sábado, 17 de abril de 2010

AMAR LA CRUZ DE CRISTO

Jesucristo tiene ahora muchos amadores de su reino celestial, pero muy pocos que lleven su cruz. Tiene muchos que desean la consolación, pero muy pocos que quieran la tribulación. Muchos compañeros halla por la mesa, mas pocos para la abstinencia. Todos quieren gozar con Él, pero pocos quieren sufrir algo por Él. Muchos siguen a Jesús hasta el partir del pan, mas pocos hasta beber el cáliz de la pasión (Lc 24,35). Muchos veneran sus milagros, pero pocos aman la ignominia de la cruz. Muchos aman a Jesús cuando no sufren adversidades; muchos le alaban y bendicen mientras reciben de Él algunas consolaciones; mas si Jesús se esconde y los deja un poco, luego se quejan o se desaniman sobremanera.

¡Oh! ¡Cuán poderoso es el amor puro de Jesús sin mezcla de interés o amor propio! ¿Acaso no se pueden llamar con toda verdad mercenarios los que buscan siempre consolaciones? Los que piensan continuamente en sus provechos y ganancias, ¿no demuestran con eso ser más que amadores de Cristo, amadores de sí mismos? ¿Dónde se hallará alguno tan perfecto que quiera servir a Dios gratuitamente?

Rara vez se hallará alguno tan espiritual, que esté desprendido de todas las cosas. Pues, ¿quién hallará un verdadero pobre de espíritu y desnudo de toda criatura? Es tesoro inestimable y de lejanas tierras (Pr 31,10). Si el hombre diere a los pobres toda su hacienda, aún no es nada (Cant 8,7). Si hiciere muy grande penitencia, aún es poco. Aunque tenga toda la ciencia, está lejos todavía; y si tuviere gran virtud, muy ferviente devoción, aún le falta mucho, esto es: le falta la cosa que le es más necesaria (Lc 10,42). Y ésta, ¿cuál es? Que después de haber abandonado todas las cosas se deje a sí mismo, salga totalmente de sí mismo y no retenga nada de su amor propio. Y una vez que haya hecho todo lo que entendiere que debe hacer, piense no haber hecho aún nada.

No tenga en mucho que le puedan estimar por grande, sino llámese con sinceridad siervo inútil, como dice la Verdad: Cuando hubiereis hecho todo lo que os está mandado, aún decid: siervos inútiles somos (Lc 17,10). Entonces solamente podrá creerse pobre y desnudo de espíritu, y decir con el Profeta: Verdaderamente soy un pobre y abandonado (Sal 25,16). Sin embargo, ninguno es más rico, ni más poderoso, ni más libre, que aquel que sabe dejarse a sí mismo y dejar todas las cosas poniéndose en el lugar más bajo.

Fuente: La Imitación de Cristo