiciona, nos hace cobardes y no sabemos caminar por esa vida de entrega, de rectitud con Cristo. Dadlo todo por amor a Dios; dadlo todo y comprenderéis cuán grande es el amor de Cristo (Jn 17, 23) cuán grande es Jesús con sus hijos (Jn 14, 20), con sus almas.

Sabed corregiros de tantas cosas y a veces dejaos aconsejar y corregir (cf Hch 12, 7), que es tarea difícil para aquellos que tienen el menester y la encomienda de corregir, porque el hombre tiende a la justificación. Sed adoradores del amor Eucarístico de Cristo; transmitid ese amor a los hombres y mirad: el Hijo está derramando constantemente en este día gra­cias. ¡Cuántos se han tapado, por temor a la lluvia! ¿Por qué teme el hombre? El hombre no se da cuenta que el cielo envía gracias; y tantas gracias vienen por medio de la lluvia que Dios envía. A veces los hombres no perciben la manifestación de Cristo porque no están atentos, porque les absorben a veces los problemas y no saben escuchar en el silencio. Escuchad en el silencio interior el dulce hablar de Cristo; a veces sin palabras, pero Cristo es el dulce, el Amado, el predilecto: recordad el Predilecto (Mt 3, 17 y 17, 5), del que se nos dice: Escuchadle.

Fuente: Familia Jesús Nazareno