viernes, 25 de septiembre de 2009

CONVERSION URGENTE

"Vosotros, pues, sed perfectos, como vuestro Padre que está en el cielo es perfecto" (Mt 5,48).

Dice el Concilio Vaticano II que "está completamente claro que todos los fieles de cualquier estado o condición están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad" (LG 40). La exigencia, por tanto, de vida evangélica no es solo para unos pocos, sino para todos los creyentes. Nuestra Madre del cielo, la Santísima Virgen María, nos recuerda en estos tiempos por medio de sus apariciones la necesidad y urgencia de la conversión: "Si no os arrepentís, todos pereceréis por igual" (Lc 13,3).

La conversión supone despojarnos del hombre viejo y revestirnos del hombre nuevo, según Jesucristo, para aceptar el Evangelio sin reservas y estar dispuestos a tomar la cruz cada día. Es un cambio profundo que se realiza en nosotros y un cambio radical que se concreta cada día y a cada momento. No se trata de ser más buenos o más generosos, ya que la conversión es más profunda y radical; implica dejar todo aquello que nos aparta del camino de la salvación.

La Santísima Virgen nos está recordando y pidiendo en sus mensajes una vida profunda de oración y sacrificio que nos ayude a perseverar en la dura prueba que se avecina y nos prepare para estar a la altura del nombre cristiano. Para todo ello necesitamos una participación frecuente de los Sacramentos, especialmente el de la confesión y el de la Eucaristía. El Santo Rosario, las visitas al Santísimo, la lectura de la Biblia, el ayuno y el uso de sacramentales son instrumentos que nos ayudan a recorrer un camino de santidad, de paz y de transformación interior; un camino sencillo y accesible a todos.

En las apariciones de la Virgen en la Salette (1846) se habla de un llamado a los apóstoles de nuestro tiempo y para los santos del tercer milenio: "Yo dirijo un apremiante llamado a la tierra; llamo a los verdaderos discípulos del Dios vivo que reina en los cielos; llamo a los verdaderos imitadores de Cristo hecho hombre; llamo a mis hijos, a mis verdaderos devotos, a los que ya se me han consagrado a fin de que los conduzca a mi divino Hijo, a los que llevo, por decirlo así, en mis brazos; a los que han vivido de mi espíritu; finalmente, llamo a los apóstoles de los últimos tiempos, a los fieles discípulos de Jesucristo, que han vivido en el menosprecio del mundo y de sí mismos, en la pobreza y en la humildad, en el desprecio y en el silencio, en la oración y en la mortificación, en la castidad y en la unión con Dios, en el sufrimiento y desconocidos del mundo. Ya es hora que salgan y vengan a iluminar la tierra. Id y mostraos como hijos queridos míos. Yo estoy con vosotros y en vosotros, siempre que vuestra fe sea la luz que os alumbre en esos días de infortunio. Que vuestro celo os haga hambrientos de la gloria de Dios y de la honra de Jesucristo. Pelead, hijos de la luz, vosotros, pequeño número que ahí veis; pues he aquí el tiempo de los tiempos, el fin de los fines."

San Luis María Grignion de Monfort anunció: "... el Altísimo y su santa Madre formarán grandes santos para sí, que sobrepasarán a la mayoría de los otros santos en santidad, como los cedros del Líbano sobrepasan a los pequeños arbustos. Estas grandes almas llenas de gracia y fervor, serán elegidas para enfrentarse con los enemigos de Dios, los cuales descargarán su furia por todas partes. Estas almas serán especialmente devotas a nuestra Señora, iluminadas por su luz, fructificadas por su alimento y guiadas por su espíritu, sostenidas por su brazo y cobijadas por su protección. Lucharán derrocando y aplastando a los herejes con sus herejías, a los cismáticos con sus cismas, a los idólatras con sus idolatrías y a los pecadores con sus impiedades... a través de su palabra y su ejemplo atraerán a todo el mundo a la verdadera devoción a María."

La presencia de la Virgen María en este tiempo es un misterio y una realidad dentro del plan salvífico de Dios, y es Ella quien nos anima a caminar por la senda de la salvación y a protegernos con su manto en estos tiempos de confusión. Conforme avanza el reloj de la historia, la lucha que el demonio está librando en contra de María y sus hijos (Ap 12) se hará más difícil y cruel, pues el enemigo del hombre sabe que le queda poco tiempo y redobla sus esfuerzos y ataques; sin embargo, Cristo triunfará y María aplastará con su talón la cabeza de la serpiente (Gen 3,15).

Que este don de María Santísima y la misión que encomienda a los apóstoles de estos tiempos, contribuya a crecer en la fe, fortalecer la paciencia y fomentar la esperanza; ya que, a pesar de la gran tribulación que se avecina y de la oscuridad que invadirá a la Iglesia, la realidad es que la victoria es de nuestro Dios y del Cordero que está sentado en el trono (Ap 7,10), y Él premiará a todos aquellos que permanezcan firmes y perseverantes hasta el fin (Ap 2,7; 2,10; 2,17; 2,26; 3,5; 3,12; 3,21).

"El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias"

Fuente: La Hora de la Verdad