jueves, 5 de mayo de 2011

BENDITA ENTRE TODAS LAS MUJERES

"Desde ahora me felicitarán todas las generaciones" (Lc 1,48).

Tras 2000 años, la profecía de María no ha dejado de realizarse en todas las generaciones. Sin embargo, con Orlando Gibbons, a mediados del siglo XVIII nos sumergimos en el corazón de los vivos debates de la Iglesia anglicana a propósito del culto dado a la Virgen María. ¿Se debe conservar la rica tradición católica o adoptar el minimalismo protestante? ¿Puede una criatura ser beneficiaria del honor de los altares sin perjuicio para la gloria del Creador? ¿Se otorga a la Madre de Dios un honor debido solo a Dios?

Escuchemos la respuesta de Isabel a estas preguntas. Ella no dice: "¿De dónde me viene esta felicidad de que mi Señor viene hasta mí?" sino "¿cómo es que viene a mí la Madre de mi Señor?" (Lc 1,43). Si Isabel considera que la aportación de María a la acción de la gracia merece ser honrada y que honrarla es honrar a la gracia que por ella se nos da, ¿quiénes somos nosotros para discutir esta prerrogativa? Y además ¿se imagina uno a María profetizando que todas las generaciones le rendirán homenaje si con este homenaje se corriera el riesgo, en alguna manera, de que Cristo fuera arrinconado? La devoción a María, en tanto que nos conduce a su hijo, es correcta. Sin embargo, el Magníficat no es un cántico a la gloria de María; es el cántico de acción de gracias de los salvados, con María a la cabeza, en homenaje a su Salvador.

Si conviene que todas las generaciones digan que María es bienaventurada, no es sólo porque ella es la madre biológica del Señor. Isabel exclama: "Bienaventurada la que ha creído que se cumpliría lo que se le ha dicho de parte del Señor" (Lc 1,45). Lo que hace a María bienaventurada es, ante todo, su fe. Y Jesús, cuando una admiradora le grita: "Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron", responde: "Dichosos, más bien, los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica" (Lc 11,27-28).

El Señor lanza sobre María una mirada de elección debido a su humilde fidelidad a la palabra de Dios. Ahí está toda la enseñanza evangélica que san Pablo resumirá en una frase: para ser bienaventurados nos basta que "la fe actúe por la caridad". Evidentemente, María es para siempre esa "bendita entre todas las mujeres" (Lc 1,42) porque es, por así decirlo, la única cristiana de nacimiento. Pero todos los hombres y todas las mujeres que creen en Jesucristo y que aman a los demás como Él nos ha amado, también ellos, por siempre, serán llamados dichosos.

Oremos para que la multitud sea llamada bienaventurada, como María y con María. Así triunfará el designio benévolo para cuya realización María de Nazaret ha sido "bendita entre todas las mujeres".

Fuente: Magníficat (mayo 2011)