lunes, 14 de marzo de 2011

LA AUTORIDAD JERARQUICA

Parece que cada día está más de moda afirmar que la Iglesia debería ser más democrática; afirmaciones como "otra Iglesia es posible", "el modelo jerárquico de Iglesia es cosa del pasado" y otras similares se nos presentan como ideas modernas y progresistas que deben dar paso a una Iglesia diferente a la actual. Sin embargo, los que así piensan -no pocos teólogos y creyentes- parece que no han caído en la cuenta de que la Iglesia de Jesucristo lleva funcionando más de 2000 años según el deseo y la voluntad de Aquel que la instituyó. Cualquier intento por diluir el verdadero sentido comunitario de la Iglesia universal a favor de un modelo supuestamente más democrático es un grave error.

Juan Pablo II afirmó: "La estructura de la Iglesia no puede ser concebida siguiendo modelos políticos simplemente humanos. Su constitución jerárquica se fundamenta en la voluntad de Cristo y, como tal, forma parte del depósito de la fe, que debe ser conservado y transmitido integralmente a través de los siglos." La afirmación del Santo Padre ante los miembros de la Congregación para el Clero, hace algunos años, no deja lugar a dudas. Existe una igualdad básica entre todos los miembros de la Iglesia como hijos de Dios; sin embargo, "el carisma de gobierno para discernir el camino de la comunidad es tarea exclusiva del obispo o del párroco en la parroquia" (Prefecto de la Congregación para el Clero).

En la Epístola a los efesios, San Pablo dio un paso importante al subrayar el papel decisivo de la Iglesia en la determinación de la verdad como factor de unidad entre los discípulos de Cristo, frente a los ataques de la unidad de la Iglesia (Ef 4,3-6.13) y la insubordinación a la autoridad legítima de la Iglesia (Ef 2,20-22). La autoridad jerárquica de la Iglesia fue un aspecto de gran relevancia de la respuesta paulina. Las Cartas pastorales están repletas de referencias a cargos de gobierno en la Iglesia: obispos, presbíteros y diáconos (1 Tim 3,1-7; 8-13; 5,17-23; Tt 1,5-9). El orden comunitario comienza a ser designado no ya por la comunidad sino por sus dirigentes (1 Tim 4,14; 5,22).

La autoridad está presente en todos los ámbitos de la vida social; sin embargo, la tiranía del consenso parece querer entrar con fuerza en la Iglesia. Este fenómeno, producto del relativismo cultural dominante, va acompañado de una voluntad de coacción para que la Iglesia sea lo que no es. Imponer un sistema democrático solo sería la primera excusa para imponer otras desviaciones de tipo doctrinal o moral. En definitiva, lo que está en juego es querer que la Iglesia sea como cada uno quiera, en vez de como la ha querido Jesucristo. Y es que la Iglesia no se pertenece. Juan Pablo II habló, citando a San Pablo, del depósito de la fe: nadie, ni dentro ni fuera de la Iglesia, puede atentar contra ese depósito ni pretender que la Iglesia navegue al viento de las modas sociales, porque se traicionaría a sí misma.

Como dijo alguien en una ocasión, prefiero mil veces una Iglesia perseguida a una Iglesia negociada.