lunes, 21 de diciembre de 2009

DIOS CON NOSOTROS

Vivamos con María el misterio de la Noche Santa, en el silencio, en la oración, en la espera. Participemos en la alegría profunda de nuestra Madre Celestial, que se prepara a darnos a su divino Niño. El Hijo que nace de Ella es también su Dios. Jesús es el Hijo Unigénito del Padre; es el Verbo por el que todo ha sido creado; es Luz de Luz, Dios de Dios, consubstancial al Padre. Jesús está fuera del tiempo: es eterno. Como Dios tiene en Sí mismo la síntesis de todas las perfecciones.

Por medio de María este Dios se hace verdadero hombre. En su seno virginal tuvo lugar su humana concepción. Y en la Noche Santa nace de Ella en una gruta pobre y sin adornos; es depositado en un frío pesebre; es adorado por su Madre y por su padre legal; es circuncidado en la humilde presencia de los pastores; es glorificado por el ejército celestial de los ángeles, que cantan el himno de gloria a Dios y de paz a los hombres amados y salvados por Él.

Inclinémonos con María para adorar a Jesús Niño apenas nacido: es el Emmanuel, es Dios con nosotros. Es Dios con nosotros, porque en la persona divina de Jesús están unidas la naturaleza divina y la naturaleza humana. En el Verbo encarnado se realiza la unidad substancial de la divinidad y de la humanidad. Como Dios, Jesús está por encima del tiempo y del espacio, es inmutable e impasible. Pero como hombre, Jesús entra en el tiempo, soporta el límite del espacio, se sujeta a toda la fragilidad de la naturaleza humana.

Es Dios con nosotros, que se hace hombre para nuestra salvación. En la Noche Santa nace para todos el Salvador y Redentor. La fragilidad de este divino Niño se convierte en remedio para toda la fragilidad humana: su llanto es el alivio de todo dolor; su pobreza es riqueza para toda miseria; su dolor es consuelo para todos los afligidos; su mansedumbre es esperanza para todos los pecadores; su bondad se convierte en salvación para todos los perdidos.

Es Dios con nosotros, que se hace redención y refugio para toda la humanidad. Entremos con María en la gruta luminosa de su divino Amor. Dejémonos depositar por Ella en la cuna dulce y suave de su Corazón, que hace poco que ha empezado a palpitar. Inclinémonos con María, en éxtasis de sobrehumana felicidad, para escuchar sus primeros latidos. Escuchar la divina armonía que se desprende de ellos con notas celestiales de amor, de alegría, de paz que el mundo no había conocido jamás.

Es un canto que repite a cada hombre el eterno y dulcísimo ritmo del amor: te amo, te amo, te amo. Cada uno de sus latidos es un nuevo don de amor para todos. Escuchemos con María sus primeros vagidos de llanto. Es el llanto de un niño recién nacido; es el dolor de un Dios que carga sobre si todo el dolor del mundo.

Es Dios con nosotros, porque, incluso en su humana fragilidad, Jesús es verdadero Dios. Jesucristo es Dios, por encima del cambio del tiempo y de la historia: es el mismo ayer, hoy y siempre. Durante este tiempo en el que la Iglesia nos invita a entrar en la contemplación del misterio de Cristo, entremos todos en el refugio del Corazón Inmaculado de María. Como Madre nos lleva a comprender el gran don de esta Noche Santa.

El Padre ha amado tanto al mundo, que le ha dado a su Hijo Unigénito, para su salvación. El Espíritu Santo hizo fecundo el seno virginal de María, porque el Hijo nacido de Ella es sólo fruto precioso de su divina acción de amor. Nuestra Madre Celestial dio su consentimiento materno, para que se pudiese cumplir el divino prodigio de esta Noche Santa. Hijos predilectos, inclinémonos con María para besar a su Hijo recién nacido, y amemos, adoremos y agradezcamos porque este frágil Niño es Dios hecho hombre, es el Emmanuel, es Dios con nosotros.

Fuente: A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Santísima Virgen