jueves, 13 de mayo de 2010

LA GRAN SEÑAL DEL CIELO

"Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza” (Ap 12,1).

Uno de los grandes signos de este tiempo lo encontramos, sin duda alguna, en la presencia de la Santísima Virgen María en todo el mundo y en la Iglesia, particularmente en estos últimos 150 años. El Santo Rosario, la consagración al Corazón Inmaculado, el Escapulario del Carmen y otras devociones han contribuido positivamente y consolidado el gran auge mariano en las almas, siendo expresiones del movimiento mariano actual que no se entendería sin tener en cuenta el fenómeno absolutamente singular y decisivo de las apariciones de la Mujer vestida del sol. El Corazón Inmaculado de María es la flor más bella que no tiene competencia en el Cielo ni en la tierra. Dios la ha mirado a Ella desde siempre, la ha amado y la ha hecho objeto de sus complacencias; Dios la ha querido junto a Él para la realización de su infinito proyecto de amor y la ha hecho Corredentora, Madre, Reina y poderosa.

Ninguna criatura puede ser puesta nunca en el mismo orden con el Verbo encarnado y Redentor. Pero, así como en el sacerdocio de Cristo participan de diversa manera tanto los ministros como el pueblo creyente, y así como la única bondad de Dios se difunde realmente en las criaturas de distintas maneras, así también la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas una colaboración diversa que participa de la única fuente. María ocupó y sigue ocupando un papel muy importante en la historia de la salvación al estilo de lo que sucedió en la boda de Caná de Galilea (Jn 2,1-11), intercediendo ante su hijo. Jesús atiende la petición de su madre a pesar de que “su hora aún no había llegado” (Jn 2,4). María siempre nos lleva a Jesús con aquel “haced lo que Él os diga” (Jn 2,5). La Virgen María es honrada con razón por la Iglesia Católica, cumpliéndose de esta manera lo que Ella misma proclamó: “Todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lc 1,48).

Algunos santos, como San Luis M. Grignon de Monfort y la Venerable Sor María de Jesús de Ágreda, profetizaron que la Virgen María, humilde y escondida durante toda su vida en la tierra, sería en estos tiempos conocida y amada más que nunca, dejando sentir su augusta presencia entre nosotros. Dios ha amado a los hombres hasta el punto de dar por ellos a su Hijo y después del Hijo, a la Madre (Jn 19,26-27). Pero los hombres no siempre han demostrado y demuestran haber entendido el don de Dios. Esta Madre tiene una capacidad de amor que no tiene límites y los que no admiten esto, porque dicen que no creen en las numerosas intervenciones de la Bienaventurada en favor de la humanidad, no saben lo que es el amor; su corazón es árido y su mente está oscurecida hasta el punto de no ver. ¿No ha hablado la Madre del Cielo con precisión y claridad en La Salette, Lourdes, Fátima y otros lugares?

”Pero no podemos ciertamente impedir que Dios hable a nuestro tiempo a través de personas sencillas y valiéndose de signos extraordinarios que denuncian la insuficiencia de las culturas que nos dominan, contaminadas de racionalismo y de positivismo. Las apariciones que la Iglesia ha aprobado oficialmente ocupan un lugar preciso en el desarrollo de la vida de la Iglesia en el último siglo. Muestra, entre otras cosas, que la revelación –aun siendo única, plena, por consiguiente, insuperable- no es algo muerto; es viva y vital. Por otra parte, uno de los signos de nuestro tiempo es que las noticias sobre “apariciones marianas” se están multiplicando en el mundo.” (Cardenal J. Ratzinger, Ex Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe).

Dios habla hoy y se comunica de muchas maneras, tanto de una forma sutil por medio de la oración como enviando a su Madre en una aparición. Es verdad que la Revelación pública llegó a su plenitud con Jesucristo y que ninguna revelación puede añadir nada a lo que recibimos por medio de las Escrituras y de la Tradición apostólica; sin embargo, el Señor continuará hablando y manifestándose a su Pueblo para ayudarnos a crecer en nuestra fe, especialmente cuando los tiempos así lo requieran. El Señor reveló a Santa Catalina de Siena: “Mi Madre es un cebo dulcísimo con que atraigo a Mí a los pecadores.”

El mensaje de la Virgen María en Cova de Iría (1917) nos habla del infierno, de la devoción a su Corazón Inmaculado, de la segunda guerra mundial, de los errores esparcidos por Rusia en el mundo por medio de guerras y persecuciones a la Iglesia, y de la urgencia del llamado a la penitencia y a la conversión en un camino de Vía Crucis para el Cuerpo Místico. Fátima es sin duda la más profética de las apariciones modernas, aunque no la única. Cuando miramos a nuestro alrededor y vemos la situación actual de la Iglesia y del mundo, necesitamos recordar que nos encontramos ante una importante y decisiva epifanía Mariana, muchas veces sofocada por obra de aquellos cuya tarea era la de juzgar con mayor objetividad y menor respeto humano. Nos encontramos, sin duda, ante una advertencia del Cielo y una manifestación de la misericordia de Dios.

Las apariciones de la Virgen María, como la gran señal que el Cielo nos ha dado en estos tiempos, junto con diferentes mensajes y revelaciones privadas, son manifestaciones que sirven para comunicar algún deseo de parte de Dios en orden al bien de las almas. Por medio de una lectura orante y una reflexión responsable de algunas revelaciones privadas de santos y siervos de Dios, y de algunos mensajes proféticos dignos de confianza llegamos a descubrir un contenido con muchos elementos en común:

- Una denuncia de la pésima situación moral causada por el pecado, la apostasía y la crisis de fe en la Iglesia. La realidad de la batalla espiritual (Ef 6,10-18) está siendo ignorada con graves consecuencias para la Iglesia y el mundo. La infidelidad de muchos sacerdotes lleva a muchas almas camino de la perdición; vinculado a ellos está el gran misterio de la Eucaristía que está sufriendo un progresivo oscurecimiento, causado por desviaciones doctrinales y prácticas.

- Una advertencia de lo que se prepara a causa de tal situación es expresión de la gran misericordia de Dios que siempre busca nuestro bien y que nadie se pierda (1 Tim 2,4). Se nos ha advertido de forma inequívoca de unas "horas" graves y decisivas para disponernos a cambiar de rumbo, volviendo a Él de todo corazón y con toda el alma.

- Una exhortación a poner remedio antes de que sea demasiado tarde por medio del arrepentimiento y una auténtica conversión. Todo el mal está en que nos empeñamos en seguir nuestros caminos, en vez de buscar los caminos de Dios. Necesitamos retomar el sentido ascético y penitencial de la vida como el auténtico signo evangélico de nuestro discipulado (Mt 16,24). Aquel que se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!, es quien nos invita a entrar por la puerta estrecha y el camino que conduce a la vida (Mt 7,13-14).

En estas horas difíciles que estamos llamados a vivir, parece como si estuviéramos dando cumplimiento a las palabras de San Pablo cuando se dirigía a los judíos de Roma, recriminándoles por su torpeza para ver y entender (Hch 28,24-27). Cuando no escuchamos la voz de Dios y nos resistimos a obedecer, sucede lo que recoge el salmista: “los entregué a su corazón obstinado, para que anduvieran según sus antojos” (Sal 81,12-13). ¿Dónde ha quedado el santo temor de Dios de los grandes santos por la salvación de su alma? Se habla del amor de Dios pero del temor no, a pesar de que sea “el principio de la sabiduría” (Pro 1,7), porque dicen que el temor no se concilia ni puede conciliarse con el amor. Así como encuentran inconciliable la Justicia y la Misericordia, encuentran inconciliable el Amor y el Temor de Dios, porque hoy se aceptan las cosas que son cómodas y se rechazan las que son incómodas.

Virgen María, espléndida Azucena, enséñanos a amar a Dios y a cumplir su santa voluntad en todo. María, tú eres nuestra alegría, porque por medio de ti, Dios descendió a la tierra y a nuestros corazones. Te pedimos la firmeza en la fe y la perseverancia final. Tú que fuiste dócil para someterte al designio de Dios de encarnar en tu seno a su Hijo y que fuiste transformada por el Espíritu Santo en templo de su divinidad, ayúdanos a seguir tu ejemplo y aceptar los designios de Dios con humilde corazón. Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza. A ti celestial princesa, Virgen sagrada María, te ofrecemos alma, vida y corazón; míranos con compasión, no nos dejes Madre mía.