miércoles, 17 de marzo de 2010

SEGUNDO SIGNO: LA INDISCIPLINA

Contemplemos a nuestra Madre del Cielo mientras se presenta en el Templo para ofrecer a su pequeño Niño. Es el Verbo del Padre hecho hombre; es el Hijo de Dios por el cual ha sido creado el Universo; es el Mesías esperado al que se ordenan Profecía y Ley.

Y, sin embargo, Él, desde el momento de su humana concepción se hace en todo obediente a la Voluntad del Padre: "Heme aquí, que vengo, oh Dios, a cumplir tu voluntad". Y ya desde su nacimiento se somete a todas las prescripciones de la Ley: a los ocho días la circuncisión y después de los cuarenta días, su presentación en el Templo. Como cualquier otro primogénito, también el de María pertenece a Dios y es rescatado con el sacrificio prescrito. Del Sacerdote retorna a los brazos de la Madre para que pueda ofrecerlo nuevamente a través de la herida de su Corazón Inmaculado, ya traspasado por la espada; y así juntos dicen sí a la Voluntad del Padre.

Cuando María nos llama a hacernos los más pequeños, entre sus brazos, es para volvernos semejantes a su Niño Jesús en la dócil y perfecta obediencia a la Voluntad divina. Hoy su Corazón está nuevamente herido al ver cuántos son los que, entre sus hijos predilectos, viven sin docilidad a la Voluntad de Dios, porque no observan y a veces desprecian abiertamente las leyes propias del estado sacerdotal. De este modo, la indisciplina se difunde en la Iglesia y cosecha víctimas incluso entre sus mismos Pastores.

Éste es el segundo signo que nos indica cómo ha llegado, para la Iglesia, el tiempo conclusivo de su purificación: la indisciplina difundida a todos los niveles, especialmente entre el clero.

Es indisciplina la falta de docilidad interior a la Voluntad de Dios, que se manifiesta en la transgresión de las obligaciones propias de su estado: la obligación de la oración, del buen ejemplo, de una vida santa y apostólica. ¡Cuántos Sacerdotes hay que se dejan absorber por una actividad desordenada y ya no oran! Descuidan habitualmente la Liturgia de las Horas, la meditación, el rezo del Santo Rosario. Limitan su oración a una apresurada celebración de la Santa Misa.

Así, estos pobres hijos de María acaban por vaciarse interiormente y no tienen ya luz y fuerza para resistir a las muchas insidias en medio de las cuales viven. Acaban, por esto, contaminados por el espíritu del mundo y aceptan su modo de vivir, comparten sus valores, participan en sus manifestaciones profanas, se dejan condicionar por sus medios de propaganda y a la postre se revisten de su misma mentalidad. Terminan después viviendo como ministros del mundo, según su espíritu, que justifican y difunden, provocando escándalo en medio de numerosos fieles.

De aquí nace la creciente rebelión a las normas canónicas, que regulan la vida de los Sacerdotes y la reiterada contestación a la obligación del sagrado celibato, querido por Jesús por medio de su Iglesia, y que los Papas han reafirmado nuevamente con firmeza.

Es indisciplina la facilidad con que se pasan por alto las normas establecidas por la Iglesia para regular la vida litúrgica y eclesiástica. Hoy, cada uno tiende a regularse según el propio gusto y arbitrio y con qué escandalosa facilidad se violan las normas de la Iglesia, una y otra vez reafirmadas por el Santo Padre, como la obligación que tienen los Sacerdotes de llevar el hábito eclesiástico.

Desdichadamente, a veces, los primeros que siguen desobedeciendo esta prescripción son los mismos Pastores, y es debido a su mal ejemplo por lo que la indisciplina se propaga luego en todos los sectores de la Iglesia. Este desorden, que se difunde en la Iglesia, nos indica con claridad que ha llegado para Ella el momento conclusivo de su purificación.

¿Qué deben hacer los Sacerdotes, hijos predilectos de la Madre Celeste, apóstoles de luz de su Corazón Inmaculado? Dejaos llevar en sus brazos como sus niños más pequeños y Ella os hará perfectamente dóciles a la Voluntad del Padre. Daréis así a todos el buen ejemplo de una perfecta obediencia a las leyes de la Iglesia y la Madre Celeste podrá servirse de vosotros para restablecer el orden en su Casa para que, después de la tribulación, resplandezca en la Iglesia el triunfo de su Corazón Inmaculado.

Fuente: A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Santísima Virgen