jueves, 31 de marzo de 2011

LA FUERZA DE LA CRUZ

No podemos dar lo que no tenemos; si el amor de Dios no está en el centro de nuestra vida, no podemos amar de verdad a nadie. El nos amó aunque no lo mereciéramos y sigue amándonos aunque le hayamos rechazado una y otra vez. Dios envió a su Hijo a morir en la cruz y pagar así por nuestros pecados, porque nos ama.

La cruz nos puede resultar ofensiva hasta que la acogemos, pero cuando lo hacemos Dios cambia nuestra vida; ese es el momento en el que empezamos a amar de verdad. Como dijo Juan Pablo II: "Si no hubiera existido esa agonía en la cruz, la verdad de que Dios es Amor estaría por demostrar." La solidaridad en el dolor es la prueba inequívoca del amor; por eso, no podemos ya dudar del amor de Dios hacia cada uno de nosotros, desde el momento en que nos adentramos en el misterio que encierra la cruz de Cristo.

"Nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15,13). En la cruz, Cristo perdonó a sus enemigos, y de esta forma pasó a ser el signo de la compasión y de la misericordia. Pocas experiencias pueden ser más autodestructivas para nosotros que nuestro propio odio. Lo peor que nos puede ocurrir no es tanto que seamos víctimas del mal, cuanto que ese mal padecido pueda llegar a hacernos "malos". Por ello, ante la cruz estamos invitados a perdonar y a reconciliarnos con nuestros enemigos.

La cruz de Cristo fue la antesala de su resurrección y, por lo tanto, se convierte también en el signo de la esperanza. En nuestra vida no hay "gloria" sin cruz, pero al mismo tiempo, tenemos también la plena confianza en que no hay cruz sin "gloria". "Lleva la cruz abrazada y apenas la sentirás; porque la cruz arrastrada es la cruz que pesa más" dice una saetilla carmelitana.

Nuestro sí personal a la cruz de Cristo es una invitación a acoger el amor de Dios y a descubrir la alegría de ser amado. Te invitamos a llevar ante la cruz tus sufrimientos, y a que recibas la paz. Te invitamos a desenmascarar tus pecados y a recibir así una nueva libertad. Te invitamos a que dejes al pie de la cruz tus rencores y a que te entregues a servir a los que sufren. ¡Te invitamos a experimentar la fuerza de la cruz!

Fuente: Mons. José Ignacio Munilla