lunes, 22 de marzo de 2010

TERCER SIGNO: LA DIVISION

Nuestra Madre Inmaculada se apareció en la tierra, en la pobre gruta de Massabielle, para indicarnos la senda por la que debemos caminar en estos momentos difíciles. Es su mismo camino: el de la pureza, el de la gracia, el de la oración y el de la penitencia. Es el camino que ya nos ha indicado su Hijo Jesús para conducirnos a todos al Padre en su Espíritu de Amor. Tenemos en nosotros su mismo Espíritu que nos hace llamar a Dios: Padre, porque nos ha hecho partícipes de su naturaleza divina.

Caminemos por la senda del Amor. Demos cabida en nosotros al Espíritu de Amor que nos lleva en la vida a estar siempre más unidos. Amémonos los unos a los otros como Jesús nos ha amado y llegaremos a ser verdaderamente una sola cosa. La unidad es la perfección del amor. Por esto Jesús ha querido que su Iglesia fuese una, para hacer de ella el sacramento del Amor de Dios a los hombres.

Hoy el Corazón Inmaculado de María tiembla, está angustiado al ver a la Iglesia interiormente dividida. Esta división, que ha penetrado en el interior de la Iglesia, es el tercer signo que nos indica con seguridad que para ella ha llegado el momento conclusivo de la dolorosa purificación. Si en el curso de los siglos, la Iglesia ha sido lacerada muchas veces por divisiones que han llevado a muchos hijos suyos a separarse de ella, María, sin embargo, le ha obtenido de Jesús el singular privilegio de su unidad interior.

Pero en estos tiempos, su Adversario con su humo ha logrado incluso oscurecer la luz de esta divina prerrogativa suya. La división interior se manifiesta entre los mismos fieles que se enzarzan con frecuencia los unos contra los otros con la intención de defender y de anunciar mejor la verdad. Así la verdad es traicionada por ellos mismos, porque el Evangelio de Cristo no puede estar dividido.

Esta división interior lleva, a veces, a enfrentarse a Sacerdotes contra Sacerdotes, Obispos contra Obispos, Cardenales contra Cardenales, porque nunca como en los tiempos actuales, Satanás ha logrado introducirse en medio de ellos, lacerando el sagrado vínculo del mutuo y recíproco amor.

La división interior se manifiesta también en el modo con que se tiende a dejar solo, casi en el abandono, al mismo Vicario de Jesús, al Papa, que es el hijo particularmente amado e iluminado por María. Su Corazón de Madre es herido cuando ve cómo frecuentemente el silencio y el vacío de sus hijos rodean la palabra y la acción del Santo Padre, mientras es atacado y obstaculizado cada vez más por sus adversarios. A causa de esta división interior su mismo ministerio no está lo suficientemente sostenido y propagado por toda la Iglesia, que Jesús ha querido unida en torno al Sucesor de Pedro.

El Corazón Inmaculado de María sufre cuando ve que incluso algunos Pastores rehúsan dejarse guiar por su palabra luminosa y segura. El primer modo de separarse del Papa es el de la rebelión abierta. Pero hay también otro modo más encubierto y más peligroso. Es proclamarse exteriormente unidos a él, pero disintiendo interiormente de él, dejando caer en el vacío su magisterio y haciendo, en la práctica, lo contrario de cuanto él indica.

¡Oh Iglesia, místico Cuerpo de Jesús, en tu doloroso camino hacia el Calvario has llegado a la undécima estación y te ves desgarrada y lacerada en tus miembros crucificados! ¿Qué debemos hacer los apóstoles del Corazón Inmaculado y Dolorido de María? Debemos ser simiente escondida, prontos a morir también por la unidad interior de la Iglesia. Por esto, día a día, nos conduce al mayor amor y fidelidad al Papa y a la Iglesia a él unida.

Por esto hoy nos hace partícipes de las ansias de su Corazón materno: por esto nos forma en el heroísmo de la santidad y nos lleva Consigo al Calvario. También por medio de nosotros podrá hacer salir a la Iglesia de su dolorosa purificación, a fin de que en Ella pueda manifestarse al mundo todo el esplendor de su renovada unidad.

Fuente: A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Santísima Virgen