miércoles, 10 de junio de 2009

VIDA DE ORACION

"Yo soy el Señor Dios tuyo; ¡no tendrás otro Dios fuera de Mí!"
"Ama al Señor Dios tuyo con todo el corazón, con toda tu alma, con toda tu mente."


Nos hemos habituado a escuchar estos Mandamientos como se escucha el sonido de las campanas que cada día hacen oir su repique. Todos las oyen pero casi ninguno las hace caso; así también los Mandamientos han quedado como letra muerta, mientras que deberían estar vivos en nuestros corazones. Con esta premisa podemos comprender mejor cómo se reza mal. Son pocos los que rezan bien, ya que no es posible orar si se ignora el primer Mandamiento; peor todavía si, conociéndolo, se olvida.

Ponerse en la presencia de Dios quiere decir cumplir una serie de acciones espirituales, esenciales para una oración buena y eficaz. Es necesario hacer un acto de fe que eleve nuestra alma hasta Él; es decir, tomar contacto espiritual con Dios Uno y Trino. A este acto de fe tienen que seguir, necesariamente, actos de humildad, de confianza y de amor que sirven para intensificar el contacto con Dios. Son indispensables para una buena oración, porque impiden un ejercicio puramente mecánico que repugna a Dios. Él aleja a los que le honran solo con los labios y no con el corazón.

Desgraciadamente son muchos, entre los pocos que rezan, los que lo hacen solo materialmente, engañándose a sí mismos de haber cumplido un deber que en realidad no se ha cumplido. Para quien ama verdaderamente a Dios, poniéndolo en el vértice de toda su vida, no hay peligro de elevar a Él oraciones que sean la expresión del orgullo y del egoísmo, como el pedir solo el éxito en las cosas materiales, salud, riqueza y honores. Dios no entra en almas llenas de preocupaciones materiales, sedientas solo de bienes terrenos; estas almas están envueltas por la oscuridad.

Quien ama a Dios verdaderamente, se pone en el plano justo delante de Él buscando su gloria y su amor. Lo primero que busca en su oración es el Reino de Dios en las almas, para su mayor gloria (Mt 6,33). Dios no sería Dios si no fuera fiel a sus promesas: "Pedid y se os dará, llamad y se os abrirá..." (Mt 7,7). Quien reza y queda decepcionado, lo debe al hecho de ponerse fuera del Primer Mandamiento "Yo soy el Señor Dios tuyo; ¡no tendrás otro Dios fuera de Mí!" Y porque no observa el Mandamiento fundamental "Ama al Señor Dios tuyo con todo el corazón", su oración no es escuchada. El orante se olvida de sí mismo para subir con su alma a Dios que es el único Grande, el único Santo, el único Bueno. El que ora así y se pone en la presencia de Dios, preocupado solo de su gloria, del advenimiento de su Reino y de la realización de su voluntad, verá que su oración produce efectos inesperados y maravillosos. Todo le será dado y en medida sobreabundante.

¿Puede tal vez Dios, infinitamente bueno, dejarse superar por sus hijos? ¡No, esto no! Por eso Él dejará caer sobre el orante una lluvia de gracias y de dones celestes. Dios nos pide a nosotros que lo amemos; no tolera que lo pospongamos a nuestras mezquindades humanas, porque sería ofensa e ingratitud.

Sus ministros, ¿no deberían ser maestros incansables para enseñar a los fieles a orar? Una buena madre no se cansa jamás de enseñar a sus niños, a medida que crecen, las cosas necesarias para la vida. Y sus ministros, ¿no son ellos los que engendran, mediante el Bautismo, la vida divina en las almas? ¿No viven una auténtica paternidad espiritual sobre los fieles confiados a su cuidado? ¿Qué cosa es la que les hace descuidar deberes tan importantes? Los efectos de esta paternidad, en muchos casos, tan mal ejercida sobre sus hijos espirituales los podemos constatar, si tenemos el valor de observarlos. ¿Qué será de nosotros, si continuamos sirviéndonos a nosotros mismos en vez de servir a Dios?

Tú eres mi fuerza y mi canción, tú mi riqueza y mi porción.
¡Tú eres mi Todo, Señor!
Tú eres la perla que encontré, por darte todo yo opté.
¡Tú eres mi Todo!
Veo mi pecado y mi dolor, y tú me ofreces el perdón.
¡Tú eres mi Todo, Señor!
De tu presencia tengo sed, solo tu rostro quiero ver.
¡Tú eres mi Todo!

Fuente: Confidencias de Jesús a un Sacerdote