lunes, 24 de agosto de 2009

BUSCANDO A DIOS

Aquellos que desean servir a Dios de verdad no están luchando para "triunfar" o buscar seguridad en esta tierra, ya que lo único que quieren es conocer a su Señor y así poder servirle con todo el corazón. La medida del éxito de Dios en nuestra vida se encuentra en el tiempo que pasamos buscando su rostro y sirviéndole en los demás. Nuestra vida es un éxito cuando estamos ante el trono de Dios.

Pensemos en los cien profetas que Abdías escondió (1 Reyes 18,4), en tiempos de Elías, durante una terrible hambruna. Vivieron aislados en cuevas durante varios años y no pudieron desarrollar su ministerio; estaban completamente fuera del alcance y de la vista del pueblo, olvidados por la mayoría. Ni siquiera pudieron compartir la victoria de Elías en el Monte Carmelo; sin duda, el mundo los llamaría fracasados, hombres insignificantes que no lograron nada.

Aún así, Dios les había dado a estos siervos auténticos el regalo precioso del tiempo. Ellos tuvieron días, semanas e incluso años para orar, estudiar, crecer y servir al Señor con todo el corazón. ¡Qué maravillosos son los planes de nuestro Dios! Él les estaba preparando para el día en que serían liberados para servir al pueblo y llevar a cabo su misión. De hecho, estos mismos hombres habrían de pastorear a aquellos que volvieron a Dios como consecuencia del ministerio del profeta Elías.

Desde hace meses, el Señor me está bendiciendo con este regalo del tiempo. No tengo agenda, ni planes, ni sueños. Solo deseo llegar a conocer el corazón de Dios; por eso dedico la mayor parte del tiempo a orar diariamente, sirviendo al Señor y buscando su rostro en la intimidad. Leo mucho y escribo bastante. Estoy escondido, nadie me ve, pero Dios siempre sabe dónde estoy. Pasé un tiempo buscando ministerios, misiones, tareas que poder hacer; ahora, en lugar de eso, paso mi tiempo buscando a Dios. Él sabe donde encontrarme y me enviará cuando vea que estoy listo. Ya me he olvidado de lo que otros están haciendo, ahora lucho por ser un éxito delante del trono de Dios. Si servimos al Señor y oramos por los demás, ya somos un éxito ante sus ojos.

Hoy como nunca la humanidad necesita de santos. Estamos llamados a ser los santos del tercer milenio que buscan a Dios como prioridad absoluta. El mundo actual no requiere de teólogos sabios, científicos ilustres o humanistas inteligentes. Nuestra tarea principal es la conversión diaria a través de la oración, la penitencia y el sacrificio, la participación frecuente de los sacramentos. Esto nos llevará a pensar menos en nosotros mismos y pensar más en Dios y en los demás. Así iremos poco a poco viviendo las virtudes de la Santísima Virgen, aquella que siempre supo decir a Dios: "Aquí está la esclava del Señor. ¡Hágase en mí según tu Palabra!" (Lucas 1,38).