lunes, 10 de agosto de 2009

LA GRAN BATALLA

Hay una guerra que no terminará hasta el fin de los tiempos. La batalla más grande se combate entre los Angeles fieles a Dios y los Angeles rebeldes a Dios; los primeros encabezados por el Arcángel San Miguel y los segundos por Lucifer, el terrible dragón del Apocalipsis. Es Satanás, la antigua Serpiente que insidió a los primeros padres induciéndoles por el orgullo a la desobediencia.

Esta es la terrible realidad de la que el mundo se ríe estúpidamente mientras sufre su acción mortífera hecha de tiranía, oscuridad y sufrimientos. El reino de Satanás es el reino de las tinieblas, es el reino del mal, de todos los males, porque los males de cualquier naturaleza manan de él como de fuente de toda iniquidad. La batalla que se combatió en el Cielo en la presencia de Dios fue una inmensa batalla de Inteligencias, que determinó para la eternidad el futuro destino de los ángeles y de los hombres. Fue un hecho histórico de primera importancia que abarcaría cielo y tierra. ¡La historia de la humanidad está ligada y condicionada a este suceso, digan lo que digan o piensen los hombres! Las Santas Escrituras, las afirmaciones de los Padres y de los Doctores de la Iglesia dan claro testimonio de ello.

Los particulares momentos que vivimos y el inmediato futuro que nos espera nos harán creer en la intervención de las milicias celestes, bien sea por una peculiar presencia de la Providencia divina que gobierna al mundo, o bien, por la gravedad de los acontecimientos que pondrán de manifiesto la presencia del perturbador del orden establecido por Dios, como el Papa Pablo VI con valor nos ha dicho: "el racionalismo primero, el materialismo ahora, han hecho de todo para poner en descrédito el hecho más importante del cielo y de la tierra sin el cual ninguna explicación es aceptable".

La presencia no solo de Dios, sino también de Satanás en la historia y en la Iglesia, con los hechos que lo comprueban, choca terriblemente con la pueril tentativa de los enemigos de Ella para minimizar e incluso negar la límpida realidad. Con tristeza y con dolor se debe constatar hoy que no solo los tradicionales enemigos de Dios y de su Iglesia niegan la presencia, junto a los hombres, de seres de naturaleza diversa de la humana, sino que hasta cristianos y ministros de Dios son escépticos e incrédulos, con grave daño para ellos en lo personal y gravísimo daño social. El Enemigo del hombre ha conseguido narcotizar muchas almas y muchos corazones, así queda menos contrastado su radio de acción. Por desgracia en la Iglesia, aún a los que afirman creer les falta luego la más elemental coherencia con la fe que afirman poseer.

¿Se puede permanecer pasivos, o casi, frente a la acción de un enemigo furiosamente activo que no carece ni de inteligencia ni de potencia para combatir a las almas a las que odia y quiere atropellar y perder? Razonablemente se diría que no, pero por desgracia la realidad es bien diferente: indiferencia y escepticismo se encuentran incluso en aquellos que, por razón de su estado, por el fin primordial de su vocación y por coherencia con la fe deben, no solo sostenerla, sino defenderla y difundirla, y en cambio permanecen inertes. Se han atrofiado en acciones secundarias y ciertamente no aptas para confinar y limitar la tremenda obra devastadora de Satanás y de su iglesia.

¿Cómo se explican ciertas lagunas, que han abierto pavorosas brechas al Enemigo? Así, por ejemplo, de improviso se anulan cada día medio millón de exorcismos que un gran Pontífice había establecido con intuición profética para este nuestro siglo, para combatir a Satanás y a sus legiones... Se refiere a la oración a la Madre del Señor y nuestra, y a San Miguel que se recitaban al final de la Santa Misa. ¿Con qué se ha pensado sustituir tan importantísima disposición tomada por un Vicario de Cristo y confirmada por tantos santos Sucesores suyos? ¡Con ninguna medida!

Los últimos Papas han sido grandes luchadores contra los varios movimientos de ofensiva que, como columnas que el Enemigo hacía avanzar en varias direcciones, apuntaban a la Iglesia para denigrarla y resquebrajarla. Satanás buscaba destruirla y la acción más solapada la realizaba en el interior mismo de la Iglesia (modernismo, horizontalismo, permisivismo). Mientras el asedio externo se hacía cada vez más estrecho y directo (racionalismo, positivismo, masonería, socialismo, marxismo, etc.), él buscaba abatir las estructuras capaces de resistencia.

Los Pastores de almas no advirtieron el desequilibrio que se estaba verificando en la Iglesia. No se las ingeniaron, salvo excepciones, para remediar con otros medios más adecuados a la evolución de los tiempos. La Iglesia quedó como una fortaleza desguarnecida y desarmada. El grito de alarma lanzado por los Papas no siempre encontró aquella pronta y diligente colaboración que habría frenado e incluso detenido la acción del Enemigo. El Papa Leon XIII, que vislumbró este gran peligro, no dejó de componer un Exorcismo que pudiera ser utilizado por todos, Sacerdotes y simples fieles, para detener el avance enemigo; sin embargo, fueron poquísimos los que sacaron provecho de él y la mayoría no comprendió.

No habríamos llegado al estado actual; no tendríamos hoy cristianos que no saben ni siquiera que están enrolados en un gran ejército, cuyo objeto es desbaratar el temible enemigo de nuestras almas, que no deja nada con tal de desviarnos al camino de la perdición eterna. Para libertar a la Iglesia y a sus hijos de la tiranía cada vez más descarada del Enemigo, ¡es necesario sublevarse y correr a los refugios sin demora! Para aliviar tantos sufrimientos causados por el dominio de Satanás sobre las almas, es necesario organizarse sin perder tiempo, actuar con humildad y con una fe tenaz. Usemos las indicaciones que la Virgen, Madre de Dios y nuestra, nos ha dado en Fátima, en Lourdes y en tantísimos otros lugares: ¡Oración y Penitencia! Se necesita más oración y penitencia consciente.

Debemos organizarnos para este fin bien preciso: para que el Corazón Misericordioso de Cristo y el Corazón Inmaculado de su Madre apresuren el triunfo final de esta inmensa lucha, de esta gigantesca batalla en la que Vida y muerte, Luz y tinieblas, Verdad y error están frente a frente en una batalla decisiva.

Fuente: Confidencias de Jesús a un Sacerdote