martes, 27 de marzo de 2012

SIEMPRE EN CAMINO

No cabe duda de que el tiempo de Cuaresma que nos prepara para la Pascua es, ante todo, un caminar constante y decidido hacia delante. Esto puede aplicarse también a toda la vida cristiana; es decir, la vida en el Espíritu implica estar siempre en camino. No caben más que dos marchas en esta vida; la marcha hacia delante y la marcha atrás. No hay punto muerto, no cabe una marcha en la que estamos parados; o estamos siempre en camino avanzando hacia la otra orilla o, en el caso de que nos detengamos, se iniciará siempre la marcha atrás.

Cuando el Señor entraba en Jerusalén se iniciaba la última etapa de su vida mortal que le marcaba el camino hacia su pasión, muerte y resurrección. Nunca rehuyó este camino ni quiso dejarlo para más adelante, sino que en el momento adecuado estuvo dispuesto a ponerse en marcha hacia el Calvario. Él siempre estuvo en camino y nunca se detuvo ante lo que había por delante, y esto mismo es lo que nos pide a los que hemos decidido seguirle. Debemos poner la mano en el arado sin mirar más hacia atrás (Lc 9,62), estar dispuestos a pagar el precio y tomar la cruz cada día (Lc 9,23-24).

Meditaba en todo esto cuando escuché a alguien hablar acerca de un pasaje bíblico en el que Samaria fue sitiada y atacada por el rey de Siria, causando una gran hambruna y una grave crisis en toda su población (2 Rey 6,24-ss). Fuera de la ciudad había cuatro leprosos que sabían bien que aquella situación les llevaría a morir si continuaban viviendo de la misma manera, fuera de la ciudad, o si intentaban entrar en ella teniendo en cuenta su condición de leprosos (2 Rey 7,3-ss). Ellos decidiron marchar hacia delante e ir al campamento enemigo, arriesgando sus vidas pero sabiendo que existía la posibilidad, aunque remota, de que les perdonaran la vida y les permitieran vivir. Cuando llegaron al campamento sirio se dieron cuenta de que no había nadie, ya que todos habían huido dejándolo todo; el motivo fue que el Señor había hecho que el ejército sirio escuchara ruido de carros de combate y de un gran ejército, haciéndoles creer que el rey de Israel y otros reyes se acercaban para atacarlos.

Cuando no tenemos nada que perder, cuando estamos "fuera de la ciudad" como los leprosos, nos convertimos en materia prima para que Dios haga un milagro con nosotros. A veces nos preguntamos: ¿podrá hacer Dios algo bueno con nosotros? No te imaginas lo que Él puede hacer con cuatro leprosos, con alguien que se entrega totalmente a Él sin condiciones. El Señor usa a las personas que están dispuestas a morir marchando hacia delante. Dios pudo haber utilizado como instrumentos al rey de Samaria o al ejército, pero se sirvió de cuatro leprosos para hacer su obra.

El Señor se va a poner en marcha después de que tú empieces a caminar. Este es un principio importante que olvidamos; sin embargo, lo vemos constantemente en la Sagrada Escritura. Muchas veces pensamos que no debemos hacer nada hasta que tengamos la seguridad de que es la voluntad de Dios; sin embargo, esto puede provocar a veces más mal que bien porque seguimos esperando a hacer algo sobre lo que el Señor, quizás, ya nos había mostrado que eso era lo que había que hacer. Y se queda sin hacer.

Podemos preguntar entonces: ¿y si me sale mal? Bueno, es parte del riesgo que hay que correr. Nadie pretende firmar un contrato con la seguridad absoluta de estar haciendo un buen negocio, porque en ese caso nunca se firmaría uno. Porque tenemos miedo, demasiadas veces no hacemos nada; pero debemos atrevernos a caminar sobre el agua. No hay garantía pero debemos bajar de la barca y caminar. No seamos cobardes, debemos pelear y correr el riesgo. Si nos quedamos fuera de la ciudad sin hacer nada por el resto de nuestra vida vamos a morir, y la vida se pasa más rápido de lo creemos o pensamos.

Aún cuando no tenemos la absoluta seguridad de que lo que hacemos es la voluntad de Dios, nuestra actitud de luchar contra la mediocridad y la cobardía consigue conmover el corazón de Dios. Debemos dejar nuestras propias seguridades y vivir en la inseguridad segura del amor del Señor y confiar siempre en Él. O confiamos en Dios o confiamos en nosotros mismos y en nuestras propias seguridades; es cuestión de prioridades. El Señor no tiene que abrir las puertas primero para que, después de verlo claro, ya podamos dar un paso al frente para ponernos en marcha. "Os voy a dar toda la tierra en la que pongáis la planta de vuestros pies" (Jos 1,3). Esto es lo que nos dice y en su promesa podemos confiar y esperar sin condiciones.

"Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres... lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar lo poderoso. Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta, para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor. A Él se debe que vosotros estéis en Cristo Jesús, el cual se ha hecho para nosotros sabiduría de parte de Dios, justicia, santificación y redención. Y así -como está escrito-: el que se gloríe, que se gloríe en el Señor" (1 Cor 1,25-31).