viernes, 8 de enero de 2010

EL GRAN DESAFIO

Dios, el Creador, ha creado libres a todas sus criaturas incluyendo a los demonios. Por eso, éstos pueden hacer tanto con innumerables medios. Los ha creado libres y no les ha quitado los dones naturales. Obran sin pausa, desde la caída del hombre, induciéndolo con el engaño a desobedecer a Dios, inculcando en el hombre su mismo tremendo vicio: la soberbia. Obrando contra el hombre, su falsedad y maldad se funden conjuntamente en una mezcla espiritual que abrasa y explota.

Ningún medio se desaprovecha; lisonjas, seducciones, sensualidad, moda provocativa, pornografía, fraude, hurto, violencia, terror y todo cuanto su agudísima inteligencia les permite inventar. Su grande y loco sueño es emular a Dios; ¡como Dios, quiere poseer un reino! Con la insidia tendida a los primeros padres, lo logró en cierto modo. Con la caída de Adán y Eva la humanidad le pertenece; sería suya en el tiempo y en la eternidad si no hubiera intervenido el Señor. Nació así el río de aguas impuras con todos los males; nació el sufrimiento, nació la vergüenza, nació la concupiscencia, se desbocaron todas las pasiones. Por aquel pecado ha entrado la muerte en el mundo, ha entrado el trabajo con sudor: es el mal que ha nacido de Satanás y que se vuelca sobre la humanidad.

El desafío fue lanzado, pero el desafío lanzado a Dios le costará caro, en el tiempo y en la eternidad. Los hombres que no han aceptado la soberanía de este terrible tirano, los que verdaderamente creen en Dios, se preguntan asombrados: ¿pero por qué todavía puede tanto? ¿por qué Dios, que es infinitamente más grande y más potente, no le impide actuar? ¿por qué no lo encierra en su Infierno?

No nos toca a nosotros juzgar el obrar de Dios. ¿Quiénes somos nosotros para presumir de poderlo hacer? De todos modos, Él mismo nos ha iluminado y nosotros sabemos las razones principales, al menos. Dios no priva nunca a sus criaturas de los dones dados gratuitamente. Son las criaturas las que pueden perderlos, como el don de la Gracia, destruido, sea en los ángeles, sea en los hombres, no por parte de Dios sino por libre elección de los ángeles y de los hombres. Los dones naturales permanecen también con el pecado. Pero Dios, por un misterioso designio de su Providencia, somete el mal al bien. También Satanás un día deberá reconocer haber servido siempre a Dios.

Las tentaciones que el Demonio despliega sobre el hombre sirven frecuentemente para hacer al hombre más prudente, más asiduo a la oración; esto es, sirven para empujarlo hacia Dios. La tentación no rechazada, sino acogida y consumada en el pecado, sirve para humillar al hombre y castigarlo por su presunción. Es difícil para nosotros penetrar en los misteriosos designios de Dios, todos de amor, de misericordia y de justicia. En esta última palabra quiere detener nuestra atención. Dios da a todos la gracia suficiente para salvarse. Quien la rechaza comete una injusticia con relación a Dios. La justicia divina restablece el equilibrio roto por culpa de la criatura ingrata y rebelde a los dones de Dios.

Para nosotros, cristianos, bastaría saber que Dios es amor infinito. Por eso, esto debería bastar para confiar ciegamente en Él sin la presunción de querer criticar su obrar. De todos modos, Satanás, el genio maléfico del mal, incapaz de bien, en el día del juicio final, con vergüenza desesperada deberá admitir haber prestado una grandísima contribución a la santificación y por tanto a la glorificación de una multitud de santos, de mártires, de vírgenes, de bienaventurados comprensores del Paraíso. ¡Designio maravilloso, misericordioso, designio misterioso de la omnisciencia y omnipotencia divina!

Confusión grande aquel día de llanto y de amargura, pero también día de justicia perfecta. El Verbo de Dios hecho carne, en presencia del Cielo y de la tierra, de todos los vivientes del mundo invisible y visible, en el fulgor de su gloria y majestad divina, mostrará su potencia infinita. Él, la Resurrección y la Vida pronunciará la sentencia sin apelación sobre quien ha ahogado la Vida divina y humana en la muerte. Aquellos que hayan creído en Él vivirán eternamente. Aquellos que no hayan creído en Él tendrán muerte eterna, en aquel lugar de tormentos sin fin y sin esperanza. ¡Se necesita ser verdaderamente insensatos y ciegos para no ver!

Fuente: Confidencias de Jesús a un Sacerdote