sábado, 26 de junio de 2010

EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA


Aquellos que amamos a Dios de verdad, debemos también amar a su Iglesia incondicionalmente; por este motivo, confiamos en el Magisterio de la Iglesia Católica, sin matices. Creemos que es apto para todos los públicos, sin excepción.

Decimos que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo; es decir, el medio para nuestra salvación. El Señor Jesús le mostró a Saulo que, persiguiendo a la Iglesia le estaba persiguiendo a Él mismo (Hch 9). Si escuchamos y acogemos lo que la Iglesia nos dice, escuchamos y acogemos la Palabra de Cristo; si rechazamos lo que nos dice, rechazamos a Cristo mismo (Lc 10,16).

Lo que es extremadamente penoso es el hecho de que muchos Sacerdotes, antes que confiarse humildemente al Magisterio infalible de la Iglesia, erigiéndose con presunción en maestros, se han coaligado con los enemigos de la verdad y se han vuelto responsables de la difusión de no pocas herejías con gran daño para las almas.

Los Santos Padres, los santos y grandes Doctores de la Iglesia jamás se hubieran permitido disentir del juicio autorizado de los que por el Querer divino son los únicos custodios e intérpretes legítimos del Patrimonio de la Revelación; en otras palabras, nunca habrían contestado el legítimo Magisterio de la Iglesia, única Maestra, Custodia e Intérprete de la Divina Palabra. Es clara y manifiesta mala fe, no justificable en ninguno y mucho menos en los Pastores, Sacerdotes y consagrados en general, el afirmar que la Palabra de Dios, como Dios eterno e inmutable, pueda ser adaptada a tiempos mudables, como mudables son los hombres a todo rumor de viento.

Sean quienes sean, teólogos, Pastores o Sacerdotes, que no quieren o no aceptan el Magisterio de la Iglesia se ponen ellos mismos fuera de la Iglesia. No tiene importancia el prestigio, la dignidad ni el cargo que ellos desempeñan; "Quien no está Conmigo está contra Mí" y "quien está contra Mí no tiene parte Conmigo".

En la defensa de la verdad y de la doctrina debemos apoyarnos en la Sagrada Escritura y en la Tradición apostólica, ya que constituyen un solo depósito sagrado de la Palabra de Dios y encomendado a la Iglesia, a los Obispos en comunión con el sucesor de Pedro, para su interpretación por medio del Magisterio. Para que se transmitiera sin error la Palabra de Dios, oral o escrita, Jesús instituyó el Magisterio o la enseñanza de la Iglesia que se lleva a cabo en su Nombre por los Pastores en comunión con el Papa. Los errores prácticos y las incoherencias de los creyentes no invalidan la verdad de una doctrina. Desde el plano del conocimiento algo es verdadero o es falso, y luego viene el plano subjetivo de la conducta que puede ser coherente o no serlo. En concreto, la Iglesia tiene asegurada la asistencia de Dios para proponer la verdad, pero no el buen comportamiento de los fieles ni el éxito social.

Si la enseñanza de la Iglesia acerca de un tema concreto está en un punto y nuestros corazones están en otro punto, ¡quizá el problema no es la enseñanza de la Iglesia! Tal vez el problema es nuestra dureza de corazón. Hoy escuchamos su voz: “no endurezcáis vuestro corazón”. No tengamos miedo de admitir que hemos fallado y que hemos pecado. La misericordia de Dios ha sido dada y debemos confiar en esa misericordia. Solo hay un pecado que deberíamos temer, solo uno: el rechazo a admitir el pecado, porque el rechazo a admitir el pecado es el único pecado que no se puede perdonar. Jesús lo llamó la blasfemia al Espíritu Santo. Cuando nosotros blasfemamos contra el Espíritu Santo estamos diciendo: “no he pecado, no tengo necesidad de que el Espíritu Santo me perdone ningún pecado.” No tengamos miedo de admitir un millón de pecados, únicamente tengamos miedo de justificar el pecado con falsas razones. Confiemos en la misericordia de Dios. Él no está contra nosotros, Él quiere salvarnos.

El sentido último del Magisterio de la Iglesia es transmitir la verdad de Cristo, que implica también la verdad moral. Al proponer las verdades morales racionales el Magisterio no hace otra cosa que desempeñar su misión de salvación; y no podría sanar y salvar al hombre si no lo hiciera así. La Iglesia debe salvar al hombre entero, incluida su racionalidad ya que la racionalidad del hombre es una racionalidad llagada, es decir, afectada por la herida del error y la ignorancia. El Magisterio devuelve, así, a la razón práctica su relación originaria con la verdad.

Los que niegan al Magisterio autoridad para hablar y ordenar con autoridad en cuestiones de moral sostienen el viejo prejuicio que supone la recíproca exclusión entre la fe y la razón; de este modo, reducida la competencia del Magisterio a la sola fe, la razón debería proceder autónomamente en la elaboración de sus normas. Pero esta presentación de la relación entre razón y fe es falsa y no puede sostenerse católicamente, como ha enseñado Juan Pablo II (Veritatis Splendor, 36-ss.). Si bien en la Revelación se encuentran normas morales concretas, sin embargo, puede legítimamente presumirse que en ella Dios no nos ha enseñado explícitamente todas las normas morales determinadas racionalmente cognoscibles, ya que Dios no se sustituye a la causalidad de las personas creadas. Corresponde, pues, a quien Dios mismo da autoridad para hacerlo -es decir, al Magisterio-, dar las normas puntuales según la necesidad de los tiempos.

La relación entre el Magisterio y la conciencia personal es análoga a la que media entre la luz y los ojos: nuestros ojos no ven si no hay luz y nuestra conciencia camina a oscuras sin la guía de una autoridad superior que la forme y la ilumine. Por eso, “la autoridad de la Iglesia, que se pronuncia sobre las cuestiones morales, no menoscaba de ningún modo la libertad de conciencia de los cristianos; no sólo porque la libertad de conciencia no es nunca libertad ‘con respecto a’ la verdad, sino siempre y sólo ‘en’ la verdad, sino también porque el Magisterio no presenta verdades ajenas a la conciencia cristiana, sino que manifiesta las verdades que ya debería poseer, desarrollándolas a partir del acto originario de la fe. La Iglesia se pone sólo y siempre al servicio de la conciencia, ayudándola a no ser zarandeada aquí y allá por cualquier viento de doctrina según el engaño de los hombres (Ef 4,14), a no desviarse de la verdad sobre el bien del hombre, sino a alcanzar con seguridad, especialmente en las cuestiones más difíciles, la verdad y a mantenerse en ella” (Veritatis Splendor, 64). Por eso decía el Papa Juan Pablo II que “el Magisterio de la Iglesia ha sido instituido por Cristo el Señor para iluminar la conciencia”, y que por eso “apelar a esta conciencia precisamente para contestar la verdad de cuanto enseña el Magisterio, comporta el rechazo de la concepción católica de Magisterio y de la conciencia moral”. El Magisterio de la Iglesia ha sido dispuesto por el amor redentor de Cristo para que la conciencia sea preservada del error y alcance siempre más profunda y certeramente la verdad que la dignifica. Al equiparar las enseñanzas del Magisterio con cualquier otra fuente de conocimiento (por ejemplo, la propia conciencia o la opinión de los teólogos) se banaliza el Magisterio y hace inútil el sacrificio redentor de Cristo.

¿No será que está sucediendo lo que San Pablo ya anunció en su segunda Carta a Timoteo? "Va a llegar el tiempo en que la gente no soportará la sana enseñanza; más bien, según sus propios caprichos, se buscarán un montón de maestros que solo les enseñen lo que ellos quieran oír" (4,3). Es por eso que necesitamos escuchar y acoger las palabras que el Papa Juan Pablo II dijo cuando aseguró que en esta época de grandes transformaciones el mundo necesita “hombres de fe viva, con la mirada fija en Dios, verdaderos apóstoles del bien, de la verdad y del amor que preparen los caminos de la nueva evangelización”.

lunes, 21 de junio de 2010

HORA DE DESPERTAR II

En medio de este panorama internacional ya son muchos los que sostienen que la unificación del mundo se está realizando a través del miedo y de la mentira: 2 armas de destrucción masiva. Una sociedad atemorizada es una sociedad fácilmente manejable. El poder mundial se va unificando y para ello es necesario, no sólo reducir todas las autoridades a una sola, sino también hacer sucumbir las religiones en una especie de credo sincretista. Como el sentido religioso no puede negarse, dado que está impreso en lo más hondo del corazón del hombre, lo que se pretende es cambiar su objeto; en lugar de adorar a Dios, en el centro se coloca al hombre. Esta es la mentira de una religión falsa, con una espiritualidad tipo new age en la que caben todas las religiones y un cristianismo enteramente falsificado. Según los expertos, un gobierno en la sombra y un imperio invisible es el que estaría moviendo hoy los hilos de lo que sucede en nuestro mundo y que no es sino una expresión más del mismo pecado original del hombre que le llevó a rebelarse contra Dios y ser él mismo su propio dios. No olvidemos quien es el que continuamente, a lo largo de los siglos, sigue tentando al ser humano a desobedecer al Creador.

Esta sed insaciable de poder y control lo vemos como un denominador común en la historia de la humanidad; grandes imperios que surgieron y cayeron, que buscaban dominar a los demás pueblos. La Biblia también nos habla de esto y la interpretación de los Padres de la Iglesia al hablar de un resurgimiento del Imperio Romano se apoya en las visiones del profeta Daniel relativas a cuatro bestias que emergen del mar, que serán los imperios sucesivos que pasarán por el escenario de la historia y que tendrán poder sobre la tierra (el imperio babilónico de Nabucodonosor, el imperio medo-persa, el imperio de Alejandro Magno y el imperio romano). Estos imperios están representados mediante cuatro bestias en el capítulo 7 del libro de Daniel, teniendo especial importancia la cuarta bestia y que es la que va a coincidir con la visión del Apocalipsis (cap. 13) de la que habla San Juan respecto al último Anticristo. Debemos tener en cuenta lo que la Tradición de la Iglesia ha ido descubriendo en su meditación sobre el Apocalipsis. Según uno de los Padres de la Iglesia más importantes, San Ireneo de Lyon, el último imperio, el del Anticristo, será una recapitulación de la herejía de todos los imperios anteriores. La interpretación de los Padres de la Iglesia es que el Anticristo se alzará a partir de un resurgimiento del Imperio Romano; es decir, un poder opresor y perseguidor que trate de alzarse contra Dios.

Hemos dicho que el aspecto religioso juega un papel importante en todo esto y nuestra tarea se desarrolla en un tiempo en el que la dificultad y la lucha contra la Iglesia van a ir creciendo más. Como el Cireneo fue una ayuda para llevar la Cruz de Cristo, nosotros también debemos ser como el Cireneo para su Cuerpo Místico, la Iglesia, cuando camina hacia el Calvario. Cuando miramos la escena religiosa completa de hoy lo que vemos son muchos inventos de los hombres y de la carne, mayormente sin poder y sin fuerza. Así dice San Pablo en su carta a los Gálatas: “Con Dios no se juega: lo que uno siembre, eso cosechará. El que siembra para la carne, de ella cosechará corrupción; el que siembra para el espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna” (6,7-8). Lo que más daña el Corazón de Dios no es la siembra de los que están lejos de Él, sino lo que siembra aquel que está a su servicio. No hay algo que disguste más su Corazón que aquellos corazones que están lejos de Él, aunque aparentemente están cerca. Debemos preguntarnos con paz pero con sinceridad: ¿cómo estamos nosotros? Quizás se está mezclando demasiado nuestro discipulado con las cosas del mundo y nos dejamos llevar y arrastrar por él, y por eso también es que no se están dando los frutos que debieran. A veces parece como si el mundo impactara más en la Iglesia, en nosotros, que la Iglesia en el mundo. Igual es que nos hemos aferrado a nuestra retórica religiosa pero nos hemos vuelto demasiado pasivos. Estamos demasiado cómodos y quizás sea tiempo para confesar: no soy lo que era, no estoy donde se supone que debo estar; Señor, no tengo tu Corazón y no siento tu carga, he querido que sea fácil y solo quería ser feliz. Pero el verdadero gozo viene de exponerme a que tú me corrijas y me reproches lo que no estoy haciendo bien. Son palabras que no escuchamos en esta era mimada en la que vivimos. Quizás necesitamos experimentar angustia, que significa dolor y aflicción extremos, por las condiciones que hay en mí y a mi alrededor. Dolor profundo, pena profunda, agonía del Corazón de Dios. ¡Nadie parece querer escuchar nada de esto!

Toda pasión verdadera por Cristo nace de la angustia. Busquemos en la Escritura y encontraremos que cuando Dios determina restaurar una situación en ruinas comparte su propia angustia y encuentra un hombre que ora, a quien toma y le bautiza en angustia. Lo encontramos en el libro de Nehemías, por ejemplo; Jerusalén está en ruinas, ¿qué hace el Señor? ¿cómo va a restaurar Dios las ruinas? Nehemías no era un predicador, era gobernador; un hombre que estaba dispuesto a sacrificar su integridad. Dios encontró un hombre de oración que se quebró y lloró ante las ruinas de Jerusalén, pero que ayunó y oró día y noche para poder ser usado con poder por el Señor para reconstruir las murallas de la Ciudad Santa. ¿Por qué los demás no obtuvieron una respuesta? ¿Por qué no los usó Dios en la restauración? ¡Porque no había señales de angustia en ellos! ¡Ni un llanto, ni una palabra de oración! Y todo estaba en ruinas.

¿Nos está sucediendo esto a nosotros hoy? ¿Nos importa algo que hoy día la Jerusalén espiritual de Dios, la Iglesia, esté sufriendo una grave crisis de fe que la hace tambalearse como barco en medio de la tormenta? ¿Nos importa que haya tanta frialdad arrasando la tierra? Más cerca que eso; ¿nos importa la Jerusalén que está en nuestros propios corazones? Hay señales de ruina cuando el poder espiritual y la pasión van desapareciendo lentamente de nosotros; en la ceguera ante la tibieza y la mezcolanza que está introduciéndose sigilosamente para volvernos pasivos, mirar hacia otro lado y vivir obsesionados con el entretenimiento de cualquier tipo. Esto es todo lo que el demonio quiere hacer, sacar la lucha de nosotros y eliminarla; así no oraremos más, ni lloraremos más ante Dios. ¡Podemos sentarnos tranquilamente a ver la televisión! Hay una gran diferencia entre angustia y solo preocupación; preocupación es algo que empieza a interesarte, te interesa un proyecto o una causa o un asunto o una necesidad. Si no es algo que me lleva a orar y a buscar a Dios, a ponerme de rodillas, a llorar ante el Trono hasta sentir angustia y agonía, por favor no digamos que estamos preocupados, cuando pasamos horas frente a internet y frente a la televisión, y nuestra oración se limita a un pequeño porcentaje de nuestro tiempo como si se tratara solamente de tiempo y no fuera algo que abarca toda nuestra vida. Si abrimos nuestro corazón y empezamos a orar de verdad, Dios viene y comienza a compartir su Corazón con nosotros. Nuestro corazón empieza a llorar y a gritar: ¡Oh Dios, tu Nombre está siendo blasfemado, tu Espíritu Santo está siendo ridiculizado, tu Iglesia perseguida por dentro y desde fuera! Señor, tenemos que hacer algo.

Creo que no va a haber renovación, ni despertar, ni cosecha, hasta que no le dejemos a Él quebrantarnos una vez más. Tal y como el rey David y sus 600 hombres que le acompañaban lloraron todo el día y probablemente la mayor parte de la noche hasta que les faltaron las fuerzas, cuando contemplaron una ciudad (Siquelab) en ruinas, consumida por el fuego y con todas las mujeres y los niños llevados cautivos (amalecitas), tal como nos relata el primer libro de Samuel (cap. 30). Porque lloraron hasta que no les quedaron lágrimas y se volvieron a Dios con todo el corazón, fueron después levantados y fortalecidos por la Palabra de Dios. Hermanos, se está haciendo tarde y la situación se está volviendo peligrosa. No hay nada carnal o material que pueda darnos el verdadero gozo, el auténtico. Solo lo que es llevado a cabo por el Espíritu Santo, cuando le obedecemos y adoptamos su Corazón, nos hará capaces de construir los muros alrededor de nuestra familia y de nuestro propio corazón para hacernos fuertes e inexpugnables contra el enemigo, de manera que nuestras vidas, nuestras comunidades y nuestra Iglesia puedan dar fruto abundante y así seamos auténticos discípulos, ya que en esto consiste la gloria del Padre (Jn 15,8). La noche está avanzada y el día se aproxima; es hora de despertar.

jueves, 17 de junio de 2010

HORA DE DESPERTAR


Escuchemos hoy aquellas mismas palabras que pronunció el profeta Isaías, casi 600 años antes de Cristo: “Despierta, Sión, despierta... Levántate, Jerusalén, sacúdete el polvo” (Is 52,1-2). Los destinatarios inmediatos de este mensaje eran los israelitas deportados a Babilonia. Unos siglos más tarde, escribiría el apóstol San Pablo a los cristianos de Roma: “Tened en cuenta el tiempo en que vivimos: que ya es hora de despertarnos del sueño” (Rom 13,11). ¿Qué hora es? Es hora de despertar.

Estoy convencido que estas palabras tienen mucho que ver con lo que el Espíritu Santo está diciendo hoy a la Iglesia de Jesucristo del tercer milenio; es decir, a nosotros. Necesitamos estar despiertos y velar porque somos llamados a ponernos en pie y en oración para discernir los signos de los tiempos actuales, de manera que podamos situarnos correctamente en el momento histórico en el que nos encontramos. Cuando dormimos, nuestros sentidos no están listos para responder a los estímulos externos de igual manera que estando despiertos y en vigilante espera; por eso, ya no podemos comportarnos como quien por la mañana ha oído el despertador, sabe que es la hora pero lo retrasa y vuelve a caer en el sueño. El tema de la vigilancia encuentra su motivación más alta en la espera del regreso del Señor (Mt 24,42) ya que con esta promesa de su vuelta, Cristo da a la historia su nueva meta y su definitiva orientación. Los cristianos, unidos en la caridad, celebramos la muerte del Hijo de Dios, con fe viva proclamamos su resurrección, y con esperanza firme anhelamos su Venida gloriosa. Cuando se considera el futuro, la Iglesia espera el retorno del Mesías que llegará cuando menos se espere, como llega un ladrón en la noche (1 Tes 5,2). Por eso, más que una orden, la vigilia del discípulo es una invitación y una llamada que Dios nos hace porque no quiere perdernos. El Evangelio de Jesucristo no existe para complacernos, sino para ponernos en pie, para levantarnos; el que escucha la Buena Noticia y la acoge ya no puede vivir de forma irresponsable, porque ha sido llamado a la bienaventuranza de los vigilantes.

Porque hemos sido llamados a vivir en la vigilancia evangélica, nuestro Dios nos pide interpretar las señales de nuestro tiempo presente (Lc 12,54-56), porque así estaremos mejor preparados para afrontar nuestra misión y apostolado con los medios necesarios y las armas adecuadas. Cuando decimos que la Iglesia existe para anunciar y extender el Reino de Dios, estamos diciendo que tenemos una misión concreta, en un momento concreto y en un lugar concreto; no podemos obviar lo que hay a nuestro alrededor como si no fuera con nosotros. Por eso, creo que necesitamos purificar el concepto de misión y entender bien cuál es la tarea que nos ha sido encomendada como católicos del siglo XXI; por un lado, hemos sido llamados a proclamar la Buena Noticia de Jesucristo a través de la evangelización, y por otro, somos llamados a ser Pueblo profético que defienda la Verdad con la vida y con la palabra, constituyendo un baluarte y un resto fiel que hace frente a la ola del mal y defiende a la Iglesia de Cristo. No olvidemos que, incorporados a Cristo por el Bautismo, participamos de su misión sacerdotal, profética y regia (1 Pe 2,9), como nos recuerda el Concilio Vaticano II (LG 31).

En el Congreso Eucarístico del año 1976 en Filadelfia (Pennsylvania, EE.UU.), el Cardenal Karol Wojtyla, dijo: “Estamos ahora ante la confrontación histórica más grande que la humanidad jamás haya conocido. Estamos ante la lucha final entre la Iglesia y la antiiglesia, el Evangelio y el anti-evangelio. No creo que el ancho círculo de la Iglesia americana ni el extenso círculo de la Iglesia Universal se den clara cuenta de ello. Pero es una lucha que descansa dentro de los planes de la Divina Providencia.”

Como afirmó el que 2 años después sería el nuevo Papa, aunque la gran mayoría de la Iglesia no se de clara cuenta de ello, hemos sido llamados a interpretar correctamente el tiempo en que vivimos, para así poder encarar bien preparados esta confrontación histórica y esta lucha en la que nos encontramos inmersos. Tiempo que requiere, no de teólogos sabios ni humanistas inteligentes, sino de hombres y mujeres que sean auténticos apóstoles de estos tiempos y los santos del tercer milenio.

Algunos textos de la Sagrada Escritura que nos ayudan, precisamente, a darnos cuenta del tiempo que estamos viviendo y del escenario en el que nos debemos situar:

-          1 Jn 5,19: Sabemos que somos de Dios, mientras el mundo entero está bajo el poder del Maligno.”

-          2 Tes 2,7: el plan secreto de la maldad ya está en marcha.”

-          Hch 4,25-26: "¿Por qué se alborotan las naciones? ¿Por qué los pueblos hacen planes sin sentido? Los reyes y gobernantes de la tierra se rebelan, y juntos conspiran contra el Señor y contra su escogido, el Mesías."

-          Mc 10,42-44: “Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos.”

El Sacerdote alemán, José Kentenich, fundador del Movimiento Apostólico Schoenstatt, dijo lo siguiente: “En estos días, la sociedad aparece ante nosotros como una gran máquina y no como un organismo o una familia de pueblos. Los grandes del mundo tratan de lograr nuevamente una unidad entre los pueblos. Lo que no logró la Liga de las Naciones trata de realizarlo ahora Naciones Unidas. Pero tampoco dará resultado. La máquina sigue siendo la misma, sólo cambió de conductor. Dios pensó a los pueblos como una familia, como un organismo y no como una máquina. Pero no hay unidad de los pueblos sin Cristo, la Cabeza, y sin la Santísima Virgen, corazón de esta familia. Éste es el único orden social y mundial querido por Dios”.

La idea de la unidad mundial no repugna a la doctrina cristiana sino que le es connatural, por aquello de que bajo una Fe común, hermanados en la caridad, los hombres bien podríamos convivir dentro de los límites éticos de un código común de conducta. Conviene, pues, distinguir la idea de una autoridad supranacional como ideal de paz y progreso de la humanidad de otras ideas o intentos de realización y sobre todo, de entre estos intentos, bajo qué signo o principios se han realizado o intentado. Siendo necesario recorrer la historia de occidente para reconocer que aun vive en la psicología y en el alma del europeo y del americano el ideal de la unidad, así como el de las libertades y las autonomías, resulta evidente que la raíz ideológica que ha dado sustento a la concepción progresista actual de la unidad mundial es la renuncia a la Fe en Cristo y en su Iglesia, y su incorporación a un panteón de cultos, cuyo único común denominador sería una “ética universal”, de tinte laico y “tolerante” con todo, menos con la verdadera Fe. Sin desmesuras, sin caer en un profetismo ridículo, sin paranoia, pero atentos y vigilantes, debemos discernir a la luz de la Revelación y de la historia lo que está sucediendo hoy a nuestro alrededor. Si no somos capaces de esto, solo seremos instrumentos en manos del poder mundialista, de evidente signo masónico y anticristiano, que triunfa hasta ahora en el mundo. Veamos un poco en qué se traduce esto y cómo se está expresando.

Lo que hoy se pretende es "rehacer" las sociedades, sometiéndolas a un proceso de “reingeniería social” -término que figura en algunos documentos internacionales-, imponiéndoles una “nueva ética”, basada en “los nuevos paradigmas”: el nuevo paradigma de familia, el nuevo paradigma de género, el nuevo paradigma de los derechos humanos, el nuevo paradigma de la salud, el nuevo paradigma del derecho, especialmente el derecho internacional, y hasta un nuevo paradigma religioso impregnado de un relativismo inaceptable. Si se pretende someter a todos los países, imponiéndoles unos nuevos modos de vida, es para realizar el sueño de todos los grandes totalitarismos: el dominio total del mundo; y como es lógico, este proyecto de dominio universal pretende borrar todo rastro de cristianismo en la “nueva sociedad globalizada”. El nuevo orden ha elegido su divinidad; como es sucesor ideológico del evolucionismo social, su nuevo dios es el Hombre Nuevo, autónomo, autor de sus propias normas, esencialmente igual al Hombre Nuevo del marxismo o el nazismo. Los dogmas del nuevo orden son la democracia, el relativismo ético, la autodeterminación, la libertad y la tolerancia, todos ellos al servicio de los más fuertes. Para los profetas del nuevo orden internacional, la mujer y el hombre de fe son el enemigo. Por supuesto que el sistema cuenta no sólo con convencidos propagandistas e impulsores, sino también -y quizás esto sea lo peor-, con una multitud de personas, intelectuales, religiosos, políticos, para las cuales el diálogo con esta nueva ideología aún es posible... (continuará)

lunes, 7 de junio de 2010

AÑO SACERDOTAL

Cuando se piensa

Cuando se piensa que ni la Santísima Virgen puede hacer lo que un sacerdote. Cuando se piensa que ni los ángeles ni los arcángeles, ni Miguel ni Gabriel ni Rafael, ni príncipe alguno de ellos que vencieron a Lucifer pueden hacer lo que un sacerdote.

Cuando se piensa que nuestro Señor Jesucristo en la Última Cena realizó un milagro más grande que la creación del universo con todos sus esplendores y fue el convertir el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre para alimentar al mundo, y que este portento, ante el cual se arrodillan los ángeles y los hombres, puede repetirlo cada día un sacerdote.

Cuando se piensa en el otro milagro que solamente un sacerdote puede realizar: perdonar los pecados y que lo que él ata en el fondo de su humilde confesionario, Dios, obligado por su propia palabra, lo ata en el cielo, y lo que él desata, en el mismo instante lo desata Dios.

Cuando se piensa que la humanidad se ha redimido y que el mundo subsiste porque hay hombres y mujeres que se alimentan cada día de ese Cuerpo y de esa Sangre redentora que sólo un sacerdote puede realizar.

Cuando se piensa que eso puede dejar de ocurrir porque están faltando las vocaciones sacerdotales; y que cuando eso ocurra se conmoverán los cielos y estallará la tierra, como si la mano de Dios hubiera dejado de sostenerla; y las gentes gritarán de hambre y de angustia, y pedirán ese pan, y no habrá quien se lo dé; y pedirán la absolución de sus culpas, y no habrá quien las absuelva, y morirán con los ojos abiertos por el mayor de los espantos.

Cuando se piensa que un sacerdote hace más falta que un rey, más que un militar, más que un banquero, más que un médico, más que un maestro, porque él puede reemplazar a todos y ninguno puede reemplazarlo a él.

Cuando se piensa que un sacerdote cuando celebra en el altar tienen una dignidad infinitamente mayor que un rey; y que no es ni un símbolo, ni siquiera un embajador de Cristo, sino que es Cristo mismo que está allí repitiendo el mayor milagro de Dios.

Cuando se piensa todo esto, uno comprende la inmensa necesidad de fomentar las vocaciones sacerdotales.

Uno comprende...

Uno comprende el afán con que, en tiempos antiguos, cada familia ansiaba que de su seno brotase, como una vara de nardo, una vocación sacerdotal.

Uno comprende el inmenso respeto que los pueblos tenían por los sacerdotes, lo que se reflejaba en las leyes.

Uno comprende que el peor crimen que puede cometer alguien es impedir o desalentar una vocación.

Uno comprende que provocar una apostasía es ser un Judas y vender a Cristo de nuevo.

Uno comprende que si un padre o una madre obstruyen la vocación sacerdotal de un hijo es como si renunciaran a un título de nobleza incomparable.

Uno comprende que más que una iglesia, y más que una escuela, y más que un hospital, es un seminario.

Uno comprende que dar para construir o mantener un seminario es multiplicar los nacimientos del Redentor.

Uno comprende que dar para costear los estudios de un joven seminarista es allanar el camino por donde ha de llegar al altar un hombre que durante media hora, cada día, será mucho más que todas las dignidades de la tierra y que todos los santos del cielo, pues será Cristo mismo, sacrificando su Cuerpo y su Sangre para alimentar al mundo.

Fuente: Navega hacia alta mar (Hugo Wast)

martes, 1 de junio de 2010

LOS CRISTIANOS EN EL MUNDO

"Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres.

Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho.

Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el Cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, y abundan en todo. Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama, y ello atestigua su justicia. Son maldecidos, y bendicen; son tratados con ignominia, y ellos, a cambio, devuelven honor. Hacen el bien, y son castigados como malhechores; y, al ser castigados a muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos los combaten como a extraños y los gentiles los persiguen, y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad.

Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo. El alma, en efecto, se halla esparcida por todos los miembros del cuerpo; así también los cristianos se encuentran dispersos por todas las ciudades del mundo. El alma habita en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está encerrada en la cárcel del cuerpo visible; los cristianos viven visiblemente en el mundo, pero su religión es invisible. La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido de ella agravio alguno, sólo porque le impide disfrutar de los placeres; también el mundo aborrece a los cristianos, sin haber recibido agravio de ellos, porque se oponen a sus placeres.

El alma ama al cuerpo y a sus miembros, a pesar de que éste la aborrece; también los cristianos aman a los que los odian. El alma está encerrada en el cuerpo, pero es ella la que mantiene unido el cuerpo; también los cristianos se hallan retenidos en el mundo como en una cárcel, pero ellos son los que mantienen la trabazón del mundo. El alma inmortal habita en una tienda mortal; también los cristianos viven como peregrinos en moradas corruptibles, mientras esperan la incorrupción celestial. El alma se perfecciona con la mortificación en el comer y beber; también los cristianos, constantemente mortificados, se multiplican más y más. Tan importante es el puesto que Dios les ha asignado, del que no les es lícito desertar."

Fuente: Carta a Diogneto