lunes, 29 de marzo de 2010

CONVERSION

Un verbo hebreo que aparece más de un millar de veces en el Antiguo Testamento nos habla de conversión. Debe hacernos reflexionar, porque existe un problema: hay conversiones al derecho y conversiones al revés. ¡Depende de nosotros!

Shûb (pronúnciese xúb)

Significa dar(se) la vuelta, volver(se) físicamente, como en latín convértere. Como en la frase de Judá a su padre: "Si no nos hubiéramos entretenido, ya estaríamos de vuelta" (Gen 43,10); las palabras de Elías a Eliseo: "Vete, y luego vuelve" (1 Re 19,21), o las idas y venidas de la paloma del arca: "No hallando donde posarse, volvió al arca", pero siete días después Noé la soltó de nuevo "y ya no volvió" (Gen 8,9.12).

De ahí, con buena lógica, pasó a tener diversos significados: desistir, responder, restaurar, etc. Pero lo que nos interesa es que este verbo hebreo pasó a ser el verbo clásico de la conversión.

"Convertirse" es dar la espalda a los ídolos y "volverse" a Dios cara a cara: mirarlo, y dejarnos mirar por Él. ¡Dos posturas antagónicas! ¿Hacia dónde miramos? Porque mi libertad tiene el poder de hacer lo contrario de lo mejor: puedo dar la espalda a Dios para volverme a los ídolos, sean los que sean o quienes sean, como Jeroboán, que "no se convirtió de su mala conducta" (1 Re 13,33). Dios se queja: "Una y otra vez os envié a mis siervos los profetas, para deciros: Que se convierta cada cual de su mal camino; no sigáis a dioses extraños... ¡pero no me hicisteis caso!" (Jer 35,15). Eso, tan frecuente como triste en nuestra mediocre vida, se denomina en la Biblia con una palabra de la misma raíz de este verbo: meshubáh. Significa nada menos que apostasía.

"Si os volvéis al Señor de todo corazón, quitad de en medio de vosotros los dioses extranjeros", dijo Samuel al pueblo urgiéndole a convertirse al Dios verdadero (1 Sam 7,3). Es predicación típica de los profetas, que nos hablan en las lecturas litúrgicas de la Cuaresma: "¿Acaso quiero yo la muerte del malvado -oráculo del Señor-, y no más bien que se convierta y viva?" (Ez 18,23). Tan de la esencia del profeta es esto, que si no predica la conversión es profeta falso: Dice Dios: "Yo no envié a esos profetas pero ellos corrían; no les hablé, pero ellos profetizaban. Si hubieran asistido a mi consejo, anunciarían mi palabra a mi pueblo, y lo harían volver del mal camino de sus malas acciones" (Jer 23,22).

Convertirnos es a la vez don de Dios y "obra" nuestra. Jeremías lo sabía bien: "Me dijo el Señor: Si vuelves (= si te conviertes) te haré volver (= yo te convertiré) y estarás en mi presencia" (15,19). Y en Zacarías (1,3) leemos: "Volved a mí -oráculo del Señor de los Ejércitos- y yo me volveré a vosotros".

Para rezar: Tomar en serio mi libertad: puedo ser apóstata, y el corazón de Dios seguirá quejándose: "¡Si volvieras, Israel -oráculo del Señor-, si volvieras a mí!, ¡si quitaras tus ídolos abominables y no escaparas de mí!" (Jer 4,1). Usar textos de la liturgia como jaculatorias: "Conviértenos a ti, Señor, y nos convertiremos" (Lam 5,21), esto es: y volveremos a casa, como el pródigo de la parábola de Jesús. "Hazme volver, y volveré, porque tú, Señor, eres mi Dios" (Jer 31,18).

Jesucristo es nuestro modelo; con Él tenemos que confrontarnos; sus virtudes son un incentivo para nuestra conversión. Hagamos nuestras las mismas palabras que usaba San Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars:

Te amo, mi Dios, y mi solo deseo
es amarte hasta el último respiro de mi vida.
Te amo, oh Dios infinitamente amable,
y prefiero morir amándote
antes que vivir un solo instante sin amarte.
Te amo, Señor, y la única gracia que te pido
es aquella de amarte eternamente.
Dios mío, si mi lengua
no pudiera decir que te amo en cada instante,
quiero que mi corazón te lo repita
tantas veces como respiro.
Te amo, oh mi Dios Salvador,
porque has sido crucificado por mí,
y me tienes aquí crucificado por ti.
Dios mío, dame la gracia de morir amándote
y sabiendo que te amo. Amén.

Fuente: Magnificat

jueves, 25 de marzo de 2010

CUARTO SIGNO: LA PERSECUCION

Permanezcamos todos en el refugio del Corazón Inmaculado de María y encontraremos nuestra paz y la serenidad interior. Se ha desencadenado ya la tempestad anunciada por María en Fátima para la purificación de la Iglesia y de todo el mundo. Ésta es la hora de la misericordia del Padre, que a través del amor del Corazón divino del Hijo, se manifiesta en el momento en que el sufrimiento se hace más intenso para todos.

La cuarta señal que nos indica que ha llegado para la Iglesia el período culminante de su dolorosa purificación, es la persecución. La Iglesia, en efecto, es perseguida de varias maneras.

Es perseguida por el mundo en el cual vive y camina indicando a todos la senda de la salvación. Son los verdaderos enemigos de Dios, son aquellos que conscientemente se han levantado contra Dios para llevar a toda la humanidad a vivir sin Él, los que sin descanso persiguen a la Iglesia. A veces se la persigue de manera abierta y violenta, se le despoja de todo y se le impide anunciar el Evangelio de Jesús.

Pero en estos tiempos se somete con frecuencia a la Iglesia a una prueba mayor: se la persigue de manera solapada e indolora, sustrayéndole poco a poco el oxígeno que necesita para vivir. Se trata de llevarla al compromiso con el espíritu del mundo, que de este modo penetra en su interior y condiciona y paraliza su vitalidad. La colaboración se ha convertido a menudo en la forma más engañosa de la persecución: la ostentosa manifestación de respeto hacia Ella ha llegado a ser la manera más segura de herirla. Se ha logrado descubrir la nueva técnica de hacerla morir sin clamor y sin derramamiento de sangre.

La Iglesia es perseguida también en su interior, sobre todo por aquellos hijos suyos que han llegado a un compromiso con su Adversario. Éste ha logrado seducir a algunos de sus mismos Pastores. También entre ellos existen los que colaboran a sabiendas en este designio de interior y escondida persecución de la Iglesia.

Los Sacerdotes, hijos predilectos de María, están llamados a la prueba de sentirse a veces obstaculizados, marginados y perseguidos por algunos de sus mismos compañeros, mientras los que son infieles gozan de ancho y fácil espacio para su acción. Se preparan también para ellos las mismas horas de sufrimiento que ha vivido Jesús: las horas de Getsemaní, en que sentía la interior agonía de verse abandonado, traicionado y renegado por los suyos... Si éste es el camino recorrido por el Maestro, es también el camino que ahora deben recorrer sus fieles discípulos, mientras se hará más dolorosa la purificación para toda la Iglesia.

Tened confianza, hijos predilectos, apóstoles del Corazón Inmaculado de María. Ninguna prueba contribuirá tanto a la completa renovación de la Iglesia como ésta de su persecución interior. De hecho, de este sufrimiento saldrá más pura, más humilde, más iluminada, más fuerte. Vosotros debéis disponeros a sufrir tanto más cuanto más se acerque el momento conclusivo de la purificación. Por esto María ha querido prepararos un refugio seguro.

En su Corazón Inmaculado seremos consolados y formados en la virtud de la fortaleza, mientras vayamos sintiendo cada vez más cerca de nosotros la presencia de nuestra Madre Celestial. Ella acogerá cada uno de nuestros dolores, como bajo la Cruz acogió los de Jesús, porque también ahora debe cumplir para la Iglesia su maternal función de corredentora y reconducir al Padre a todos los hijos que se han descarriado.

Fuente: A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Santísima Virgen

lunes, 22 de marzo de 2010

TERCER SIGNO: LA DIVISION

Nuestra Madre Inmaculada se apareció en la tierra, en la pobre gruta de Massabielle, para indicarnos la senda por la que debemos caminar en estos momentos difíciles. Es su mismo camino: el de la pureza, el de la gracia, el de la oración y el de la penitencia. Es el camino que ya nos ha indicado su Hijo Jesús para conducirnos a todos al Padre en su Espíritu de Amor. Tenemos en nosotros su mismo Espíritu que nos hace llamar a Dios: Padre, porque nos ha hecho partícipes de su naturaleza divina.

Caminemos por la senda del Amor. Demos cabida en nosotros al Espíritu de Amor que nos lleva en la vida a estar siempre más unidos. Amémonos los unos a los otros como Jesús nos ha amado y llegaremos a ser verdaderamente una sola cosa. La unidad es la perfección del amor. Por esto Jesús ha querido que su Iglesia fuese una, para hacer de ella el sacramento del Amor de Dios a los hombres.

Hoy el Corazón Inmaculado de María tiembla, está angustiado al ver a la Iglesia interiormente dividida. Esta división, que ha penetrado en el interior de la Iglesia, es el tercer signo que nos indica con seguridad que para ella ha llegado el momento conclusivo de la dolorosa purificación. Si en el curso de los siglos, la Iglesia ha sido lacerada muchas veces por divisiones que han llevado a muchos hijos suyos a separarse de ella, María, sin embargo, le ha obtenido de Jesús el singular privilegio de su unidad interior.

Pero en estos tiempos, su Adversario con su humo ha logrado incluso oscurecer la luz de esta divina prerrogativa suya. La división interior se manifiesta entre los mismos fieles que se enzarzan con frecuencia los unos contra los otros con la intención de defender y de anunciar mejor la verdad. Así la verdad es traicionada por ellos mismos, porque el Evangelio de Cristo no puede estar dividido.

Esta división interior lleva, a veces, a enfrentarse a Sacerdotes contra Sacerdotes, Obispos contra Obispos, Cardenales contra Cardenales, porque nunca como en los tiempos actuales, Satanás ha logrado introducirse en medio de ellos, lacerando el sagrado vínculo del mutuo y recíproco amor.

La división interior se manifiesta también en el modo con que se tiende a dejar solo, casi en el abandono, al mismo Vicario de Jesús, al Papa, que es el hijo particularmente amado e iluminado por María. Su Corazón de Madre es herido cuando ve cómo frecuentemente el silencio y el vacío de sus hijos rodean la palabra y la acción del Santo Padre, mientras es atacado y obstaculizado cada vez más por sus adversarios. A causa de esta división interior su mismo ministerio no está lo suficientemente sostenido y propagado por toda la Iglesia, que Jesús ha querido unida en torno al Sucesor de Pedro.

El Corazón Inmaculado de María sufre cuando ve que incluso algunos Pastores rehúsan dejarse guiar por su palabra luminosa y segura. El primer modo de separarse del Papa es el de la rebelión abierta. Pero hay también otro modo más encubierto y más peligroso. Es proclamarse exteriormente unidos a él, pero disintiendo interiormente de él, dejando caer en el vacío su magisterio y haciendo, en la práctica, lo contrario de cuanto él indica.

¡Oh Iglesia, místico Cuerpo de Jesús, en tu doloroso camino hacia el Calvario has llegado a la undécima estación y te ves desgarrada y lacerada en tus miembros crucificados! ¿Qué debemos hacer los apóstoles del Corazón Inmaculado y Dolorido de María? Debemos ser simiente escondida, prontos a morir también por la unidad interior de la Iglesia. Por esto, día a día, nos conduce al mayor amor y fidelidad al Papa y a la Iglesia a él unida.

Por esto hoy nos hace partícipes de las ansias de su Corazón materno: por esto nos forma en el heroísmo de la santidad y nos lleva Consigo al Calvario. También por medio de nosotros podrá hacer salir a la Iglesia de su dolorosa purificación, a fin de que en Ella pueda manifestarse al mundo todo el esplendor de su renovada unidad.

Fuente: A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Santísima Virgen

miércoles, 17 de marzo de 2010

SEGUNDO SIGNO: LA INDISCIPLINA

Contemplemos a nuestra Madre del Cielo mientras se presenta en el Templo para ofrecer a su pequeño Niño. Es el Verbo del Padre hecho hombre; es el Hijo de Dios por el cual ha sido creado el Universo; es el Mesías esperado al que se ordenan Profecía y Ley.

Y, sin embargo, Él, desde el momento de su humana concepción se hace en todo obediente a la Voluntad del Padre: "Heme aquí, que vengo, oh Dios, a cumplir tu voluntad". Y ya desde su nacimiento se somete a todas las prescripciones de la Ley: a los ocho días la circuncisión y después de los cuarenta días, su presentación en el Templo. Como cualquier otro primogénito, también el de María pertenece a Dios y es rescatado con el sacrificio prescrito. Del Sacerdote retorna a los brazos de la Madre para que pueda ofrecerlo nuevamente a través de la herida de su Corazón Inmaculado, ya traspasado por la espada; y así juntos dicen sí a la Voluntad del Padre.

Cuando María nos llama a hacernos los más pequeños, entre sus brazos, es para volvernos semejantes a su Niño Jesús en la dócil y perfecta obediencia a la Voluntad divina. Hoy su Corazón está nuevamente herido al ver cuántos son los que, entre sus hijos predilectos, viven sin docilidad a la Voluntad de Dios, porque no observan y a veces desprecian abiertamente las leyes propias del estado sacerdotal. De este modo, la indisciplina se difunde en la Iglesia y cosecha víctimas incluso entre sus mismos Pastores.

Éste es el segundo signo que nos indica cómo ha llegado, para la Iglesia, el tiempo conclusivo de su purificación: la indisciplina difundida a todos los niveles, especialmente entre el clero.

Es indisciplina la falta de docilidad interior a la Voluntad de Dios, que se manifiesta en la transgresión de las obligaciones propias de su estado: la obligación de la oración, del buen ejemplo, de una vida santa y apostólica. ¡Cuántos Sacerdotes hay que se dejan absorber por una actividad desordenada y ya no oran! Descuidan habitualmente la Liturgia de las Horas, la meditación, el rezo del Santo Rosario. Limitan su oración a una apresurada celebración de la Santa Misa.

Así, estos pobres hijos de María acaban por vaciarse interiormente y no tienen ya luz y fuerza para resistir a las muchas insidias en medio de las cuales viven. Acaban, por esto, contaminados por el espíritu del mundo y aceptan su modo de vivir, comparten sus valores, participan en sus manifestaciones profanas, se dejan condicionar por sus medios de propaganda y a la postre se revisten de su misma mentalidad. Terminan después viviendo como ministros del mundo, según su espíritu, que justifican y difunden, provocando escándalo en medio de numerosos fieles.

De aquí nace la creciente rebelión a las normas canónicas, que regulan la vida de los Sacerdotes y la reiterada contestación a la obligación del sagrado celibato, querido por Jesús por medio de su Iglesia, y que los Papas han reafirmado nuevamente con firmeza.

Es indisciplina la facilidad con que se pasan por alto las normas establecidas por la Iglesia para regular la vida litúrgica y eclesiástica. Hoy, cada uno tiende a regularse según el propio gusto y arbitrio y con qué escandalosa facilidad se violan las normas de la Iglesia, una y otra vez reafirmadas por el Santo Padre, como la obligación que tienen los Sacerdotes de llevar el hábito eclesiástico.

Desdichadamente, a veces, los primeros que siguen desobedeciendo esta prescripción son los mismos Pastores, y es debido a su mal ejemplo por lo que la indisciplina se propaga luego en todos los sectores de la Iglesia. Este desorden, que se difunde en la Iglesia, nos indica con claridad que ha llegado para Ella el momento conclusivo de su purificación.

¿Qué deben hacer los Sacerdotes, hijos predilectos de la Madre Celeste, apóstoles de luz de su Corazón Inmaculado? Dejaos llevar en sus brazos como sus niños más pequeños y Ella os hará perfectamente dóciles a la Voluntad del Padre. Daréis así a todos el buen ejemplo de una perfecta obediencia a las leyes de la Iglesia y la Madre Celeste podrá servirse de vosotros para restablecer el orden en su Casa para que, después de la tribulación, resplandezca en la Iglesia el triunfo de su Corazón Inmaculado.

Fuente: A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Santísima Virgen

viernes, 12 de marzo de 2010

PRIMER SIGNO: LA CONFUSION

El Reino glorioso de Cristo será precedido por una gran tribulación, que servirá para purificar a la Iglesia y al mundo, y para conducirlos a su completa renovación. Jesús ha iniciado ya su misericordiosa obra de renovación con la Iglesia, su Esposa.

Varios signos nos indican que ha llegado para la Iglesia el tiempo de la purificación: el primero de ellos es la confusión que reina en Ella. Éste es, en verdad, el tiempo de la mayor confusión. La confusión se ha difundido en el interior de la Iglesia, donde se ha subvertido todo en el campo dogmático, en el litúrgico y en el disciplinar.

Hay verdades reveladas por el Hijo, que la Iglesia ha definido para siempre con su divina e infalible autoridad. Estas verdades son inmutables, como inmutable es la Verdad misma de Dios. Muchas de ellas forman parte de verdaderos y propios misterios, porque no son, ni podrán ser jamás comprendidos por la inteligencia humana. El hombre las debe acoger con humildad, a través de un acto de fe pura y de firme confianza en Dios, que las ha revelado y las propone a los hombres de todos los tiempos, a través del Magisterio de la Iglesia.

Pero ahora se ha difundido la tendencia tan peligrosa de querer penetrarlo y comprenderlo todo, incluso el misterio, llegándose así a aceptar de la Verdad tan solo aquella parte que es comprendida por la inteligencia humana. Se quiere desvelar el misterio mismo de Dios. Se rechaza aquella verdad que no se comprende racionalmente. Se tiende a replantear, en forma racionalista, toda la Verdad revelada con la ilusión de hacerla aceptable a todos.

De este modo se corrompe la Verdad con el error. El error se difunde de la manera más peligrosa; es decir, como un modo nuevo y "actualizado" de comprender la Verdad, y se acaban subvirtiendo las mismas verdades que son el fundamento de la fe católica. No se niegan abiertamente, pero se acepta de una manera equívoca, llegándose en la doctrina al más grave compromiso con el error que jamás se haya logrado. Al fin, se sigue hablando y discutiendo, pero ya no se cree y las tinieblas del error se difunden.

La confusión, que tiende a reinar en el interior de la Iglesia y a subvertir sus verdades, es el primer signo que nos indica con certeza que ha llegado para Ella el tiempo de su purificación. La Iglesia, de hecho, es Cristo que místicamente vive entre nosotros. Cristo es la Verdad. La Iglesia debe por esto resplandecer siempre con la Luz de Cristo que es la Verdad.

Pero ahora su Adversario ha logrado hacer que penetre en su interior mucha oscuridad con su obra engañosa. Y hoy la Iglesia está oscurecida por el humo de Satanás. Satanás, ante todo, ha oscurecido la inteligencia y el pensamiento de muchos hijos, seduciéndolos con el orgullo y la soberbia, y por su medio ha oscurecido a la Iglesia.

A nosotros, hijos predilectos de la Madre Celeste, apóstoles de su Corazón Inmaculado, se nos llama hoy a esto: a combatir con la palabra y con el ejemplo para que cada vez más se acepte por todos la Verdad. Así, por medio de la Luz, será derrotada la tiniebla de la confusión. Por esto, debemos vivir al pie de la letra el Evangelio de su Hijo Jesús.

Debemos ser solo Evangelio vivido. Después debemos anunciar a todos, con fuerza y con valentía, el Evangelio que vivimos. Nuestra palabra tendrá la fuerza del Espíritu Santo que nos llenará y la Luz de la Sabiduría que nos otorga la Madre Celeste.

Fuente: A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Santísima Virgen

viernes, 5 de marzo de 2010

LOS SIGNOS DE NUESTRO TIEMPO

Cuando pasamos tiempo en oración, en el recogimiento, en un silencio interior que nos permite entrar en un coloquio con nuestra Madre del Cielo, con la misma confianza de una madre con sus hijos, Ella nos revela las preocupaciones, las ansias, las profundas heridas de su Corazón Inmaculado, y al mismo tiempo, nos ayuda a comprender y a interpretar los signos de nuestro tiempo.

Así podemos cooperar al designio de salvación que el Señor tiene sobre nosotros y que quiere realizar a través de los nuevos días que nos esperan:

- Nosotros vivimos bajo una urgente súplica hecha por nuestra Madre del Cielo, que nos invita a caminar por la senda de la conversión y del retorno a Dios. Como hijos predilectos, participemos en su preocupada ansiedad de Madre, al ver que no es acogido ni seguido este su llamamiento. Y, sin embargo, nuestra única posibilidad de salvación está ligada solamente al retorno de la humanidad al Señor, en un fuerte compromiso de seguir su Ley.

Convertíos y caminad por la senda de la gracia de Dios y del amor.
Convertíos y construid días de serenidad y de paz.
Convertíos y secundad el designio de la divina Misericordia.


Con cuántos signos el Señor nos manifiesta su voluntad de poner finalmente un justo freno a la propagación de la impiedad: males incurables que se propagan; violencia y odio que estallan; desgracias que se suceden; guerras y amenazas que se extienden. Sepamos leer las señales que Dios nos manda a través de los acontecimientos que nos suceden, y acogamos sus serios avisos a cambiar de vida y a volver al camino que nos conduce a Él.

- Nosotros vivimos bajo una preocupada y constante súplica de la Madre del Cielo a permanecer en la verdadera fe. Y, sin embargo, ve angustiada cómo los errores continúan difundiéndose, se enseñan y se divulgan, y de esta manera se hace cada vez mayor entre sus hijos el peligro de perder el don precioso de la fe en Jesús, y en las verdades que Él nos ha revelado.

Incluso entre sus hijos predilectos, ¡qué grande es el número de los que dudan, que ya no creen! ¡Si viéramos con sus propios ojos qué extendida está esta epidemia espiritual que ha herido a toda la Iglesia! La inmoviliza en su acción apostólica, la hiere y la lleva a la parálisis en su vitalidad, volviendo con frecuencia vacío e ineficaz incluso su esfuerzo de evangelización.

- Nosotros vivimos bajo su preocupación tan dolorosa al vernos aún víctimas del pecado que se propaga; observando cómo por doquier, a través de los medios de comunicación social se proponen experiencias de vida contrarias a cuanto nos prescribe la ley santa de Dios. Cada día se nos nutre de pan envenenado del mal, y se nos da de beber en la fuente contaminada de la impureza.

Se nos propone el mal como un bien; el pecado como un valor; la transgresión de la Ley de Dios como un modo de ejercitar nuestra autonomía y nuestra libertad personal. De este modo se llega hasta perder la conciencia del pecado como un mal; y la injusticia, el odio y la impiedad cubren la tierra y la convierten en un inmenso erial privado de vida y amor. El obstinado rechazo de Dios y de retornar a Él; la pérdida de la verdadera fe; la iniquidad que se propaga y lleva a la difusión del mal y el pecado: ¡He aquí los signos del perverso tiempo en que vivimos!

Vemos, no obstante, de cuántos modos interviene nuestra Madre del Cielo para conducirnos por el camino de la conversión, del bien y de la fe. Con signos extraordinarios que realiza en todas las partes del mundo, con sus mensajes, con sus apariciones tan frecuentes, nos indica a todos que se aproxima el gran día del Señor. Pero, qué dolor experimenta su Corazón Inmaculado al ver que estas llamadas suyas no son acogidas, con frecuencia son abiertamente rechazadas y combatidas, aún por aquellos que tienen la misión de ser los primeros en acogerlas. Por esto hoy se revela solo a los pequeños, a los pobres, a los sencillos, a todos sus niños que le saben aún escuchar y seguir. Jamás como ahora es tan necesaria una gran fuerza de súplica y reparación.

Fuente: A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Santísima Virgen