jueves, 8 de abril de 2010

¡NO TENGAIS MIEDO!

Más que nunca tenemos necesidad de entender esta palabra de Cristo resucitado: "¡No tengáis miedo!" Es una necesidad para el hombre de hoy que no cesa de tener miedo en su fuero interno y no sin razón. Es igualmente una necesidad para todos los pueblos y todas las naciones del mundo entero.

Es necesario que, en la conciencia de cada ser humano, se fortifique la certeza de que existe Alguien que tiene en sus manos el futuro del mundo que pasa, Alguien que guarda las llaves de la muerte y de los abismos, Alguien que es el Alfa y la Omega de la historia del hombre, ya sea individual o colectiva; y sobre todo la certeza de que este Alguien es Amor, el Amor hecho hombre, el Amor crucificado y resucitado, el Amor siempre presente en medio de los hombres. Él es el Amor eucarístico. Es fuente inagotable de comunión. Es el único a quien podemos creer sin la más mínima reserva cuando nos pide: ¡No tengáis miedo!
(Juan Pablo II)

No es posible tener miedo cuando hemos vivido con profundidad y meditado desde lo más hondo del corazón el gran misterio del Amor de Dios manifestado en la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Este tiempo de Pascua que llega tras la Semana Santa, la semana que cambió la historia de la humanidad, es un tiempo de gracia para perseverar y dar fruto en Aquel que ha entregado su vida en la cruz por nosotros.

Aunque a nuestro alrededor encontremos muchas razones objetivas para la desesperanza y el temor, necesitamos levantar nuestra mirada al cielo porque nuestra vida está escondida con Cristo en Dios (Col 3,3). Se podrá colapsar la economía de nuestros países, podrá temblar el suelo que pisamos, podrán caer edificios que hoy se levantan, se podrán llenar nuestras calles e instituciones de ilegalidad y crimen, podrá propagarse el caos por todo el mundo, se podrán cerrar las puertas de muchas Iglesias, podrá extenderse la persecución y la confusión a todo nivel; sin embargo, estamos llamados a confiar y no temer porque nuestra fuerza está en Aquel que nos sostiene con su gracia.

Nunca podemos olvidar que "en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio" (Rom 8,28). Ya no necesito nada más; o más bien, todo me sobra porque solo Dios basta. "Ante esto ¿qué diremos? Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros? El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con Él graciosamente todas las cosas?... ¿Quién nos separará del amor de Cristo?... Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro" (Rom 8,31-39).

No, ya no tengo miedo; tu amor es más fuerte que todo lo demás. Gracias, Señor, por tu fidelidad en la que se apoya y descansa toda nuestra vida. Jesús, confío en ti y ya no tengo miedo.