jueves, 25 de noviembre de 2010

LEVANTATE Y ANDA

Cuántas veces nos encontramos como el paralítico del Evangelio (Jn 5,1-18) que no consigue salir de su situación por sus propios medios y que, al mismo tiempo, a su alrededor no hay más que enfermos, ciegos, cojos y tullidos. Sin embargo, cuando llega Jesús y le permite acercarse a él las cosas empiezan a cambiar. El Señor nos está ofreciendo andar, pero somos nosotros quienes debemos levantarnos. Su Palabra nos está confrontando a cada uno de nosotros: levantarnos por fe y salir de esta situación o quedarnos como estamos compadeciéndonos de nosotros mismos.

Nos cuesta tanto creer que en medio de nuestro abatimiento, debilidad y pecado es Dios quien nos sigue amando y llamando para levantarnos, sanarnos y perdonarnos. Necesitamos la fe de un niño para aceptar este amor y decirle: "¡Por tu Palabra, me levantaré y caminaré contigo, Señor!

La Iglesia de Jesucristo necesita regresar al Cenáculo en oración, con María, para poder levantarse en el poder del Espíritu Santo y salir al mundo a testificar que Cristo vive. En medio de la persecución debe promover la vida en el Espíritu para que nada ni nadie logren apagar el fuego que la mantiene encendida como luz del mundo (Mt 5,14). Es necesario reavivar la zarza ardiente del Espíritu Santo que dio a luz a la Iglesia el día de Pentecostés. Un Pentecostés no solo de un momento, de un día, sino un Pentecostés permanente, según la intuición de la beata Elena Guerra quien, al final del siglo XIX, urgió al Papa León XIII a conducir a la Iglesia de vuelta al Cenáculo.

El viento del Espíritu está soplando con fuerza, ¿no escuchas su voz? El fuego del Espíritu quiere purificar, quemar y encender nuestros corazones, ¿no experimentas su poder? Pueblo de Dios, ¡levántate y anda! "¡Pues éste es el tiempo favorable; éste es el día de la salvación!" (2 Cor 6,2).

miércoles, 17 de noviembre de 2010

PALABRA DE DIOS Y FE


« Cuando Dios revela, el hombre tiene que “someterse con la fe” (cf. Rm 16,26; Rm 1,5; 2 Co 10,5-6), por la que el hombre se entrega entera y libremente a Dios, le ofrece “el homenaje total de su entendimiento y voluntad”, asintiendo libremente a lo que Él ha revelado ».Con estas palabras, la Constitución dogmática Dei Verbum expresa con precisión la actitud del hombre en relación con Dios.  

La respuesta propia del hombre al Dios que habla es la fe. En esto se pone de manifiesto que « para acoger la Revelación, el hombre debe abrir la mente y el corazón a la acción del Espíritu Santo que le hace comprender la Palabra de Dios, presente en las sagradas Escrituras ». En efecto, la fe, con la que abrazamos de corazón la verdad que se nos ha revelado y nos entregamos totalmente a Cristo, surge precisamente por la predicación de la Palabra divina: « la fe nace del mensaje, y el mensaje consiste en hablar de Cristo » (Rm 10,17). 

La historia de la salvación en su totalidad nos muestra de modo progresivo este vínculo íntimo entre la Palabra de Dios y la fe, que se cumple en el encuentro con Cristo. Con él, efectivamente, la fe adquiere la forma del encuentro con una Persona a la que se confía la propia vida. Cristo Jesús está presente ahora en la historia, en su cuerpo que es la Iglesia; por eso, nuestro acto de fe es al mismo tiempo un acto personal y eclesial.

El pecado como falta de escucha a la Palabra de Dios

La Palabra de Dios revela también inevitablemente la posibilidad dramática por parte de la libertad del hombre de sustraerse a este diálogo de alianza con Dios, para el que hemos sido creados. La Palabra divina, en efecto, desvela también el pecado que habita en el corazón del hombre. Con mucha frecuencia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, encontramos la descripción del pecado como un no prestar oído a la Palabra, como ruptura de la Alianza y, por tanto, como la cerrazón frente a Dios que llama a la comunión con él.  

En efecto, la Sagrada Escritura nos muestra que el pecado del hombre es esencialmente desobediencia y « no escuchar ». Precisamente la obediencia radical de Jesús hasta la muerte de cruz (cf. Flp 2,8) desenmascara totalmente este pecado. Con su obediencia, se realiza la Nueva Alianza entre Dios y el hombre, y se nos da la posibilidad de la reconciliación. Jesús, efectivamente, fue enviado por el Padre como víctima de expiación por nuestros pecados y por los de todo el mundo (cf. 1 Jn 2,2; 4,10; Hb 7,27). Así, se nos ofrece la posibilidad misericordiosa de la redención y el comienzo de una vida nueva en Cristo. Por eso, es importante educar a los fieles para que reconozcan la raíz del pecado en la negativa a escuchar la Palabra del Señor, y a que acojan en Jesús, Verbo de Dios, el perdón que nos abre a la salvación.

Fuente: Verbum Domini (S.S. Benedicto XVI)

jueves, 11 de noviembre de 2010

CREER PARA VER

Cuando Jesús se encuentra en Betania con motivo de la muerte de Lázaro, le dice a Marta: "¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?" (Jn 11,40).

Primero es creer y luego es ver. Cuando creemos de verdad, vemos la gloria de Dios en nuestra vida. Muchas veces parece que necesitamos ver para poder creer; sin embargo, el Señor nos muestra que las cosas de Dios no funcionan así. Nos está llamando a creer, a confiar, a abandonarnos en su misericordia infinita para que podamos ver la gloria de Dios.

Tenemos que dar un paso al frente y decidir creer, debemos tomar la firme decisión de confiar en su Amor y en su Providencia. Cuando no decidimos, ya estamos tomando una decisión; la indecisión es decidir algo, es decidir no creer. ¿No te ha dicho el Señor que si crees, verás la gloria de Dios?

Si no creemos, no tenemos fe, y si no tenemos fe, no podemos agradar a Dios (Heb 10,38). "Tener fe es tener la plena seguridad de recibir aquello que se espera; es estar convencidos de la realidad de cosas que no vemos" (Heb 11,1). Abraham creyó y vió la gloria de Dios en su vida cuando el Señor le llamó a salir de su tierra sin saber a dónde iba (Heb 11,8-12). Moisés creyó y vió la gloria de Dios en su vida cuando el Señor le llamó a liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto (Ex 13,17-22;14,1-30). Josué creyó y vió la gloria de Dios en su vida cuando el Señor le llamó a tomar la ciudad de Jericó (Jos 6,12-21). La Virgen María creyó y vió la gloria de Dios en su vida cuando el Señor le anunció la Encarnación del Hijo de Dios (Lc 1,26-38).

El Señor nos está invitando hoy a creer en Él y en su Palabra con todas nuestras fuerzas, de manera que podamos ver la gloria de Dios en nuestra vida y a través de nuestra vida, para el bien de los demás. Que todo sirva para mayor gloria de Dios, especialmente cuando creemos sin miedo y sin dudas.

viernes, 5 de noviembre de 2010

EL HOMBRE SOBRENATURAL

A menudo no sabemos qué hacer, nos sentimos como ante puertas cerradas con siete candados. ¿Qué decisión tomar? Pretendemos saber siempre cómo se desarrollará todo en el futuro. Nadie puede saber lo que vendrá, por eso se es cauteloso, por eso hay también una conducción tan poco clara y segura. El hombre sobrenatural es audaz en sus decisiones.

Desde el punto de vista paulino, el hombre sobrenatural procede ciñiéndose siempre a la ley de la puerta abierta. Tiene una gran meta que no pierde de vista. Siempre detecta cada una de las etapas, auscultando la situación del tiempo. Así percibe enseguida cuál es el designio de Dios para el momento presente. Y mañana se enterará de lo que tenga que ver con el mañana.

El hombre moderno es, por naturaleza, colectivista, orientado hacia la masa. De ahí que le resulte extraordinariamente difícil tomar la responsabilidad en sus propias manos; de ahí la necesidad de dejarse guiar. Pero hemos de tener la valentía de decidirnos. Pretender disponer de un panorama certero de todas las cosas, pretender abordar la obra con absoluta seguridad personal significaría esperar quizás décadas. En cambio, el hombre sobrenatural marcha con valentía, asumiendo el riesgo de equivocarse y fracasar en su empresa. Pero esa equivocación y fracaso eventuales se convertirán entonces en un medio externo para crecer aún más profundamente en el mundo sobrenatural.

El hombre sobrenatural se encuentra en el mundo del más allá y maneja y configura el mundo del más acá. Es decir, está con ambos pies en el más allá y con ambos pies en el mundo del más acá. La gracia perfecciona la naturaleza, no la destruye sino que la eleva. Para nosotros rige una ley: los hombres más sobrenaturales deben ser los más naturales.

El hombre sobrenatural tiene una visión clara, amplia y profunda; ya no ve las cosas solo con ojos naturales, tiene un nuevo órgano visual: los ojos de Dios. Así ve todas las cosas de la vida diaria y aprende a manejar su vida a la luz de la fe. Es audaz porque tiene el valor de arriesgar algo, de decidirse y de llevar a cabo lo decidido a pesar de todas las dificultades. El hombre se distingue de los animales por su libertad; la libertad tiene dos dimensiones: la capacidad de decisión y la capacidad de llevar a cabo lo decidido. Sin la libertad interior no seremos personalidades fuertes que Dios pueda usar como instrumentos. El hombre sobrenatural camina por la vida sin mayor miedo, utiliza todas las inseguridades para encontrar seguridad en Dios, entregándose al Padre sin condiciones, sencillamente y como un niño.

El hombre sobrenatural es alegre porque está seguro de la victoria. Es obvio decir que, en último término, Dios tiene que triunfar contra el demonio a pesar de todas las situaciones externas adversas. Por eso también resulta evidente para el hombre sobrenatural que, en último término, la victoria debe corresponder a su bandera, a la bandera de Cristo. ¡Solamente tiene que mantener viva la conciencia de ser instrumento!

Fuente: P. Kentenich