viernes, 5 de marzo de 2010

LOS SIGNOS DE NUESTRO TIEMPO

Cuando pasamos tiempo en oración, en el recogimiento, en un silencio interior que nos permite entrar en un coloquio con nuestra Madre del Cielo, con la misma confianza de una madre con sus hijos, Ella nos revela las preocupaciones, las ansias, las profundas heridas de su Corazón Inmaculado, y al mismo tiempo, nos ayuda a comprender y a interpretar los signos de nuestro tiempo.

Así podemos cooperar al designio de salvación que el Señor tiene sobre nosotros y que quiere realizar a través de los nuevos días que nos esperan:

- Nosotros vivimos bajo una urgente súplica hecha por nuestra Madre del Cielo, que nos invita a caminar por la senda de la conversión y del retorno a Dios. Como hijos predilectos, participemos en su preocupada ansiedad de Madre, al ver que no es acogido ni seguido este su llamamiento. Y, sin embargo, nuestra única posibilidad de salvación está ligada solamente al retorno de la humanidad al Señor, en un fuerte compromiso de seguir su Ley.

Convertíos y caminad por la senda de la gracia de Dios y del amor.
Convertíos y construid días de serenidad y de paz.
Convertíos y secundad el designio de la divina Misericordia.


Con cuántos signos el Señor nos manifiesta su voluntad de poner finalmente un justo freno a la propagación de la impiedad: males incurables que se propagan; violencia y odio que estallan; desgracias que se suceden; guerras y amenazas que se extienden. Sepamos leer las señales que Dios nos manda a través de los acontecimientos que nos suceden, y acogamos sus serios avisos a cambiar de vida y a volver al camino que nos conduce a Él.

- Nosotros vivimos bajo una preocupada y constante súplica de la Madre del Cielo a permanecer en la verdadera fe. Y, sin embargo, ve angustiada cómo los errores continúan difundiéndose, se enseñan y se divulgan, y de esta manera se hace cada vez mayor entre sus hijos el peligro de perder el don precioso de la fe en Jesús, y en las verdades que Él nos ha revelado.

Incluso entre sus hijos predilectos, ¡qué grande es el número de los que dudan, que ya no creen! ¡Si viéramos con sus propios ojos qué extendida está esta epidemia espiritual que ha herido a toda la Iglesia! La inmoviliza en su acción apostólica, la hiere y la lleva a la parálisis en su vitalidad, volviendo con frecuencia vacío e ineficaz incluso su esfuerzo de evangelización.

- Nosotros vivimos bajo su preocupación tan dolorosa al vernos aún víctimas del pecado que se propaga; observando cómo por doquier, a través de los medios de comunicación social se proponen experiencias de vida contrarias a cuanto nos prescribe la ley santa de Dios. Cada día se nos nutre de pan envenenado del mal, y se nos da de beber en la fuente contaminada de la impureza.

Se nos propone el mal como un bien; el pecado como un valor; la transgresión de la Ley de Dios como un modo de ejercitar nuestra autonomía y nuestra libertad personal. De este modo se llega hasta perder la conciencia del pecado como un mal; y la injusticia, el odio y la impiedad cubren la tierra y la convierten en un inmenso erial privado de vida y amor. El obstinado rechazo de Dios y de retornar a Él; la pérdida de la verdadera fe; la iniquidad que se propaga y lleva a la difusión del mal y el pecado: ¡He aquí los signos del perverso tiempo en que vivimos!

Vemos, no obstante, de cuántos modos interviene nuestra Madre del Cielo para conducirnos por el camino de la conversión, del bien y de la fe. Con signos extraordinarios que realiza en todas las partes del mundo, con sus mensajes, con sus apariciones tan frecuentes, nos indica a todos que se aproxima el gran día del Señor. Pero, qué dolor experimenta su Corazón Inmaculado al ver que estas llamadas suyas no son acogidas, con frecuencia son abiertamente rechazadas y combatidas, aún por aquellos que tienen la misión de ser los primeros en acogerlas. Por esto hoy se revela solo a los pequeños, a los pobres, a los sencillos, a todos sus niños que le saben aún escuchar y seguir. Jamás como ahora es tan necesaria una gran fuerza de súplica y reparación.

Fuente: A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Santísima Virgen