martes, 22 de marzo de 2011

LOS VERDADEROS CARISMATICOS

"Grita a plena voz, sin cesar, alza la voz como una trompeta, denuncia a mi pueblo sus delitos, a la casa de Jacob sus pecados. Consultan mi oráculo a diario, muestran deseo de conocer mi camino, como un pueblo que practicara la justicia y no abandonase el mandato de Dios" (Is 58,1-2a).

El Señor ha enviado su Espíritu que es amor. Es fuego que arde, que transforma, que ilumina y calienta, que purifica y vivifica y alienta en muchas almas que llamamos carismáticas. Las ha suscitado en toda la Iglesia; pero también entre éstas se ha insinuado Satanás sembrando ambiciones, rivalidades, divisiones. Deben permanecer unidas espiritualmente y poner los dones recibidos al servicio de la Comunidad eclesial.

Los verdaderos carismáticos son escogidos por el Espíritu Santo en la Iglesia, para la Iglesia. La Iglesia fundada por Cristo es jerárquica y el carisma está destinado al bien de toda la Comunidad. Se completan y se integran en la unidad espiritual entre ellos y con la Jerarquía. El verdadero carismático es un instrumento del Espíritu Santo y, como tal, debe estar disponible para la realización de un plan que ni siquiera él conoce, pero que es conocido por la Providencia divina que ha dispuesto este plan.

El verdadero carismático es el administrador de un tesoro para el bien de todos; no puede apoderarse de él para sí ni por un instante; ay si se deja disuadir por este fin. Quien tiene un tesoro a su custodia, vigila para frustrar cualquier tentativa del Enemigo de arrebatárselo... Pero las tinieblas de la soberbia han vuelto ciegos a fieles, sacerdotes y hasta a algunos pastores. Se ha rechazado la luz, se han rechazado las intensas llamadas interiores y exteriores por lo que nos hemos alejado cada vez más de Dios.

Debilidades, necedades y ambiciones han sido las puertas abiertas al Enemigo. Relajamiento de religiosos y religiosas, de consagrados en general, que se han adaptado mansamente a las astucias del Enemigo a través de un neopaganismo. La proliferación de teorías infectas de algunos teólogos sedientos, más que de verdad, de sí mismos, ha aumentado el caos en la Iglesia. El daño acarreado a las almas no es evaluable por la mente humana.

No faltan obispos santos y excelentes sacerdotes, pero desgraciadamente abundan los tibios, los indiferentes, los presuntuosos; no faltan los herejes y los descreídos. ¿No parece esto absurdo y anacrónico? Sin embargo es la realidad. Oremos y no nos cansemos de ofrecer nuestros sufrimientos. El Señor quiere hacer de nosotros una lámpara encendida, instrumento en sus manos para la salvación de tantos hermanos nuestros. No separemos nuestra mirada de Él que nos ama.

Fuente: Mons. Ottavio Michelini