lunes, 29 de agosto de 2011

ABRID CAMINO AL SEÑOR

"Hermanos míos, hasta este momento, no hemos hecho nada: comencemos, pues, desde hoy." San Francisco se dirigía a sí mismo esta exhortación; humildemente, hagámosla nuestra. ¡Es verdad, no hemos hecho todavía nada o muy poca cosa! Se pasan los años sin que nos preguntemos qué es lo que hubiéramos podido hacer; ¿no hemos encontrado nada para modificar, para añadir o suprimir en nuestra conducta? Hemos vivido sin preocupaciones, como si no tuviera que llegar nunca el día en que el Juez eterno nos llame para presentarnos delante de él, y en el que debamos dar cuenta de nuestras acciones y de lo que hayamos hecho con nuestro tiempo.

No perdamos tiempo. No dejemos para mañana lo que podamos hacer hoy: los sepulcros están llenos de buenas intenciones; y, por otra parte, ¿quién puede asegurar que mañana viviremos? Escuchemos la voz de nuestra conciencia; es la voz del profeta: ¿Escucharéis hoy la voz del Señor? No cerréis vuestro corazón. No planteemos más que el instante presente: velemos, pues, y vivámoslo como un tesoro que se nos ha confiado. El tiempo no nos pertenece; no lo malgastemos (San Pío de Pietrelcina).

Los profetas de hoy, como Jeremías, se saben enamorados de Dios. Reconocen que Él los ha atraído hacia sí y que en Él están sus vidas. Pero el Dios que les ama les encarga un trabajo difícil. Sus profecías no agradan a sus contemporáneos, que los persiguen y desean darles muerte. Sin embargo, el profeta contrapone las circunstancias externas, que son hostiles, al fuego que arde en sus entrañas y que no puede contener. Esa palabra de Dios es más fuerte que el temor porque el profeta no vive de un sentimiento, sino de una certeza. Y por ella puede sobreponerse a las circunstancias.

Cuando un hombre empieza a seguir a Cristo, se niega a sí mismo y toma su cruz, encontrará a muchos que le contradirán, muchos que se le opondrán, y muchas cosas para desanimarlo. Y todo eso de parte de los que pretenden ser compañeros de Cristo. También caminaban con Cristo los que impedían a los ciegos que gritaran. Si quieres seguir a Cristo, todo se te convierte en cruz, sean amenazas, adulaciones o prohibiciones; tú, resiste, soporta, no te dejes abatir (San Agustín).

Hoy día, la falta de esperanza paraliza, mientras que la auténtica esperanza lleva a actuar, hace ponerse en camino y dinamiza todas las energías. No hay contradicción entre la acción de Dios y nuestra propia actividad; al contrario, Dios actúa en nosotros, moviéndonos a actuar (Mc 16,20; Flp 2,12-13). Pero su acción supera infinitamente todas nuestras capacidades y por eso es manifestación de la gloria de Dios. Eso se ve máximamente en la vida y en el testimonio de los santos.

Por otra parte, el abrir camino se realiza en el desierto; es decir, en medio de sequedades y dificultades; es en ese esfuerzo aparentemente baldío donde se manifiesta la gloria de Dios, de modo semejante a como a la siembra sigue la cosecha abundante y desproporcionada (Sal 126,5-6). La Nueva Evangelización hoy es abrir camino al Señor. Él viene a través de la palabra del que habla en su nombre. Cuando evangelizamos estamos permitiendo que el Señor continúe salvando y mostrando su gloria. Pues evangelizar es hacer presente al Señor y dejarle actuar.

Hoy más que nunca es urgente gritar con voz potente la Buena Noticia de la salvación. Si el profeta del Antiguo Testamento (Jeremías, Isaías) se sentía urgido, ¡cuánto más nosotros que hemos recibido la plenitud traida por Cristo! Y si el pueblo de Israel lo necesitaba, ¡cuánto más nuestros contemporáneos, que viven en un exilio espiritual mucho más duro e inhumano! La esperanza que se apoya en Dios es la que da vigor y entusiasmo a la persona, la que da energías para remontar continuamente el vuelo por encima de las dificultades, fracasos y decepciones. Y es esta esperanza la que infunde "juventud"; un joven sin esperanza es viejo: ya no espera nada; y al contrario, un anciano lleno de esperanza desborda vigor y vitalidad (Julio Alonso Ampuero).