miércoles, 11 de mayo de 2011

UN FUEGO EXTRAÑO

Una predicación que escuchaba ayer en internet me inspiró para escribir este artículo de hoy.

"Nadab y Abihú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario, les pusieron brasas, les echaron incienso y ofrecieron ante el Señor un fuego extraño que Él no les había mandado. Entonces salió de la presencia del Señor un fuego que los devoró. Murieron delante del Señor. 
Moisés dijo entonces a Aarón: Esto es lo que el Señor había declarado cuando dijo: En los que se me acercan mostraré mi santidad, y ante la faz de todo el pueblo manifestaré mi gloria. Aarón guardó silencio" (Lev 10,1-3).

Creo que este texto bíblico nos cuestiona y nos interroga a los que deseamos servir al Señor y a los que tienen responsabilidad como pastores del Pueblo de Dios. Vemos que estos dos hijos mayores de Aarón mueren al instante después de ofrecer "un fuego extraño" que no agradó a Dios y que Él no había ordenado. Notemos que el Señor no tuvo en cuenta las buenas intenciones o el hecho de que formaban parte del Pueblo elegido y que además estaban haciendo algo por Dios. Simplemente se trataba de un fuego extraño para Dios porque no era genuino, auténtico, según su voluntad.

Claro que hoy no muere nadie al instante por acercarse a la Eucaristía de forma incorrecta, por presentar una alabanza de cualquier manera o por equivocarse al predicar. Lo que nos encontramos en el Antiguo Testamento son como principios, la sombra de lo que hoy podemos entender a la luz de la plena Revelación de Dios manifestada en Jesucristo, como la nueva y definitiva Alianza.

En el capítulo 16 del mismo libro del Levítico, versículo 12, se indica cómo debía ser aquella ofrenda según lo que el Señor deseaba: "Tomará después un incensario lleno de brasas tomadas del altar que está ante el Señor, y dos puñados de incienso aromático en polvo para introducirlo detrás del velo." El Señor dijo expresamente que tenía que ser un fuego tomado de su altar, no importan las intenciones; tiene que ser un fuego genuino.

Como cristianos, ¿hacemos las cosas por hacerlas con miedo a tomar conciencia de los verdaderos problemas que nos atañen y preferimos mirar para otra parte pensando que las cosas van bien, o en verdad queremos en nuestra Iglesia que haya un fuego genuino? Como apóstoles de Jesucristo, ¿nos conformamos con una pastoral de mantenimiento pensando que seguimos viviendo en un régimen de cristiandad y ofreciendo un fuego extraño, o en verdad deseamos un modelo de Iglesia más misionera que apueste por una nueva evangelización como el fuego único y genuino que solo genera el Espíritu Santo?

La soberanía y el poder de Dios es lo que envuelve su Iglesia y eso está por encima de nuestras intenciones, de nuestros planes e incluso de nuestra fe. No es lo que nosotros sintamos o creamos, sino que se trata de lo que el Espíritu Santo hace en nosotros y por medio de nosotros. Sin embargo, para que esto sea posible necesitamos vivir en comunión con Él cada día, cada instante y cada circunstancia de nuestra vida. Si no es así, es muy probable que al acudir el Domingo a la Eucaristía estemos presentando un fuego extraño porque Dios no reconoce nuestra voz que ha sido dirigida a Él tan solo un día en toda la semana.

Las indicaciones para presentar la ofrenda eran muy claras y explícitas: "dos puñados de incienso aromático". Cuántas veces queremos hacer las cosas a nuestra manera y nos instalamos en nuestras propias seguridades, clasificando y encorsetando a Dios según nuestros propios esquemas y planes. No utilicemos a Dios para hacer las cosas a nuestra imagen y semejanza: "Con Dios no se juega: lo que uno siembre, eso cosechará. El que siembra para la carne, de ella cosechará corrupción; el que siembra para el espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna" (Gal 6,7-8).

¿Cómo es el Dios de amor que los cristianos predicamos? El error es creer que el Dios del Antiguo Testamento es un Dios malhumorado que ahora se endulzó; el error es creer que Dios se afeminó en el Nuevo Testamento porque malinterpretamos eso de que antes era el Dios de los ejércitos y ahora Aquel que dice: "al que te pegue en una mejilla ofrécele también la otra". Pero Dios no ha cambiado los principios; Él ama al pecador, ama a los gentiles, pero quiere que tomemos con celo santo sus cosas. Que adoremos con manos limpias y no sea un fuego extraño.

¿Quieres ver a Jesús hecho un huracán? ¿Quieres ver a un Jesús lleno de ira santa que ya no habla, no explica a los que están ofreciendo un fuego extraño y solo actúa? Lo encontrarás en el templo echando a todos los que lo habían convertido en un mercado. ¿Queremos provocar el juicio de Dios? No hay más que interponerse en el que camino de los que quieren llegar a Él de verdad y desean hacer las cosas a su manera, según su voluntad. Si con manos sucias estás impidiendo que la gente venga a Él, te quitará de en medio; a su forma, permitiendo lo que sea necesario. Dios nos libre de hacer un negocio, Dios nos libre de crear un imperio con la fe, porque el Señor lo dice y derriba el imperio. Dios lo derriba si su gloria no es lo principal.

Apareció el Dios de los ejércitos; el mismo Dios que fulminó a Nadab y Abihú es el Dios del Nuevo Testamento personificado en Jesucristo. El que lloró por Jerusalén que no le recibió al oponerse al modo en que Dios había querido salvar a la humanidad, fue el autor de aquellas palabras con semejante tono profético y gran dureza que debieron hacer reflexionar a más de uno: "Os aseguro que aquí no va a quedar piedra sobre piedra. ¡Todo será destruído!" (Mt 24,2). Él no cambia; es el mismo ayer, hoy y siempre. Es el mismo que desea santidad en aquellos que le sirven. Tengamos hambre de esta santidad. Ezequías dijo: santificad la casa del Señor y sacad del santuario la inmundicia. Seamos honestos y expongamos lo que le molesta al Señor; saquemos la basura al patio para que se sepa que nos hemos tomado en serio nuestra fe y nuestra misión. No podemos ser medio genuinos o un poco genuinos, somos genuinos o somos fuego extraño. Ofrezcamos un fuego genuino a Dios, auténtico y como Él lo desea; nunca más un fuego extraño.